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Capítulo 47: La Reina Lunna

Madruga cuatro 

—¡Solo dime la verdad!— suplicó el rubio.

—¿La verdad…? La verdad no existe… tan solo hay un conjunto de ilusiones… justo como las que les acabo de soltar— sus carcajadas hicieron eco en el agua —¡Debieron ver sus caras!— mientras su cuerpo convulsionaba por su diversión, giró sobre su trasero para darnos la espalda —Son muy fáciles de engañar…

—¡Eres una maldita perra!

—¿En serio disfrutas de vernos la cara?

¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? Supongo que nadie lo sabremos, pero tenía la certeza de que no nos había engañado, su historia fue verídica y aunque no recuerde muchos detalles o yo mismo lo haya visto sabía que nos decía la verdad.

—¡¿Solo nos trajiste aquí para decirnos mentiras?!— gritó Roger.

—¡No!— saltó de su asiento para volver a mirarnos —Me pediste que te lo enseñara… pues mira bien.

Lunna extendió ligeramente su mano hacia el fuego, mientras lo acarició, la lumbre poco a poco se venció hasta quedar una pequeña llama, misma que hizo flotar hasta uno de los pequeños arbustos que delimitaban el estanque.

—No cierres tus ojos…— susurró.

Al momento en que aplaudió y extendió los brazos hacia los costados, miles de pequeñas llamas se esparcieron por todo alrededor. "Coincidentemente" el aire sopló y esas llamas salieron volando en todas direcciones, a su paso iluminaron el escenario de los colores más brillantes que jamás había visto; árboles amarillos y rojos, rocas moradas y azules, el camino verde y el pastizal azul, a su resplendor, los colores se mezclaron creando nuevos.

—Les he hablado de las dimensiones y cómo cada una existe en paralelo con la otra… justamente aquí colindan un par.

De la palma de su mano surgió una chispa dorada. Después de moldearla con su mente, la lanzó hacía el cielo haciendo que chocará con lo que parecía un obstáculo invisible que se iluminó al tacto; una jirafa de dos cuellos manchados y tres cuernos se pintó de dorado, a su costado, un bisonte enano con cara alargada se rascaba su pelaje contra una de las patas de la jirafa. Al lado, una pantera con enorme nariz reposaba recostada cubriendo con sus patas a un conejillo de indias con largas garras. Y al frente, un mastodonte de cuatro jorobas acariciaba con su trompa a un triceratops que con su cola en forma de flecha, protegía a sus pequeños bebés.

Preciosos animales mutantes me robaron el aliento. Compartían la noche con nosotros tan pacíficos como la armonía se respiraba. Toda clase de animalitos tirados por doquier de todos los tamaños y formas, lo único que los mantenía en igualdad era el dorado de la chispa que recorría a cada uno de ellos.

Estoy seguro que debí escuchar los suspiros asombrados de mis compañeros tanto como los míos, pero por qué los recordaría con tal imágen en mis ojos.

Las rocas que Lunna colocó servían de barrera entre la fauna y nosotros. Con sus pies descalzos se paró sobre la más grande, miró al bisonte directamente a sus ojos, extendió sus brazos a lo largo y agachó la espalda y la cabeza, en respuesta, él juntó su frente con la de la peliblanca y en seguida permitió que ella lo acariciara.

Mientras una mano alborotaba el pelaje del animal, la otra buscaba por detrás la mano de Brian y al encontrarla, le indicó a él mismo que lo acariciara.

Un curioso mapache se acercó a Rog, el dulce animal se dejó consentir por el rubio hasta que él mostró sus verdaderas intenciones al robarle uno de los adornos de la ropa para salir disparado.

—Roger…— lo llamó Lunna.

—¿Sí?

—Ese mapache acaba de quitarte un Quajo son piezas regaladas por los dioses para celebrar, sí cualquiera de ellos vé que un animal la trae desatará la furia divina… ¡Corre y atrápalo!— gritó.

En seguida Roger persiguió al mapache por alrededor de la laguna. Solidariamente Fred y Bri se unieron a la cacería. De no ser porque sentía una inmensa paz interna, tal vez los hubiera seguido pero ¿qué es verdad? ¿qué es mentira?

—No es cierto— le comenté a Lunna a mi costado interrumpiendo su carcajada tendida por la persecución de mis amigos.

—No, pero es divertido.

Tan rápido como un parpadeo el obeso reptil se interpuso entre ella y yo sacándome un ligero susto. 

—Préstame tus manos— me pidió indicándome que las colocará juntas en forma de concha.

Sobre mis manos puso un puño de tierra y justo debajo colocó sus propias manitas. Al tiempo en que sentí un ligero cosquilleo, de la tierra comenzó a surgir un remolino que poco a poco fue reemplazado por una flor hecha de cristales de diferentes colores. Era muy bonita. Incluso el reptil acercó sus grotescas fauces para olfatearla.

—Lánzala hacía arriba— me indicó.

—¿Por qué?

—Solo házlo.

Siguiendo su indicación, la arrojé lo más arriba que pude. Y al alcanzar el punto más alto, fue impactada por una bola de fuego proveniente del dragón. Cuál fuego artificial los cristales se convirtieron en miles de puntos coloridos que volvían al suelo lentamente. 

Por un pequeño instante fuí un hechicero conjurando una flor. La dicha no paraba de llegar a mí aquella noche. Ni lo hizo cuando para terminar, los cinco jugamos con las criaturas doradas.

Día cinco

Tras escasas horas de sueño y del almuerzo, nos reunimos en la terraza frente al castillo. Después de cuatro días, sabía perfectamente dónde estaba.

Lunna miraba pacíficamente al horizonte. En silencio contemplamos el despertar del pueblo hasta que un ave parecida al búho, tal vez un mochuelo, atravesó el plano y se posó sobre la barandilla de piedra.

—Mi Lord— Lunna saludó haciendo una ligera reverencia al animal quién brincó hacía el cielo y tras un remolino de polvillo blanco surgió Connor —¿Cómo estuvo?

—Sensacional. Realmente lo extrañaba…— Me tomó un tiempo recoger mi barbilla del piso. No dejaba de sorprenderme las maravillas de ese lugar ni de sus habitantes —¿Y tú? ¿Reviviendo los buenos momentos?

—¿Cómo podría? El 80% de mis recuerdos aquí no son agradables.

—¡Oh, vamos! Para mí es un 60% buenos y 40% malos.

—Porque naciste para esto, Connor.

—También tú.

—¿Sabes dónde está mi 60-40? Ahí— ella señaló un punto de entre la vista al pueblo.

—Ahí está mi 97-3— corrigió él. Un ligero silencio melancólico reinó por algunos instantes y después prosiguió —Queremos ir a los refugios sureños, echaremos un vistazo, veremos qué necesitan y volveremos al anochecer… pensé que tal vez querrían venir… 

—¿Qué tan al sur?

—Firaslid. Abasteceremos ahí.

—¿Qué hay ahí?— Roger se atrevió a interrumpir.

—Es un refugio para aquellas criaturas que huyen de la guerra o de la marginación… ¡Vamos! Tienen que ver qué no todo lo que brilla es oro…

—¡Seguro! Yo quiero ir— declaró Brian.

—También yo— me uní. Me intrigaba la idea de que criaturas podrían encontrarse en un mundo mágico.

—¡Sí, vamos!

Después de pensarlo un segundo, Lunna accedió:

—Pero solo a Firaslid…— con un dedo amenazante señalando al chico.

—Partiremos a las tres…

Aquel día acompañamos a Lunna a su labor comunitaria, como la llamó ella. Pero antes de que saliéramos del castillo, tuve la oportunidad de hablar con Eloise.

—¿Princesa, se encuentra bien?

—¡¿Qué haces aquí?!— saltó contra mí.

—Estoy preocupado…

—No pueden vernos juntos, ¿no lo entiendes?

—Nadie nos está mirando. Solo quería asegurarme de que estuviera bien.

—¡Pues lo estoy! ¿Ahora, quieres marcharte?— estaba conteniendose para no gritarme.

—¿Segura? He escuchado que para las mujeres no es fácil su primera vez.

Me dedicó una mirada asesina por no obedecerle, pero en las entrañas de su habitación quién podría descubrirnos.

—Me duele todo el cuerpo…— confesó un poco más tranquila —Pero no me arrepiento, lo disfruté.

—¿Habrá algún tónico o remedio que te ayude?

—¡Tenemos medicinas!— me gritó indignada —¡Solo vete de aquí!— me empujó a la salida —¡Y no vuelvas a hablarme!— tan pronto como mis pies estuvieron fuera de sus aposentos, azotó la puerta tras de mí.

Sé que fue osado de mi parte buscarla aún sabiendo el riesgo que corría, pero no podía ignorar las incomodidades que podría tener o incluso sí realmente lo disfrutó. La breve conversación no me dejó satisfecho, pero al menos alivió mis pensamientos al saber que lidiaba con ambas cosas.

Mi escabullida de ida y vuelta a la habitación de la princesa fue todo un éxito. Aunque implicó un intercambio de palabras con el ruloso, quién me miró extrañado cuando volví al grupo y fingí la más descarada naturalidad que mi nula experiencia mintiendo me permitió.

—¿Has estado aquí?— me soltó aún con cara arrugada.

—¿Acaso soy tan insignificante para ti que ya ni me notas?

—Siempre de utilería.

Jamás entendí por qué le molestaba tanto, mi sola presencia lo irritaba y yo me aferraba a agradarle solo que a veces me cansaba.

Por fortuna el paso de Lunna impidió que sus palabras danzaran en mi cabeza el resto del día. En cambio las vivas imágenes de ella mezclándose con la gente multicolor, yendo de choza en choza de adobe se grabaron más qué sus palabras. Les hablaba en múltiples lenguas para ser entendida y para que ellos se hicieran escuchar; los pobladores le contaban sus problemas y con su poder ella reparaba la queja. 

Con sus manos movía la tierra, el aire, el polvo, la vegetación o lo fuese necesario, incluso formaba pequeños juguetes para los niños que encontraba por las calles, siempre regalando una sonrisa. Como una reina.

A toda casa a la que fuimos, nos obsequiaron un plato de comida o pan y aunque quise aceptarlo todo, después de la quinta choza, mi estómago no podía más.

Acariciando mi vientre, arrastré los pies de vuelta al castillo donde todos nos reunimos en la misma terraza de la mañana. Connor abrió un portal hacía el famoso refugio, pero al atravesarlo, no había más que el árido pasto bajo nuestros pies y maleza seca.

—¡¿Qué, mierdas, hacemos aquí?!— soltó Lunna furiosa.

—Tenemos un ligero cambio de planes… Iremos a Filidron— le respondió Connor, mientras emprendió la marcha.

—¡¿Filidron?!— Lunna lo siguió con el pulmón a máxima capacidad —¡¿Por qué quieres ir?!

Tras la maleza se ocultaba otra choza baldía con al menos treinta caballos. El dueño, de piel verdosa y estatura prominente, intercambió algunas palabras con Alex, mientras que Kevin tomaba el equipamiento adecuado para montar.

—¡¿Olvidas que la última vez que estuve ahí asesinaron a mis hijos?!— seguía Lunna con sus reclamos.

—No lo hago— El Cara de Príncipe detuvo su andar —Pero oí sobre cierto caballero renegado que se rehúsa a aceptar al nuevo monarca y que anhela el regreso de su reina…

—¿Sigue vivo…?— la enana correspondió moderando su tono después de una pausa.

—Habrá que averiguarlo…

Los únicos que sabían montar eran los casterianos, así que en cuatro caballos nos distribuímos; en el más grande iban Alex, Roger y Freddie, en otro iban Kevin y Adrian, en otro más, Lunna y Brian, y en el último, Connor y yo.

Al principio, nuestra pequeña caravana iba a un paso decente pero en cuanto atravesamos la frontera que se alzaba sobre nuestras narices por varios pies por encima, el paso fue mucho más acelerado tanto que mi cuerpo rebotaba bruscamente en el lomo del equino y mi trasero dolía cada vez que caía, me era difícil respirar o ver. No podía controlar el movimiento, tampoco tenía dónde sujetarme, por lo que me movía sin control. Creí que caería en cualquier momento.

—¡Hey! Descuida, puedes sujetarme. Aferrarte a mí para que puedas calmar tu cuerpo— Connor me dijo amablemente. Inmediatamente lo obedecí y lo abracé con todas mis fuerzas. Si me hubiera detenido a pensarlo, jamás hubiera estado tan cerca de él, pero en aquellas circunstancias, no tuve más opción.

Mi martirio se detuvo justo cuando alcanzamos el primer poblado; descendimos de los caballos y los dejamos atados a otra choza aún más lastimera que las camsterianas.

—Permanezcan juntos. Esto no es Camster, aquí corren más peligro— anunció Alex poniéndome los vellos de punta. Tal vez pudieron haberlo advertido antes y no en ese momento en el que ya estábamos ahí.

Una vez más, el rubio se encargó de cambiar nuestras ropas con su propio poder, sólo que éstas eran aún más andrajosas que las anteriores, incluso el vestido de Lunna lo era; llevaba un tipo de pantalones delgados bajo la tela que la cubría desde su pecho y su cabello, caía perfectamente a los laterales, detenido por los nudos que había en el.

—Necesitamos que vayan con Lunna— susurró Connor en tanto terminé de despreciar el nuevo atuendo —Es un poco peligroso, pero será más cuidadosa sí van con ella.

Cada vez que nos advertían del peligro mi piel se erizaba y abría mis oídos cuál felino en acecho. Y sí seguir a Lunna iba a disminuir ese riesgo, sin duda iría tras de ella. Así, cuando el grupo se dividió terminé mirándole las espaldas a la enana en tanto ella dudaba sí abrir o no la puerta de la posada a la que andamos.

Armándose de valor, entró y desde la altanería de su barbilla miró a los comensales. Al paso que ella se abría, la gente inclinaban sus cabezas en señal de respeto, hasta que por fin dió con el anciano de ojos cristalinos que la devoraba con la mirada, pero en aquella ocasión, en de vez de degustarla, la miró inundado de melancolía.

—Mi Reina— al instante, él colocó una rodilla en el suelo y agachó por completo su cabeza.

No me acostumbraba a que la misma niña torpe que a diario evitaba en lo posible, era tratada como la más venerada en la tierra, incluso más que en Camster.

—Sir Eamon Crawling— le espetó ella.

—¡Qué dicha al tenerla ante estos ojos de nuevo!— y como lo recuerdo, devolvió su intensa mirada hacia la enana.

—¿Podría honrar su dicha sí me acompaña?

—Encantado, mi Reina.

Siempre por delante, Lunna emprendió sus pasos hacia la periferia del poblado justo donde las almas dejan de habitar y en la privacidad de ser los únicos intrusos de la soledad, Lunna dió media vuelta y se aferró al pecho del caballero, dejando cualquier rastro de formalidad atrás.

—¡No tienes idea de cuánto te extrañe!— le soltó con su aliento acelerado —Creí que habías muerto.

El hombre por un instante pareció confundido, pero se dejó arropar por el abrazo de la niña y, en cambio, él colocó sus manos delicadamente sobre los hombros de Lunna.

—¿Cómo sobreviviste?— preguntó ella dando un paso atrás.

—Me oculté en las arboledas…— se limitó a responder.

Ambos se miraron fijamente, como sí sus lenguas contuviera el mar de pensamientos que cruzaba por sus mentes y que sus títulos les impedía decir.

—No tienes idea de cuánto lamento haberte dejado atrás— confesó la peliblanca.

—No hay nada que lamentar, Goney, no sí hoy puedo volver a mirar tus ojos.

—¿Intentaste entrar a Camster?

—No sabía sí podía encontrarla ahí o sí eran sus deseos volver a verme.

—Salvo por las excepciones, siempre voy a querer verte… pero sí no llegaste a Camster quiero que me muestres tus propiedades, quiero conocer el lugar en el que vives.

—No creo que realmente quiera conocerlos.

—Lo hago.

—No son dignos de sus ojos… No tengo más de lo que poseo ahora.

—Entonces me será más sencillo convencerte…

—¿Sobre qué asunto?

—Quiero que vengas a Camster conmigo.

—¿Quiere que vaya con usted?

—Como lo oyes.

—Majestad, no pasaré los términos del asilo.

—Yo lo arreglaré.

—No es necesario. No quiero importunar a mi Lady.

—Pues deja de discutir. Estoy aquí arriesgando mi cabeza solo por ti. Ahora, acepta lo que te ofrezco— en respuesta, él hizo otra pausa antes de continuar.

—Mis años atrapado aquí no han sido en balde, Goney. Lo sé todo… sé que los Fri…

—Guárdate esa información para ti o me harás hacer una estupidez— lo interrumpió —Solo dime qué sí y vámonos.

—No soy merecedor de su benevolencia.

—Eamon, ¿sigo siendo tu reina?

—Hasta mi último suspiro…

—Entonces es una orden; Vendrás a Camster— esa misma mirada feroz que Eloise mostraba a diario, era la misma con la que ella hacía cumplir sus caprichos —Sí estoy aquí, de pie frente a ti, es gracias a ti. Perdí la cuenta de todas las veces que salvaste mi cuello…

—Era mi deber como su caballero.

—Y mi deber como tu reina, es protegerte y garantizar una vida plena; no voy a protegerte pero estoy segura de que en Camster vivirás dignamente, sin correr el peligro que vives a diario y con una casa la que puedas llamar de tú propiedad… Por eso quiero que vengas— El hombre inclinó la cabeza en señal de total rendición —Solo consigue un caballo— con esa última frase, Lunna retomó el camino de vuelta a la civilización.

—Mi reina, me permite preguntarle por su señor esposo, ¿por qué no viene escoltandola?— tras la interrogante del hombre, Lunna se detuvo abruptamente para agachar la cabeza y juguetear con sus pies mientras pensaba la respuesta —¿Acaso él…?

—Está vivo, sí es lo que preguntas— interrumpió su frase.

—¿Entonces por qué no vino con usted?

—Porque el rey Wolfgang tiene un nuevo querer— confesó con pesar.

—¡¿Cómo dice?! ¡¿Otro querer?! Pero tú, eres la Reina Sigourney, ¿cómo pudo hacer algo así?— Tan pronto como las palabras de Lunna cobraron sentido en la cabeza del caballero, el cólera le subió hasta la punta de sus escasos cabellos.

—No soy lo que tu crees… y tal vez en la tierra del futuro hay mejores prospectos que yo.

—Imposible. Ese hombre, no puede llamarse hombre, sí deja a su hermosa mujer tras la pena y sufrimiento de la pérdida.

—Sí yo sigo siendo tu reina, ese hombre sigue siendo tu rey, así que no lo insultes en mi presencia… Además tuvo sus razones para marcharse. Ahora ve por tus cosas y el caballo que debemos irnos… las noticias viajan más rápido de lo que nos gustaría.

El mayor de nosotros adelantó sus pasos hacía la choza y antes de entrar fue detenido por la niña.

—Y, Eamon… me llamo Lunna… solo Lunna.

Ni siquiera pasaron cinco minutos cuando nos reagrupamos con los caballos. Y con un equino y una persona extra volvimos a la seguridad de las tierras de Camster.

Una vez más agradecí por bajarme del insufrible caballo, mis piernas temblaban como sí las hubiera ejercitado por horas, pero, conforme caminamos, fui olvidando esa sensación.

Resultó que los chicos no solo habían engañado a Lunna, sino que a los cinco por igual, pues nunca fuimos al refugio del que hablaron. Y en cambio, otro portal nos llevó de regreso al castillo.

—Mañana partiremos al amanecer, por ahora descansen— indicó Connor.

—Hay algo que quiero mostrarte— le dijo Kevin al colombiano antes de arrastrarlo por un camino diferente.

—Eamon, te presentaré a Einar…— Lunna condujo al anciano a las afueras.

Mientras tanto, yo estaba resistiendo a las insistencia de Roger por seguir explorando el castillo. Pero, la última vez que salimos de exploración no me fue tan mal, así que acepté y terminamos en la biblioteca.

Era impresionante, no solo por la cantidad de libros, sino que había siete secciones marcadas por letreros en la parte de arriba de los que solo entendí uno que decía "Tiempos modernos" en inglés, todas las demás, eran lenguas ajenas. 

Curioseamos por los pasillos empanizados de polvo, recorrí mi dedo solo para dejar huella en las estanterías, literalmente. Pero en la sección de mi lengua conocida, me tomé la libertad de hojear unos libros. La mayoría hablan de historia; de los trolls, elfos, hadas, vampiros, naguales… toda la verdad se encontraba en mis narices y yo sin el tiempo suficiente para leerlos todos.

—¡Ratam!— gritó Roger a mi lado sosteniendo un libro frente a sus azulados ojos y con la otra mano apuntaba a la nada solemnemente —¡Righta… perium!— agitó su mano —¡Rightaperium! ¡Colonvitar! 

—¿La cola te va a levitar? ¿Qué, rayos, haces Roger?— me burlé.

—Estoy conjurando hechizos… ¿lo ves?— me enseñó que en la portada del libro que sostenía decía "Hechizos básicos de primer nivel" —Hoy seré un hechicero— decretó.

—Dudo que logres algo y sí por un milagro sucediera nos infestarías con demonios y serpientes danzantes.

—Por está vez, estoy de acuerdo con Deacon— me concedió Brian.

—¡Qué aguafiestas son! Siempre rompen con mis ilusiones incluso antes de que lo intente…— refunfuñó el rubio con un puchero en sus labios.

—Sí fueras observador, habrías visto que la pie de página dice que es solo para hechiceros— indicó el ruloso en la advertencia escrita.

—Alex dijo que hay quienes lo lograron.

—¿Y qué te hace creer que nosotros, simples humanos, podremos lograrlo?

—¡No estaba hablando de ti!— gritó Rog a punto de perder un tornillo.

—¿Qué te hace creer que tu, un simple y tonto humano, puede lograrlo?— antes de que Rog respondiera hubo un silencio en el que solo se oía el resoplar del menor.

—¡¿Lo ves?! ¡Destruyes mis ilusiones!

—¡Ay, niños! Quieren dejar de pelear, por favor… tendremos mucho tiempo para eso cuando volvamos— interrumpió Fred en el mejor momento.

—Estoy de acuerdo con él— Lunna que hasta ese entonces había notado su presencia, me hizo pegar un brinco.

—¡Oh, pero sí es su alteza. Majestad…— reverenció Rog de la forma más dramática y exagerada que pudo.

—Realmente eres una reina— reconoció Fred dejando la burla de lado.

—Tal vez…— se encogió de hombros.

—Ni creas que vamos a besar tu trasero cada que salgas y entres a la habitación— amenazó Rog.

—No esperaba que lo hicieran…— inquirió con una sonrisita pícara —Pero espero que les quede energía en esos pies... Todavía queda tiempo para mostrarles algo más.

Al principio tomé ventaja de mi juventud y me convencí de que aún resistía otra aventura, pero después de los primeros cincuenta escalones en espiral que nos hizo subir, me arrepentí y me iba quejando mentalmente porque Roger iba maldiciendo a pulmón tendido con el poco aliento que le quedaba. 

Perdí la cuenta después del escalón sesenta y ocho, y por fortuna llegamos al destino. Sí esa no era la maldita torre más alta del castillo, compadecí a las pobres almas que subían y bajaban por esa escalinata.

—¿Por qué… sí puedes… hacer… portales… no nos subiste… hasta acá por uno…?— el ojiazul seguía con sus reclamos.

—No me gusta abusar de la magia— ella, tan fresca como una manzana recién cortada, nos condujo al último portón de la torre —Además… no sería un escondite sí fuera de fácil acceso.

A un costado del portón custodiado por por cuatro cadenas aseguradas al centro, había una ventana clausurada con bloques de madera. Las pequeñas manos de Lunna la bendijeron para quitar algunos tornillos sobrepuestos y liberar la mitad de la ventana.

—Vengan aquí— nos indicó antes de aventarse por el agujero que acababa de hacer.

Ella con su cuerpo pequeño pasó sin problema, pero no pensó en Brian o en mí, que éramos más corpulentos. Ayudamos a Roger a cruzar, puesto que la abertura estaba a casi dos metros del suelo y tras retorcerse, logró cruzar con éxito. Después fue el turno de Fred, pujando más y retorciéndose más, también pudo pasar.

—Amm, no creo que pueda pasar…— comenté pidiendo ayuda.

—¡Vamos! sí su vida dependiera de ello ya estarían muertos…— me animó Lunna —Busca la forma de hacerlo…

Suspiré resignado antes de brincar hacia el hoyo, fui capaz de meter mi cabeza, junte mis hombros lo más que pude y estiré mis manos para hacerme más delgado, entonces, como gusano sazonado con sal, comencé a retorcerme encajando el marco de la ventana y las tablas restantes en mi espalda y abdomen. Brian debió empujar mis pies porque de pronto estaba doblado por mi cintura. Pude liberar mis manos para ponerlas antes de caer al suelo y evitar que el golpe fuera catastrófico.

Por último Brian también cruzó con la ayuda que pudimos darle al jalarlo por los hombros.

—Cariño, en serio espero que esto valga la pena…— Fred la señaló y la enana aprovechó su mano extendida para derribarlo al suelo y justo después ella también se tiró al piso.

—Lo vale…

Al mirar el cielo me encontré con la maravilla que ambos miraban; un lienzo oscuro, completamente cegado, de no ser por los cientos de puntos blancos y amarillos que lo iluminaban mejor que en cualquier sueño que he tenido. El cielo completamente estrellado, era más que hermoso. Mejor que cualquier fotografía del espacio que la NASA ha podido extraer.

Una vez más, escuché los suspiros asombrados de mis compañeros al mismo tiempo que mi aliento abandonó mi cuerpo y mis mejillas se entumecían por mi inevitable sonrisa.

Tras una vista así, tenía sentido que Lunna pasará sus horas nocturnas en el techo, buscando algo que le asemejara a ese cielo, pero creo que nada podía compararse con tal magnífico paisaje.

—Debes confesar que me diste el brazalete para que volviera— el persa soltó una vez que el aturdimiento pasó.

—Juro que no tenía idea de que eso pasaría, solo quería que te diera paz en tus últimos días…

—¿Cómo sabías que me daría paz?

—Porque yo lo hice, antes de salir del castillo me dediqué a hacerlo para que me protegiera y volver a salvo con mis hijos.

—¿Y no quieres hacer uno de esos para nosotros?— Rog interrumpió descaradamente —Nos podría hacer volver… eso no me molestaría.

—No funciona de ese modo… de cualquier forma, no te aferres a la idea de que volverás, no es seguro.

Aunque seguramente pasamos horas bajo las estrellas, el tiempo no fue lo suficiente como para quedar satisfecho.

Día seis

A la sexta mañana fue el turno de las despedidas; desde las alturas del castillo, Connor despidió a sus súbditos con sonrisas y gestos en sus manos. Por atrás del castillo, Lunna juntó su frente y nariz con la del obeso cocodrilo y a su amante caballero lo despidió de la misma manera que lo saludó. Alex y Kevin fueron más discretos, simplemente esperaron por los reyes, junto con nosotros.

El portal en forma de hexágono que la peliblanca abrió, nos llevó de vuelta a la gran mansión dos días después del que nos fuimos. Casi una semana en Camster eran apenas tres días normales. Una completa locura. Una aventura que el cuerpo resintió tan pronto como se cruzó una cama por mis ojos.

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