
5
Por la noche, cuando dejo la oficina, a Alan y Andrés, decido que no quiero nada de lo que me está pasando. Es un lío y temo perder el control, así que voy a desahogarme a uno de los bares que tanto me gusta. Deseo llamar a Mario e invitarle una copa, decirle lo mucho que le agradezco el trabajo, pero que lo he perdido. Me gustaría llegar al restaurante de mamá y solo ayudarla, este es un momento donde el pasado parece mejor que el presente.
Tengo una copa en la mano y un rostro deprimido. Una mujer me mira desde una mesa de frente, me levanta la copa y yo correspondo el gesto, sería desagradable para ella que la ignorara. Me bebo el contenido de mi copa, ella me imita y me regala un beso. Esta vez paso, no me gustan las mujeres.
En el escenario colorido, un joven de tez y ojos claros, así como cabello castaño, se sube con una guitarra. Ninguno de los presentes pone atención mientras él afina su instrumento musical, no mira al público ni parece importarle, acaricia la guitarra cuando prueba el sonido de cada cuerda; miro la delicadeza de sus manos y bebo otra copa.
El joven prueba el micrófono y posa sus ojos en la gente del bar, observa con nerviosismo que no ha captado la atención de nadie.
—Hola, buenas noches —dice y pasa saliva porque no han volteado a verlo—. Bienvenidos, esta noche es mi debut y... —siguen sin prestarle atención— espero les guste la siguiente melodía.
Se da por vencido y la música electrónica cesa para dar paso a su guitarra, comienza su noche con el reflejo de su alma, una melodía pasional y sensual: Como agua por mi espalda. La gente cede la algarabía porque es innegable la voz de ángel que brota de sus labios. La chica de enfrente ha dejado de seducirme para ver al cantante.
Las mujeres lo miramos, él cierra los ojos y deja su alma en la canción; el micrófono llora con su voz, cuando la canción está llegando a su clímax, abre la ventana de su alma y cambia su expresión melancólica por una jovial, sus dedos rasgan las cuerdas con entusiasmo haciendo el ritmo alegre; una sonrisa coqueta se asoma en su pálido rostro y de un brinco salta de su asiento para cantar a todo pulmón.
Camina y con su presencia domina, todos aplaudimos y nos unimos al coro, grito de emoción y lo admiro. La siguiente canción sigue levantando el ánimo; rodea con su mirada a su público ahora lleno de júbilo y, mientras sus dedos dejan las cuerdas para tocar la espalda de la guitarra, me mira.
Baja el rostro sin dejar de cantar, me recorre el cuerpo con sus palabras. Con cada canción él sigue clavado en mi mesa, descaradamente coqueteo con él. Me retuerzo en mi asiento, tal como la mujer de hace un momento, levanto mi copa y él sonríe. Su expresión ha cambiado totalmente, se fusiona con el escenario y se entrega entero al éxtasis que le provoca los aplausos, las voces se unen para cantar junto a él.
Cuando su turno sobre el escenario finaliza, siento una extraña mezcla de emociones, lo que provoca el amargo recuerdo de mi situación e irremediablemente Andrés acomete mis pensamientos. Ya no podré estar más con él atrapado en este cuerpo.
Recuerdo la primera vez que lo vi. En definitiva, su físico es mejor que el de Alan, su personalidad no tanto. Quise inmediatamente cruzar palabra con él, incluso los primeros días iba lo mejor vestida, y cuando la oportunidad se presentó solo me miró sin devolverme el saludo. Fue gracias a Alan que nosotros tuvimos interacción; Andrés, al ser el mejor amigo de Alan y yo trabajar más de cerca con él, empezó a notarme hasta invitarme a salir. La felicidad que me embriagó el día que cenamos hizo estallar cada poro de mi piel. ¡Bum!, un sonido que no me dejaba centrar mi atención en otra cosa que no fueran sus palabras.
¿Será el alcohol lo que me pone tan emotiva? Pido una cerveza, la ventaja de este cuerpo es que es más resistente a las bebidas. Que absurdo, se supone que soy un hombre y estoy pensando en otro.
—Esta te la invito yo —escucho muy cerca del oído. Busco su rostro y me encuentro con el cantante—. ¿Cómo te llamas?
—Lo he olvidado, últimamente olvido todo. —Respondo.
Toca mi mano cuando recibo la cerveza, siento un cosquilleo en la entrepierna y sé que ha sido él.
—Tengo poco tiempo querido desconocido.
Asía mi muñeca con fuerza y me guía hasta el baño. Una vez en la puerta me empuja con brusquedad y busca mi boca. Su mano recorre mi espalda, me mira directo a los ojos y percibo la lujuria en ellos. Me paso la saliva acumulada para recibir sus besos, perderme entre su dulce sabor, su aliento me recuerda al bosque, sus manos cálidas son tan diferentes a los de Andrés y su deseo inunda mi cuerpo y mente saboreando su piel, todo se combina en una revelación maravillosa.
Al intentar alejarse, soy yo quien le da la vuelta y me devoro sus ojos, sus mejillas, su lengua. Tomo con ambas manos su rostro y continúo besándolo, como si para respirar necesitara de él.
Nos separamos y agitados compartimos una furtiva mirada.
—Te invito una copa en privado cuando termine mi trabajo. —Me dijo antes de perderse.
Moví la cabeza para indicarle un sí.
Regreso a mi lugar con su aroma impregnado a mi ropa; por seguirlo viendo no noto a la persona sentada en mi mesa hasta que me habla:
—Pensé que vendríamos juntos.
Fátima muestra una sonrisa juguetona mientras se termina su copa de un solo trago. Toma mi brazo y me arrastra al exterior del lugar.
—¡Qué diablos quieres!
—Iremos a tu casa.
Soy una muñeca sin vida dentro de este cuerpo.
—A ti qué más te da, sólo aléjate, mujer —ella, igual de impredecible, cambia su expresión sonriente por una seria expresión—. ¡No te metas!
—No seas pesado y ven conmigo.
—Se cuidarme sola —le doy un manotazo.
Se queda callada, se cruza de brazos y me mira.
—Iremos a otro lugar, no a tu casa. Te sentirás mejor, lo prometo.
Claro que no, ella no tiene ni la mejor idea de cómo hacerme sentir bien. ¿Me llevará con mi cuerpo? Estoy por caerme y Fátima me ayuda a evitarlo, me toma de la mano con cariño y me guía a su coche. Esta vez no me pongo el cinturón, si maneja siempre de manera desquiciada, ahora quiero morir.
Llegamos al boulevard García de León, se estaciona y las dos guardamos silencio. Piensa que en un lugar como este podemos tener algo de sexo y seguro cree que con eso me va a poner contenta. Aquí es donde se desnuda y finjo estar demasiado borracha para tocarla, así es como debe ser.
El silencio lo estropea al comenzar a hablar sobre un recuerdo de su pasado, según parece ella adora este lugar y ha compartido con Alan muchas tardes de caminata y enteras charlas sobre su amistad. Además, incluye a un tercero, algo de que los tres venían con un perro.
—Vamos a recordar viejos tiempo —expresó sacándome del auto.
Camino a su lado con la mirada perdida entre los árboles, la fuente y la poca gente que transita por este lugar.
—¿Sócrates? O ¿no? —Me pregunta.
Pone su rostro en mis ojos con tanta vehemencia que me obliga a hablar.
—Si, su nombre era Sócrates —miento.
—Fue un excelente perro —guarda silencio y prosigue—. Fue la mascota de Mariana. —De nuevo silencio—. Es una bella persona, siempre me ponía a pensar con sus comentarios, reconozco su inteligencia y su perspicacia. Además, ella es muy culta, conocía lugares de Francia y Rusia, ha viajado y se codea con gente deseable. Aún conservo relación con su amigo Ricardo, pero a diferencia de Alan, yo nunca podría mantener una relación con Ricardo.
—¿Por qué? ¿Cómo es él?
—Bueno, pues es igual a Mariana. Y eso me hacía sentir incómoda, era como verla en un hombre, ¿entiendes?, esa sensación de que no es para ti, que no te corresponde.
—Sí, lo entiendo, es lo mismo que me pasa con... —Me acabo de dar cuenta que Fátima me está hablando como si yo no fuera Alan—. Por supuesto, Mariana siempre ha sido muy simpática.
Se detiene, achica los ojos, me rodea e intento quitarme su graciosa mirada de encima.
—¿Dónde está Mariana?
—Pues en su casa.
—¿Cuál casa? —Si continúa su interrogatorio me voy a delatar.
Camino sin responder y ella me jala de la camisa.
—Vamos a ver, sé que no eres Alan. ¿Quién rayos eres y qué haces usurpando su lugar?
—Todo es culpa del calentamiento global —digo e intento correr.
—Vamos, confiesa. ¿Dónde está Alan? —Corre mucho más rápido que yo y se planta impidiendo que siga huyendo—. Mi amigo preferiría mil veces morir antes de dejar de ser martillero, en sus momentos de tristes viene aquí, su perra no se llama Sócrates y, sobre todo, hablaste de ti en femenino.
—¿También el hambre es causa del calentamiento global? —Escuchamos las dos.
—No, ese es culpa del sistema económico —le respondo al ver que Alan está sentado observándonos. ¿A qué hora llegó?
Esto se pone cada vez más interesante. Fátima es una mujer muy perspicaz y se ha dado cuenta del comportamiento de Lucía. ¿Le creerá que han cambiado de cuerpo?
Mientras les dejó el audio del capítulo. Besos.
https://youtu.be/rJwXbg-IxH0
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