Treinta y uno
XXXI. Presas prisioneras.
A pesar de creerse —o querer hacerlo— en una tierra digna de fantasías, lo que ofrecía ese mundo no era nada remotamente parecido a los cuentos de hadas. Y aunque lo deseara desde el fondo de su corazón, sabía que su madre no era similar a esas que salían dibujadas en los libros que hojeó. El mundo real aparte de los cuentos era crudo y algo como una cálida relación madre e hija no era algo a lo que podía acceder en su situación; no siendo ella Níniel y no siendo Alanna su mamá, quien dentro de las bocas que pronunciaban su leyenda se había ganado el peyorativo de bruja por una buena razón. Su madre era esa que tenía adelante, de la que guardaba pocos recuerdos, los que no eran los más dulces. Su mirada oliva seguía siendo la misma —o incluso más opaca— y el tono verdoso le recordaba a las serpientes, sin saber muy bien porqué. Tal vez porque en su subconsciente había una memoria de ese reptil comiéndose a un roedor, o porque en su interior, ante su madre, ella se sentía tan indefensa como un ratón.
Habían avanzado unos buenos metros cuando Alanna le soltó la muñeca y pudo liberarse de su agarre. Se sobó disimuladamente la zona. La verdad, ella no pretendía dejar a Misha solo, tirado a su suerte en el bosque, pero cuando sintió el toque opresor de su madre sobre su piel, algo le dijo que era mejor no resistirse. Su cabeza estaba hecha un lío, el lobo moriría si no recibía atención pronto, pero se encontraba en una selva peligrosa donde cada paso podía ser el que la llevara a tropezarse. Y no se podía permitir caer.
Antes de que pudiera decir nada, Alanna ya le había lanzado encima una cuantiosa cantidad de Polvo de Sombras, haciéndola toser y lagrimear. Recordó las primeras veces que se enfrentó al camuflaje y se sintió igual de impotente que cuando era niña. Su existencia volvía a ser irreconocible.
—Listo —zanjó la mujer, sacudiendo sus manos. Reacomodó un par de mechones de cabello detrás de sus orejas y clavó su mirada en la chica. Ahí estaban, esos ojos de depredador—. Ya estás a salvo, hija, esos lobos ya no te podrán encontrar.
—¿Esos? —pronunció la joven con lentitud. Su madre era muy astuta, eso saltaba a la vista, pero Níniel al menos quería sacarle un poco de información antes de decidir qué hacer—. ¿A cuáles lobos te refieres?
—... ¿Quién era ese con el que estabas? ¿Y por qué? —Alanna evadió la pregunta con otra, cargada en una entonación más grave, lo que puso a Níniel de los nervios. Debía ser muy cuidadosa, un instinto primitivo se lo decía.
—Ya lo conoces, ¿no lo recuerdas?
Las pupilas de la madre subieron al cielo, como si intentara hacer memoria. Cierto matiz dudoso perturbó su rostro serio, pero no dio apertura para ser analizada a fondo, como si fuese un arte el manejar información a su antojo.
—Es el de aquel día, ¿no? —cuestionó titubeante, como insegura de haber proferido esa respuesta.
Bingo, pensó Níniel. Su madre había mentido, asociando a Misha con la figura del lobo Velkan, aun cuando era poco probable que el rubio fuera a convertirse en un monstruo negro. ¿Por qué lo había hecho? Su madre mencionó "lobos" en plural, lo que significaba que, aparte de Nilah, había alguien más tras sus pasos. La cuestión era quién. Alanna la había ocultado con el Polvo de sombras, que estaba enfocado en los licántropos, mucho antes del encuentro con Nilah, o sea que había un segundo lobo en cuestión al cual su madre conocía y no quería revelar su identidad. Por eso optó por mentir, aludiendo al lobo en común que ambas conocían.
—Responde, Niel.
La joven sintió un escalofrío. No sabía cómo seguir el flujo de la conversación sin hacer notar su desconfianza.
—No es él. Es otra persona —reveló.
Alanna pareció darse cuenta de su error, pero no profundizó en el tema, ya que algo de lo dicho por su hija logró alterarla.
—¿Persona...? —La duda acusadora en el tono de su madre la llenó de miedo cuando avanzó algunos pasos en su dirección—. ¿No querrás decir monstruo? —El silencio entre las palabras también tenía un sonido inquietante—. ¿Qué hacías junto a un monstruo, Niel?
Incluso estando en una situación delicada, las palabras de su progenitora, sin pretenderlo, revelaban cierta información. Por ejemplo, su pregunta anterior, hecha con tanta indignación como asombro, indicaba que no tenía idea de lo que había estado haciendo el último tiempo, por ende, no sabía de sus tratos con los lobos ni de su estancia en Amor omnia vincit, de otra forma estaría furiosa. Eso quería decir que el secuestro de la pequeña loba era algo aislado de su convivencia con los monstruos. Alanna no sabía de sus andanzas y eso jugaba a su favor.
—Él... me tenía prisionera.
Agradeció no haber forcejeado para volver con Misha, sino su coartada no habría sido convincente. Aunque su madre se veía como alguien tan sagaz que no se tragaría sus palabras, así como así. Alanna tampoco confiaba cien por ciento en su hija, después de todo, casi no se conocían.
—¿Prisionera sin amarrarte ni con un sólo rasguño?
—Me a-aterran mucho los monstruos. No quise resistirme por temor a que me matara de inmediato. Además, no necesitaba amarrarme, son tan fuertes que, aunque escapara, me atraparía en dos segundos.
No le costó tartamudear porque de verdad se sentía aterrada, claro que no de los supuestos monstruos. Se encogió como solía hacerlo en antaño y eso pareció convencer a su madre. Por el momento, que la subestimara era su mejor arma.
—Tan indefensa... —pronunció la chamán mayor para tomar a Níniel por la cabeza y pegarla a su pecho en un abrazo. La joven tuvo que doblar su columna y agarrarse de los ropajes de su madre para no tambalear. Los brazos de Alanna eran delgados y proveían de un tibio frío que no alcanzaba a tocar el corazón de la joven, el cual añoraba con desenfreno algo de calidez. Cuánto le gustaría acurrucarse más cómodamente en el regazo de su madre y pasar mucho tiempo así para poder conseguir algo su calor, pero eso no sucedió ni sucedería, pues tan pronto como se generó el contacto, se terminó. Y siempre sería de esa forma.
—Dime algo, ¿has visto a esa bestia alguna vez durante estos años?
—¿A quién te refieres?
—A qué me refiero —corrigió con voz de mando—. Al lobo negro.
El aire se atascó en la garganta de Níniel, indispuesto a circular. Su corazón latía como loco. ¿Y ahora qué hacía? ¿Cómo saber cuáles eran las respuestas correctas? Algo le gritaba que la sinceridad en ese momento no sería su aliada.
—No lo he visto, gracias al cielo...
—Eso es bueno. ¿Y qué has hecho todos estos años? —preguntó Alanna, echándose a andar y arrastrándola por la muñeca de nueva cuenta. La sensación de sentirse una niña no podía ser quitada y era como si la estuvieran alejando de su hogar. Iban en dirección al Oeste.
—Esconderme —respondió de inmediato, eso era lo que había estado haciendo hasta hace casi dos meses. Su madre sonrió, complacida, como si supiera que iba a responder eso. Pero no se esperaba una pregunta de vuelta—. ¿Y tú qué has hecho, mamá?
Se detuvo un momento, como si pasaran frente a sus ojos esos veinte años enteros. Se notaba que le habían ocurrido demasiadas cosas, las cuales habían forjado su carácter y la forma en que sus ojos observaban. Emprendió nuevamente su camino.
—He recorrido múltiples lugares buscando lo que necesito.
—¿Y qué es lo que necesitas? —Hubo una pausa en las palabras de la joven, quien había dejado la máscara de lado para poder preguntar sin temor a cometer un error. Sus interrogantes eran honestas porque las cargaba desde que era niña y salían de su boca en tonalidades compungidas al haber estado atrapadas por tanto tiempo—. ¿Qué te hizo... dejarme ese día?
Se detuvieron en seco. Alanna enraizó sus pies en la tierra. No movía un sólo músculo y su respiración era invisible, parecía paralizada en su totalidad. Pero después de unos agónicos instantes, contestó:
—Lo que necesitaba era la llave para liberarte... Y te dejé para buscarla porque ese día me harté de verte prisionera.
—¿Liberarme? ¿De qué?
Alanna se dio la vuelta y el veneno en su mirada de reptil corroyó hasta la médula de sus huesos. Níniel nunca pensó que alguien pudiese albergar tanto odio en su ser, sin perecer intentando contenerlo. No, no era eso, pues su madre lo desbordaba como si fuese una fuente de nunca acabar y lo exudaba por cada poro de su cuerpo. Ella había nadado en su propio veneno y ahora era inmune a sus contraindicaciones. Estaba en sintonía con el alto nivel de toxicidad y se enorgullecía de ello.
—Voy a librarte de ese endemoniado lazo te une a los lobos.
La confirmación era redundante, pero arrolladora. Su madre había admitido la verdad que ya todos sabían, pero sembrado otra vez la duda de quiénes serían los demás lobos a los que se refería. Porque había algo más que su madre se negaba a decir, pero que estaba ahí, en la punta de su lengua.
—¿Cuáles lobos? ¿Qué lazo? —Níniel estaba angustiada—. Mamá...
—Se acabaron las preguntas.
Alanna fue tan tajante que la joven perdió toda aparente curiosidad y la siguió juiciosa en su senda. Como la mujer dominante que era, caminaba un par de pasos adelante, confiada en que la inocente Níniel jamás osaría a alejarse después de haberse encontrado. No tenía idea de que la apacible muchacha había pellizcado una de sus muchas costras, abriendo una vieja herida y manchando con su sangre los árboles que seguían su mismo camino. Cuando la herida se quedaba prácticamente seca, la joven la mordía y hacía salir más gotitas de líquido vital. Esa era su forma de luchar, silenciosa, diciéndole discreta al mundo y a su madre que no se dejaría desaparecer tan fácilmente. Ella estaba marcando su camino, no para que la salvaran, sino para volver a casa algún día. Y ningún monstruo se lo impediría.
Caminaron durante horas en absoluto mutismo. Si se miraba la escena en comparación a los tiempos que compartieron hace años, tampoco lucían como madre e hija. Se veían como dos extrañas que tenían objetivos distintos en mente. Y quizás eso eran.
Níniel no pudo seguir dejando sus migajas en el bosque pues salieron de él y pasaron a un terreno árido. Era extraño, parecía un desierto, rocoso, amarillento y sofocante, pero cada tantos había una hierba furtiva creciendo entre la sequedad, de un verde tan vivo que contrastaba con el ambiente del lugar. La joven no pasó inadvertido ese detalle, ni tampoco el hecho de que atravesaban un terreno abierto donde eran más propensas a ser vistas por criaturas. Alanna, que se había volteado a revisarla, casi pareció leer su mente.
—Los monstruos no vienen aquí porque no son aptos —explicó, pisando firme la tierra. De improviso, hizo un comentario personal de esos que nunca emitía—. Es el lugar ideal para que los humanos renazcamos.
La frase quedó flotando en el aire por varios minutos. ¿Qué pretensiones de vida tendría su madre? Sin sorprenderse se dio cuenta de que no la conocía lo suficiente como para lanzar una respuesta tentativa a esa pregunta. Lo único que tenía claro de su progenitora era que odiaba a las criaturas —en especial a los lobos— con toda su alma. Y un supuesto "renacer" de los humanos, mezclado con ese ponzoñoso odio, sólo podría resultar en algo.
Derramamiento de sangre.
Llegaron a un lugar extraño, donde no alumbraba el sol ni a través de las nubes, como en casi toda la Gran Zona. Allí, los nubarrones eran tan gruesos que no dejaban asomarse ni un rayo de luz solar, lo que mantenía todo en penunmbra. El clima pasó de ser cálido a frío a medida que se adentraban y acercaban a un enorme agujero en la tierra que albergaba chatarra humana del anterior mundo. Níniel reconoció los esqueletos de lo que vio como dibujos en los libros. Automóviles.
—¿Por qué estamos aquí? — susurró para sí misma.
—¿No te sorprenden estas cosas...?
Alanna la oyó. Níniel no tuvo oportunidad de fingir asombro, pues su madre ya la miraba con sospecha. Intentó hacerse la desentendida, por si acaso lograba pasar desapercibido su desliz.
—Todo aquí es muy extraño, hasta el cielo... —Error garrafal. Si había algo que su madre podía decir que conocía de ella era su intrínseca curiosidad. Y esa respuesta que dio no era nada acorde a su persona—. Ah... ¿qué hacemos aquí?
Al mismo tiempo que un rayo quebró el aire, los ojos de su madre se clavaron sobre ella y Níniel lo supo. Ya estaba acabada su obra teatral, pues su expresión reflejaba el conocimiento de su error y Alanna la vio. Ni inventar una excusa la libraría de hallarse culpable. Sus mentiras habían durado hasta ese momento.
—¿Acaso conoces este lugar?
—Mamá...
—¡Responde mi pregunta!
Níniel tembló. Alanna era aterradora y temía por su destino estando a su lado sin obedecer su voluntad. ¿Perecería? No sabía qué creer.
De repente, cortando la tensión, pero reemplazándola con una más grande todavía, se oyó un chillido lastimero. Ambas abrieron los ojos, cuál de las dos más sorprendidas, aunque de distintas maneras. Alanna deseó que el horrible sonido hubiera pasado inadvertido, pero al igual que el susurro de Níniel minutos atrás, no pudo ser escondido.
Y en cambio volvió a hacerse oír.
Alanna se había quedado muy quieta, aguardando alguna reacción torpe, pero no esperó que su hija se asomara en un movimiento veloz hacia el hoyo, encontrándose de frente con la pequeña loba secuestrada dentro de un vehículo derruido, quejándose al tener todo su rostro herido por las erupciones.
Los ojos de plata se desorbitaron debido a la ira.
—Fuiste tú —acusó.
Por primera vez, Alanna se sintió perpleja.
—¿Cómo lo sabías...?
—¿Qué planeas hacer con ella, ah? ¿Por qué le has hecho daño?
—Es una alimaña, hija... —intentó razonar.
—¡¡Es una niña!!
Su grito pareció devolver a su órbita a Alanna, quien no estaba dispuesta a recibir berrinches de moral por parte de una mocosa como lo era Niel. Le faltaba ver el mundo y sólo lo haría después de quitarle ese espíritu inmundo de adentro.
—Ya basta. —La frenó, abalanzándose sobre ella para aprisionar su brazo con rudeza. Níniel forcejeó un poco—. No tengo que darte explicaciones. Volverás en ti de una vez por todas. No voy a esperar más.
—¿Qué me vas a hacer? —cuestionó la joven, tironeando. Alanna aparentemente quería alcanzar a la lobezna sin soltar a su hija, cosa que le estaba costando bastante.
—Haré un ritual para expulsar de ti eso que tanto aberramos...
—¿Qué es? ¡Dilo de una vez!
—¡La maldita alma de esa loba que se te metió!
Con la respuesta dada y los dedos de la bruja afianzados a sus dos presas, Níniel tomó su resolución.
Arrebató a la pequeña de las garras de Alanna a la vez que le daba un empellón lo suficientemente fuerte para que cayera al agujero. Ya tendría tiempo para el remordimiento después, ahora su resolución se basaba en correr y ser libre.
Congoja la inundaba al correr en ese terreno abierto sin ninguna posibilidad de esconderse, con la niña a cuestas y Alanna pronta a salir del hoyo. No tenía muy claro el porqué de su huida, pero sí sabía que su madre era peligrosa en ese momento y eso la instaba a alejarse de ella.
Se vio sin escapatoria, huyendo de algo inevitable, mas de la nada, una de esas hierbas ocasionales cedió bajo el peso de su pisada y de pronto, una capa de tierra se levantó y fue tirada hacia adentro. Se halló en oscuridad, a salvo de su madre, pero a merced de los seres que la habían abducido. Abrazó a la pequeña loba con brío. Fuera cual fuera su destino, lo había elegido en el momento que decidió enfrentarse a quien la trajo al mundo, por lo que sería un final digno.
—Oh... Pero qué tenemos aquí.
Tal vez tendría que seguir luchando por un final así.
✧
¡Me apuro porque es casi sábado en Chilito!
¿Qué tal? Como siempre, déjenme aquí sus impresiones, teorías, dudas, curiosidades, críticas y más.
Curiosidad #11
Cuando empecé a escribir la historia, aún no tenía muy claro cómo se iba a desarrollar el conflicto, mucho menos si iba a tener un villano, hasta que un día me di cuenta de que Alanna tenía mucho potencial. Y voilá.
Pregunta.
¿Si pudieran ser un personaje, cuál serían y por qué?
23:57, ¡ah!
Nos leemos, besos,
HLena.
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