Capítulo 29
Los susurros de Fred me despertaron la mañana siguiente. Me incorporé ligeramente y lo miré.
—Hola, tesoro— me sonrió.
—Hola, Fred— le respondí aún dormido.
—Te ves precioso con la luz de la mañana— me dijo.
Cubrí mi rostro. No podía verme pero estoy seguro que me sonroje, además, Freddie rió victorioso.
Roger, quién permanecía en el baño, salió de éste y pude entrar para ducharme y arreglarme para ese día. Después de mi siguió Brian, y cuando estuvimos listos bajamos a la sala.
Lunna había desaparecido de la habitación. La encontramos al final de las escaleras, ella estaba entrando en el salón de Kevin. En su mano llevaba una tetera y unas tazas.
—¡Buen día!— saludó —¿Quieren ver cómo terminó el campo de batalla?— y se adentró en la habitación con nosotros detrás.
Era un desastre, todas las mesas y sillas estaban desorganizadas, había montones de botellas de diferentes licores tiradas por doquier y el piso estaba muy sucio y pegajoso. En el sofá, Kevin y Connor estaban recostados con sus manos cubriendo sus ojos.
—¡Se divirtieron! ¿eh?— les dijo Lunna.
—Ahora no— la detuvo Connor.
—Ya sabía que iban a terminar así. Por eso les traje esto— señaló la tetera. Ayudó a ambos chicos a incorporarse y les otorgó una taza de café.
—¿Les gustó lo de anoche?— quiso saber Kevin.
—Fue... diferente— comentó Brian.
—¿Nunca habían estado en una discoteca latina?— negué con la cabeza.
—Tal vez les agrade la de la próxima semana.
La puerta hacía la acera se abrió llamando la atención de todos.
—¡Buen día!— era un hombre corpulento y su chica.
—Hola Esteban, Sara— saludó Kevin. De inmediato los recién llegados tomaron artículos de limpieza y se pusieron manos a la obra.
—Creí que me tocaba a mí limpiar— comentó Lunna.
—Te toca la próxima semana.
—Genial.
Kevin y Connor nos contaron algunas cosas destacables de la noche anterior. Fue divertido escucharlos, hasta que alguien llamó a la puerta.
—Traigo un paquete para Lunna...— mencionó quién había llamado a la entrada.
—¿Quién lo manda?— quiso saber la mencionada.
—Alexander— mire a la puerta y el sujeto repartidor llevaba en sus manos una caja rosa de regalo, con un enorme moño en lila en la tapa. Lunna fue por el paquete y agradeció al chico la entrega, para volver con nosotros.
—¿Un admirador?— comentó Kevin insinuante.
—Eso parece...— respondió ella un poco dudosa —No conozco a ningún Alexander.
—Debe ser de anoche...— comentó Connor —Solo ábrelo.
—Bien...— Lunna tardó unos segundos pero al final quitó la tapa del regalo. Desde arriba solo se veían pequeños papelitos de color rosa claro, ella introdujo su mano en la caja y de entre los papeles saco un chocolate.
—¡Uh!— exclamó Kevin, parecía muy emocionado por el regalo de Lunna.
Ella volvió a introducir su mano y sacó varios de dulces más. Después sacó cuatro lápices labiales de diferentes colores, después sacó un collar y unos aretes. Creí que esas cosas eran del mayor interés de la niña, las joyas, pero en su pequeño rostro se denotaba extrañeza. Volvió a introducir su mano y está vez sacó una caja que parecía el contenedor de un nuevo teléfono.
—Eso no es un celular ¿o si?
—Espero que no— respondió Connor.
Lunna colocó la pequeña caja sobre la mesa y la descubrió, dentro se encontraba un teléfono celular último modelo completamente nuevo.
—¡No!— gritó Kevin extasiado.
—No jodas— completo Connor.
Por su parte Lunna no dijo nada, pero en su rostro se notaba la sorpresa. Volvió a enfocarse en la caja de regalo y de ésta extrajo un fajo de billetes.
Los ojos y bocas de los tres amigos bailarines se abrieron a su máxima capacidad.
Como un idiota, pensé que eso era lo que se necesitaba para conquistar a la peliblanca, conformando mis sospechas de que no era diferente del resto de chicas a las que conocía.
Del fajo de billetes obtuvo un papel doblado; lo abrió y leyó en voz alta.
—"Para que dejes de hacerte la difícil"— miró a Kevin fijamente y luego dijo —Es de Sexy— refiriéndose al chico que la noche anterior los había invitado a salir a ambos.
—¡Vaya que le gustaste!— el afrodescendiente rió.
—No sé quién sea ese pedazo de mierda, pero espero que no se vuelva a parecer por aquí— agregó Connor.
—¡¿En donde tengo pegado el signo de "se vende"?!— gritó Lunna muy molesta señalando su cara —¡Te dije que no solo tenía la cara de idiota!— le gritó a Kevin.
—¡Gracias, Dios, por no dejarme salir con alguien así!
—¡¿Y todavía le agradeces a Dios?!
En ese momento por la puerta apareció el chico apodado "Sexy" luciendo elegante con su sonrisa resplandeciente.
—¿Te gustó mi regalo, nena?— le preguntó directamente a la chica.
—En lo absoluto— dijo ella con una sonrisa falsa. Metió todos los obsequios en el contenedor original, cerró la caja y se la extendió al sujeto.
—¿No te gustó, princesa? Eso es solo una probadita de lo que puedo darte— siguió él insinuante. Al no aceptar el regalo de vuelta, Lunna volvió a colocarlo sobre la mesa.
—No me interesa. Ahora retírate.
—Vamos, nena. Deja de hacerte la difícil...
—Tienes... Tres para salir de aquí o te daré una patada en la cara.
—No te pongas brava, preciosa— el sujeto no le dió importancia a la advertencia de Lunna y continuó ahí frente a nosotros —¿O no será que lo que tú quieres es otra cosa..?— señaló su pelvis.
Luna se lanzó contra él, pero Connor la detuvo.
—No. No. No vale la pena— le dijo a la chica —En serio, ya vete— se dirigió al sujeto mientras forcejeaba con Lunna.
—¿Está loca o qué?— preguntó Sexy.
Connor se detuvo, alzó sus cejas y liberó a Lunna de sus brazos. Ella corrió contra el sujeto, pero él salió huyendo hacia la salida, logrando salir a la acera con Lu detrás de él. Solo escuchamos chillidos de dolor del musculoso. Luego la de ojitos cafés volvió con nosotros toscamente con su rostro fruncido. Abrió el regalo de nuevo, sacó los dulces y los repartió entre mis amigos y yo, el fajo de dinero se lo dió a Connor y el celular se lo extendió a Kevin.
—Yo quiero dulces— protestó el bailarín. Lunna tomó los que había puesto frente a mi, se los tendió a Kevin y a mí me dió el celular —Gracias— Su furia se notaba en el rápido movimiento de sus manos. El collar y los aretes los entregó a Sara, la chica que en ese entonces se encargaba de la limpieza del lugar.
—¡Alex!— gritó. El mencionado se asomó al salón —Esto es para ti— le entregó la caja completa y salió de ahí.
—¿Qué pasó?— preguntó el rubio recién llegado —¿Otro regalito?— preguntó inspeccionando la caja recibida y obteniendo los labiales dentro de ésta.
—Le dieron un teléfono y billetes.
—¿Que clase de idiota hizo eso?
—Bueno, ya sabes... Luego le dijo "loca" y lo pateó.
—¡¿En serio?! Me despierto tarde y me pierdo de todo esto
—Por eso está furiosa.
Cada quién tomó lo que Lunna le dejó y nos dirigimos a la cocina donde tuvimos un buen almuerzo.
—¿Qué hago con esto?— le pregunté a Kevin señalando el celular que Lunna me dejó.
—Quédatelo.
—Pero no lo necesito... Y se lo dieron a ella.
—En serio, John. Haz lo que quieras con él… A propósito, invité a unos chicos a la clase de está noche y me pidieron asilo así que nos toca dormir con Lunna hoy.
El día siguió su curso y sin la preocupación de volver a casa porque mi esposa se había llevado a mis hijos con sus padres, decidí quedarme ahí junto con el resto de los chicos. Eso me dió la oportunidad de conocer a Hiroki Kuroda, el pelinegro médico del cuestionable consultorio, alto, pálido de espalda ancha y cuadrada que en combinación con su afilado rostro donde sus ojos rasgados relucían, le daban la apariencia del más reacio de la casa, cuando no era así, mejor dicho: callado, serio y desbordante de amabilidad.
A su lado iba Aiko Ootani una chica que rondaba en sus diecinueve años, delgada ligeramente más alta que Lunna con su cabello castaño ondulado cayendo elegantemente por sus hombros. Ella era estudiante dedicada en cuerpo y alma a sus materias y buen rendimiento. Es la chica más dulce e inocente que he conocido.
El médico llevaba consigo una maceta con una orgullosa flor alzándose sobre la tierra.
—¡¿Es para mí?!— cuestionó Lunna escandalosamente en cuanto lo vió, parpadeando coquetamente.
—No, es un encargo especial de Alex— corrigió Hiroki entregándole la maceta al rubio.
—Gracias— la recibió él —Y sí, es para ti, sí vas a recibir obsequios hoy, mejor que sea uno digno de tí— le dijo a la peliblanca, quién saltó a las caderas del chico para abrazarlo con los pies y con sus manos se sostuvo del torso del rubio con una enorme sonrisa asomándose en sus labios.
—Eres el mejor— le dijo antes de plantar un beso en su nariz y después arrebatarle la planta de las manos para terminar corriendo escaleras arriba.
—¿Lo oyeron? ¡Soy el mejor!— se regodeó.
Los tres bailarines atendieron a los chicos de limpieza del salón, así pudimos quedarnos a solas con los japoneses. Pero mi mente se había perdido en el comportamiento de Lunna, había estado demasiado cerca de su amigo, pelvis contra pelvis…
—Camsterianos…— resopló el médico —algún día se acostumbrarán a sus demostraciones de afecto.
—¿Suelen hacer ese tipo de cosas?— pregunté.
—Más de lo normal, confían demasiado los unos a los otros y parece que no conocen el espacio personal, además de que varias veces al día se dicen "Te amo" pero no en un sentido romántico, sino como amigos.
El chico fue oportuno en decirnos aquello, así, cuando llegó la noche estaba preparado para los rituales nocturnos de esas extrañas personas. Que en realidad, no fue tan extraño, Connor y Alex compartieron la cama restante de las literas y Lunna con Kevin aferrados el uno al otro como sí intentaran ocupar el menor espacio posible.
—¡Reinas!— el grito de Lunna me hizo saltar de la cama a la mañana siguiente —¡Arriba! Anoche cayó la primera nevada.
—¡¿Y?!— preguntó Roger irritado.
—Tienen tres minutos para llevar sus traseros afuera— miró a sus amigos y preguntó —Hay gente en el otro cuarto... ¿cierto? Voy por ellos— y se fue.
—¡No!— gritó Rog.
Me cubrí con la manta hasta la cabeza, no entendí por qué nos había despertado de esa forma, pero era temprano y hacía frío. Lo único que quería era volver a mi sueño.
—¿Que tiene de importante?— escuché que Brian preguntó.
—A ella le encanta. Siempre hace esto en la primera nevada del año— explicó Connor.
—¡Dos minutos!— Lunna gritó desde el corredor.
—¡Ahora vamos! Anda, John— Alex me sacudió ligeramente.
—¿Por qué tengo que pararme si a ella le gusta la nieve?— se quejó Roger.
—Yo tampoco quiero ir— me uní a él.
—¡Vamos! No es tan malo. Además, si no salen, ella vendrá y les echará la nieve encima... Hablo en serio.
Sin ningún ánimo me levanté de la cama, entré al baño, lavé mi cara y mis dientes. Me puse un suéter y una chaqueta y encima me enrollé con la manta. Cuando los demás también estaban abrigados iniciamos una procesión hacía abajo.
Salimos por la puerta del comedor hacía el exterior, dónde ya estaban los japoneses, abrigados con un plato pequeño en sus manos. Alex nos repartió más platos como esos a cada uno; eran muy pequeños, parecidos a los ceniceros, de vidrio opaco en forma hexagonal. A Lunna realmente le gustaban los hexágonos.
Había tapetes en el suelo organizados en dos filas formando un semicírculo. Roger y yo nos sentamos atrás y Freddie y Brian delante de nosotros, ligeramente desplazados hacia la derecha.
Detrás de nosotros apareció el grupo de huéspedes de la noche anterior; tres chicas y un chico, quiénes también recibieron el cenicero y tomaron asiento en otros tapetes.
—¡Buenos días!— detrás de los huéspedes salió Lunna con alegría y dos velas en sus manos. De todas las personas que estábamos ahí, ella era la única que no se arrastraba por el sueño, cansancio o frío. Juré que Roger había respondido "¡¿Qué tienen de buenos?!" en su mente.
Mi molesta compañera tomó lugar al frente del semicírculo, en dirección opuesta a la de nosotros. Se puso de rodillas para después sentarse sobre sus talones. En el centro, sobre la capa de nieve, dibujó un hexágono más grande, a los costados de éste colocó las velas y las encendió.
Mientras que ella hacía todo eso, entre las filas nos pasamos una vasija con agua caliente, a mi lado observé que Kevin vertió un poco de esa agua sobre su plato. Recibí la vasija e hice lo mismo con el mío para después dárselo a Rog e indicarle lo que debía hacer. Aquello cada vez se ponía más extraño, pero no pregunté nada, porque nadie más lo hacía y porque tenía curiosidad sobre qué demonios estábamos haciendo.
Después, Lunna comenzó a mover sus labios, decía algo pero no la escuché, de pronto colocó su frente contra la nieve en el suelo, haciendo que su cabello se perdiera en el lienzo blanquecino. A mi lado, Kevin imitó su postura y sus movimientos. Los japoneses, Alex y Connor también pegaron sus frentes al suelo.
Me pregunté si debía hacer lo mismo. Pero ¿Y si estábamos siendo partícipes de algún ritual satánico? No creo mucho en esas cosas, pero tampoco es que quería experimentar. Tuve miedo.
De pronto se incorporaron, tomaron el pequeño plato entre sus dos manos y lo levantaron ligeramente por encima de sus cabezas. Kevin, con una mirada me indicó que lo imitara y eso hice. Todos los presentes elevamos el pequeño plato.
Al regresarlo, el agua dentro ya se había congelado. El reto siguiente fue sacar el hielo del plato sin romper la figura. En realidad solo bastaba con voltear el plato y darle pequeños golpecitos para que el hielo cayera. Una vez fuera, cada hexágono fue acomodado dentro del grande dibujado sobre la nieve. De algún modo, Roger rompió su figura, pero antes de que alguien más lo notará unió las piezas y las acomodó todas juntas en su lugar. Al final, se formó una especie de panal de hielo, lucía genial.
—Eso es todo. Muchas gracias a todos. Ya pueden volver a sus camas— informó Lunna.
Indignado, Taylor se regocijó en una manta y emprendió carrera devuelta a la habitación, yo lo seguí detrás, me arrojé sobre la cama y casi de inmediato perdí la consciencia.
El timbre de mi teléfono celular me despertó tan rápido que mi corazón acelerado me hizo ver el nombre de mi esposa con letras borrosas en la pantalla.
—¿Hola?— respondí frotando mis ojos.
—¿En dónde estás? Creí que estarías en casa— me reclamó.
—Me quedé con Roger…— respondí con las palabras deformándose en mi boca.
—¡Tienes que venir a casa ahora mismo!— me exigió —es urgente.
—¿Sucede algo?— su tono serio no fue por enfado, sino por preocupación.
—Ven a verlo por ti mismo.
Con la preocupación contagiada me puse en marcha hasta mi casa donde la encontré esperándome en la puerta.
—¿Qué sucede?— repetí.
—Mira a tus hijos— me dijo con semblante inquisitivo.
Me introduje por completo en la casa y los encontré en la sala, uno en cada extremo del sillón con sus cabezas bajas. Robert vistiendo su armadura de cartón y Michael vistiendo un vestido con flores de su madre, un par de collares que llegaban a su estómago y su cara iba pintada con colores llamativos y los desfigurados labios bien rojos.
—¿Pero, qué te pasó?— le pregunté divertido, era como ver a un mini Verónica, mal maquillado con mi cabello desbordante de ternura.
—Esto no es gracioso, John— me regañó ella. No entendía a qué iba su mal humor y regaño pero parecía que los niños sí —Robert, ¿quieres explicarle a tu padre lo que hiciste?
—Vestí a Michael de princesa porque quería rescatarlo…— admitió mi niño con sus ojitos posados en sus pequeñas piernas.
—¿Ah sí?— me hinqué delante de él —¿El rescate fue exitoso?— lo tomé de sus manitas mientras él asintió —De acuerdo, sabes bien que a mamá no le gusta que tomen sus pinturas…
—¡Esto no es por las pinturas!— saltó Verónica. —¡Mira a Michael! Esto no es lo que los hombres hacen.
—Pod…— antes de inmiscuirme en una discusión con mi esposa, me aseguré de que mis niños no estuvieran presentes —¿Por qué no llevas a tu hermano arriba, lo ayudas a cambiarse y a quitarse la pintura de encima?— le dije gentilmente al mayor.
Cuando ambos desaparecieron escaleras arriba, di rienda suelta a mi impaciencia.
—¿Un hombre?— la confronté —Son niños, no le pidas ser un hombre.
—Sabes a lo que me refiero. Y créeme, John, es mejor que corrijamos estás inadecuadas conductas antes de que sea tarde.
—¡¿De qué estás hablando?!
—¡Tengo miedo! Quiero que mi hijo sea como el resto de niños, normal, que no sea un marica como…
—¿Cómo Freddie?— terminé su frase.
—No quiero que sufra.
—¡Tu hijo no es ningún marica! ¡Él solo fue una princesa para su hermano!
—Pudo haber sido un dragón.
—¡Pero él no quiere al maldito dragón!
—¿Y sí trauma a su hermano? ¿Has pensado en eso?
—¡Tu eres la que va a traumarlos con tantas exigencias! Solo déjalos ser ellos mismos y no les pidas que sean hombres.
—¡Es lo que son! ¡¿Por qué no puedes entenderlo?!
—Tu eres la que no lo entiende...— ¿Cómo podria? Ella no sabe la presión que significa ser un hombre.
—Solo te pido que hables con ellos y asegúrate que esto no vuelva a pasar.
Seguir discutiendo se volvió absurdo, por lo que me dedique a recoger el desastre que los niños regañados habían hecho. Y cuando las aguas estuvieron claras, subí con Rob.
—Hola, amigo… ¿Cómo estás?
—¿Mamá y tú discutieron por mi culpa?
—No fue tu culpa, simplemente pensamos diferente y a veces, cuando pasa eso, discutimos… es solo eso.
—¿Estoy castigado?
—No, pero prométeme que no le pedirás a tu hermano que se vista de princesa de nuevo, ¿de acuerdo?— Asintió con su pequeña cabecita —¿Lo obligaste a usar el vestido?
—Él me dijo que quería hacerlo…
—¿Ah sí?
—Me dijo que quería ser la Princesa Peach pero no encontramos el vestido rosa.
—¿No encontraron el vestido rosa?— aunque no debí reírme, me pareció muy tierno las pequeñas travesuras de mis hijos; Rob necesitaba a una doncella de la realeza y qué mejor que su hermano a quien le permitió darle vida a aquella de su videojuego favorito.
—Lo encontramos pero no lo alcanzamos— corrigió haciéndome reír aún más.
Aún siendo niños muy distintos, podían sobrevivir bajo un juego en donde ambos estaban de acuerdo, Verónica y yo debíamos aprender de ellos, y ni siquiera había traumas de por medio…
—¿Sabes qué? ¡Olvida lo que te dije! Sí tú hermano quiere vestirse de la Princesa Peach que lo haga, solo no toquen las cosas de su madre.
Tal vez no debí contradecirme a mí mismo ni a Verónica pero era solo un maldito juego al que todos podríamos sobrevivir sin problemas.
Después fuí con el menor.
—¿Te gusta usar los vestidos de mamá?
—Son cómodos, puedo estar en calzoncillos sin que se vean.
—Es cierto…— inmediatamente a mi cabeza me invadió la restricción en la que mi esposa nos mantenía; ninguno de los tres podía rondar en calzoncillos, siempre con al menos shorts y camisetas —¿Que hay de los shorts? ¿Te gustan?
—Sí, pero ahora hace frío.
—Bueno, cuando pase el invierno te compraré más shorts…
—¡Rosas! Cómo la princesa Peach— me lo veía venir.
—No estoy seguro de que a mamá le agraden, pero seguro podremos tener algunos. Solo prométeme que no volverán a jugar con las cosas de mamá.
Tras obtener su promesa los dejé para que volvieran a jugar por sí mismos.
Después de aquel incidente, descubrí a Rob con su nueva dama que consistía en una almohada vestida con una cobija, pelo de papel y una corona de ramas de árbol, una doncella lastimera sin vida y sin requerir un rescate.
Estaba avergonzado por arrastrar a mi hijo a que reemplazara a su hermano por una almohada, pero quería evitar más discusiones con mi esposa, por eso no dije nada, ni siquiera cuando lo escuché pedirle a Santa Claus una muñeca en secreto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro