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Capítulo QUINCE | FINAL

Cuando estuve mejor nos mudamos a la choza que habíamos construido juntos. Los primeros días viviendo allí fueron difíciles porque Knox continuaba muy nervioso.

—Estamos cerca de Mekaal, estaremos bien —dije al acunar su rostro para tranquilizarlo.

Dormíamos los tres juntos, con Uri en el medio. Y Knox era todo lo que podría desear en una pareja: atento, cariñoso y un buen ejemplo de padre. Cuidaba a Uri como si fuera de su propia sangre, y eso me iluminaba el corazón hasta amarlo mucho más. Lo bañaba y vestía con tanto amor, le daba de comer con una sonrisa feliz, y le recogía el cabello en una pequeña coleta detrás porque, según Knox, eso se hacía en su clan. Me parecía hermoso que quisiera tratarlo como a un niño de su clan, sin distinción.

A veces era extraño convivir. Extrañaba a mi madre, a Marc y Dan, y un poco del frío búnker, pero solo un poco. A veces era tan distinto amanecer junto a Knox, porque jamás había vivido con un hombre. Él era comprensivo conmigo, así que me daba espacio si lo necesitaba porque entendía que yo no estaba acostumbrada a convivir con alguien o dormir en la misma cama. Para él era distinto que yo fuera tan cariñosa, acostumbrado a la frialdad de Thara, así que ambos estábamos experimentando y descubriendo cosas nuevas.

Unos días antes del cumpleaños de Uri mamá se entretuvo tiñendo telas junto a las mujeres nativas. Cortó retazos para armar pequeñas guirnaldas y banderines para decorar entre los árboles. Ella de verdad se estaba tomando muy en serio lo de hacer una gran fiesta, así que yo no me quede atrás. Le pedí a Shali que me ayudara a bordar una ropita bonita para él, y aunque los koatá usaban mucho verde opté por hacerle ropita celeste para que él resaltara entre todos. Shali me ayudó a bordarle diseños de nubes luego de que cosí la ropita con mucho cuidado.

Los hombres continuaban haciendo planes para la guerra. Ideaban estrategias de defensa, preparaban armas y Knox, junto a Mark y mamá –cuando recordaba que era coronel además de abuela– se dedicaron a entrenar a los demás. Knox era un gran guerrero, pero Mark y mamá tenían técnicas más avanzadas que podrían ser de utilidad para los koatá, como el muay thai y el jiu jitsu.

Decidí, aunque me criticaran los demás por ello, que fingiria que nada sucede. No quería opacar la fiesta de mi hijo por estar pensando en guerra, y no quería que mi boda se manchara con pensamientos negativos. Fingiría que todo estaba bien, al menos por un tiempo.

Mamá se turnaba para entrenar e idear estrategias, y también para ocuparse de la gran fiesta de Uri. Hasta que el día llegó. La siguiente luna llena.

Habíamos decidido hacer la fiesta bajo la aldea koatá, para que participara todo quien lo deseara. Mamá colgó todas las guirnaldas de colores y los banderines para poder decorar, mientras que Mekaal con ayuda de Lumen acomodaban mesas alrededor. Había comida típica de ellos, pero también comidas para nosotros que no incluían insectos especiados. Por respeto no hicimos nada con carne roja, pero si pequeñas brochetas con carne de aves que para los koatá era un poco más tolerable.

Junto a mamá preparamos un pastel de frutas. Humedecimos el pan que hacían los koatá en jugo, para poder armar el bizcocho, y lo rellenamos con mermelada. Para decorarlo usamos una fina capa de mermelada y flores comestibles de diversos colores. Era un pastel simple y algo precario, pero estaba hecho con todo nuestro amor.

Knox ayudó en todo. Luego de entrenar a los hombres regresaba a mí y ayudaba con las decoraciones, se había dedicado a cortar pequeñas hojas de árbol a mano para hacer confeti. Juntó él mismo las mejores frutas y cazó las más deliciosas aves, y decidió que él quería bañar y vestir a Uri para su fiesta. Juntos le hicimos un desayuno precioso cuando mi bebé despertó, y le demostramos el inmenso amor que sentíamos por él. Quería que mi hijo se sintiera amado, que jamás tuviera dudas de que su madre lo amaba.

Y con todo listo comenzó la fiesta, Yoyo bajó con su pequeño sobrino en brazos que también muy pronto cumpliría su primer año, y tras él apareció su hermana Gimmi que era increíblemente parecida a él pero mucho más delgada. El compañero de ella era más bajo de estatura pero muy fornido, y según Yoyo era un gran guerrero. 

Otros niños koatá se acercaron con curiosidad, porque aunque se hacían festejos de cumpleaños ninguno era así. Lamentablemente no teníamos globos e inflables, los niños enloquecerían de solo ver cómo fueron las fiestas del pasado.

—Ya un solsticio entero, mi pequeño guerrero —dijo Knox con una sonrisa al llenar a Uri de besos, pues lo tenía en sus brazos—. Doce lunas. Pensar que estoy contigo desde que eras muy, muy, muy pequeño.

—Babá, babá —balbuceó Uri, refregando su cabeza en el pecho de Knox.

—Aw, ya está bien bonito —dijo Yoyo con una sonrisa al pellizcarle una mejilla a mi bebé.

—Cuando nació dijiste que era feo —me reí.

—Supongo que ahora lo veo con los ojos del amor, como a ti —dijo con una risita y dio un salto para esquivar mi empujón.

Algunas mujeres koatá me miraban con asco, porque creían que había dejado a Ilmaku por Knox y para ellas era algo impensable. Creían que fui infiel y que tenía el descaro de venir a la aldea a festejar el cumpleaños de mi hijo y, luego, la boda. No les di importancia, especialmente a esa joven de larguísima trenza negra que me miraba con mayor desprecio. Recordaba su nombre, Turha, la que más perseguía a Ilmaku y esparció rumores sobre Shali.

Ilmaku y Shali iban de un lado a otro para ayudarme, subían en busca de más bebidas y bajaban de los árboles dándose empujones, pero al menos ya nadie murmuraba nada al verlos jugar.

Me senté en un banco que había puesto Knox para mí y mi madre, para evitar que nos sentemos en el suelo húmedo. Y desde allí observe a mi hijo que intentaba dar sus primeros pasos en vano. Algunos niños koatá lo tomaban de las manos para ayudarle, con enormes sonrisas, al igual que al sobrino de Yoyo.

—¿Estás bien? —preguntó mi amigo al dejarse caer a mi lado—. Te ves preocupada.

—Trato de no pensar pero es un poco complicado.

Miré a Knox que conversaba con mi madre y Mekaal, y luego corría a los niños para jugar con ellos. Esos niños no tenían el instintivo miedo a él que notaba en sus padres, quienes se alteraron al ver a ese enorme nawel correr a sus hijos. Al menos la risa de los pequeños parecía apaciguar momentáneamente sus preocupaciones.

—No van a atacarnos ahora, Erin. Los naweles le temen a Mekaal —dijo Yoyo de forma suave, acariciándome la espalda con cariño—. Se demorarán lunas enteras. Son sanguinarios pero no son tontos, no van a atacar así como así mientras Mekaal esté con nosotros.

Dirigí la mirada hacia él. Yoyo parecía tranquilo pese a que él, por no ser un guerrero, corría más riesgos.

—¿Por qué estás tan tranquilo?

—No lo estoy, pero soy el hijo de Lumen, un héroe de guerra —suspiró—, y confío en Mekaal y en Ilmaku. Confío en ellos y eso disminuye mis miedos.

—No quiero hablar de guerra, por favor.

Él me miró de reojo, con algo de cautela.

—Entonces te hablaré de la unión ante la luna. La fiesta dura tres días. Los primeros dos días no puedes tocar a Knox ni él a ti. No pueden dormir juntos, y deben beber y bailar hasta caer de cansancio. Al tercer día es la ceremonia y tienen permitido tocarse y dormir juntos —Me miró fijo y torció los labios en una sonrisa llena de picardía—. Sus noches de cama son tres también, donde nadie puede molestarlos, así que Shali y yo cuidaremos de Uri por ti. Házlo gozar a Knoxie, me apena que los naweles no sepan lo que es el verdadero placer.

Le di un golpecito que lo hizo reír.

Knox había alzado en sus brazos a Uri y lo llenaba nuevamente de besos, entonces se acercó a mí con una enorme sonrisa. El sol poco a poco iba disminuyendo, así que era hora de cortar el pastel. Eso era algo distinto allí y causaba curiosidad en todos, así que me coloqué frente al pastel junto a Knox y Uri, y con mi madre, Marcelo y Daniel comenzamos a cantarle su canción de cumpleaños. El resto nos miró con sorpresa pero acompañaron con aplausos entusiasmados.

—Bueno, hijo, es hora del deseo —le dije a Uri dándole un beso en la mejilla.

Pero como era aún muy pequeño pediría yo el deseo por él. «Que su vida esté llena de felicidad. Que jamás le falte nada. Que tenga una vida larga y llena de amor».

Y entonces juntos soplamos la vela y Uri comenzó a aplaudir y reír ante eso.

Lo abracé con fuerza, con los ojos empañados en lágrimas de emoción, porque mi vida no tendría sentido sin él. Porque solo deseaba que estuviera siempre a salvo y fuera feliz.

~ • ~

Justo después de que Uri cumplió su primer añito decidimos unirnos ante la luna. Los koatá serían nuestros anfitriones, ofrecían música, bebida y comida. Sin embargo, debido a la alimentación carnívora de Knox, decidimos hacer la fiesta en el límite de ambos territorios, justo junto a la aldea, donde él y yo habíamos hablado por primera vez.

En el primer día de fiesta las mujeres koatá me «secuestraron» para impedirme tocar a Knox, y como los hombres le tenían demasiado respeto a él solo fueron Yoyo, Mekaal, Lumen e Ilmaku quienes le impidieron acercarse a mí. Aunque, debo admitir, solo bastaba con Mekaal porque mi bello compañero le tenía demasiado respeto. Y, aunque no lo admitiera jamás, tal vez también algo de miedo.

Las mujeres me maquillaron, vistieron y tuve que beber y bailar solo con ellas, de la misma forma que sucedió con Knox. Lo veía a lo lejos, feliz pero frustrado porque no podíamos estar juntos.

En el segundo día pudimos pasar tiempo juntos pero sin tocarnos, así que bailamos en grupo y bebimos hasta caer, como dictaba la tradición. A Knox no le gustaban las bebidas alcohólicas de los koatá por ser demasiado dulces, pero se había negado a beber las de su clan por respeto a ellos. Los vinos y licores nawel estaban hechos con frutas, sí, pero también con sangre fermentada y grasa. Me dio asco solo imaginarlo cuando él me lo dijo. Así que Knox bebía las cervezas koatá pero torcía los labios con asco por el sabor.

Disfruté de la fiesta, de ver a Uri tan feliz, de ver a mamá reírse y besar a Mekaal. Disfruté de ver la sonrisa de Knox y la forma en que se reía con Yoyo. Disfruté de ver cómo Shali le ganaba bebiendo a Ilmaku y este terminó por quedarse dormido.

Disfruté todo, como nunca antes, porque nunca había sido tan feliz ni tan amada.

En la tercera noche de fiesta sonreí al ver a Knox vestido de amarillo, el color de la luna dorada, cuando nos detuvimos frente a una koatá anciana que dijo unas palabras que, debido a mi emoción, no pude escuchar. Estaba pérdida en ese hermoso rostro, en esos ojos que me miraban como si fuera el ser más perfecto en la tierra. Estaba perdida en esta ceremonia que nos unía oficialmente como marido y mujer.

Unimos nuestras manos hasta entrelazar los dedos, mientras que la anciana trenzaba las cintas que llevábamos atadas en nuestras muñecas, para que estuvieran juntas y firmes por siempre. Luego debimos quitar los nudos de las muñecas para dejar solo esa trenza que Knox mostró con alegría en el aire, y entonces me besó. Aferré mis brazos a su cuello al besarlo, sin saber cómo entraba tanta felicidad en mi pecho.

La trenza debíamos colgarla sobre nuestra cama, decían que traía prosperidad, buena fortuna y fertilidad, lo que aseguraba una buena unión. Dudaba poder ser fértil con alguien de otra especie, pero valoraba el significado de sus tradiciones.

Y mientras que Knox conversaba con Mekaal, yo tomé a Uri del dedo para caminar con él mientras conversaba con Yoyo y Shali. Entonces Uri se soltó de mi mano para acercarse directamente a Knox. Él abrió los ojos con sorpresa al ver a Uri dar sus primeros pasos hacia él. Se agachó en el suelo con sus brazos extendidos para recibirlo, con una enorme sonrisa.

—Ven, Uri. Tú puedes, ven conmigo —dijo.

Uri amenazó con caer al suelo pero logró balancearse. Sentí la humedad en mis ojos cuando dio otro paso, y otro más hasta llegar a los brazos de Knox. Y las lágrimas cayeron sin control, al igual que en él, cuando Uri lo abrazó y dijo:

—Pa-pá.

Knox lo abrazó y aferró sus dedos a la cabecita de Uri, deshecho en lágrimas de emoción. Corrí entonces hacia ambos para abrazarlos también.

Besó la cabecita de Uri y lo miró.

—Sí, hijo —susurró, con su voz quebrada—. Caminaste hasta papá.

Yo no sabía cómo dejar de llorar, y Knox tampoco. Nos quedamos abrazados los tres, mientras Uri nos llamaba mamá y papá, con todo su amor.

Bailamos juntos los tres, con enormes sonrisas y la rebosante alegría tan notoria en nuestros rostros. Pero, lamentablemente, muy pronto llegó Shali para llevarse a mi bebé.

—Lo cuidaré bien, Erin —aseguró con una sonrisa—. Disfruten.

Mamá me besó las mejillas y me abrazó con fuerza antes de retirarnos con Knox hacia nuestro hogar, para disfrutar de nuestra luna de miel de tres días.

Él no me permitió caminar, me llevó todo el camino en sus fuertes brazos así que me encogí en su pecho para oír el hermoso latir de su corazón. Y cuando llegamos a nuestro hogar primero colgamos esa trenza en la cabecera de la cama, para bendecir nuestra unión, y luego con el fuego en nuestras miradas comenzamos a desvestirnos sin dejar de besarnos. Knox se dedico a quitar cada una de mis florecitas en el cabello, y yo deshice su trenza porque me gustaba cómo su cabello caía como un manto a los lados cuando hacíamos el amor.

Sus manos recorrían mi cuerpo con suavidad, y la calidez de sus dedos me llevaban a la locura en compañía de su lengua húmeda que buscaba complacerme. Y aunque para los naweles tradicionalmente era el hombre quien hacía todo el trabajo, hice que se recostara para subirme sobre él. Quería verlo a los ojos, quería ver cómo se mordía los labios con esos sexys colmillos ante cada jadeo.

Él aferraba sus dedos y garras a mi cadera, con urgencia ante cada oleada de placer, y yo no me privé de suspirar y jadear, de demostrarle lo mucho que me hacía sentir bien. Luego se sentó para abrazarme y lamer mi cuello de la forma más erótica posible.

Luego, cuando ya estuvimos complacidos, nos quedamos abrazados aún con los espasmos placenteros. No quería separarme de él, quería seguir aferrada a su pecho y oír su acelerado corazón. Nos miramos fijo a los ojos y él me hizo caricias en la mejilla, con cariño.

—Mi compañero —dije con alegría, sin poder creer que en verdad estuviera casada con él—. Estaré contigo hasta el final de los tiempos.

—Mi compañera —susurró—. Mi amor. Camino entre nubes y estrellas cuando estoy a tu lado, y eso será hasta el final de los tiempos también.

Nos besamos con cariño y me aferré a su pecho, para poder oír su corazón ahora acelerado. Para sentirme protegida y feliz entre sus brazos.

Disfrutamos esos tres días solos, amanecíamos con la creciente lujuria que nos obligaba a hacerlo una y otra vez hasta que solo éramos dos gelatinas temblorosas en la cama. Hasta que ya no resistimos tanto placer y tanta pasión.

A veces me sentía insegura de mi cuerpo, de mis formas y peso, pero se me pasaba cuando veía cómo Knox se mordía los labios al ver mi prominente trasero, o cómo quedaba hipnotizado por mis senos. Incluso cómo parecía babear al ver mi abdomen, que no tardaba en besar por todas partes.

Al cuarto día fuimos en busca de Uri, quien nos había extrañado mucho pero estaba a salvo y bien cuidado por Shali. Ilmaku y Yoyo le habían ayudado en eso, y también mamá y Mekaal, quien se comportaba como un cariñoso abuelo con él.

Y en casa, viviendo los tres juntos, no había miedos. No había temor de guerras, ni de tragedias. Solo habitaba el amor y la felicidad de tenernos el uno al otro, porque junto a mi amado me sentía a salvo, me sentía feliz. Allí, en nuestro hogar, estábamos bien.

Porque allí en esa selva, en tierra de bestias, lo había encontrado a Knox. Había encontrado la felicidad en los brazos de ese jaguar negro, y él había encontrado el deseo de vivir en una humana.

Miré a mi dulce compañero, que jugaba con Uri en brazos. Lo miré como quien mira el más bello paisaje por primera vez, y supe que no habría un día en esta vida donde no fuera feliz a su lado, donde no lo amara. Supe que todas esas leyendas de amor eran ciertas, y que por fin había encontrado a la persona destinada a estar a mi lado.

~ • ~


Era algo sorprendente cómo mi vida había pasado de ser gris, llena de tristezas y pensamientos horribles, a estar llena de colores y luces. Era sorprendente cómo la risa de mi hermosa compañera lograba iluminarme el corazón, que por tanto tiempo se había sentido solitario y roto. Era sorprendente cómo ella, con su cariño y comprensión, había logrado sanar todas las heridas de mi alma que nadie parecía ver.

Ya llevábamos un par de noches compartiendo nuestro hogar. Despertar junto a Erin se sentía como un regalo de la diosa. Ver el rostro lleno de paz de mi amada, y la forma en que sonreía entre sueños cuando acariciaba su rostro, bastaba para eliminar de mis pensamientos cualquier posible duda o miedo. Ver a su lado a Uri, nuestro hijo, llenaba mi corazón que por tanto tiempo creí vacío.

Uri era mi hijo, aún sin compartir mi sangre. Sin cola, sin garras ni colmillos. Sin manchas café en su piel o sin mi pelaje de la noche. Uri era tan mío como de Erin. Era mi hijo.

Antes de que ambos se despertaran fui, con la luna aún en el cielo, hacia aquel lugar que esquivé por largos solsticios. Caminé hacia la zona de mi clan, hacia el arroyo de mi pueblo, a un lugar donde sabía que nadie se acercaba y mi presencia sería imperceptible.

Me detuve bajo las rocas que eran las tumbas de mi amada Mashalweni, y de su madre que tanto amé tiempo atrás.

—Lamento haber tardado tanto —dije en un susurro y me agaché en el suelo para poder depositar sobre las rocas la muñeca de Masha que guardé por largos solsticios—. Estoy listo para dejarlas ir. Estoy listo para decirles adiós.

Se oía solo el sonido de los insectos y el agua que corría por el arroyo. La luna brillaba y aquella estrella, mi hija en el cielo, parecía admirarme desde la lejanía.

—Gracias por haber sido parte de mi vida —murmuré, pasando con suavidad los dedos por las rocas—. Gracias por haberme hecho tan feliz. Quiero que sepan que soy feliz, que aprendí a vivir, y que las honraré cada día.

Sentí mis ojos llenarse de lágrimas cuando un pequeño colibrí comenzó a revolotear a mi alrededor. En mi pueblo corría la leyenda de las almas de seres queridos que te visitan a través de hermosas aves y mariposas.

Cerré los ojos, sintiendo la compañía de Masha a mi lado. Sintiendo, tal vez, su preciada bendición.

Y me fui de allí con mi alma y corazón reparados. Con la culpa que ya no pesaba sobre mis hombros. Con la satisfacción de saber que ya no tenía que morir.

Regresé a mi hogar, a admirar la forma en que Erin y Uri dormían plácidamente. Los amaba a los dos con todo mi ser. Había comenzado siendo solo su amigo, con el deseo de protegerlos a falta de un compañero y un padre. Había comenzado con el deseo de evitarles el dolor y el sufrimiento.

Y ahora éramos una familia.

Yo, Knox, tenía una familia. Y tenía, otra vez, la oportunidad de ser feliz.

Suspiré con alivio, sintiéndome libre por fin.

Dejaré luego de los puntos un dibujo de Erin, Knox y Uri <3
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