Capítulo SEIS
La primera semana de encierro fue tanto una bendición como una maldición, porque estar cerca de Marcelo me ponía en verdad muy nerviosa. Él, al igual que el doctor Daniel, era muy amable, conversaba conmigo y era servicial. Me preguntaba constantemente si estaba bien o si necesitaba algo.
Era tan extraño ver el lugar lleno de gente, pero a la vez era muy agradable.
El teniente hacía ejercicio allí, alejado de nosotros, y practicaba sus técnicas de pelea con mamá. A veces me sentaba a verlos practicar, en especial porque él se quitaba su camiseta para estar con el torso desnudo, y entonces yo podía admirar sus voluptuosos pectorales y su abdomen marcado.
Estaba decidido. Intentaría coquetear con él, luego de tantos meses sin una mujer –pues las nativas de la selva estaban en pareja– seguro no sería tan difícil.
—Marcelo —dije cuando me acerqué a él, tratando de verme en una pose sexy—. ¿Qué te gustaría cenar? El almuerzo lo escogió Dan, ¿qué quieres tú?
Él alzó la mirada para verme y me dirigió una sonrisa amable.
—Dime Marc, por favor, y lo que quieran los demás estará bien. Tenía pensado salir a cazar algo.
«Ay, caza y todo». Se me aflojaron las piernas por un momento.
—Podría hacer un estofado si consigues carne.
—Es un trato —guiñó un ojo y luego se alejó.
Lo seguí con la mirada, probablemente con la sonrisa más estúpida de todas, porque mamá alzó una ceja al verme. Tuve que hacer mi mejor esfuerzo por disimular mi interés cuando lo ví limpiarse el sudor con un paño húmedo.
—Erin, tenemos que hablar.
Rodé los ojos.
—No pongas esa cara —siseó y me tomó del brazo.
Comenzó a guiarme hacia las escaleras para poder subir hacia la entrada del búnker, la cual abrió sin mucho esfuerzo. La lluvia en el exterior era tan densa que no se podía ver nada alrededor, y el viento era tan fuerte que podía arrojar árboles al suelo. Sin embargo seguía haciendo calor, y la humedad era insoportable. Para colmo el soplido del viento me molestaba los oídos, así que me cubrí con las manos.
—Es casado —dijo mamá, cruzándose de brazos. No parecía molestarle la lluvia.
—¿Y? Yo también tenía novio, hace siglos —Alcé una ceja.
Ella dejó ir un suspiro.
—Su esposa es una botánica que estaba incluida en el proyecto, está en algún búnker de la selva —Abrí los ojos con sorpresa y ella me miró con pena—. Hija, sé que te atrae, a todas mis compañeras igual. Todas lo intentaron cuando estuvimos encerrados los meses duró el entrenamiento.
—¿Tú también lo intentaste? —pregunté con una ceja alzada.
Mamá, sin embargo, torció sus labios en un gesto asqueado.
—Ew, no. Es un niño —dijo con tanto asco que me hizo sonreír, pero antes de que pudiera agregar algo ella continuó—. Él es de esos hombres que ya no existen, hija.
—Supongo que fieles —dije con la mirada baja. Mejor, creo que no podría salir con un asqueroso infiel.
—Más que eso, Erin. Él de verdad no tiene ojos para nadie más que su esposa. Sin importar qué tan sexy sea la mujer que se le ponga delante, el teniente Argel siempre va a pensar que su esposa es mil veces más sexy y perfecta. Te lo digo porque yo lo he visto en el entrenamiento, he visto cómo las otras mujeres ni siquiera existen para él —Dejó ir un largo suspiro—. Lo lamento, hija. No va a funcionar, lo primero que hizo al verme, antes de preguntar cómo estoy, fue preguntarme si acaso la encontré por la selva. ¿Lo entiendes?
Bajé la mirada. No es que Marc me gustara tanto para caer enamorada a sus pies, pero sí me gustaba un poco. Era imposible que no fuera así, era mi tipo, sexy y encima cazador. Era la opción perfecta para que fuera mi compañero.
—Creí que podría ser él... —dije con algo de tristeza.
El doctor no estaba mal, era atractivo también, aunque no lo veía capaz de cazar o de mantenernos a Uri y a mí. Y los otros hombres... Aunque el de treinta se veía guapo, tenía pareja y una niña pequeña. Solo me quedaba Daniel o Ren, el otro nativo.
—Lo sé, hija —dijo mamá, y de forma sorpresiva posó su mano en mi mejilla—. Era la mejor opción, lo sé, pero no va a ser posible. Argel solo tiene ojos para una mujer. Te lo digo para que no te hagas ilusiones y él no se sienta incómodo.
—Está bien, supongo que cambiaré de blanco.
—Dan es muy agradable, y también está el muchacho, Ren.
Ese no era especialmente guapo, pero si no había más opciones...
La misión «conseguir compañero» estaba siendo un completo fracaso.
~ • ~
Cambié de blanco, y las siguientes semanas intenté acercarme a Daniel. Él me daba clases de medicina para poder completar mis estudios y convertirme en una sanadora de la selva. Conocía algunas plantas medicinales gracias a Shali, también sabía dónde crecían, así que tal vez podría ser de mayor utilidad para los demás.
Estábamos sentados uno junto al otro, me hacía practicar las suturas en un cuero y, como era algo que yo sabía hacer bien, él me felicitaba con una palmadita en la espalda. Uri estaba con nosotros, se movía sobre su alfombrita, y cuando Daniel lo alzó en sus brazos para acunarlo llegué a creer que tal vez sería una buena opción.
—Es bonito volver a oír los balbuceos de un bebé —dijo con una sonrisa y le picó la naricita a Uri—. Luego de solo oír a Marc día tras día hablarme de lo perfecta que es su mujer.
Comencé a reírme, ahora me daba mucha curiosidad conocer a su esposa, solo para poder ver la reacción de Marcelo al verla.
—Creí que se llevaban bien —dije y estiré los brazos para recibir a mi hijo y así poder amamantarlo.
—Nos llevamos bien, nos hicimos amigos —Dirigió la mirada hacia donde estaba él, que junto a mamá parecían analizar unos viejos y obsoletos mapas—. Pero no me deja hacer nada, no puedo moverme un metro en la selva sin que él esté ahí tras de mí.
—No entiendo mucho del proyecto ese en el que estaban, mamá casi no habla de eso. ¿Eran compañeros?
Dan dirigió entonces sus ojos azules hacia mí, algo confundido.
—Por cada persona prioritaria para el futuro había un soldado experimentado protegiéndolo —explicó—. Marc fue el seleccionado para protegerme, y tu madre...
Yo no era nada importante ni prioritaria para el futuro, así que no tenía ni idea de por qué estaba aquí. Por lo visto Daniel tampoco lo sabía
No volvió a decir nada, solo suspiró y se puso de pie para alejarse.
Los siguientes días continué con mis intentos por conocerlo, pensé que conocerlo antes de coquetear era una mejor opción. Daniel era divertido, más silencioso que Marc y también muy educado, pero cada vez que intentaba acercarme con alguna técnica de seducción, él huía.
Cuando me puse un vestido koatá escotado y, en privado, le pregunté cómo me veía, solo me miró de arriba hacia abajo y respondió.
—Bien, supongo.
«¡¿Bien, supongo?!»
Cada una de mis súper técnicas eran esquivadas con maestría. Se me estaban acabando las ideas. Incluso le hice una comida especial y deliciosa solo para él, para demostrarle que podía ser una buena esposa.
—¡Marc! ¿Quieres un poco? Es mucho para mí.
Le extendió el cuenco a Marcelo, quien se acercó enseguida con una sonrisa. Y aunque lo había hecho para Daniel, me sentí muy halagada cuando Marc saboreó mi revuelto de verduras con trozos de carne doradas.
—Uhm, Erin, preciosa —dijo con mucho placer—. Definitivamente ya puedes casarte.
Sí, esa era la idea...
Y como todo estaba saliendo mal, y mis intentos por coquetear con Dan fallaban uno tras otro, un día decidí salir a la selva en compañía de él para poder recolectar plantas medicinales. Maha, la mujer mayor entre las nativas, comenzó a sentirse mal y a quejarse de dolores corporales, así que era una gran oportunidad para estar a solas con Dan por ahí.
Creí que seríamos solo él y yo, y por ende un gran momento para coquetear, pero... no conté con Marc siguiéndonos por detrás, que en verdad no dejaba a Daniel hacer casi nada solo.
—¡Mira, idiota, si sigues pisándome los pies voy a darte un puñetazo! ¡¿Puedes dejar de seguirme?! —se quejó Daniel con molestia.
—Ya te lo dije, si quieres cagar no será lejos, si quieres masturbarte igual —dijo el soldado con una sonrisa torcida y los brazos cruzados sobre el pecho.
No vi el rostro de Daniel, pero por el sonido que hizo supe que estaba avergonzado. Yo me quedé admirando cómo la lluvia mojaba todo el cuerpo de Marcelo y se pegaba a sus músculos. Las gotas resbalaban por su rostro hasta bajar por el cuello hasta el pecho, y su cabello caía como una corta cascada castaña sobre su rostro trigueño.
Ay, Diosito, no puedes ponerme semejante postre delante si no puedo comerlo.
—Me alejaré tres metros, ¿es suficiente para usted, su majestad? —Marc hizo una referencia tan falsa que solo pude reírme.
—¡Vete a la mierda!
—Tres metros le parece bien —acoté.
Marc entonces retrocedió un par de pasos para darnos espacio, aunque con su cuchillo en mano para estar listo en todo momento.
Debido a que solo yo tenía una capa de piel de kei, era la única que no se estaba mojando... mucho. Daniel estaba cubierto con una capa de tela que no ayudaba en casi nada, por lo que estaba empapado igual que Marcelo.
Nuestros pies se pegaban al fango, y el aire era tan difícil de respirar por la humedad que cada paso era un martirio, pero muy pronto encontré las raíces para el dolor que me había enseñado Shali. Fue fácil desenterrarlas del barro, pero muy incómodo para mis manos ahora sucias. No era la imagen más sexy para coquetear.
Aproveché el agua de lluvia para lavarme, y con una sonrisa miré a Daniel.
—Nos estamos mojando mucho, tal vez deberíamos regresar —dije casi en un ronroneo—, aunque me gusta estar a solas contigo...
—Lo siento, linda —me dijo alzando una mano, como si quisiera mantener distancia—. Noto tus intenciones pero debo rechazarlas.
Dejé ir un largo suspiro.
—Lo lamento, todos me insisten que por supervivencia debo conseguir un hombre —bufé, sosteniendo la canasta para que él pudiera juntar esos hongos—. Marcelo está casado y tú, bueno, supongo que no te gusto.
—Y me parece una gran estrategia, pero busca uno que no sea gay —dijo con una risita.
Abrí los ojos y la boca con sorpresa y sentí mi rostro arder por completo.
—¡Es que no pareces…!
—Oh, perdón. ¿Cómo parecen los gays? —Torció sus muñecas en una pose más femenina, claramente burlándose de mí—. ¿Qué hay de Ren? Tampoco es que haya más opciones.
No es que Ren fuera feo, era… normal en realidad, ni feo ni lindo, solo normal, aunque no tenía muchas virtudes físicas. El problema era que nació y se crió en la selva, y recién a un mes y medio después de vivir todos juntos está comenzando a hablar un poco de español, así que no podemos comunicarnos. Y para peor huía de mí todo el tiempo.
—Creo que no le caigo bien —suspiré.
—No creo que no le caigas bien, eres muy agradable.
—¿Tú crees? —murmuré, encogida de hombros.
Sentí su mano posarse en mi mejilla, de forma suave. Sus dedos estaban fríos.
—Sí, Erin. Eres agradable al conversar, y también eres muy hermosa. No te preocupes, si en verdad necesitas un compañero seguro a Ren le gustarás.
Comenzamos a caminar hacia el búnker, pero escuché un ronroneo cerca y sonreí con entusiasmo, a sabiendas de que era Knox. Daniel se puso nervioso ante él, y Knox no ayudaba mucho tampoco al dirigirle una mirada asesina y un gruñido feroz.
Antes de que Marc se decidiera a atacar a mi amigo, giré enseguida y alcé los brazos en el aire.
—¡Es un amigo! —chillé, porque el soldado estaba listo para matar al gran nawel.
—¿Qué haces en la lluvia? —gruñó Knox al verme.
—Fuimos a recolectar plantas medicinales, una de las mujeres no está muy bien —expliqué, mostrando la canasta—. ¿Fuiste a cazar?
Tenía sangre en la boca. Lo vi tomar algo del costado. Rasgó con sus colmillos la carne de un animal, me pareció que era un tapir. Entonces arrojó un trozo grande hacia nosotros.
—Ten, no puedes vivir solo de pasto y bayas —dijo y miró hacia Daniel, a quien le gruñó para al instante mirarme—. Es para ti y la cría hembra.
—¡Oh, Knox! Uri ya empezó a comer, ¿será que podré darle esto? —pregunté al tomar la carne en mi mano.
—Te conviene darle aves, es muy pequeño aún —dijo Daniel en un susurro.
Knox volvió a gruñirle.
—Tú no te metas, humano.
Su voz se oyó tan grave y profunda que se me erizó la piel.
—Te traeré carne para Uri.
Diciendo eso Knox se dio la vuelta para seguir por su camino. Al instante apareció Marc, quien miró había donde había ido mi amigo entre los árboles y la lluvia, aunque yo también lo seguí con la mirada porque ni siquiera se había despedido.
—Vamos, los llevaré de regreso. Si se enferman me veré en la obligación de golpearlos —dijo Marc y le dio un palmada en la cabeza a Daniel.
Cuando avanzamos un par de metros y estuvimos más cerca de la entrada, Dan me detuvo al tomarme del brazo.
—Tira esa carne, estuvo en la boca de ese animal.
—No es un animal, o sea sí lo parece, pero no lo es —dije—. Y llevo comiendo lo que caza Knox por meses.
—Ten cuidado con esa bestia, es un depredador.
Le corrí el brazo con molestia, con el ceño fruncido.
—Confío más en esa bestia que en todos ustedes —dije en un gruñido—. Lo conozco hace más tiempo.
—Ey, pero yo no hice nada —se rió Marcelo, cruzándose de brazos.
—Tú no, cariño. Tú eres un sol —dije con una sonrisa hacia él, pero volví a mirar a Daniel—. No vuelvas a llamar así a Knox, porque si me dan a elegir, mi elección no te va a gustar.
Daniel no dijo nada más, pero yo apresuré el paso para abrir la puerta del búnker y poder bajar las escaleras. Le mostré a mamá el regalo de mi amigo y ella sonrió, porque aunque en un principio desconfió de él, Knox ya le caía bien porque siempre me protegía. Saber que salvó mi vida y la de Uri hizo que se ganara su aprecio.
—Uy, podemos hacerlo ahumado, o tal vez un estofado —dijo Marc y se refregó las manos con entusiasmo al ver la carne sobre una mesada donde yo solía cocinar—. ¡Eh, Dan! ¿Qué prefieres?
—Prefiero no comer lo que estuvo en la boca de un animal, gracias.
—La de porquerías que te metiste a la boca, Dan, no seas exquisito.
El rostro del doctor se volvió rojo, así que le di un empujón a Marc porque no fue un comentario respetuoso.
—¡¿Qué?! —chilló, confundido. Luego nos miró a ambos al rostro, turnándose en cada uno—. ¡Por Dios, malditos degenerados! Hablo de comida chatarra, ¿en qué carajo pensaban?
Me reí por lo bajo y me alejé de ellos para poder colgar la capa, y luego de cambiarme de ropa le di de amamantar a Uri, que ya tenía seis meses y era muy inquieto.
Como el búnker era amplio allí entrábamos todos acomodados en camas improvisadas en el suelo, pero a Uri le había hecho un rincón especial para atenderlo. Shali le había regalado una alfombra tejida con bonitos dibujos de sol, luna y estrellas.
Debido a que mi hijo era muy inquieto y ya estaba comenzando a iniciar con sus primeros juegos, mamá le había hecho un móvil con unas ramas y unas cintas de colores. Uri las miraba y se reía cuando balanceábamos el móvil para él.
Dejé ir un suspiro, con la risa de mi hijo de fondo, mientras dirigía la mirada hacia los hombres que estaban reunidos allí cerca. Marcelo había sido la mejor opción desde un principio, de no ser porque estaba casado, Daniel no era la mejor opción pero al menos era de mi mundo. Ahora solo me quedaba intentar con Ren.
Lo observé allí, junto a su hermano mayor y su pequeña sobrina. Jugaba con la niña y se reía con ánimo. Era una imagen adorable, y pensé que tal vez no sería tan malo. Su cabello era oscuro y caía sobre los hombros en un desprolijo corte hecho a cuchillo, sin barba y con la piel curtida por el sol. Ya no usaba solo cueros para vestirse, sino la ropa de lino de los bunkers o las blusas y pantalones verdes de los koatá.
Me sobresalté al sentir a alguien ubicarse a mi lado, pero suspiré al ver a mamá. Le hacía caricias a Uri con una sonrisa en el rostro. Seguía siendo tan extraño verla sonreír.
—Dan está descartado —dije en un murmullo, viendo a Marcelo apretujar del cuello a Daniel, con una risotada.
—¿Por qué? Entiendo que Marc es más de tu tipo, pero Daniel no está nada mal.
No estaba muy segura de decirle que era gay, era algo íntimo de él y no me parecía correcto decirlo sin su autorización.
—No soy su tipo, no va a ser posible —suspiré y dirigí nuevamente la mirada hacia Ren. Era delgado y alto, pero de músculos lo suficiente fuertes para sobrevivir en la selva—. Supongo que tendré que intentar con Ren.
—No es una mala opción tampoco, está acostumbrado a sobrevivir. Sabe cazar, hacer trampas y conoce muchos más caminos seguros que nosotros —Sentí la mano de mamá en mi espalda, así que la miré al rostro. Estaba sería y con el ceño fruncido igual que siempre—. Pero no necesitas un compañero, Erin. Sin importar lo que digan tus amigos bestias. Yo puedo cuidar de ti y de Uri. No necesitas un hombre.
Abracé mis piernas con el mentón sobre las rodillas.
—Lo sé, má, pero a veces me siento un poco sola —dije.
A veces pensaba en Lían y sentía angustia, pero ya había pasado un año desde que desperté en este mundo. Ya no me dolía como antes. Ya me sentía lista para seguir adelante.
—Con Argel estamos intentando descifrar dónde están los demás búnkeres, tal vez encontremos más humanos —me dijo, supuse que para reconfortarme. Era tan raro que intentara hacerlo.
No respondí nada. Mamá estaba siendo más suave conmigo las últimas semanas, no estaba segura de por qué. Quizá porque estar con más personas ayudaba al orden y a que la carga se dividiera entre varios, o quizá porque se había adaptado a este mundo más rápido que yo. No estaba segura, pero me gustaba que fuera más suave conmigo. Siempre había sido tan dura y fría que jamás me sentí amada por ella.
—Estaré bien, lo intentaré con Ren.
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