Capítulo 32
Alexander
—Señor ya están en camino hacia acá — informa uno de los soldados encargados de la protección de Lia y automáticamente suspiro de alivio.
—No te descuides ni por un momento— le advierto antes de despedirlo.
Era una suerte que hubiéramos encontrado un salón tan cerca del pent-house, porque como ya le había dicho a mi mujer, si no se me había perdido nada con Dios ¿Qué hacía yo en una iglesia? De seguro que las posibilidades de morir repentinamente en cuanto pusiera un pie en la entrada eran bastante altas.
Camino en dirección a la barra y pido un Macallan con el objetivo de aligerar mis nervios. No he sido capaz de descansar desde que Lia se fue hace unos días al pent-house. A pesar de varios intentos, es imposible deshacerme de la sensación de que algo no está bien. La sonrisa que me dedica mi primo poco antes de sentarse a mi lado, me asegura que, a pesar mi mala hostia, el sí se la está pasando en grande.
—Te comprendo hermano, definitivamente es duro, en pocos minutos firmarás una sentencia a muerte— suspira con pesar y acto seguido se pide lo mismo que yo.
— ¿Y ahora de qué mierda hablas?
— Pues que no debe ser fácil saber que te quedan tan solo unas pocas horas de independencia que no estás aprovechando, quizás debería traerte a una puta para que te dé una última mamada de libertad.
Lo fulminé con la mirada ante su decrépita sugerencia, definitivamente estaba decidido a cabrearme incluso en el día de mi boda.
—Dar consejos nunca ha sido tu fuerte Vladímir. Simplemente, limítate a estar atento y hacer tu trabajo. Estoy seguro de que los italianos no dejaran pasar la oportunidad para dar un golpe.
Entonces Shadow aparece justo detrás de Vladímir, mientras él continuaba bebiendo como si nada.
— ¿Desde cuándo estás ahí?— pregunta mi primo con total naturalidad.
—Desde que le dijiste que se buscara a una puta que le hiciera una mamada ¿Qué no tienes nada mejor que decir? Ya bastante tiene con que firmará su sentencia por voluntad propia.
— ¡Váyanse al diablo los dos!— maldigo bebiendo lo que queda en mi vaso.
—Solo digo la verdad, ¿Cómo han caído los poderosos? ¿Y ahora quien me hará compañía mientras me vaya de juerga? A partir de ahora no volverás a tener una puta erección sin permiso de Lia.
— ¿Te refieres a la puta o a la erección?— bromea Shadow, ocasionando que Vladímir se parta de la risa.
— ¿Y qué hay de malo con eso?— increpa Edward— Mis padres han tenido un matrimonio de envidia, más de cuarenta años.
—En la mafia esa es una excepción, no la regla— afirma Vladimir y luego se persigna— Y líbranos del matrimonio para seguir en la tentación.
Edward pone los ojos en blanco.
Acto seguido se aclara la garganta y extiende una caja.
—Felicidades.
Le agradezco el regalo, aún perdido en mis pensamientos. Y mientras mis tres hombres de confianza se enfrascan en una acalorada conversación, solo una frase es capaz de llamar mi atención.
—La novia ha llegado.
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Lia
Estaba nerviosa, que digo nerviosa, estaba cagada del miedo. Como ya me habían dicho algunos, a los cuales dicho sea de paso, jamás les había pedido opinión. El orden sería graduarse, triunfar profesionalmente, casarse y luego a los años tener un hijo. Pero como bien les hice saber a ellos y muchos otros que me lanzaban discretamente sus miradas de reproche, cada cual ordenaba su mierda como le daba la gana.
Me debatía entre las ganas de ser una novia fugitiva de la mafia, a ser una madre soltera o la chica atrevida que diera él no ante media prensa internacional y gran parte de la elite mafiosa, luego de haberlos reunido. Con algo de suerte no tendrían mucho de que quejarse luego de que probaran el buffet.
Me encontraba sola, esperando que Maxi me viniera a buscar para llevarme al altar e iniciar la ceremonia. Porque a pesar de mis llamadas y mensajes, al parecer mi padre se negaba a recorrer conmigo el pasillo nupcial.
Unos toques ligeros me distrajeron de la incomodidad que comenzaba a bullir en mi interior. Levante la vista en dirección la puerta, alcanzando a ver una hermosa cabellera platinada enmarcando un maternal y arrugado rostro. Era Josefa, la abuela de Flavia.
—¡Mírate que hermosa estas mi niña!— exclamó llevándose las manos al pecho rebosante de orgullo y por su expresión podía afirmar sin temor a equivocarme que estaba a punto de llorar.
—Gracias— las palabras salieron en un leve susurro, envueltas en agradecimiento.
—Antiguamente en casa cuando se nos casaba una niña, siempre mamá las despedía con un beso— y justo así los hizo, tocando levemente mi vientre— y cuando cargábamos a un niño en nuestro vientre nos daba una bendición.
Par de lágrimas amenazaron con nublar mi vista y arruinar mi maquillaje. Le dediqué una pequeña sonrisa a Doña Josefa y ella acunó mi mejilla tiernamente.
—Mi hermosa niña, te conozco desde hace mucho, tú y Flavia siempre estaban a mi lado— hizo una pausa y saco de su bolsillo un pañuelo, lo abrió revelando un hermoso brazalete de plata— hoy se me casa una nieta ¿Y quién mejor que la novia para llevar esta reliquia?
Era la boda, el embarazo o ambas, pero sin dudas algo me tenía demasiado sensible, porque tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar y simplemente agradecer sus palabras.
La puerta volvió a abrirse y rápidamente intenté disimular las lágrimas, pero en vez de eso el asombro tiñó cada una de mis facciones.
—Ya es hora Liana— dijo papá con una voz profunda y cortante.
Luego de asentir levemente en mi dirección, Josefa se escabullo dejándome a solas con mi papá.
Abrí la boca para decirle algo, pero él levantó la mano y se me adelanto.
—Antes que vayas a recriminarme como siempre lo haces. Te diré que aún sigo en contra de este matrimonio
—Papá...— protesté, pero no me dejo continuar.
—Nada de papá Lia, si supieras la mitad de las cosas que se sobre él, jamás te le hubieras acercado, pero claro como siempre tuviste tendencia a recoger cada cachorro callejero que encontrabas
Puse los ojos en blanco.
—Él no es un...— un momento ¿Por qué lo había llamado perro callejero? Pero... ahora que lo pienso— ¿Papá tú sabes cómo nos conocimos?
—¿Saber exactamente qué? ¿Cómo lo recogiste de la calle, lo llevaste a urgencia y luego a tu casa? Si sigues viva a pesar de la despreocupada vida que llevas, debes saber que es gracias a mi protección
—Papá...
—Y el hecho de que estés casada con un hombre como él no cambia nada, porque ya tome medidas para evitar el peor de los escenarios, para ti y mi nieta.
Enarque una ceja sin saber muy bien a que se refería. ¿Medidas? ¿Qué medidas?
Pero como siempre no me dio ni tiempo de alegar nada. Extendió su mano hacia mí y yo la tomé, dándome a entender que por su parte, ya había terminado con el tema.
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