Capítulo 6. El primer mensaje
Ksyusha abrió los ojos al sentir que Anya la sacudía por el hombro desde hacía unos minutos.
— Despiértate, vamos a ver los regalos.
— Pequeña traviesa, — Ksyusha tomó a su hermana y la sentó a su lado. — ¿Hace mucho que intentas despertarme?
— Sí, y tú como un oso, te has metido en hibernación y no oyes nada.
— ¡La próxima vez te comeré!
— Está bien, vamos por los regalos.
Ksyusha tomó a Anya de la mano y fueron juntas a la sala. Debajo del árbol artificial, decorado con copos de nieve, muñecos y esferas pintadas, había dos cajas, una lavanda y otra amarilla.
— Oh, ¡esta es mía! — Anya agarró la caja amarilla.
De la caja rasgada emergió apresuradamente una muñeca de cabellos dorados, con un vestido de terciopelo amarillo y un sombrero violeta.
— ¡Qué hermosa! — Anya giraba por la habitación con su nueva amiga.
Ksyusha desenvolvió con cuidado la caja de papel lavanda y sacó una tetera de porcelana en tonos violeta y azul, junto con un juego de té para seis personas. Los platillos y tazas repetían la misma gama de colores de la tetera, adornados con peonías florecientes y aves cantoras.
— ¡Qué hermosos son! Ahora mis reuniones de té en la residencia universitaria serán aún más bonitas. — Ksyusha tomó una de las tazas, examinándola por todos lados. — ¡Vamos a tomar té ahora mismo!
— ¡Genial! Justo tenemos dulces, — Anya señaló la caja de chocolates que había quedado sin atención bajo el árbol.
Ksyusha besó a su hermana en la coronilla y fue a preparar el té. Después de lavar la nueva vajilla con bicarbonato, colocó tres cucharadas de té verde en la tetera y las cubrió con agua hirviendo, dejándolo reposar...
Golpeó suavemente en la puerta del dormitorio de los padres.
— Pueden venir, — se oyó la voz de su madre.
— ¡Buenos días! Anya y yo decidimos tomar té con el nuevo juego, ¿se unen?
— ¿Y quién va a desayunar? — objetó la madre.
— Vamos, sírvenos también, — resumió el padre.
— Está bien, el té ya está listo.
Ksyusha colocó los platillos y tazas, su madre servía el té y su padre pasaba los dulces al plato. Reinaba un tenso silencio en la habitación, interrumpido solo por los sonidos de la vajilla.
— ¿Cómo van las cosas en la universidad? ¿Has aprobado los exámenes?
— Sí, mamá, todo bien, — Ksyusha evitaba el intenso vistazo de su madre mientras seguía sirviendo el té.
— ¿Y por qué exámenes? ¿No los aprueban automáticamente ya?
— Los aprueban, pero a ella no le alcanzaron los puntos. Por supuesto, hay que lograr no llegar a los mínimos en Literatura. A mí en Matemáticas siempre me daban el examen automáticamente.
— Tú siempre fuiste talentosa, querida, — su padre la acarició por la mano mientras tomaba un sorbo de té.
— En realidad, Ksyusha, esos puntos no importan, en cualquier caso, la Literatura no es la opción más confiable para una carrera. Hubiera sido mucho mejor Derecho.
— Justo a tiempo te has dado cuenta, cuando ya ha terminado el primer semestre. Debiste hablar antes, cuando yo insistía en Economía. Incluso le encontré una universidad adecuada en nuestra ciudad. Cerca, podría vivir en casa con la familia, no quién sabe dónde.
Y tú, junto con tu padre, insististe en dejarla tranquila. "La dejó en paz", quería un buen futuro para su hija. ¿Por qué hablas de esto ahora?
— Oksana, yo quiero lo mismo para ella...
— Papá, pásame el caramelo amarillo, — interrumpió Anya, estirándose sin éxito hacia el plato.
El padre acercó el plato hacia ella.
— Entonces no pensé que esa decisión sería definitiva. Cuántas veces cambió de figura: patinadora, ilustradora... Pero en cualquier caso, siempre puede obtener un segundo título. ¡Para la vida! Ksyusha, entiende que tu mamá y yo queremos que tengas una vida exitosa y una carrera estable.
— Sí, lo sé, — dijo Ksyusha en voz baja, bebiendo apresuradamente el último sorbo de té.
Quería abandonar cuanto antes esa reunión familiar y quedarse a solas con sus pensamientos.
Se levantó lentamente de la mesa, agradeció el té y fue a su habitación, donde la esperaba su diario.
Con un nudo en la garganta, lo abrió y comenzó a escribir, vertiendo sus sentimientos en el papel...
Luego del recuerdo nostálgico de su abuelo y de sus días junto al mar, Ksyusha recibió una notificación en el móvil. Un mensaje de Sebastián destacaba entre las frases repetitivas de otros contactos.
S: ¿Tú pintaste esa imagen? — preguntó él sobre su foto de perfil.
K: No.
S: Es hermosa.
K: A mí también me gusta, gracias.
S: ¿Te gusta dibujar?
K: Sí, pero dibujo muy poco.
S: Hablas muy bien español. ¿Dónde estudias?
K: ¡Muchas gracias! ¡Es agradable escucharlo! Estudio en la universidad lingüística, aprendo español, inglés y literatura.
S: ¡Qué interesante! ¿Tienes algún autor favorito? Yo trabajo como abogado, pero me gusta la literatura.
Ksyusha sonrió, pensándolo unos minutos, y comenzó a escribir rápidamente.
K: Tengo muchos autores favoritos. Entre los poetas: Marina Tsvetáieva y Lina Kostenko. Y mi escritora favorita es Jane Austen. ¿Qué autores te gustan a ti?
S: No me hables de "usted", por favor, háblame de "tú". No conozco mucho de la literatura rusa. Me gusta mucho García Márquez, especialmente su libro Cien años de soledad. Me gustaría saber más sobre las poetas que mencionaste.
No hacía falta ni preguntarle a Ksyusha para que comenzara a hablar de sus libros favoritos.
K: Tsvetáieva fue una poeta simbolista, representante de la Edad de Plata. Buscaré sus poemas en español.
Ksyusha le envió su poema favorito: Me gusta que no estés loco por mí. Por los emojis con corazones, parecía encantado.
S: Luego buscaré para ti poemas de poetas españoles. ¿Conoces las obras de García Lorca?
K: No mucho, solo conozco su poema La guitarra.
S: Me gustan las personas que admiran la poesía, son muy sensibles.
K: Es verdad, la poesía es así: puede quemar el alma o curarla.
S: Wow, me gusta esa frase, es muy profunda. Las conversaciones sobre poesía me ponen melancólico, mejor iré al gimnasio, eso es mucho más comprensible. ¡Nos vemos pronto!
Ksyusha se rió y empezó a golpear activamente los emojis.
— ¿Y con quién estás hablando? — Anya estaba de pie detrás de Ksyusha, mirando la pantalla de su teléfono.
— ¿Cómo se llama?
— A ver, querida, — Ksyusha apagó el teléfono y sentó a su hermana en sus rodillas, — ¿Qué hacemos metiendo las narizes en celulares ajenas?
— Pues porque no tengo mi propio, me toca leer tus conversaciones.
— Bueno, eso no es una muy buena excusa, mejor ve a leer un libro.
Anya salió corriendo de la habitación.
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