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1. Tengo que encontrar dónde pertenezco

—...debes aprender a tomar decisiones, ya no eres una niña para estar detrás de tu mamá y que ella me dé la noticia de que no pasaste el examen. Eso es de cobardes.

Juraba que tenía las armas levantadas, y con ellas mis barreras para protegerme de su enfermedad que siempre optaba por traspasar mi alma. No obstante..., no sé cómo pudo derribar lo único que tenía en manos: mi indiferencia emocional.

—¿Qué pasó ahora? —entró mamá, acercándose para verme con sus ojos pintados y sobre todo exaltada al notar mis lágrimas —. ¿Qué le dijiste?

—Nada, estoy platicando unas cosas con ella —le respondió a mamá, como si no fuera la gran cosa del mundo.

—Pero, ¿qué le dijiste? Está llorando.

—Solo le dije que debe de aprender a tomar decisiones. Por eso no estuve de acuerdo el hecho de que escogieran esa institución, y pues es el precio que debemos pagar.

—Te recuerdo una cosa —mi mamá le miró con fijeza y tranquilidad —. Tú y yo estuvimos de acuerdo en pagar ese lugar, y sabes perfectamente que cada escuela es un negocio, tampoco se trata de que la regañes de esa manera.

—Yo no la estoy regañando —negó con la cabeza y la miró a los ojos con cierta seguridad —. Le estoy haciendo ver que debe enfrentarse a las cosas como son, que me debe de decir ese tipo de cosas y no ser una persona cobarde, como bien se lo dije.

Mi mamá me miró un momento, molesta por el dicho reciente de mi papá. De un momento a otro, observé que él estiraba el brazo con un papel higiénico para que yo pudiera tomarlo y hacer de su uso.

Lo necesitaba, pues las lágrimas me estaban acompañando junto con el molesto moco que bajaba por mi boca. Pero no era lo que me molestaba con exactitud; el incesante llanto ya no me estaba dejando respirar.

—¿Cuánto es lo que hay que pagar? —le escuché preguntar con la voz grave que capté, que se convirtió en un eco en su sombrío y seco despacho privado.

—Esto es lo que a mí me informaron —inició mi mamá, mostrándole una media hoja donde había escrito tales precios y fechas de lo que ahora sería un seminario, ya no una carrera.

De repente, mis llantos eran diferentes. Sentí que la respiración no era normal, y que de una manera se atascaba en mi sistema respiratorio, como si adentro hubiera alguna falla. Supe que no podía controlarlo. Iba a ser imposible.

Y lo único que pensaba en ese preciso momento, el hecho de que estaba frente a mi papá con su traje de dos colores y la postura que daba a mostrar mientras escuchaba a mi mamá y hablaba con ella, discutiendo y no acerca de lo que ahora era mi seminario, solo me hacía querer irme de ahí. No solo de ese maldito despacho que me hacía asfixiarme en mi propio llanto tan lamentable, si no que de verdad quería irme ya, irme de lo que era este mundo.
Me di cuenta que de nuevo volvían a surgir esos pensamientos que se acrecentaban como si fueran monstruos, que si los alimentaba con más palabras mías en ese estado de angustia, no iban a parar, y que un día iba a lograr cometer tal acto del que se trata de evitar ahora con la información acerca de la salud mental.

Me di cuenta también era mi único recurso, al menos por ahora lo era. ¿Y como saber si era lo mejor o no para mi dichosa alma?

Agarré más papel higiénico y me limpié la nariz muy nerviosa de que eso no pudiera detenerlo. Lo fue así, pues por varios minutos estuve en ese estado de agitación hasta que mis papás lo notaron cuando me vieron a los ojos.

Entonces escuché que mi papá comenzó a decirme algo de lo que juro que no puedo acordarme, que ahorita que lo pienso estando sentada en este asiento frío no puedo recordar que fue lo que me dijo para que sucediera lo siguiente:

—¿A dónde vas? ¡Siéntate! —me alzó la voz, pero no me detuve hasta abrir la puerta de su despacho —¡Si te sales, no te pago esto, eh!

No había sido un impulso como tal, porque sabía perfectamente que yo estaba consciente de mis movimientos. Lo único que quería era irme de ahí de una vez.

—Hija, dile a tu papá que es lo que te pasa.

Creo que eso fue lo que alcancé a entender de ella.
Pero lo que sí recuerdo es que traté de respirar hondo para decirle aún con el llanto adentro:

—Solo estoy harta de todo.

Y lo que sí recuerdo es que me salí de su despacho, dirigiéndome a las escaleras que descendían un piso hasta tierra firme, donde a solo cinco pasos se encontraba estacionado el auto de mi mamá. Sin embargo, no fue ahí donde esperé a que mi mamá lo abriera con su control para después yo subirme en él y tener mi pequeño tiempo para calmarme. No, simplemente me giré a mi izquierda, dirigiéndome a un espacio que era un negocio de muñecas, que se extendía por un largo pasillo hasta terminar con la otra calle. Me crucé cuando el semáforo aún marcaba en rojo, y pasé por la entrada de la estación de tren, subiendo a las escaleras que daban dos niveles más. Y nunca había entrado a esa estación, pero mi lógica me había hecho recordar que al menos la estación que acababan de inaugurar hace exactamente seis meses era más abierto, podías ver como la gente entraba en él, y aún así, cuando me di un pequeño vistazo de ver a mi alrededor, todo pintaba de una manera diferente a lo que mi mente había captado desde las afueras de la estación. Al menos aquí, estaban las cuatro paredes de una estación que desconocía.

Me detuve con mucho pesar sobre la gruesa línea amarilla que se veía bajo mis pies. El tren estaba por acercarse, podía oírlo aún bajo mi condición auditiva. Curiosamente, fue la primera vez sintiendo menos miedo donde los pensamientos monstruosos volvieron a apoderarse de mí.

Entonces di otro paso, pero pequeño. El tren se acercaba más. Y luego di una zancada que me permitía estar al borde del suelo. Si lo iba a hacer, era ahora. Ya mismo. Ahora mismo tenía que saltar.

Inesperadamente, el tren se detuvo tan abrupto que se oyó el chirrido de las ruedas. Mi respiración se atascó, haciendo que mis pies se echaran para atrás y sintiera alguna especie de taquicardia en mi pecho. En mi interior solo gritaba: ¡Estúpida, estúpida, estúpida, estúpida!
Me toqué la cara con tanto coraje, pero sobre con tanta frustración de lo que estaba por hacer. Pero exactamente no sabía si era porque no lo había logrado o porque era una estúpida por querer hacerlo. Mil veces estúpida.

Escuché de pronto como cada una de las puertas se fueron abriendo, situación que me obligó a despejarme las manos violentas de mi cara. Me encaminé hacia la primera puerta, y observé el interior como dudando de lo que pudiera haber. Pero no había nada, solo aquellos asientos de pasajeros y la luz fría que tocaba todos los rincones del tren.

Quizá esto era lo que necesitaba. Que una puerta se abriera para entrar, y que éste me llevara a donde quisiera el mundo.

Así que puse un pie dentro, las puertas se cerraron en cuanto me senté en el primer asiento que había visto frente a mí. De pronto una canción balada sonó en el interior, logrando así que éste comenzara a andar sobre los rieles.

En el transcurso, la canción seguía sonando, pero cada vez más bajo. Recordé que tenía mis audífonos, así que los busqué y también mi celular, para reproducir el disco Third. Era lo que últimamente había estado escuchando, porque inevitablemente me ponía a pensar en mi hermano, me ponía pensar en mis papás, me ponía a pensar en todo lo que me había estado ocurriendo. Tal vez no era nada a comparación con los demás, era más que seguro que sus problemas eran abismales. Pero luego me ponía a pensar: ¿Y si cada persona que lo siente así, de esa manera como si fuera la única que está sufriendo es porque...?

¿Quién eres?

Despierto de golpe al sentir un toque en mi hombro, dándome cuenta que en realidad no me había quedado dormida. Creí que estaba pensando sobre alguna situación que creía haber estado reflexionando. Pero entonces mi vista detecta a cierta persona que se encuentra parado a dos metros de mí, agarrándose de la base de metal mientras el metro sigue en su curso.

Me quito los audífonos.

—¿Quién eres? —vuelve preguntar con tono preocupante.

Parpadeo, luego respiro hondo.

—Yo..., yo me llamo Clarence —respondo un poco dudosa, luego comienzo a observarlo con fijeza —. Disculpa, ¿te estoy molestando? Prefiero que me dejes tranquila si no es así.

Me mira con rareza. Abre la boca para pronunciar algo hasta que lo interrumpo:

—¿Puedes dejarme tranquila?

—Un momento —me sigue mirando, pero con más extrañeza, luego opta por dar un paso hacia a mí —. ¿Que haces aquí? ¿Nos conocemos acaso?

—Um, no —aprieto ligeramente la frente —. ¿De qué hablas?

—¿Sabes por qué estás aquí?

—¿Vas a secuestrarme? ¿Vas a matarme? Porque si es así, prefiero que ya lo hagas.

Aprieta fuertemente su frente, sacándolo de trance con mi comentario.

—Así que no sabes que es éste tren —de pronto echa una carcajada —. Por todos los cielos...




























¡Hey! ¿Como están?

He aquí con una nueva novela, aunque les aviso que va a ser una historia un poco corta. Gracias a la serie The Umbrella Academy, me animé a escribir un fanfic de Cinco Hargreeves.

Me gustaría mucho que votaran este primer capituló y que me comenten que les ha parecido.

Amor y paz. 🩶

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