Capítulo CUATRO
Cuando abrí los ojos lo primero que atiné a hacer fue gritar el nombre de mi hijo, con desesperación ante la posibilidad de que lo hubieran devorado. Al menos hasta que vi el bello rostro claro de Shali que me dirigía una sonrisa, allí rodeadas de los frondosos árboles. Cargaba en sus brazos a Uri y lo acunaba con cariño, por lo que me senté lentamente para poder extender mis brazos y recibir a mi bebé.
—¿Qué pasó? Lo último que recuerdo es que estaba huyendo de esos dos naweles —dije y me tomé la cabeza con dolor, había una venda allí.
—Te desmayaste y tu cabeza se golpeó con una raíz, Knox te trajo junto con Uri —Acomodó a mi hijo en mi pecho, para que pudiera amamantarlo—. Tuviste suerte de que él estuviera cerca. El otro nawel es conocido por ser un gran cazador, no se le escapa ninguna presa.
Tuve un destello de recuerdo en mi mente, los dos jaguares luchando mientras corría lejos de ellos. Creí que el jaguar negro iba a devorarme.
—¿Ese era Knox? Creí que iba a comerme.
—¡Oh, no! Knox es muy intimidante pero no caza seres que hablan, puedes quedarte tranquila —dijo con una gran sonrisa—. ¿Cómo te sientes?
—Bien, aunque un poco débil. Solo tengo hambre —suspiré.
—Lamento no haber podido ir, mi hermana tuvo su cría… —Bajó la mirada con tristeza y el brillo de la culpa se notó en sus ojos.
—Shali, no es tu culpa —dije y le di un beso a Uri en la cabecita, mientras lo amamantaba.
—En verdad quería ir, pero mamá es la sanadora principal y hubieron dos partos en estos días, y...
—Está bien —Posé mi mano sobre la de ella, con cariño.
La mano de Shali tenía vellos negros como los otros koatá, pero seguía viéndose más delicada que ellos.
—Estamos por cenar, quédate esta noche con nosotros. Yo puedo subirte —dijo con una enorme sonrisa.
Alcé la mirada para ver esa aldea en lo alto, al menos a veinte metros sobre el suelo. No tenía miedo a las alturas, pero… era una distancia considerable.
—Puedo quedarme en las raíces, no me molesta —tragué saliva al imaginarme una caída desde lo alto.
—Knox quería hablar contigo cuando despertaras, si lo deseas puedo tener a Uri para que hables con él.
Dirigí mi mirada hacia ella, era tan dulce y amable, nada parecida al bromista de Yoyo. Asentí con una sonrisa, aunque me aterraba la idea de ir a hablar con ese enorme nawel. Recuerdo que se veía mucho más grande que el otro. Tragué saliva por eso, sintiendo un escalofrío.
Los koatá confiaban en él, y era amigo de Yoyo. Debía, entonces, confiar también. Shali no me enviaría con un jaguar para que me devorase viva.
Decidí que primero comería con ellos, y debido a que me daba miedo subir a la aldea fue Shali quien bajó con la cena para comer conmigo, junto a otros koatá que no deseaban dejarnos solas. Se acomodaron cerca de nosotras, sentados en el suelo mientras bebían cerveza y conversaban entre ellos. Shali me dio un cuenco de barro con una ensalada de flores y raíces. Comí las raíces porque sabía que eran deliciosas, pero las flores eran demasiado para mí.
Tenía mucha más hambre, pero habían sido tan amables de aceptarme con ellos y cederme un plato de comida, no era momento de ser exigente.
Observé a los demás koatás que con toda su amabilidad habían bajado de la seguridad de sus casas a hacernos compañía, aún cuando mantenían distancia para respetar nuestra privacidad al conversar. Había un grupo de cuatro machos jóvenes allí, y uno de ellos me miraba fijo al beber su cerveza. Su mirada, de ojos avellana, me miraban con intensidad de una forma rara.
—¿Quién es él? —le pregunté a Shali en un susurro.
—¿Ilmaku? Uno de nuestros mejores guerreros, es el único hijo de Mekaal y el mejor amigo de Yoyo —explicó con una sonrisa—. Que no te intimide su cara de enojo, es bueno.
Ilmaku... El tan famoso «Ilma» del que ella y Yoyo vivían hablando. Lo había visto un par de veces entre las ramas de los árboles, en la selva. También lo había visto varias veces en la aldea koatá, pasé a su lado en algunas ocasiones aunque jamás le presté atención. Supuse que él tampoco me había prestado atención antes, sin embargo...
No corría su mirada, me miraba fijo y si yo dirigía mis ojos hacia él entonces sonreía hacia un costado. Lo vi escrutando mi cuerpo y me cubrí al amamantar a Uri, porque tal vez estaba mirando mi gran seno al aire.
—¿Siempre mira a las chicas así...? —murmuré.
—¿Así cómo? —parpadeó y giró para verlo, entonces le arrojó una raíz de su plato—. ¡¿Qué miras a mi amiga, feo?!
—Te miro a ti, te ves horrible —respondió él—. ¿Te bañaste? Porque apestas.
Shali balbuceó insultos por lo bajo y le enseñó la lengua, para luego dirigirme una sonrisa.
—Siempre tuvo curiosidad por ustedes las humanas, solo es eso. No te preocupes.
Su mirada no parecía simple curiosidad...
Me encogí de hombros y acabé la cena mientras amamantaba a Uri. Shali, tan dulce, me hacía el favor de darme de comer o beber en la boca para que pudiera hacer ambas cosas.
Decidí ir a ver a Knox, y solo para dejarme tranquila Shali puso a Uri en la cangurera cuando trepó hacia la aldea. Aún así se me heló la sangre solo de imaginarme una caída, y mi corazón bombeó mucho más rápido por el miedo a que mi hijo cayera de esa altura a una muerte segura.
Respiré hondo para espantar los malos pensamientos y, aterrada, me dirigí en la oscuridad con una pequeña antorcha hacia donde Shali me había señalado.
Directo al intimidante y enorme nawel negro.
Lo primero que vi fueron sus ojos amarillos que, de forma aterradora, brillaban en la oscuridad, pero a él no podía distinguirlo bien.
Una gota de sudor frío recorrió mi espina dorsal cuando lo vi.
—Hueles a miedo, pequeña criatura —dijo él con una grave y profunda voz que me heló la sangre—. No te haré daño.
—Eso… dijeron ellos —dije y carraspeé—. Lo siento, me asusta mucho más que mi hijo se caiga de las alturas que tu presencia.
Hizo un extraño gruñido largo que sonaba un poco a un ronroneo profundo.
—Interesante —dijo.
Se lanzó de la rama donde estaba justo para caer con agilidad frente a mí. Era enorme, como un caballo Shire, por lo que era más alto que yo incluso en cuatro patas. Tragué saliva porque con solo abrir su boca podía tragarse mi cabeza.
Un jaguar de mi época jamás podría haber tenido ese tamaño. Miré los árboles, las plantas, incluso los koatá. Todo venía en tamaño grande allí en la selva.
Asentí con respeto hacia él.
—Gracias, me dijeron que intercediste para ayudarme. Lamento haber huido, creí que me comerías —dije con la mirada baja, porque me ponía nerviosa verlo a los brillantes ojos amarillos.
Él se rió.
—Apenas tienes carne, con tus huesos podría limpiarme los colmillos. No hubiera pensado jamás en comerte —dijo con un tono de voz divertido.
—El otro dijo que era carnosa, lo oí.
—Uhm… —Hizo nuevamente ese largo y profundo ronroneo al pensar, mientras me miraba de arriba hacia abajo—. Tal vez para su gusto, no para el mío.
Bueno, supongo que saber que soy demasiado delgada para ser devorada por él era un gran halago. Y eso que mi cuerpo es mediano, más ahora que aún no recupero mi figura por el postparto.
—Me gustaría hacerte un par de preguntas —dijo él y se acomodó en el suelo—. No todos los días se ve a una criatura como tú.
—Sí, bueno. Podría decir lo mismo de todos ustedes.
No quería sentarme, aún me sentía incómoda frente a ese tremendo nawel que podía comerme. Por eso me mantuve de pie para huir en caso de ser necesario. Estaría lista y en alerta.
—Mi nombre es Knox, y has entrado en mi territorio sin permiso y sin que pudiera notarlo. ¿Cómo es eso posible? Mis sentidos son más elevados que los de mis hermanos.
—Técnicamente hablando llevo aquí mucho antes que ustedes —dije con una mueca torcida—. Soy Erin, vivo en medio de tu territorio aunque no de forma intencional. No puedo mudarme aunque quiera.
Hizo ese largo y profundo sonido otra vez.
—He visto a tu gente, «humanos» me dijeron. ¿Qué haces lejos de tu clan, te expulsaron? ¿Qué hiciste para ser expulsada? —Torció la cabeza al mirarme con atención—. No es algo que suceda seguido.
Llevé mis manos hacia mi abdomen porque tenía hambre aún, pero podía resistir hasta el desayuno si me dormía temprano. Sin embargo al instante llevé mis brazos hacia mis senos para poder cubrirlos, pues sentí mi ropa humedecerse por la leche y no quería avergonzarme frente a ese gatito gigante.
—No tengo clan así que no fui expulsada. Es una historia larga que no creo que entiendas —suspiré, porque ni siquiera conocían la guerra nuclear—. Knox, ¿puedo llamarte así?
—Puedes hacerlo, pequeña criatura.
—Erin, no criatura —dije con el ceño fruncido—. No te gustaría que te llame así.
—Uhm… supongo que es ofensivo para ti, pero debes entender que eres una clase única. Los otros como tú son solo animales, ¿no te sorprendería ver a un animal hablando?
Alcé una ceja con incredulidad y comencé a reírme.
—De donde yo vengo los que son como tú, como Yoyo o incluso los kei, no hablan. De donde yo vengo ustedes son animales de zoológico —dije con una sonrisa torcida—. Así que sí, sí me sorprende oírte hablar. En mis recuerdos los jaguares, o «naweles» solo rugían y gruñían.
Hizo un gruñido bajo, claramente ofendido por mis palabras.
—Erin, entonces —dijo—. Tratemos de no ofendernos mutuamente.
Me miró con atención y me pareció que había dirigido su mirada hacia mis brazos. Creí que haría algún comentario al respecto, pero al instante dirigió su mirada hacia mis ojos.
—Tu cría es muy pequeña, supongo que te necesita.
—Agradezco tu ayuda, pero debo regresar con mi hijo —asentí con respeto hacia él y di un paso hacia atrás.
—Oigo tu estómago gruñir, le dije a los koatá que te alimentaran, ¿no lo hicieron?
—Lo hicieron pero su alimentación es un poco distinta a la de mi especie —suspiré.
—¿De qué se alimentan? A los machos los he visto pescar, por eso los kei los cazan fácilmente en el río.
No estaba segura si había bestias en la selva que fueran omnívoros como los humanos, así que dudé por un instante antes de responder.
—Carne, tanto roja como blanca. Frutas, verduras, semillas. Tenemos una alimentación muy variada —dije y sonreí—. Aunque no he comido carne roja desde que desperté en este mundo.
—Ya veo… —ronroneó nuevamente al pensar, era algo extraño pero un poco adorable también—. Considerando que no he sentido el aroma de un macho humano en mi territorio supondré que no tienes un compañero que cace para ti.
—La que caza es mi madre, es una gran cazadora, pero no sabemos dónde conseguir carne roja que no sea de un koatá, un nawel o uno de esos venados raros.
—¿Venados? —preguntó con un tono de voz confundido, por lo que con mis dedos simulé unos cuernos en la cabeza—. Oh, te refieres a los Iwase. Su carne sabe muy bien, aunque dejé de comerlos cuando comencé a cazar en mis primeros tiempos de juventud.
—Pero ellos hablan, ¿cierto? —pregunté y tragué saliva.
—Sí, pero cuando eres pequeño son tus padres quienes cazan por ti. Dejé de comerlos cuando me volví cazador y supe que hablaban —dijo y torció su hocico en un gesto asqueado—. Hay otros animales, puedo enseñarte a cazarlos. Los koatás solo comen pasto y bayas, morirás de hambre con esa asquerosa dieta.
Me daba miedo aprender a cazar de un depredador enorme como él, por eso me encogí de hombros.
—Estoy bien, como aves y puedo pescar. Lo hacía de niña.
Traté de iluminarlo con la antorcha pero hizo un movimiento con la cabeza para alejarse. Fue así que ví sangre en su piel y noté que tenía cortes de garras en su lomo, también en el rostro.
—¡Estás herido!
—Lo estoy. Ya se curará —dijo con esa voz grave y profunda.
—¡¿Cómo que ya se curará?! ¡Podría infectarse! Se ve grave. Espera un momento aquí.
Entonces corrí hacia la zona bajo la aldea, a un par de metros de allí. Llamé a Shali con un grito, pero antes de que ella bajara le grité que me consiguiera un ungüento, el mismo que me habían puesto en la cabeza. Shali pareció algo confundida pero envió a un macho a bajar el ungüento para mí y también agua, porque ella estaba cuidando de Uri.
El macho era aquel que me estuvo observando durante la cena. Era más grande que Yoyo y también más fornido, con el cabello corto y negro. Aunque se veía extrañamente interesado en mí por la mirada intensa que me dirigía, y eso me hacía sentir incómoda.
—Puedo ayudarte a colocarlo —dijo al señalar mi cabeza—. Soy Ilmaku.
—Gracias, pero no es para mí, es para Knox —Señalé hacia donde estaba el nawel en las raíces de un árbol.
Ilmaku frunció el ceño al ver hacia el jaguar, y acercó demasiado su rostro al mío, hasta casi rozar nuestras narices. Tragué saliva por eso, algo nerviosa.
—Ten cuidado, sigue siendo un nawel.
Asentí como modo de agradecimiento y me alejé rápidamente hacia Knox, porque en ese momento estar junto a un enorme jaguar se sentía menos incómodo que estar frente a ese koatá al que parecía gustarle.
Cuando llegué a él clavé la antorcha en la tierra y me acerqué lentamente, vigilando sus movimientos. Comenzó a reírse al notar mi precaución.
—Qué astuta, pero no voy a comerte. Puedes acercarte.
Asentí y con un carraspeo me acerqué más para poder limpiar las heridas con un paño humedecido en agua. Tenía musgo y fango en él, necesitaba evitar una posiblemente infección. Los koatá tenían jabón, hecho de cenizas y frutas, así que lo lavé con cuidado y me sorprendió lo suave que era su piel, como el terciopelo.
Cuando le enseñé el ungüento primero lo olfateó con desconfianza y luego hizo un sonido de aprobación, solo entonces embarré mis dedos en esa mezcla de hierbas que olía muy bien. Tenía una textura suave y algo pastosa. Lo pasé con suavidad por cada herida de garra en él, y así noté, con la luz de la antorcha, que estaba lleno de cicatrices y que también se notaban sus manchas de jaguar en el pelaje.
—Ese macho con el que estabas hablando —comenzó a decir—, se siente atraído por ti. Su olor es nauseabundo.
Torcí mis labios en un gesto asqueado.
—No estoy desesperada, gracias. No voy a salir con un mono —siseé.
—¿Salir?
Pasé el ungüento en las heridas de su rostro y mientras más me acercaba a su boca, más nerviosa me sentía por estar tan cerca de sus feroces colmillos. Si él se dio cuenta no dijo nada, pero me miró fijo a los ojos.
—«Salir» es como le llamamos los humanos a conocer a una pareja, un compañero como le dicen ustedes —expliqué.
—Un compañero podría cazar para ti y asegurarse de que a tu hijo no le falte nada —dijo y dirigió su mirada hacia los árboles—. Aunque un koatá no sería la mejor opción, su alimentación es una mierda.
Una vez finalicé de pasarle el ungüento me lamenté no tener vendas, aunque supuse que tal vez sería incómodo para él andar vendado por la selva.
—Agradezco nuevamente tu ayuda, Knox, pero debo regresar con mi hijo, en cualquier momento va a despertarse llorando —dije con un suspiro y retrocedí unos pasos.
Él dirigió su mirada hacia mí, miró las manchas humedad en mi ropa a causa de la leche, y me pareció ver una pequeña sonrisa en su rostro.
—Me imagino —dijo y volvió a mirarme a los ojos. Parecía tener mucha curiosidad por los humanos, pero no podía quedarme toda la noche allí respondiendo sus preguntas—. Ve con tu cría.
—¿Tú... te quedarás aquí?
—No, iré más adentro de mi territorio a alguna de mis guaridas —Se puso de pie. Era tan enorme que incluso parada a su lado se veía más alto que yo—. Ve con tu cría, no quiero ser ofensivo pero hueles a leche. Tu cuerpo reclama a tu cría.
Sentí mi rostro arder y me alejé en un trote hasta la zona bajo la aldea, sin decir nada más ni mirar hacia atrás. Qué vergüenza, Dios mío. Más vergüenza sentí al ver que allí estaba Ilmaku cruzado de brazos, como si hubiese estado vigilando que Knox no me hiciera daño.
Me cubrí el pecho para evitar que me viera.
—Te subiré, no puedes quedarte abajo a merced de esa bestia —dijo con molestia.
Me tomó de la cintura para luego saltar y treparse a una liana, y mientras más subíamos más miedo tuve. Miedo a caer de esa altura, miedo a hacerlo enojar y que me suelte, y miedo al extraño interés que tenía por mí.
Me puse en cuatro patas allí en los puentes que se balanceaban, bien aferrada para evitar caer. Mi corazón latía tan rápido que sentí que explotaría, pero evité mirar hacia abajo porque de hacerlo estaba segura de que caería hacia el fondo.
—Ven, te llevaré con Shali.
Me tomó de la mano y quiso ponerme de pie, pero le di un empujón porque prefería gatear. Mientras más pegada al puente estuviera, más segura estaría.
Mi respiración era acelerada y todo me daba vueltas, así que opté por ir incluso más cerca de las maderas. Lo oí reírse y cuando alcé mi mirada para verlo pude ver sus ojos rasgarse al sonreír.
—Qué orgullosa eres, déjame ayudarte —dijo con una risita amistosa.
—Estoy bien —dije con desesperación.
El puente se balanceaba ante cada movimiento que hacía, y eso me obligaba a chillar del miedo.
Tardamos en llegar hasta la choza de Shali porque me movía muy despacio. Un caracol a mi lado sería un corredor de fórmula uno en comparación. Sin embargo él siguió mi ritmo sin quejas, se aseguraba de que estaba bien y no me caería.
Ilmaku envolvió con sus dedos mi mano de forma suave para poder ayudar a levantarme del suelo. Ya no estábamos en el puente, sino en una especie de pórtico de madera frente a una casita hecha de palos y barro, muy sencilla. Me sostuvo de la cintura, aunque esta vez no sentí dobles intenciones de su parte, solo su deseo de evitar que me cayera al vacío. Tomó unos pequeños caracoles a un lado de la puerta –hecha también de ramas– y lo movió para hacer ruido. Era un llamador.
Shali abrió la puerta con una gran sonrisa y nos hizo pasar a ambos, me mostró que Uri dormía en una cama hecha de hojas de palma. Me acerqué a él hasta sentarme a su lado, para hacerle caricias. Dios, lo amaba tanto. Se veía tan bien allí, a salvo.
—Acabo de preparar jugo de frutas, ¿quieren? —ofreció con una amplia sonrisa.
—No, gracias. Tengo guardia esta noche, ya estoy retrasado —Ilmaku asintió con respeto y dió un paso hacia atrás.
Al igual que todos los koatá vestía de verde, con una blusa de gran escote en V que enseñaba gran parte de su pecho tonificado, acompañado de unos pantalones ligeros.
—No seas tonto, cabeza de uva —se quejó Shali y le extendió una calabaza seca, que utilizaban como cantimplora—. Llévate el jugo a la guardia.
La larga cola de Ilmaku se balanceó por un momento, luego con la misma tomó la calabaza como si fuera una mano más. Era tan extraño y a la vez fascinante que pudieran usar sus colas así.
—Que tengan buenas noches —dijo y me dirigió una sonrisa, para luego salir de allí con una caminata cargada de confianza.
Observé la casa. Las paredes estaban envueltas en barro, Yoyo me había explicado que eso las hacía más resistentes a las tormentas y también algo más frescas. Tenía estanterías con distintos jarrones, canastas que parecían hechos por Yoyo, y un bonito tapiz en la pared con delicados bordados de flores, que supuse habría hecho su madre.
—Me gusta tu casa, es bonita —dije con una sonrisa. Se veía hogareña, no fría e insulsa como el búnker.
—Erin...
Dirigí mi mirada hacia ella.
—Ilmaku es un buen chico —dijo y me extendió un cuenco con jugo de frutas—. Su cara puede dar miedo porque siempre se ve enojado, pero es muy amable.
—Me hace sentir incómoda —admití con una mueca torcida, para luego beber un sorbo de jugo—. Es tu amigo, ¿cierto? Dime que vive lejos...
—Su choza está al lado de la mía y es el mejor amigo de Yoyo desde pequeños, aunque también es mi único amigo —sonrió y bebió su jugo—. ¿Qué hizo que te hiciera sentir incómoda? Si es por su mirada intimidante no te preocupes, es muy amable en realidad.
Decidí no decirle que sentía su interés por mí, y que incluso Knox lo había olido. Si él pudo olerlo era porque liberaba algún tipo de feromona… ¿verdad? O sea que era atracción sexual.
Sentí un escalofrío porque me asqueaba la idea de atraerle sexualmente a un hombre mono.
Decidí cambiar de tema, no quería hablar de Ilmaku ni de Knox. En su lugar aprecié la bonita decoración del lugar, y aunque la casita era pequeña Shali me dio un tour por allí. Tenía un baño apartado, donde tenían un sistema de ducha muy interesante. Me pregunté de dónde saldría el agua, que llegaba en cañas que hacían de tuberías. La habitación y la sala de estar era exactamente el mismo lugar, y tenía un pequeño espacio para hacer fuego.
—No nos gustan mucho las comidas calientes pero a veces un buen guisado viene bien —dijo con una sonrisa al pasar su mano por el asador—. Además me gustan los té.
—Me encantaría beber té contigo.
Sonrió incluso más y comenzó a encender el pequeño fuego, donde puso a calentar agua en una cazuela de barro con hierbas de aroma dulce.
Como Uri seguía dormido no podía darle el pecho, pero ya no me avergonzaba mostrar mis senos frente a Shali. Me quité la camiseta blanca que estaba empapada, y ella me extendió un paño húmedo para poder limpiarme de todo eso pegajoso en mí. Luego me dio una camiseta suya, era verde claro y tenía bonitos bordados de flores en el cuello. Me ajustaba bastante, diría que demasiado, pero era mejor que estar desnuda.
—Toma, usa estos paños. Ayudarán a evitar que tu ropa se manche —Me extendió unos pañitos color crema que parecían de suave algodón.
Con una sonrisa los coloqué en mis senos, por dentro de la ropa, para evitar mancharme mucho más. Nos acomodamos en una bonita alfombra de macramé de diversos colores para poder beber el té, que sabía delicioso. Era dulce sin ser empalagoso.
Esa noche dormí junto a Shali y Uri, sobre suaves telas colocadas sobre hojas de palma que hacían de colchón. Fue como una pijamada, no estaba segura de si los koatá solían hacer algo como eso, pero se sintió muy bonito.
Nunca había hecho una pijamada, tampoco había tenido una amiga como Shali.
Tal vez despertar en este nuevo mundo no había sido del todo malo.
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