Treinta
XXX. Familias.
Era el tercer día de convivencia entre Misha y Níniel y aún no había señales de Nilah. Debía estar muy lejos, pues el lobo dorado no lograba percibir su aroma ni presencia. ¿A dónde habría ido y por qué tardaba tanto? Eran las preguntas que consumían los nervios de ambos. Níniel estaba profundamente preocupada, pero camuflaba su angustia debajo de su temple tranquilo, ya que el lobo sí estaba muy angustiado y necesitaba constante contención. La humana nunca se esperó ser la piedra de soporte de una criatura, pero ya había asumido que su realidad y futuro serían muy distintos de lo que siempre vaticinó.
—Joder, no me cabe en la cabeza qué le puede llevar tanto tiempo —explotó Misha esa mañana, minutos después de que tomaran desayuno en silencio. La chica también se preguntaba eso, pero hizo un esfuerzo para relajarse y transmitir cierta calma al licántropo.
—Quizá se ha quedado varado en un lugar por mal clima y está esperando que amaine.
—Qué va, mujer. Si estamos entrando a la primavera —descartó la idea con un gesto de su mano, desplomándose sobre el sofá. Níniel mordió el interior de sus mejillas, ella tampoco se convencía de sus excusas.
—Volverá cuando sea el momento indicado. Es una criatura poderosa, estará bien —predicó con voz apagada, recordando su forma animal y lo prudente que era en su humanidad.
—Eso no puedes asegurarlo —soltó el ruso, nervioso y algo mordaz. La joven lo miró sin entender.
—¿Por qué no? Este mundo les pertenece a ustedes. ¿Acaso algún monstruo querría hacerle daño a los de su propia especie?
—¿Acaso los humanos, incluso ahora, no se matan entre sí? —escupió Darío, levantándose. Pero perdió la sublevación inmediatamente al ver el gesto herido de la muchacha. La había lastimado con algo que sabía le dolía y sintió remordimiento en el acto. Se arrodilló a su altura y buscó su mirada—. Perdón, perdón, perdón. No quise decir eso.
—Es verdad... Mi mente todavía sigue separándonos, aunque no lo desee. Y quizás ahora a ustedes los veo demasiado buenos y a los míos, muy malos.
—No —insistió Misha, compungido. No le gustaba su aura de tristeza—. Somos terribles, lo peor. Gracias a ello somos dueños del mundo.
Níniel conectó su mirada con la de él.
—No debe ser así —dijo. Su faz atormentada—. Qué los quiera ahora no los vuelve ángeles. Y que yo pertenezca a una raza oprimida... no significa que no podamos ser viles.
—Tú no eres vil. —Misha la reprendió con una sonrisa enternecida. Níniel se dedicó a trazar círculos con su dedo en el suelo—. ¿Y qué fue eso de "qué los quiera"? ¿Uh? —interrogó en tono jocoso, mostrando sus orejas caninas y molestándola con su cola. Apreció un notable sonrojo en sus pómulos y rio. ¡La humana cada día se volvía más trasparente!
—Pertenezco a una raza que ha cometido múltiples vilezas... Y comparto con otra en la que me siento como si... Nada, olvídalo.
—A ver —alargó Darío las vocales, clavándole una mirada perspicaz—. ¿Te sientes como si...?
Níniel carraspeó y se echó hacia atrás, murmurando por lo bajo:
—Que con ustedes me siento como en familia.
—¡Bien! —vitoreó el lobo, alzando a la chica y tomando sus manos, arrastrándola a un improvisado baile de polca. Níniel era zamarreada como una pobre marioneta por el alegre Misha—. No puedo creer que la brujita de los venenos haya expresado tales palabras. ¡Nilah se volverá loco de felicidad cuando te oiga! —Siguió bailando y tirando a la chica consigo, a quien no le gustó el peyorativo de bruja—. ¿Para cuándo la boda? ¿Ya elegiste los nombres de mis sobrinos? Porque como parte de esta familia que "quieres" —hizo énfasis en la última palabra sólo para molestarla, consiguiéndolo al ver su cara de fastidio—, me autoproclamo como el padrino de los futuros engendros. Supongo que la madrina será tu amiga la violenta, naturalmente. No hay problema con eso, aunque tendré que ponerle una orden de alejamiento para que no intente descuerarme cada dos minutos.
—No entiendo ni la mitad de lo que dices. —Níniel se soltó del agarre y tuvo que agarrarse de la pared, mareada por haber girado tantas veces. Misha se rio más al verla moverse como una ebria y volvió a echarse en el sofá, mientras la chica permaneció de pie, mirando fijamente la mesa. Cuando pasó más de cinco minutos en la misma posición, Misha se asustó. A veces era muy rara.
—¿Qué pasa? ¿Hay que reiniciarte?
—Ha sobrado comida —señaló Níniel, apuntando el pan y los restos de queso. El lobo no se vio afectado—. ¿Qué se hace con esto?
—Se bota —respondió con obviedad. Los ojos grises de ella se abrieron por la impresión.
—No, no lo puedes botar.
—Las sobras tienen resto de saliva y demás, es asqueroso. Se deben tirar a la basura o sino atraerán ratas.
—Se lo voy a llevar a los aldeanos —dictaminó Níniel, ignorando el comentario del cambiante. Él se enderezó enseguida.
—¿Qué? No. Está sucio, te digo. Además, no puedes salir sola, te estoy haciendo de niñera, por si no lo habías notado.
—Ya se les debe haber acabado la comida. —La joven continuó con la dinámica de ignorar al rubio y agarró la comida restante para meterla entre sus ropas. Misha la observaba entre boquiabierto y asqueado cuando tuvo que saltar para detenerla antes de que se fuera.
—¡Espérame! Voy contigo —concedió él y le quitó la comida de entre la ropa con reticencia, metiéndola en unos morrales de tela, ideales para acarrear comida. Fue a la cocina y del agujero en el suelo sacó también un par de delicias para llevarlas. Ya las repondría más tarde, después de todo, aquellos humanos tan gentiles merecían lo mejor. Cuando volvió se encontró con que la humana ya estaba afuera esperándolo, y también advirtió el detalle de que no usaba el conocido Polvo de sombras. Esos días de compartir no habían sido necesarios porque él estaba cuidando de ella, pero creyó que al salir se los pondría, para evitar incidentes. No comprendió sus razones, pero le agradaba pensar que lo hizo para no afectarlo con el aconitum que contenía la fórmula.
Caminando serían unas buenas horas hasta el Sur, pero no tenían prisa. Anduvieron en un silencio pacífico, eclipsado a momentos por sus pisadas. Llevaban más de la mitad avanzada cuando se pararon a descansar junto a un pequeño fluir de agua, sentándose sobre la vegetación para beber de la leve corriente. Todo se encontraba en inquietante calma, pero Misha no percibía a ningún monstruo cerca. Níniel en cambio se preguntaba si realmente Brinda estaría usando una de sus guaridas, porque si era así, estaban bastante cerca de ella.
—De tanto andar me ha dado calor —comentó el licántropo, abanicándose con una hoja el sudor incipiente. Níniel lo miró extrañada. No hacía un clima cálido, de hecho, estaba bastante helado. Ella misma tenía las manos y la punta de la nariz muy frías, por lo que le pareció raro que él sintiera sofoco. Gracias al tiempo que compartió con Nilah, aprendió que los lobos no sentían cambios en su temperatura corporal —usualmente caliente— hasta que tenían un malestar físico o emocional.
Pero cuando ató los cabos ya era demasiado tarde.
—¡¡Misha!!
Una nube de polvos morados inundó el aire y encegueció a los dos caminantes. El picor del polvo en sus fosas nasales y garganta hizo recordar a Níniel su primer encuentro con Nilah, pues la situación era atrozmente familiar. Cuando logró vislumbrar algo después de que la bruma se disipara, se encontró al rubio tirado en el piso, agitándose como un pez fuera del agua y echando espuma por la boca. Níniel al verlo así sintió como si un profundo abismo se abriera bajo sus pies.
Cuando una bruja con forma de sombra emergió de los polvos.
—Finalmente te encuentro, pequeña Niel.
El abismo que se disponía a tragársela se trasladó a su interior, pretendiendo consumirla desde adentro. La joven no tardó en ponerse a temblar como condenada, con sus ojos anegados en lágrimas y la piel picándole como cuando era una niña.
—Madre...
Los ojos olivos se asomaron misteriosos desde detrás de sus escasas pestañas. Alanna extendió una mano hacia su primogénita. Su gesto serio, pero de sonrisa tenue no era ningún buen presagio para Niel.
—He venido a salvarte, hija mía.
Por otra parte, unos minutos después de que la humana y el lobo salieran de la cabaña, Nilah apareció en sus terrenos, desplomándose en la tierra apenas llegó para convertirse en lobo. Tenía cortes como de navajas en múltiples partes de su cuerpo y había llegado sin ropa. Se encontraba desmayado. En su agotamiento extremo antes de caer, se sintió seguro al creer que Misha y Níniel saldrían a socorrerlo, pero mientras estuvo en la dolorosa inconsciencia —que no le permitía descansar como es debido—, su instinto animal lo despertó al sentirse vulnerable y solo. Sus seres queridos no habían salido a recibirlo.
Despertándose a causa del tormento de sus heridas y músculos exhaustos, aulló lastimero un llamado para alguien en especial. Después de emitir alaridos durante unos minutos, dejó caer su gran cabeza y esperó a que alguien acudiera a su llamado. Y así sucedió, la señora Agda había venido para auxiliarlo.
Su forma animal era la de una loba vieja con pelaje opaco y gesto desconfiado. Trotando se acercó al gran lobo negro —el cual duplicaba su tamaño—y, agarrándolo del pellejo con el hocico, arrastró su cuerpo hasta adentro de la casa. Ahí volvió a su forma humana y se vistió rápida para volver con el herido. Su expresión destilaba profesionalismo, pero también preocupación.
—Por todos los cielos, muchacho, qué te hicieron —preguntó, sabiendo que no podría ni responderle, pues era tanto su cansancio que, apenas se sintió seguro, volvió a perder el conocimiento.
La mujer pasó unos cuarenta minutos limpiando los cortes y suturando al lobo. Lo llenó de vendas y a la fuerza lo hizo beber agua. Después de eso, Nilah durmió por dos horas, en las que Agda veló su sueño a la vez que merodeaba por la casa. La humana y Darío habían estado ahí no hace mucho, pero ahora sus presencias eran nulas. La anciana mujer se angustió, rabiosa, pensando que quizás esa bruja había usado sus artimañas para hacer daño a los jóvenes nuevamente.
Justo cuando meditaba sobre eso, un exabrupto del Velkan llamó su atención. Nilah, ya en su forma humana, se había enderezado estrepitosamente, mirando a todos lados y mostrando sus colmillos como lo haría un perro. Esa era la única forma de híbrido que él usaba y sólo hacía uso de ella cuando se sentía amenazado o buscaba amedrentar.
—Calma, muchacho. —Le tranquilizó la mujer, acercándose, precavida. Nilah, al reconocer la voz y su hogar, se relajó visiblemente y volvió a su dentadura humana. Tenía unas ojeras tan negras como moretones y los ojos inyectados en sangre. El corazón de Agda se conmovió, jamás lo había visto en un estado tan deplorable.
—Señora... Gracias por venir —susurró, con la voz rota. Sonaba como si sus cuerdas vocales estuvieran resentidas—. ¿Dónde está Misha? ¿Y Nana?
Ella se mostró confundida.
—No percibo la presencia del joven Darío. Y no sé quién es la tal Nana.
—Níniel —corrigió, sorprendido de haberla llamado así. Para él siempre había sido su doncella de las lágrimas; Níniel, pero ahora en su mente perturbada la imagen de una dulce niña se interponía y las separaba como a dos personas diferentes. Y eso caló en lo hondo de su ser como una venenosa acusación.
—No tengo por qué saber dónde está esa humana —contestó la vieja, cruzando los brazos.
—Misha estaba cuidándola aquí en mi casa.
—Cuidándola... —repitió, en tono sarcástico.
Nilah se levantó con dificultad, envolviendo la manta alrededor de su cintura. La anciana se vio alterada por su arrebato, pero evitó contradecirle.
—Es peligroso que ella salga... Que todos salgamos —dijo él, caminando a la entrada para ponerse la chaqueta que colgaba de una percha. Agda lo seguía con la mirada.
—No te entiendo, Velkan Nilah. Deberías quedarte y descansar.
El hombre no respondió y en cambio fue a su habitación por pantalones, botas y una bufanda azul. Cuando volvió a la sala tomó los hombros de la mujer y le dio una mirada agradecida.
—Iré a buscarlos. Por favor no se mueva de aquí y búsquenos con los chicos de la Alma mater si no llegamos en la noche. —Envolvió su cabeza blanca con la mano y besó la frente de la anciana antes de partir.
Se encontraba débil y si se convertía en lobo correría el riesgo de quedarse así hasta recomponerse, por lo que decidió caminar. Sentía una psicosis horrible al estar nuevamente desprotegido en el exterior, pero no podía darse el lujo de calmarse al estar sus seres más queridos en paradero desconocido. Ya tendría tiempo para lidiar con el sigiloso pánico que todavía lo embargaba.
Jamás volvería a confiar en monstruos.
Avanzaba a paso veloz gracias a sus piernas largas, cuando vislumbró una mancha naranja entremedio del follaje. Reconoció el olor a mujer, pero también el de su mejor amigo, invisible por momentos, como si capas de diferentes grosores lo cubrieran. Se acercó y lo que vio lo dejó perplejo; la amiga cazadora de Níniel arrastrando el cuerpo de Misha por el suelo. Su primer impulso fue saltar sobre ella e inmovilizarla. Ambos pares de ojos se encontraron en una tétrica mirada.
—Suéltame, lobo asqueroso —escupió ella. Tenía un aspecto mucho más salvaje que la última vez que la vio y estaba equipada con armas rudimentarias. Nilah no cedió ni un milímetro, aunque le estaba costando bastante dominarla.
—Qué hacías con Misha. Habla.
El lobo no previó una patada en los genitales que lo paralizó, logrando ella quitárselo de encima. Poniéndose de pie, la chica se sacudió como si la hubiera dejado llena de pulgas y le regaló un gesto de profundo desprecio.
—Intentaba salvarle la vida y saldar mi deuda con él, ¿qué no ves, bestia?
Gracias a la mordaz observación el Velkan se dedicó concienzudamente a examinar a su amigo, y los resultados fueron desalentadores. El rubio tenía el rostro hinchado, rojo a más no poder y con los labios blancos por la espuma. Hizo el amago de acercarse a él para auxiliarlo, pero la pelirroja lo impidió, poniendo el pie sobre su hombro.
—Si quieres morir por sobredosis de acónito, adelante.
—¿Cómo pasó esto...?
—Qué voy a saber yo —replicó Brinda, acercándose a Misha y volviendo a tomarlo, lista para arrastrarlo—. Lo voy a llevar con Áurea, la chamán que cuidó de Niel. Es la única forma de que se salve.
Nilah tuvo que aceptar las condiciones de la humana. Esos últimos días había pasado por situaciones que le recordaron que, a pesar de ser una criatura poderosa, dueña de parte del mundo, seguía siendo un simple mortal. Habían pasado ya bastantes años desde la Gran Caída y se acostumbró a la supremacía, cuando de pronto todo se volcó y se halló huyendo por su vida de alguien en quien confiaba. Y ahora era tan inútil que no podía hacer nada más que observar mientras el futuro de su mejor amigo pendía de la buena voluntad de quienes eran las presas en ese mundo de depredadores.
Gracias al cielo el refugio de los humanos estaba cerca y la cazadora era fuerte, pues había arrastrado durante metros el cuerpo de un hombre de casi ochenta kilos. Entraron al lugar y Nilah se sorprendió de ver a tantos humanos, pero no le alcanzó el tiempo para asombrarse, porque desde ese instante la vida de Misha estaba en juego.
—¿Qué le sucedió a este muchacho? —Oyó a una menuda anciana exclamar al ver el estado del ruso. ¿Por qué lucían tan tranquilos? ¿Acaso no les tenían miedo?
—Al parecer le lanzaron Polvo de sombras, es cosa de mirar —dijo la cazadora, apuntando el tinte morado que lo atosigaba. La chamán comprendió y comenzó a exigir colaboración.
—Necesito cuencos con agua y todos los trozos posibles de tela. —De inmediato, el fornido hombre y la mujer que estaban ahí obedecieron y fueron en búsqueda de las cosas—. Ayúdame a quitarle la ropa —pidió a Brinda y esta sin chistar concedió, desnudando enteramente al rubio. Alejaron las prendas empolvadas de él y lo enjuagaron con paños húmedos, sobre todo en la zona del rostro y cuello, donde el polvo tuvo contacto directo. Con cada limpiada, cambiaban la tela y la escurrían en un cuenco nuevo. Nilah tiró de su cabello, frustrado. Su amigo respiraba con dificultad, cosa que la chamán notó, por lo que revisó los orificios nasales, encontrándolos llenos del polvo—. Necesitamos que expulse esto, pero sin humedecerlo —explicó la mujer y el aldeano corrió hacia uno de los rincones, tomando de las cucherías que dejó Níniel una pluma para dársela a la anciana. Áurea la rozó en la nariz de Misha y logró que estornudara, esparciendo una buena cantidad de esos polvos por el aire. Todos se alejaron excepto Brinda y la chamán.
—¿Estará bien? —preguntó Nilah, sintiéndose al filo del quiebre.
—Esto aún no termina —contrapuso la anciana, mirándolo de reojo. Tuvo que contener a Darío cuando hizo el amago de vomitar. Lo acomodaron de costado y comenzó a respirar con agitación. La anciana se dirigió a los aldeanos—. Saquen dos trozos de carbón y háganlos polvo. Luego me lo traen junto otro cuenco de agua limpia.
La odisea de Misha acabó cuando le hicieron consumir ese polvillo. En realidad, no acabó del todo, pero sí pudo acceder al descanso después de pasar terribles horas entre el la vida y la muerte. Ya era de noche y él descansaba tranquilo, con la pareja de aldeanos y la chamán en vigilia, procurando su recuperación. Brinda se encontraba enroscada en su roída piel de zorro en un extremo del refugio, con los ojos cerrados, pero sin dormir. Y Nilah se mantuvo en una posición similar todo el día, observando el panorama a su alrededor. No concluía cuál era el principal factor de su malestar; si lo ocurrido con Aberración, la desaparición dudosa de Níniel, el estado de su camarada o todo el aconitum en el ambiente, pero se sentía terrible. Hasta tenía el apremio de echarse a llorar.
Atrapó sus labios temblorosos entre sus dientes cuando la anciana de ojos velados se presentó ante él con unos trapos en sus manos.
—Así que tú eres "eso" que tiene un vínculo especial con nuestra muchacha.
Nilah torció el gesto, su conexión era realmente con el alma de Nana, pero no discutiría con la mujer.
—Al parecer —respondió, escueto.
—¿Y dónde está ella ahora?
—Eso mismo quisiera saber. —A Áurea no le pasó inadvertido el tono reprimido, pero molesto del hombre.
—La última vez que la vimos, ella acudió contigo para contarte lo que yo sé.
—Sí. Y estuvo conmigo hasta hace tres días, cuando la dejé a cargo de Misha mientras yo hacía un viaje. Él es el único que sabe dónde está y qué pasó... Aunque creo que es evidente. —La chamán entrecerró los ojos.
—¿Qué insinúas?
—Lo que salta a la vista, señora. Ella me la ha hecho otra vez.
El desdén que escurrió por la boca de Nilah llegó a todos los presentes, pero sobre todo a él mismo. Jamás creyó oírse hablando así de la que creyó era su compañera. Hace un par de días no podía soportar que otros conspiraran en contra de ella, pero ahora él era quien destilaba rencor hacia su figura. Aunque intentaba convencerse de que no hacía nada malo, pues Níniel era alguien aparte de quien realmente correspondía a él; Nana. Estaba en su derecho de pensar mal de ella, pues no sería la primera vez que ella hacía algo así.
De no haber sido porque Misha volvió de su inconsciencia, una pelea habría estado garantizada: Brinda contra Nilah, en quien la chica veía el mismo desprecio que a ella la corroyó hace poco tiempo. Pero ya pronto le acomodaría las ideas a ese lobo, por el momento estaba más interesada en el moribundo y en lo que tenía que aclararles.
—Muchacho, bienvenido de vuelta —saludó emocionada hasta las lágrimas la aldeana, con su esposo secundándola detrás suyo. Los ojos de miel del rubio sonreían tenuemente al verse rodeado por los humanos. Hasta la cazadora violenta estaba ahí.
—Menos mal no te moriste, habría sido un desperdicio de agua y carbón —saludó Brinda.
—Yo también me alegro de verte...
El Velkan se apareció entremedio de todos, cortando los saludos y el momento. Darío abrió más sus ojos al verlo metido en ese lugar.
—Nilah, ¿qué haces aquí?
—Volví en la mañana y te encontré en el bosque —reveló, regalándole una sonrisa fraternal—. Es bueno verte mejor.
—¿En el bosque? Yo... ¿qué me pasó?
—Esta chica te encontró tirado entre la hierba, desmayado y convulsionando —explicó Áurea, aproximándose y tomando su temperatura, la que era normal para un licántropo—. Al parecer, alguien te lanzó Polvo de sombras.
El ambiente se puso tenso con la pura mención del camuflaje y Nilah se afirmó de las ramas que coronaban el lecho de Darío para poner énfasis en su siguiente oración.
—Misha, puedes decirlo, te prometo que no me enfadaré —pidió, mirando con fijeza a su amigo. Al darse cuenta de que este no comprendía a qué se refería, tuvo que especificar—. Admite que fue Níniel quien te atacó.
En menos de un segundo ya tenía a la cazadora aprisionándolo contra el árbol, con una piedra filosa en su cuello. Todos inhalaron de golpe.
—No ensucies el nombre de Níniel en tu puta boca, animal.
Lucharon fuerza contra fuerza solamente unos instantes, pues Misha se sentó con dificultad y estiró su brazo hacia ellos.
—¡Basta! —Al oír su grito, ambos deshicieron sus agarres. El ruso respiraba agitado y sudor corría por su pecho desnudo—. Ella no fue quien me hizo esto.
—¿Qué dices? —increpó Nilah, sin creer que sus acusaciones hayan sido erróneas. Misha negó rotundamente con la cabeza, como si la pura idea fuese absurda—. ¿Quién si no?
—¿Acaso no lo dijo ella una vez? —preguntó, recordando la ocasión en que hirió a Níniel—. ¿Quién más usa esos polvos aparte de ella?
Brinda abrió grandes los ojos y tapó su boca. El día que tanto esperaron durante todas sus vidas había llegado para determinar sus destinos.
—La madre de Níniel, la bruja Alanna.
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Viernes de EPR, y sé que están odiando a Nilah...
Como siempre, déjenme aquí sus impresiones, teorías, dudas, curiosidades, críticas y más.
Curiosidad #10
Nana: origen Griego, Japonés. Del griego «Nάνα», que puede ser interpretado como "joven, la que es niña". Del japonés «ナナ», cuya interpretación podría ser la de "niña inocente".
¡Pregunta!
Si pudieran elegir un acontecimiento a su gusto en la historia, ¿qué les gustaría que sucediera y por qué?
Eso es todo. Gracias por su apoyo. ♡︎
¡Besos!
HLena.
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