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Capitulo 27 Parte I

Lia

La primera vez que vi palidecer a Alexander fue cuando le conté sobre el embarazo. La segunda fue cuando lo saqué del estado de estupor, confirmándole mi condición con el último test, el cual irónicamente, para mi alivio o ''sorpresa'', había dado positivo.

El tres, un número que parecía ser tan confiable, jamás imagine que sería el más engañoso. O sea, tres deseos, tres oportunidades, tres test de embarazo y fue el cuarto el que me dio positivo. ¡Menudo fiasco!

La cara de caramelito reflejaba a cabalidad toda la incertidumbre y el miedo a lo desconocido. Tanto que por un momento creí que se me iba a rajar. Y justo cuando pensé que las cosas no podían ponerse peor, pues la vida se encargó de asegurarme lo equivocada que estaba.

Modo oso sobreprotector activado. Debo admitir que no pasaba por esto desde que era una niña, y si bien mis padres y hermanos siempre estaban muy pendientes a mí, la actitud de Alexander sobrepasaba con creces a la de ellos en sus mejores tiempos. Eso y sus terribles cambios de humor. Cosa que me hacía preguntarme ¿Si soy yo la embarazada el de que se queja?

A pesar de las circunstancias, hice mi mejor esfuerzo para transmitirle a Alexander toda la seguridad y confianza que necesitábamos en esta nueva etapa de la relación. Ahora bien, aquí viene la parte buena, porque sí, yo también tenía miedo e inseguridades.

Es decir, ya había cumplido once semanas y aún no me llegaba el manual sobre como criar a un bebé. Me sentía sin rumbo y dando tumbos en lugares desconocidos, buscando algo que ni siquiera sabía que era.

Todo era diferente, demasiado nuevo y las emociones muy intensas.

Aún tengo fresco el recuerdo de la última consulta, ver a mi bebé por primera vez, sus movimientos, el sonido fuerte y constante de los latidos de su corazón. En ese momento apreté la mano de Alexander y nuestras miradas chocaron. No hicieron falta las palabras, ya que el idioma y la necesidad visceral de proteger la pequeña semilla que se estaba gestando en plena tormenta era algo arrollador.

Pero todo se fue a la mierda cuando esa doctora, con aires de chistosa quiso anotarse un punto en el juego equivocado. Su comentario estaba totalmente fuera de lugar, pero lo que más me jodía era que Alexander no la hubiera detenido. O sea, él en un ataque de celos, no se lo pensó dos veces a la hora de cambiar al médico, ¡Ah! Pero yo si tengo que aguantar el coqueteo de una rubia más falsa que una campaña electoral, pues no. Eso no me va.

Nuestra discusión se trasladó, al auto donde al final no llegamos a ningún acuerdo. Entonces llegamos a casa y terminamos la discusión de la forma más fácil, sexo.

El embarazo me traía con antojos, pero no de comida precisamente y él se aprovechó de ese punto ciego que le otorgaban mis hormonas, cada vez más necesitadas.

Me sentía totalmente incomprendida y eso me frustraba aún más. Necesitaba desahogarme con alguien, pero ya.

A las puertas de las doce semanas de embarazo y con una pancita un poco más notoria empezaba a sentirme como una mamá, una desbordada muy por encima de su capacidad.

Fue entonces cuando me deje vencer por el anhelo de dos voces que hacía mucho que no escuchaba.

—Mami— digo en un hilo de voz apenas audible.

—Lia cariño ¿Todo bien? ¿Necesitas que vaya?

Ni siquiera se lo he dicho y ya sabe que necesito abrazarla.

Así que eso significa ser una mamá, es escuchar la voz de tu hijo a kilómetros de distancia y saber que le pasa algo, me pregunto si yo también seré así.

—Estoy bien mami— sollocé como si tuviera diez años.

—No te escuchas muy bien cariño, ¿Qué pasó? ¿Es tu padre de nuevo?

Estalle en llanto, hormonas traidoras ¿Cómo eran capaces de romperme de esta forma?

—Estoy embarazada mami

—Ay cariño...— se hizo un silencio en la línea y de haber tardado un minuto más, allí mismo hubiera tenido un episodio depresivo-maternal —pero sí eso es maravilloso cariño.

—No lo sé mami, es que no sé si lo estoy haciendo bien, muchas cosas me salen mal últimamente y lloro demasiado, mami— volví a sollozar.

Nunca fui llorona, por lo general si algo me incomodaba lo sacaba de mi vida y punto.

—Liana eso es normal amor mío, tranquila que todo va a salir bien, ve a la cocina, toma agua y relájate.

—Pero y si algo sale mal.

—Nada va a salir mal cariño, mamá es doctora, a ver ¿De cuántas semanas estás?

—Once o creo que once, ya ni sé

—Muy bien, y el papá del bebé ¿Lo conozco? ¿Quién es?

—Pues...

Haces cada pregunta mamá.

—Es el chico que trajiste a casa la última vez.

Silencio en la línea.

—Ya veo...— afirmó pensativa— a tu padre no le va a gustar demasiado, pero bueno tendrá que aguantarse, ya que ambos tendrán al bebé, o has pensado en...

—No mamá, claro que no— refute sin darle siquiera la posibilidad de mencionarlo.

—Vale hija, yo solo decía, quizás él no quiere y tú...

—Él lo quiere mamá.

—No te preocupes que todo saldrá bien, en unos días estaré allí para hacerte la visita, y recuerda que no estás sola, el embarazo es una etapa de tres, dos adultos y un bebé, así que dale participación a tu pareja ¿Vale?

—Si— respondí sintiendo como me invadía de inmediato un alivio.

—Te quiero cielo.

—Yo también mami.

Colgué y sintiéndome más reconfortada llamé a quien había sido como mi segunda mamá, la abuela de Flavia, más conocida como la señora Josefa. Otra persona muy querida a la que tuve que convencer para que no se montara en el primer avión que saliera para acá.

Tres días después de mi primera crisis ya podía afirmar que estaba un paso más cerca de ser normal, o por lo menos la aspiración.

Mamá llamaba todas las mañanas para saber cómo había amanecido y Doña Josefa llamaba por las noches para saber cómo me había ido el día. Kevin y Scott comenzaron a escribirme, para que volviera a casa y tuviera un embarazo tranquilo bajo supervisión. Max me prometió que vendría en cuanto finalizara su voluntariado, para lo cual solo quedaban unas semanas. Era una suerte que Max siguiera siendo Max, porque de mi padre ni hablar. Su silencio contaba como una buena señal, en esta realidad y en las miles de realidades existentes en el multiverso.

Y ¿Cómo olvidar a las chicas en todo el caos que representa a mi vida ahora mismo? Ellas ya se olían algo, así que no se sorprendieron al confirmar la noticia.

Les conté todo con lujo de detalles, las náuseas, la consulta telefónica con Anna, la reacción de Alexander incluida su actitud sobreprotectora.

Y aquí estamos todas reunidas en el salón de mi casa, hablando sobre embarazos, maridos y médicos más buenos que el pan.

—Entonces se enojó— finalicé mi narración con un gesto teatral mientras mis amigas se quedaban pensativas a la espera de algo más, algo que por supuesto, no llegaría.

—Yo creo que él tenía razón— dice Megan con una pizza a medio tragar.

—Yo creo que Lia tiene razón, el magenta cuenta como color— añade Flavia— y se verá precioso en el cuarto del bebé, sin importar el sexo.

—El magenta es una variación del morado— contradice Kelly— por lo tanto, no es un color oficial, el blanco es más apropiado.

—Eso no es cierto— dice la morena con fingida indignación.

—Dos a una querida Flavia— afirma guiñándole un ojo— entonces Liana, la pregunta de un millón ¿Que se siente estar embarazada? ¿Tienes náuseas o malestares?

De todas mis amigas Kelly era la única capaz desviar la conversación descaradamente a un tema de su interés, cuando el chisme le interesaba.

—Las náuseas han cesado un poco, y la verdad es que aparte de las hormonas que me llevan y traen a su antojo, todo sigue igual.

Acaricio mi vientre instintivamente, es algo que llevo haciendo los últimos días. Diría que es como una nueva manía adquirida que me reconforta más de los que esperaba, disipando mis inseguridades.

— ¿Ya sabes si es niño o niña? ¿Tienes algún nombre en mente? — inquiere Megan.

—No, el sexo del bebé puede verse a partir de las quince semanas y yo apenas estoy llegando a las doce.

— ¿Cuándo es tu fecha de parto? ¿Tienes todo preparado?

— ¡Ay por dios! Ni me digas nada, que pensar en el parto me aterra, la fecha está programada para diciembre, pero según el médico puedo atrasarme o adelantarme.

—Deberías empezar a hacer yoga o ejercicios, eso podría ayudarte a la hora de dar a luz, te pondré en contacto con una buena instructora, dile que vas de parte mía y todo irá como la cera— Kelly toma su teléfono, teclea y de inmediato me llega una notificación con el contacto de la instructora.

—Gracias chicas, gracias por también formar parte de esto, últimamente mi maternidad se resume a ecografías, médicos y el asfixiante cuidado de un padre primerizo.

—Ni lo menciones, mi abuela se puso supercontenta cuando se enteró de la noticia, poco le faltó para hacer la maleta y venir a hacernos la visita.

—Lo sé.

—Y hablando de familia... Lía ¿Qué tal se tomó tu papá eso de que pronto será abuelo?

— Pues ¿Qué creen? Estoy segura de que todavía no sabe cómo reaccionar, mi papá es demasiado reservado cuando se trata de estas cosas.

—Que no te extrañe si un día se te aparece en el apartamento con maletas y todo.

—Si es que logra encontrarme— digo en cogiéndome de hombros—ya ni sé qué pensar. De unos días para acá Alexander está insistiendo en que debo mudarme a un pent-house que tiene en un barrio de esos que son pijos y caros a más no poder.

Con solo escuchar la descripción mis amigas se emocionaron de lo lindo, incluso Kelly, cuando busco la ubicación me pidió que lo pensara nuevamente antes de responder. Pero yo ya estaba decidida en no dejar que Alexander y sus millones interfieran demasiado en mi vida, ya bastante tenía con el cartelito de mujer fácil e interesada que me habían puesto algunos en el trabajo.

Las chicas se fueron alrededor de las nueve de la noche. Por suerte no armaron mucho reguero, así que tan solo veinte minutos después ya estaba enpijamada, acurrucada en camita y con el sueño apoderándose poco a poco de mi cuerpo.

El embarazo me tenía con ganas y según Josefa, cada antojo o capricho debía de ser satisfecho para tener un embarazo feliz y un bebé sano. De seguro que cuando me dio el consejo pensaba que yo sería como otras embarazadas, con antojos de comidas, regalos y atenciones. A, pero lo mío no era normal, a mí se me antojaba mi marido y justo por eso lo tengo enfrente, semidesnudo y jadeante.

—Lia— su voz rompe el silencio con un sonido gutural que es seguido por una melodía de gemidos.

Recorrí su pecho entintado deleitándome con cada centímetro de piel y músculo expuesto, hasta llegar a la v de su cintura, dónde mis dedos trazaron el camino hacia el premio.

Le bajé la pretina del pantalón deleitándome con el bulto que sus bóxers no ocultarían por mucho tiempo. Metí mis manos entre la tela y comencé a acariciarlo suavemente mientras Alex se retorcía por debajo de mí. No podía hacer mucho más, ya que lo tengo atado de pies y manos a la cama, un escenario de ensueño.

La prenda comienza a estorbarme y cuando siento que mi marido no da para más, lanzo al piso la única pieza de ropa que le quedaba. Su erección queda libre, alzándose para mí goteando el líquido pre seminal.

Nunca me cansaré de admirar el cuerpo de este hombre y ver su miembro como mi caramelo personal. Este hombre con herida o sin ella, lleno de tatuajes y cicatrices, para mí seguía siendo la primera maravilla de la biología que mi mundo conocía.

Un siseo lujurioso escapa de su boca y mi nombre envuelto en él.

—Lia.

—Hasta que al fin reconoces quien es tu mujer.

— Pero ¿Qué dices Liana?

—La próxima vez que alguien, ya sea hombre o mujer te haga ojitos, recuerda la noche en que te negué el orgasmo.

— ¿Qué... Qué noche fue esa?

—Esta— digo envolviéndome mis manos en su erección con movimientos circulares.

Gruñidos y maldiciones sale una vez que mi boca toca la punta de su polla y la introduzco parcialmente. Sus músculos se tensan, está a punto y por eso me retiro, volviendo al inicio.

—Lia, cuando me suelte, no te librarás de esta tan fácil— advierte.

— ¿Quién es tu mujer Alexander?

Un gruñido escapa de su boca y no muy conforme, aumento las caricias mientras le pregunto de nuevo.

—Dime ¿Quién es la única que puede hacerte ceder? Dime cariño...

La rendición y la lascivia se mezclan en su mirada. Una sonrisa triunfal se dibuja en mi rostro cuando abre la boca. Cierro los ojos para saborearlo y cuando los abro, estoy sola en mi cuarto húmeda y con un subidón de temperatura.

—Era un sueño...— susurro media perdida— joder parecía tan real.

Me pasó la mano por la cara como si eso fuera aliviarme.

Necesito desahogarme y molestar al causante de mi malestar, y sé justamente cómo hacerlo.

Me dirijo a la pequeña mesita junto a la cama y abro la gaveta sacando el instrumento ideal para bajarme la calentura. Entonces en busca de tener una noche más satisfactoria y placentera tomo el teléfono entre las manos y llamó a la única persona que sé que me responderá al segundo timbre.

— Moya lyubov ¿Necesitas algo? — esa voz... una frase as y de seguro me corro aquí y ahora.

— ¿Dónde estás?

—En la biblioteca ¿Por qué?

— ¿Estás solo?

—Si ¿Por qué?

—Perfecto.

Pongo el teléfono en altavoz y lo coloco sobre la mesita. Segundos después el sonido del vibrador rompe el silencio de la habitación.

Comienzo estimulando mis pechos, pensando en cómo sus manos me magrean centímetro a centímetro, cada beso, caricia y la forma es la que me posee. Paso por mi vientre y cada gemido viaja a través de la línea, transmitiendo oleadas de placer que son correspondidas con un gruñido gutural de puro placer.

—Lia— mi nombre sale envuelto en un susurro lleno de súplica.

Me abro más de piernas mostrándole mi sexo perfectamente depilado y lo húmeda que estoy al introducir mis dedos una y otra vez en una constante estimulación.

— ¿Me estás viendo a través de las cámaras amor?

El gemido que se le escapa confirma mis sospechas. Introduzco el vibrador, aumento la velocidad, y no necesite mucho para correrme de una forma tan brutal como placentera. Mi orgasmo llegó haciendo estragos en cada célula de mi cuerpo y poco después sentí el suyo a través del auricular.

Jadeante y medio embobecida, tomo el teléfono.

—La próxima vez que alguien te haga ojitos, espero que recuerdes esta noche, una en la que no necesite mucho para venirme sola— dije antes de colgar.

¿Estaré exagerando? Quizás, pero que esperaban, soy una mujer embarazada y una mujer embarazada es una bomba de relojería andante.

                                                                 ─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───

Odio la remolacha, sabe a tierra mojada. Y no es que haya probado alguna vez la tierra mojada, pero si me preguntan qué verdura tendría ese sabor, pues de inmediato nombraría a la remolacha como el número uno.

A pesar de mi férrea aversión por dicho vegetal resulta ser que eso es justo lo que estoy comiendo.

—Traidor— digo metiéndome una rebanada en la boca.

De más está decir que la experiencia no es nada agradable. Lamentablemente, es lo único que he podido asimilar después del descafeinado, que a buena hora lo han inventado. Ese es el precio de las náuseas matutinas, hay que comer lo que se le antoje al bebé, aunque la madre no esté de acuerdo.

¡Por dios! Es más bien un: o lo haces a mi manera o sigues sufriendo.

—Se supone que saques lo mejor de ambos, cariño y tu padre no destaca por su carácter y bonita personalidad— le dije a mi vientre, vientre que llené hasta quedar satisfecha, aprovechando su buen humor.

Si alguien me hubiera dicho meses atrás, que mi desayuno consistiría en un descafeinado, cereales, remolacha y pan, lo hubiera mandado directo al manicomio, pero como siempre, la vida terminó sorprendiéndome.

Miro el reloj y decido recoger la mesa y prepararme antes de que se me haga más tarde. Hoy tengo consulta, ni siquiera se lo dije a las chicas con tal de evitar que Alexander se enterará, ya que la última no salió muy bien.

Acomodo los platos y justo cuándo cruzo la sala, en dirección a mi habitación algo muy dentro de mí se remueve, volteo y me quedó inmóvil al ver al propio diablo en persona.

— ¿Asombrada de verme aquí?

—Para nada, ¿Se puede saber a qué has venido?

—Tenemos consulta.

— ¿Cómo lo sabes?

—Los detalles son irrelevantes— afirma estirándose la solapa del abrigo.

— ¿Cómo entraste a mi apartamento?

—La logística es lo mío.

—Ya— si es que para todo tiene justificación tu padre cariño.

Suspiro derrotada al ver cómo me sigue al cuarto, no sin antes pasar por la cocina, tomar una remolacha y morderla como si fuera una manzana.

—Traidor— susurro tocando mi vientre distraídamente, para luego entrar al baño y terminar de alistarme.


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