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Treinta y seis


XXXVI. Quién soy.

El Norte se luce limpio,
con parecido a hogar invernal.
¿Por qué si nieva
no tengo frío?
Entre los árboles duermo
junto al fuego,
y las estrellas lloran tibio.
Al borde del abismo
fluye apacible el río,
y en él se refleja cuando miro
una majestuosa bestia
vestida de blanco.

¿De quién son estos recuerdos?

Despertó alarmada, pues en su ligero sueño advirtió la sensación de ser observada. Desde el catre vio con sus ojos de piedra a Kainan, que parado desde la puerta no hacía más que contemplarla. Níniel se echó para atrás de manera instintiva, aunque no se encogió como usualmente haría.

A su lado, la pequeña loba dormía acurrucada sobre sus piernas. Lo pensó por un momento y se dio cuenta de que jamás había tratado con la niña y que durmiera tanto evitaba que se conocieran, por lo que no sabía cómo reaccionaría al despertar. De momento decidió enfocarse en el hombre, que al contrario de la vez pasada, ahora tenía un aura menos mezquina.

—Ven un momento...

Recelosa, pero interesada, Níniel dejó el lecho y arropó a la pequeña antes de seguir al chamán. Sus adornos tintineaban al caminar mientras se ayudaba con un bastón hecho de una rama torcida. La llevó a una especie de gruta, donde gracias a la antorcha anclada en la pared logró apreciar montones de dibujos y escrituras detalladas en grandes rocas. Se atiborraban las figuras una encima de la otra como una montaña de garabatos.

La joven volteó hacia el anciano en busca de una explicación, pero él ya no estaba Confundida, observó los dibujos con cierta reverencia. Se acercó más al muro para poder ver mejor las figuras cuando la antorcha se consumió, por lo que Níniel quedó sumida en absoluta oscuridad. Suspiró con hastío, ella no sabía hacer fuego, así que debería volver a tientas por el camino en que llegó. Estaba por regresar cuando lentamente una luz pálida iluminó el lugar. Todo adquirió una tonalidad azulina y fue entonces cuando ante sus ojos apareció el huldufólk brillando como una luciérnaga.

—Antes me llamaban "hombre lámpara".

Níniel no entendió a qué se refería, pero sintió admiración por la piel brillante del ser y cómo alumbraba todo a su paso. Él se aproximó a ella con timidez y dispuso su luz hacia las rocas, volviendo a hacer visibles las pinturas rupestres que adornaban la estancia.

—Esta es la forma de pedirte perdón de nuestro jefe, sabes —comentó Elman mientras Níniel rozaba con sus dedos los trazos en la piedra. Lo miró a los ojos, deseando hacerle montones de preguntas, pero no sabía cómo comenzar. Arrugó el rostro, algo irritada, pues seguramente la criatura comenzaría un monólogo basado en sus gestos. Y así fue.

—Tienes cara de querer hacer preguntas —ofreció, risueño. Níniel se pegó un golpecito en la cabeza y suspiró, no le gustaba charlar, menos con alguien que la mantuvo presa, pero más le disgustaba que la anduvieran interpretando, como si de una muda se tratara.

—Tu jefe es un hombre extraño —soltó por fin, sin dejar de mirar las paredes. Elman rio con ternura.

—Ha pasado por mucho y está cansado, eso es todo.

—¿Dónde están los demás chamanes?

La criatura tragó saliva y ahogó un sollozo.

—Ellos murieron...

Níniel no añadió nada. En cambio, optó por guardar silencio y esperar, pues preveía que aquel sujeto iría soltando información por sí solo, sin necesidad de escarbar.

—No fue hace mucho, ¿sabes? Estaban aquí cuando llegaste. Como vieron a alguien de tu edad con bien, salieron en una expedición para encontrar humanos sobrevivientes, en contra de la voluntad del jefe Kainan, pero no volvieron. Suponemos que los interceptaron monstruos.

A Níniel le hacía gracia que los monstruos trataran a otros con ese término. Aquello derivó a una misteriosa cuestión; ¿habría sido ella alguna vez considerada un monstruo por alguien más? Al recordar la revelación de su madre, se sintió como uno y eso la achacó. La voz del huldufólk la distrajo de sus cavilaciones.

—Perdón, pero ¿esa de la que huyes es tu madre?

Níniel lo miró ciertamente asqueada. Ella podía ser curiosa, pero este era un metiche. Ni Misha aspiraba a tanto. Usó un tono tajante para contrarrestarle.

—¿Por qué crees que es mi madre?

—Se parecen. Digo, en su expresión —intentó explicarse, apenas entendiéndose a sí mismo—. No sé, ¿lo es?

Níniel despegó la vista de él y procedió a seguir admirando el arte rupestre, ignorándolo deliberadamente. Elman siguió con su paroloteo, sin importarle semejante desprecio.

—¿Tienes una relación complicada con tu madre? Uhm. Adair y yo no tuvimos una, creo. Somos hermanos, ¿te conté? ¡Oh! ¿Estoy siendo muy indiscreto? Discúlpame, es que, ¿sabes? Ni mi hermana ni el jefe son muy comunicativos y ya me estaba volviendo medio loco, entonces...

—Habla todo lo que quieras.

Níniel meditó sobre su extraño comportamiento de últimamente. ¿Por qué actuaba así? ¿Qué le estaba pasando? Se sentía hastiada, insegura e irritada, aunque también más temerosa que nunca, pues no tenía idea de qué hacer. Viéndose sola ante este ser desconocido, llegó a una sorpresiva conclusión.

—Eres muy amable, ¿sabías? Seguramente estabas estresada por el encierro y por eso me atacaste. Sí, eso debió ser. Ahora lo entiendo y te perdono. —A Níniel le tiritó una ceja—. La persona de la que huyes es tu madre, la que viste allá afuera, ¿cierto? Eso es muy triste. Al parecer yo no tuve madre, como te dije, pero sí un padre. Era alguien muy serio, pues era una especie de deidad, pero murió para que existiésemos, así que yo creo que nos amaba. Le llamaban "el ser de la penumbra" y al tenernos su alma se dividió en dos, por eso con mi hermana somos tan diferentes. Ella pertenece a la tierra y sus entrañas; es el ser de la oscuridad, y yo al cielo y sus nubes; soy el ser de la luz. Curioso, ¿no? A veces no logramos comprendernos muy bien, pero yo creo que sí nos queremos, digo, somos dos partes de lo mismo. Adair hizo estos túneles hace tiempo, increíbles, ¿cierto?

La humana cerró los ojos con pesar.

—¿Por qué están con el anciano?

El parlanchín se mostró sorprendido por el drástico cambio de tema.

—Eh, bueno, porque él nos ha cuidado desde que nació. Es difícil de explicar. Es que nosotros somos muy, pero muy viejos. Y cuando ocurrió la Última Guerra y sus sucesos, él lideró un grupo de chamanes que fueron dejados de lado y cazados por los monstruos. También protegió nuestras tierras, por lo que le seguimos desde entonces.

—¿De ellos hablaba el anciano? ¿Los disidentes?

—Sí. Durante y después de la guerra, cuando comenzó la Era Pulcra, los humanos dirigentes quisieron exterminar en secreto a los humanos que sabían sobre las criaturas, principalmente chamanes. Los monstruos no estaban enterados, pero cuando lo supieron entendieron que los humanos dirigentes jamás compartirían el poder con ellos. En todo caso a los lobos nunca le importaron los chamanes, porque cuando llevaron a cabo la Gran Caída, asesinaron humanos por igual. Acabaron con los que desde los inicios fueron sus aliados y guías —explicó Elman.

—No sabía que habíamos estado del lado de los monstruos... —susurró Níniel, asombrada.

—Es por eso por lo que el jefe Kainan te despreció, porque al verte supo que algo de monstruo había en ti y eso para él es una traición. O al menos eso dijo, no le entendí bien. Él jamás fue aliado de los monstruos, porque nació en la época donde los de su clase ya eran perseguidos, por eso desprecia a los chamanes que sirvieron a las criaturas. Y te trajo hasta aquí para que aprendieras sobre los orígenes de tus antepasados.

En los dibujos tallados en piedra, se mostraba una gran hoguera con personas a su alrededor tomadas de la mano. En la cúspide del fuego se mostraba la luna en su plenitud. Más atrás de las personas en ronda, grandes criaturas con formas antropomorfas aguardaban. En otro dibujo, una figura menuda, con diferentes adornos indefinibles sobre sus ropajes, sostenía frente a un licántropo una copa rebosante de frutas y la criatura mantenía su rostro inclinado respetuosamente. Montones de representaciones de ese tipo se tallaban a lo largo de toda la pared, pero la más impresionante era la de una mujer de cabellos eternos y ojos piadosos que se asomaba tras la sombra de un hombre corpulento a quien no se le apreciaba la mirada. La mujer tallada en piedra lloraba sentada sobre la luna creciente con su vientre abultado y las manos extendidas hacia abajo, como si pretendiera abrazar a montón de personas. Ese dibujo en particular atrajo la atención de Níniel.

—¿Quién es? —preguntó, solemne. Una voz gruesa contestó.

—La diosa de los perros.

El anciano chamán se aproximaba a paso lento. Elman retrocedió y estrechó los ojos con respeto. Níniel no le apartó la mirada.

—¿De qué habla?

—Tú deberías saberlo, siendo servidora de los perros.

La joven apretó sus puños. Sentía tantas ansias de saber, pero a la vez temía por las respuestas. Quería volver a su hogar, pero a la vez quedarse. Deseaba ver a Nilah y a la vez evitarlo. ¿Por qué de pronto se hallaba sin rumbo? Lo que debía hacer era devolver a la niña a su manada y convencer a su madre de desistir de ese ritual. Porque aparte de dañar a un ser inocente, le quitaría el aprecio que el corazón de Nilah le brindaba y no estaba segura de querer perderlo ahora. No cuando ya no le temía, no cuando su toque era tibio, no cuando su voz era tan agradable. Si el alma de la loba salía de su interior, ¿qué importancia tendría ella siendo únicamente Níniel?

La conclusión que antes la asaltó ahora la derribó: por primera vez estaba sola, sin guía alguna. Por eso se sentía perdida, porque nadie le decía —aparte de su conciencia insegura— lo que debía hacer. Y no tenía fe en su voz interior, no creía en sí misma.

Su mirada, hasta el momento vacía y errante, se detuvo en los pies del jefe chamán. Subió hasta el rostro del anciano y comprendió mejor su mirada; no era de soberbia...

—Usted puede ayudarme, ¿cierto? Hágalo, por favor.

Kainan sonrió.

—Ven conmigo entonces.

La llevó hacia un cuarto cerrado que carecía de todo, hasta de iluminación. Elman fue con ellos para alumbrar y cuando el anciano se lo pidió, expidió niebla de su cuerpo. Pronto se hallaron envueltos por una nube. El huldufólk se fue a un rincón para darles espacio, pues su rol ahí sería de espectador.

El jefe le indicó a la chica que se sentara en el suelo frente a él. Ambos lo hicieron y yacieron en silencio un par de minutos, solamente apreciando la niebla.

—¿Alguna vez has entrado al mundo espiritual?

Níniel percibió la voz avejentada entre la bruma. Recordó cuando se topó con Nilah la primera vez, a causa de la misma niebla y cómo esta influyó también en su segundo encuentro. Perdería el camuflaje en segundos, pensó.

—Concéntrate. —La riñó el anciano.

—Intenté aprenderlo, pero no llegué a hacerlo. —Su voz salió apagada a causa de los turbios recuerdos que la azotaron.

—¿Cómo sabías de ello si en tu tribu sólo se dedican a usar los recursos de nuestra tierra?

—Tengo una maestra —contestó—. Ella perteneció a la Tribu Este.

—No debió enseñarte muy bien.

A Elman se le escapó una risilla. Suspirando, Níniel intentó no caer en la provocación. El viejo era una persona mañosa y usaba su malhumor para probarla.

—Los espíritus que contactes serán los que invoques con un objeto. Para poder llamarlos, debes tener una pertenencia de ellos, tal vez algo heredado por tus ancestros. Elige sabiamente.

La joven de cabellos negros no se movió. No sabía a quién llamar. ¿Sus ancestros chamanes le darían las respuestas que necesitaba? No tenía nada de ellos, excepto la ropa, si es que les perteneció. No era viable. ¿Y los antepasados de la loba que dormía en su interior? Tampoco había forma de saber si le ayudarían, ni tenía algo que fuera de ellos. Comenzó a desesperarse, le quedaba poco tiempo y debía detener a su madre, pero no sabía qué hacer. Esos ojos verdes la perseguían incesantemente, la figura tan ajena y diferente de Alanna en su mente la debilitaba.

Pero al recordar el rostro de su madre, opuesto al suyp, de pronto comprendió algo importante.

—¡¿Qué haces?! Muchacha burra.

Níniel se había arrancado un par de pelos de la cabeza. Elman soltó otra risita jocosa cuando el anciano la miró con la sien palpitante.

—Tome. —se los extendió.

—¡No los quiero! Qué asco. — A ese punto, el habla complicada del hombre se había ido por el trasto—. Necesito un objeto, una cosa de alguien más, ¡no tus pelos! ¿De qué me serviría invocar a tu propio espíritu, si tú estás aquí?

Níniel sonrió levemente.

—Hágame caso.

Reticente, el anciano tomó entre sus manos los cabellos ébanos de la joven. Preparó en la tierra un agujero compacto y comenzó a echar cosas dentro, todo bajo la poca visibilidad de la neblina. Le pidió a la joven que humedeciera con su saliva unas ramas de eucalipto y luego de ensalivar la circunferencia del círculo, la bruma se condensó sobre el centro y cayó como lluvia en el agujero. Níniel estaba alucinada.

—Cierra los ojos —ordenó Kainan, alejándose. La chica obedeció y destensó sus músculos con una exhalación—. Ahora espera.

Por mucho rato, no supo exactamente cuánto, estuvo sentada en completo silencio. No sabía si se encontraba sola o no, pues el jefe había sido claro en sus instrucciones y le obedecería. No oía sonido alguno, siquiera su respiración siempre tan ligera, sólo el pálpito de su corazón cada vez más fuerte en sus oídos. Cuando empezó a perder la noción del tiempo y de la conciencia más activa, sintió un cambio que logró alarmarla. Sinceramente creyó que ya no se encontraba en el refugio bajo tierra, sino en un espacio en lo absoluto distinto. Y temió.

Temió a lo que sabía se enfrentaría.

Cuando abrió sus ojos, se encontró en un lugar vacío, de excesiva luz y aire estático. Le costó dilucidar algo, pero un par de orbes de plata brillaban entre la blancura y eso la hizo entender que estaba ante una majestuosa bestia. Una loba joven y esbelta de pelaje blanco abundante que apenas se distinguía. La criatura en cuestión no la miraba ni parecía preocuparse por su presencia, sino que observaba en dirección contraria. Níniel reconoció a lo lejos a Nilah, quien admiraba con anhelo el lugar en donde se encontraban.

Cerró los ojos con fervor. Ante ella estaba la loba que dormía en su interior, que no podía descansar en paz. Era su mundo espiritual interno. La pregunta era, ¿por qué la loba no se iba? ¿Por qué si dormía, seguía vigilante y sin posibilidad de volver con los suyos? Quería hacerle preguntas, entender, pero la criatura era intimidante y temía enfadarla con la irrupción.

Aunque pensándolo bien, ella no era la extraña allí.

—Loba blanca, escúchame —pidió, después de unos segundos de resolución. El animal no quitó su mirada de Nilah—. Necesito saber lo que debo hacer y sólo tú me lo puedes decir.

No obtuvo respuesta. Intentó una, dos veces y ni siquiera reparó en ella. Níniel se desesperó, sin saber qué más intentar. La sensación de las cuerdas alrededor de sus muñecas aún era latente y las sentía más apretadas que nunca. Tenía muchas cosas por hacer. Debía devolver a la niña, debía cerciorarse del bien de Misha y los aldeanos, debía detener los planes de su madre y hacerla desistir, debía llamar hermana a Brinda una vez más, debía estar junto a Nilah o él moriría de frío... Debía seguir y no sabía cómo.

En su misma posición en el piso, se tomó la cabeza con las manos y tiró de su cabello mientras soltaba un alarido de frustración. ¿Por qué ansiaba saber todo? No debería haberse quedado en el Oeste, sino marcharse y dejar las incógnitas bajo tierra. Después de todo, era una simple humana y estaba aspirando demasiado alto. Ni siquiera entendía cómo no había sido atacada y devorada por un monstruo durante todo ese tiempo. ¿Cuándo dejó de importarle? ¿Cuándo dejó de creer que moriría apenas se asomara al exterior? Tener, deber, aquello era algo irónico en su posición de presa, e incluso así ella se obligaba a pensar que había cosas por hacer cuando no era así. Sus amados morirían tarde o temprano, igual que ella, pues no era ninguna heroína. Misha era fuerte, un puñado de polvo no lo detendría, ni su ausencia a Brinda, quien siempre valió mucho más que ella. Y Nilah... ahora sabía la verdad, no era a ella a quien amaba, sino a esta loba que residía en su interior, así que en realidad su existencia no tenía la trascendencia que creyó. Tal vez su madre tenía razón, pues era una mujer tenaz, fuerte y sensata que sabía qué era lo mejor. El ritual quizá no sería tan descabellado... sólo debía procurar que la pequeña no saliera herida y los problemas se solucionarían, así ella podría dejarse morir en paz, como debió hacerlo hace mucho tiempo.

Ahora entendía que su lucha por vivir era inútil, pues el descanso que anhelaba sólo se lo otorgaría la muerte.

Un llanto agudo la sorprendió. No era el suyo, pues ya no tenía lágrimas para derramar. Alzó la cabeza confundida y en lugar del gran lobo se encontró con una bebé indefensa que lloraba como si no hubiese un mañana. Era ella. El pelo negro ondulado, los ojos plateados y la piel pálida, todo indicaba que era ella de bebé, a excepción de algo. Níniel jamás había llorado así, nunca. Y lo sabía porque su madre la había educado con un voto de silencio y tenía recuerdos de cómo le tapaba la boca cuando hacía amago de llorar. Además, no era lo fuerte del llanto, sino de su expresión e intensidad. Ella jamás podría llorar así, porque no estaba en su naturaleza, aunque le gustaría. La bebé de no más de tres años lloraba tan fuerte que remecía sus oídos. Su rostro deformado por la pena era sobrecogedor. La niña lloraba a la vez que balbuceaba "mamá" y alzaba sus bracitos al cielo, para luego mirar hacia la tierra y llorar con más fervor, clamando "papá". De pronto, detrás de la bebé apareció otra vez la loba blanca que se le unió en un aullido sin consuelo. Todo hasta que divisaron a Nilah allá abajo, logrando calmarse ambas. La niña se durmió entre las patas del animal, fusionándose en una sola.

Y los ojos de plata le miraron comprensivos antes de volver al plano terrenal.

—¡Chiquilla tonta! ¿A dónde te fuiste? ¡Estuviste en trance por días!

Abrió los ojos de sopetón, encontrándose con el ceño fruncido del jefe Kainan. Detrás de él, Elman la observaba preocupado, a lo que ella se intentó poner de pie, dándose de bruces contra el suelo. Los varones la tomaron y la sentaron.

—Hambre debe tener. Elman, tráele comida y mucha agua.

—¡Sí, jefe!

Ambos chamanes se quedaron solos. Níniel respiraba agitada mientras Kainan le daba palmaditas en el hombro. De la nada, la voz de la ella salió fresca y cristalina.

—Tenía razón, tengo algo de monstruo.

—Pero qué dices, mocosa.

—Sus ojos ven mejor que los míos. Pudo ver lo que yo nunca logré y me guio hacia el camino que necesitaba sin proponérselo. Me hizo romperme para ver qué tengo adentro —dijo, mirándolo con admiración.

El hombre bufó, haciéndose el desentendido.

—No sé de qué hablas.

Ella sonrió.

—La ignorancia también es valiosa, pues la suya sobre mí me ha ayudado a decidir qué hacer a partir de hoy.

—¿Y qué harás?

La loba blanca lo mira a él,
la niña mira a sus padres,
pero yo...

—Ser Níniel, chamán de la Gran Zona.

Capítulo favorito, aunque un poco extenso. Khé foerrrte.

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Curiosidad #13
El jefe Kainan se llama así porque cuando inventé el personaje estaba viendo Slam Dunk.

¡Pregunta!
¿Qué opinan de Elman Speur?

¡Y el último meme del año, señores!

Eso es todo por esta semana. Recuerden, por favor, votar, comentar y agregar a sus listas de lectura, así potencian la historia en la plataforma.

Nos leemos. Cariños,

HLena.

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