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Capitulo 24 Parte I

Lia

El frío invierno comenzaba a presumir de sus mejores galas vistiendo las cumbres de un blanco impoluto, y amenazando con extender su dominio con una gélida ráfaga de aire. No puedo decir que la nieve sea algo que me cause desagrado, al contrario, de hecho, podría afirmar con toda certeza que mi amada ciudad es toda una fantasía en invierno, pero esto... esto que tengo ante mis ojos es el significado de la palabra belleza en una sola imagen.

Asombrada, no aparto la vista de la ventanilla, hasta que a lo lejos comienzo a divisar una construcción antigua, que en medio de aquel desolado paraje parece más bien un bastión en vez del tan esperado castillo.

— ¿Cuál es tu nombre?

—Vladímir— responde de mala gana.

— ¿A dónde me llevas? — pregunto empuñando el arma lista para disparar.

—A una fortaleza de máxima seguridad donde estarás a salvo por los próximos días.

No sé por qué no me extraña, que este tipo de respuesta venga de un personaje como el que tengo sentado al lado y que dicho sea de paso no ha levantado la vista de la tablet ni una sola vez desde que emprendimos en viaje.

— ¿A salvo de quién? — pregunto.

— De todos— arguye con cara de malestar estomacal.

Tal parece que este hombre no me soporta, pero poco me importa.

— ¿Eres tu parte de ese todo?

—No, de lo contrario no te hubiera dado un arma— sonríe con sorna.

— ¿Dónde está Alexander? ¿Por qué no vino él a recogerme?

—Eres demasiado ruidosa y haces muchas preguntas molestas, es una suerte que hayamos llegado— admite con fastidio, saliendo del auto.

Abre la puerta y asomo la cabeza con recelo antes de animarme a salir completamente.

El frío me cala hasta los huesos y una sensación de vacío se apodera de mí al ver una hermosa y lujosa casa enterrada en lo las profundo de las heladas montañas en medio de lo que parece ser un cuartel.

Qué extraña distribución, hasta la arquitectura es peculiar.

Rápidamente, subo los peldaños de la escalera para refugiarme en el calor que me ofrece el interior de la casa, porque el neandertal que tengo a mi lado ni siquiera se ha dignado a ofrecerme su abrigo. A duras penas, es y abre la puerta mostrándome el interior.

—Sabes... ser caballeroso, no te encoge los cojones.

—No, pero de seguro andar contigo sí.

—Gilipollas— murmuro cuando se aleja unos pasos por delante.

—Cuidado, preciosa, a menos que mañana quieras ser comida fresca para osos.

—No eres capaz de hacerlo— respondo tan calmada y desafiante como me permiten los nervios.

— ¿Por qué? ¿Esperas que tu caballero oscuro venga a rescatarte?

—Aún tengo un arma genio, nunca debes subestimar a una mujer que empuña un arma— levante la mano haciendo el gesto de apuntarle con el cañón— y por desgracia para ti no planeo soltarla.

—Estoy de tu parte princesa— musita mirando de reojo al personal que se acerca para recibirme— aunque no lo creas.

Una extraña sonrisa se dibujó en sus labios, como si acabara de pasar una prueba, una extraña y preocupante prueba.

—Llévenla a su habitación— ordena mientras se dirige a la escalera principal y entonces hace una pausa y voltea mirándome de arriba abajo como si no estuviera a la altura de lo que sea que fuera qué pasa por su cabeza.

— Я приду позже, чтобы рассказать вам правила, а пока дышите и ешьте, когда прикажут. понял?

*Pasaré más tarde a decirte las reglas, mientras tanto respira y come cuando se te ordene ¿Entendido?

—Я понимаю.

*Sí, entendido.

Respondo la pregunta y sus movimientos faciales no reflejan el más mínimo atisbo de sorpresa, demostrando lo que ya sospechaba, este hombre no solo me conoce, sino que también me ha investigado la pregunta es ¿Por qué?

—Señorita, ¿Me acompaña por favor?

Una joven pecosa, la cual no aparenta tener más de veinte años, me dirige una tímida sonrisa mientras señala el camino en dirección a mi habitación.

Pobre niña, a su edad yo estaba más preocupada por los exámenes y las fiestas que en desempeñarme cómo una buena sirvienta en el epicentro del crimen organizado.

— ¿Cómo te llamas? — pregunte cuando llegamos a uno de los descansillos de la escalera.

—Greta, señorita— respondió tímidamente.

Eso de que me llamen señorita, como si fuera una de esas chicas pijas de nariz estirada no me gusta,

Una cosa a la vez Lia, susurra mi voz interna, ya habrá tiempo para hacer amigos.

— ¿Qué edad tienes Greta?

—Dieciocho años, señorita.

— ¿Dieciocho? — exclamé para no sonar metiche y ella abrió la puerta de inmediato señalándome lo que sería mi habitación por quién sabe cuánto tiempo.

Una excelente manera de evitar que siga formulando preguntas incómodas que comprometen su medio de vida o peor aún, su integridad física.

Me encojo de hombros y paso por su lado, directo a lo que serán mis nuevos aposentos.

—De seguro la discreción forma parte de tu línea de trabajo ¿Cierto?

—No sabes cuánto— afirma una voz masculina que termina tomándome por sorpresa— tu trabajo aquí está hecho Greta.

Despacha a la pobre chica como si estar en su presencia más tiempo del necesario representara un estorbo.

—Creí que ya te habías ido— la molestia de volver a tratar con este tipo se filtra a través de cada palabra.

—Y yo creí que eras de las que simplemente se quedaban calladas, en lugar de interrogar al servicio, así que la decepción es mutua.

Lo que siento en estos momentos se podría describir fácilmente como aversión, molestia, e incluso hostilidad, pero decepción, jamás.

— ¿Cómo se supone que esté callada y tranquila cuando ni siquiera sé por qué estoy aquí?

— ¿Por qué no puedes simplemente obedecer y guardar silencio? — exhaló exasperado, pasándose las manos por el cabello.

—Porque te recuerdo que aún tengo un arma.

La había escondido en mi bolso, para tenerla a mano, y a la vez oculta de las miradas curiosas, aunque supongo que por lo que menos sentirían curiosidad sería de ver a alguien ajeno a su círculo con un arma.

—Simplemente, respira y come hasta que venga, lo último que necesito estresarme más de lo necesario para salvar tu molesto culo.

— ¿Cómo una flor? — comento en tono burlón— ¿Se me permite realizar la fotosíntesis?

Mi sonrisa fue el toque final que disparó su enojo antes de salir murmurando una sarta de improperios en ruso.

Cerró la puerta con un golpe seco, pero cometió el error de no pasarle el seguro.

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Pase la vista por la habitación que me habían asignado, la cual debo admitir que parece bastante normal, bueno, normal si dejamos lujos y comodidades aparte. Incluso me atrevería a decir que la estancia, carece de personalidad, es tan solo una habitación más, sin trascendencia, ni nada que la haga destacar. Pero si pensaban que eso y una cena sería suficiente para mantenerme ocupada, pues se equivocaban.

Recorrer cada rincón de los amplios aposentos, incluyendo el pequeño salón, amueblado estilo isabelino y rebuscar en el pequeño estante lleno de libros. Para luego probar el mullido colchón saltando sobre él, estilo Alan por el mundo, tomar un baño con hidromasaje incluido y cenar algo ligero, solo sirvió para ocupar dos tristes horas de mi tiempo y apenas eran las mueve de la noche.

Y como bien dice Flavia, la noche es joven.

Básicamente, una persona con sentido común se hubiera ido a la cama y ya mañana, con la mente más fresca, se hubiera resignado a escuchar lo que sea que faltaba por decir, pero eso lo haría una persona con sentido común, mientras yo recorro los pasillos.

La decoración no es muy distinta a la de mi habitación o la casa en general. Incluso algunos rincones parecen sacados de un cuento de hadas y otros de una pintura del renacimiento.

La mano de una mujer y el ojo refinado de una auténtica dama se reflejaba en cada jarrón, escultura o adorno, dando como resultado un perfecto y refrescante equilibrio.

¿Y si está casado y solo lo negó para que no lo rechazara?

Llego a un amplio pasillo conduce a un salón de estar, y en el lado contrario hay otro grupo de habitaciones, que no bajo ningún concepto escaparan de mi insaciable curiosidad. Definitivamente, si no fuera por mi buen sentido de la orientación, ya estaría perdida entre tanto recovecos, pero como no es así, pues continúo la marcha, comenzando el recorrido, a lo que llamaremos la otra ala del castillo.

Un sentimiento de aprensión se acumula en mi pecho al estar en un entorno completamente desconocido, uno muy similar al cuento de la bella y la bestia, con la sencilla diferencia que esta bella olvidó la beretta en sus aposentos.

Nunca fui tan atrevida, así que no sé de dónde surgió el valor suficiente para entrar en una de las habitaciones, supongo que me ha tocado cambiar de cuento, esta vez interpreto el papel de ricitos de oro, pero sin oro, porque es la versión de bajo presupuesto.

Mis manos se aferran al pomo de la puerta, lo aprieto y lentamente giro con la curiosidad haciendo estragos en mi fértil imaginación.

¡Ay madre! Esta habitación no una cualquiera, ya sabía yo que algo me llamaba instintivamente.

La forma en que la decoración cambia, el orden casi militar, un armario de lujo, uno que contiene, muchas prendas que de solo percibir su perfume cítrico humedece mis bragas. Y para completar la fiesta, acabo de encontrar la playera de cuando estudiaba en la universidad, esta sin dudas es la habitación de caramelito, quien oficialmente acaba de ser nombrado mi acosador número uno, en el justo momento en que encontré las bragas que yo consideraba extraviadas.

Creo que tendremos que repasar la charla de los límites, pero esa charla se queda para después de que sepa ¿Cómo está? ¿Dónde está? Y hayamos tenido una deliciosa reconciliación.

Hasta un ciego se daría cuenta de que la atracción de este hombre sobrepasa lo moral y razonable, tiene hasta mi perfume preferido aquí, ¿O será el que se hace una semana desapareció?

Es como si perteneciera aquí, a su mundo, a su vida, a su intimidad... yo, debo encontrarlo.

Con una determinación que no experimentaba desde el día que decidí salir de casa, abandoné la habitación en busca de alguna pista que me permitiera saber algo de Alexander o al menos tener noticias suyas.

Pero el intento de búsqueda fue inútil, algunas habitaciones estaban cerradas con llave, otras al entrar podía ver claramente que estaban vacías, quizás destinadas para invitados.

Ya estaba por darme por vencida cuando el quejido de una mujer me detiene en seco a medio camino. ¿Habré olvidado alguna habitación?

Volteo y en silencio sigo el arrullo de placer, cada gemido aumenta mi curiosidad innata por conocer quiénes son los protagonistas de dicho espectáculo.

Con cada paso bien me acercaba a un jugoso chisme o a la amarga decepción que me llevé con uno de mis ex, al descubrir que me estaba engañando.

Porque si bien solo fue una vez, solo ese bastó para que grabara dolorosamente los síntomas de una relación que ya no tenía sentido.

Las ausencias, la frialdad, la indiferencia...

¿Y si él me está engañando?

No tengo motivos para ser insegura, pero aun así las traiciones duelen y si él...

Me detuve a tan solo centímetros del umbral, con la puerta medio abierta y el pomo de la cerradura entre mis dedos.

Estaba tan cerca que podía escuchar fácilmente cada susurro, siseo y gemido de placer, pero definitivamente lo que vi no era ni remotamente lo que esperaba ver.

¡Madre mía, cuida de mi vida!

Vladímir follando, definitivamente es él empotrando a una pobre y delgada chica, dándole duro contra el muro, como cajón que no cierra.

¡Ay por dios!

Silenciosamente, saqué el teléfono y comencé a grabar, capturando unos escasos minutos dónde tanto él como ella llegaban al orgasmo perdidos en su propia burbuja.

Esto servirá como material de chantaje para futuros altercados, por lo pronto volveré tranquilamente a mi habitación, a esperar a que mi niñera termine de ocuparse de sus necesidades.


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