Quince
XV. Mirar y sentir.
Apenas traspasaron los límites del territorio de Nilah, este se desplomó con Níniel y todo. Al parecer, transformarse y correr con la chica a cuestas le había pasado la cuenta a su estado de convalecencia y, por ello, no volvería a su forma humana hasta que se lograra recomponer.
La luna llena coronaba el cielo con su usual magnificencia. El lobo negro creía que podría contemplarla por siempre, pues sentía por ella algo muy similar a lo que por Níniel, la humana que ya no mostraba miedo en su semblante, sino turbación y ausencia, así como una genuina curiosidad en sus ojos de plata. Mirándolos, se dio cuenta de que le recordaban a la luna. Quizá por eso le gustaba tanto.
Se sorprendió cuando ella le habló de pronto, con él todavía estando como lobo.
—¿Se encuentra bien?
No tenía manera de responderle, pero mentalmente contestó que no, pues se sentía afiebrado y las patas le ardían. La observó desde el suelo, se veía diferente a la mujer que conoció hace unas semanas; tenía una actitud tímida y algo graciosa, pues toqueteaba sus vestimentas como si le incomodaran, hasta que se las quitó, quedando en ese intento de pijama del siglo diecinueve que le prestó la señora Agda. Lucía acalorada, aunque él sabía que tenía frío, pues sus labios partidos lucían azulinos, al igual que sus uñas. ¿Acaso ella...?
Un familiar silencio encerró todo y dio cabida a la nieve, que comenzó a caer con sutileza. Nilah, quien yacía tirado en el suelo, soltó un placentero suspiro gracias al mágico fenómeno. No quería pensar demasiado las cosas, pero ese momento sería fácilmente uno de sus favoritos en la vida. Su hogar, la nieve y Níniel, no podía pedir más.
Ella por su parte se veía maravillada. Si sus conclusiones no eran erradas, Níniel provenía de la Zona Sur, lugar en el cual rara vez hacía frío o llovía, mucho menos nevaba. Probablemente esa era su primera vez presenciando una nevada y eso hacía del momento uno mucho más especial. Pero la humana perdió interés en la nieve cuando volteó a verlo, contrariada. Se le acercó a una distancia prudente y comentó en voz baja, como quien no quiere la cosa.
—La fiebre bajará gracias a la nieve.
Nilah abrió los ojos ante la confirmación. Ella podía sentir lo que él, así que el vínculo, aunque extraño y en menor medida, también le afectaba. No hizo amago de nada, se quedó muy quieto, pero lo embargó una felicidad tan inmensa que incluso ella la experimentó, pues su cara de asombro la delató. Sus sentimientos finalmente la habían alcanzado.
Durante un largo rato se dedicaron únicamente a observar. Él la miraba a ella y ella al cielo nocturno. En medio de su apreciación, algo que antes había notado e ignorado llamó la atención de Nilah; unas magulladuras en los dedos de Níniel. Ya estaban levemente cicatrizadas, pero aún expedían aquel leve perfume a sangre que lo llevó hacia ella. Al parecer la joven se dio cuenta de su observación, pues juntó ambas manos sobre su regazo y las sometió a un análisis también. Eran pequeñas, pero habían trabajado mucho. Hizo una mueca que se podría calificar como sonrisa, aunque sólo lograba transmitir pena.
—Sabía que sería encontrada —confesó en tono lúgubre. La nariz húmeda de Nilah la olisqueaba—. Ya fuera por la calamidad o por la muerte. Tal vez eso deseaba. Si no he de morir, debo sobrevivir para entender.
Su gesto al mirar sus dedos era de profunda desolación. El lobo deseó amainar su sufrimiento de alguna forma, pues se notaba que el calvario, aunque poco notorio como esas llagas, era colosal en su alma. Se arrastró por el suelo para estar próximo a la mujer y con la dulce timidez de un cachorro, lamió las heridas de ella.
La joven se quedó de piedra ante el contacto. Algo en su interior se removió con violencia; su pecho, su vientre, no supo identificarlo, pero resonó en cada rincón de su ser como un eco inextinguible. Aquel que había sido una letal bestia ahora era una dócil criatura que la miraba con los ojos reflejando la luna. Un nudo se instaló en su garganta, sintiendo el golpeteo de su corazón acelerado y cómo latía en sincronía con el de él. Alzó su mirada al cielo y comprendió, era cierto, algo adentro de ella estaba atado al lobo y en esas atribuladas noches se volvía más intenso que nunca.
La nieve dejó de caer y el cielo fue adquiriendo tonalidades rosas. Estaba amaneciendo y Níniel había pasado la noche más cruenta del mes fuera de su refugio, sin polvos, sin Brinda y lo más asombroso de todo; sin miedo. Ya era un nuevo día y lo que antes fue una pesadilla ahora había pasado como una caricia, amable y reconfortante. El lobo negro estuvo con ella, él; de quien había huido la vida entera sin saber por qué, al que temía tanto al punto de temblar, al que hizo daño sin merecérselo. Estuvo con él y pasó la noche más tranquila de su vida. Y seguía a su lado, pues allá afuera no había un lugar al cual ir, no tenía razón de ser.
¿La tendría ahí?
Cuando volvió su atención al lobo, este ya había vuelto a ser humano. El cuerpo desnudo ganó su interés, pues tenía lunares por todas partes. Nilah, viéndose ultrajado por la curiosa mirada, agarró rápidamente los ropajes de la chamán para cubrirse, enfurruñado, pero estos soltaron un montón de polvo por los aires, haciéndolo estornudar. La joven atascó una risa en su garganta, confundida.
—Níniel. —La voz grave del hombre la hizo pegar un saltito. Él ya estaba de pie, con sus túnicas enredadas alrededor de su cuerpo. Ella se quedó mirando distraída el intento de taparrabo hasta que Nilah con un carraspeo la trajo de vuelta—. Necesitamos hablar.
A medida que el sol salía y la luna desaparecía, más fuera de lugar y vulnerable se sentía la humana. Esa magia que durante la noche la había protegido del cruel mundo se desvaneció y de pronto le atacó la incertidumbre, como si su anterior yo quisiese tomar de nuevo el control. Pero no quería eso, no podía retroceder. Era una batalla ardua contra sí misma, pero podía ganarla, quería creer que ganaría.
Había sobrevivido, así que era momento de entender.
Con esa resolución en mente, respondió asintiendo y se encaminaron a la cabaña, pero Nilah se detuvo, agitado y con la piel cubierta de sudor. El Polvo de Sombras sobre ella y sus ropas —aunque repelente— no era problema para los licántropos, pero el aconitum puro en la casa, sí.
Níniel experimentó un molesto retorcijón en la panza, y aunque sabía era culpa, no permitió que la consumiera. Era intrínseco en ella temer y odiar a los monstruos como cualquier humano y, aunque el lobo negro era una excepción, ella en su momento no lo supo o creyó. Incluso en ese instante le costaba confiar, pero estaba decidida a hacerlo para desenmarañar el misterio dejado por su madre y para lograr eso debía comprender que él buscaba lo mismo que ella: saber. Nunca le haría daño, sin importar su naturaleza y ya lo había demostrado.
Aunque ese razonamiento no hizo que se sintiera menos incómoda, pues el deplorable estado del hombre era su directa responsabilidad. Menos mal él se repuso antes de que se ofreciera a ayudarlo, pues de pronto le había nacido una timidez que le impedía dirigirse al hombre con fluidez, como en la noche. No era normal charlar con una criatura, pero él estaba empeñado y ella no podía renegar más. Ya había accedido a colaborar y, por lo tanto, debía cooperar.
—Vuelvo en un momento —avisó el dueño de casa a punto de entrar. Níniel advirtió su mano a punto de tomar el picaporte e instintivamente lo detuvo por la muñeca. Su mirada grisácea perforaba el piso con tensión, sin el valor para enfrentarlo.
—No toque esas cosas con las manos —soltó, con voz estrangulada. Nilah estaba concentrado en su contacto y no parecía atender a sus palabras—. Que nada protuberante haga contacto con su piel.
El hombre se soltó del agarre y entró sin decir nada. Níniel se puso a temblar. Todo era más difícil de lo que creía, el solo toque del lobo le quemaba. ¿Por qué en la noche no fue así? Sintió que retrocedía semanas atrás, cuando las atraparon y pasó varios días en aquel lugar, temiendo ser devorada. Él y su figura monstruosa construida durante años le generaban rechazo automático, pero aun así ahí estaba, esperándolo. ¿Qué era en realidad ese vínculo? ¿Acaso los obligaba a estar juntos a pesar de que no sentían nada digno por el otro? Ella sólo tenía miedo para ofrecer y él no la conocía, no había forma de que la quisiera. ¿Por qué estaban en esa situación? Parecía un mero capricho del destino.
Nilah salió de la casa vestido y con algunas cosas en las manos. Se veía rojo y brillante, como si tuviera mucho calor, pero ella no podía experimentarlo ya. Le tendió lo que eran unos libros, los que Níniel recibió con torpeza.
—Ahí explican sobre los vínculos, aunque obviamente no dicen nada sobre enlazarse con otra especie.
La muchacha se mantuvo callada observando los objetos en sus manos. Se veía genuinamente confundida.
—¿Qué es esto?
El hombre lobo se sorprendió ante la pregunta. No sabía cuál era el nivel de ignorancia de los actuales humanos.
—Libros. Adentro traen información escrita y algunas ilustraciones. Puedes...
—No sé leer.
Eso sí que le pegó de improviso. Ella era una chamán, descendiente de los más sabios entre todos los sabios, aquellos que tenían conexión con todo, los que aprendían constantemente, quienes incluso instruían a las criaturas. Podía entender que una cazadora como la otra chica no supiera de escritura o lectura, ¿pero ella?
—¿Tu madre no te enseñó? —cuestionó con real curiosidad. Ella desvió la mirada.
—Yo no la veo desde aquel día...
Solamente había un día con tal importancia para reconocerse por sí solo, en el cual todo cambió. Su primer encuentro. Pero eso había sido hace veinte años. Nilah no lo podía creer, Níniel estaba a su suerte desde que tenía cuatro años.
—Quiero que me cuentes todo lo que sepas de ella.
La joven se alertó.
—¿Por qué?
—Porque sólo ella sabe la razón de nuestro vínculo.
Ese argumento era poderoso, pero temía por la integridad de su madre —si es que seguía con vida— al revelar ese tipo de información. Había una voz en su cabeza susurrándole que no dijera nada, que se diera media vuelta y huyera, pero así nunca podría avanzar. No importaba su futuro incierto o inexistente, nunca había aspirado a uno, por lo que ahora deseaba actuar con la libertad de vivir sin temor a desaparecer. Quería hacer algo que valiera la pena para jugarse la vida, sólo así su existencia cobraría sentido.
Se sentaron sobre el borde del alero y Níniel comenzó a relatar.
—Desde que tengo memoria, ella me escondió. Nunca dijo el porqué. Pocas veces dijo algo. Teníamos un voto de silencio, pero ella podía romperlo y yo también si es que me daba permiso. Nos ocultábamos en lugares durante un tiempo y luego cambiábamos de sitio, aunque siempre permanecíamos más tiempo en la Zona Sur, así que supongo ella también provenía de allí. Nunca vinimos al Norte, jamás, excepto aquella vez que... nos encontramos con usted. Ella también tenía particular cuidado de los hombres lobo y osos, pero tampoco dijo por qué.
—¿Crees que yo haya sido la causa?
Níniel se lo pensó bastante.
—Puede ser, aunque si hubiese sido el caso... ella no tendría por qué haberme dejado después de... toparnos esa vez.
Eso tenía sentido. Mucho. Pero a la vez les brindaba más dudas.
—Después de huir y escondernos un rato, ella me envolvió en sus ropas, con el camuflaje y dijo que tenía que ir en búsqueda de algo importante. Creo que el encuentro ocasionó eso, porque nunca me había dejado sola. Ella siempre me tenía cerca.
—¿O sea que, de no haber sido por mí, no se habría marchado? —La pregunta sonaba como un motivo para que la humana lo odiara, pero debía hacerla. Acercarse a la verdad.
—Es lo que creo.
Así que había algo más aparte del vínculo que hizo a la madre de Níniel tomar tantas precauciones en cuanto a los licántropos. Algo que sabía desde que la niña nació. Era algo interesante, pero que no respondía a la pregunta principal. Ninguno de ellos tenía la respuesta.
La conversación terminó en ese momento. No tenían nada más que hablar, no hasta que el otro consiguiera información nueva que les sirviera. Nilah irremediablemente se empezó a sentir ansioso, no quería alejarse de ella, su presencia era como un bálsamo que aliviaba todos sus pesares, se sentía pleno a su lado. Pero sus sentimientos no eran recíprocos y ella le destrozaba con su mera existencia ajena a él. ¿Por qué no había nacido loba? Habría sido maravilloso recibir de vuelta todo eso que quería entregarle,, pero Níniel como humana tenía sentimientos demasiado débiles en comparación. Y una parte de él la resentía a ella y a su raza por eso.
—¿Qué haremos ahora? —Oyó su voz dócil preguntar con cierto temor. ¿No tenía a dónde ir? ¿Por qué la había encontrado sola y herida? ¿Dónde estaba la otra humana? De pronto se llenó de dudas sobre ella y qué la llevó a estar ahí con él. Lo que más le llamó la atención de su cuestión fue que los involucrara a ambos, pues sonó a manada. Los dedos de Nilah ardieron por rozar la mejilla femenina en una caricia.
—¿No tienes adónde ir?
Su expresión se volvió a entristecer, similar a cómo ocurrió en la noche.
—No... No hasta que me vuelva alguien digno —susurró ella.
El lobo no entendió a qué se refería, pero sí pudo percibir la terrible soledad que la embargaba. Su corazón se estrujó ante su dolor y deseó cobijarla entre sus brazos, enjugar sus lágrimas y decirle que él podía ser su hogar.
De repente, una idea asaltó su mente con esplendor. Era una muy buena, que le permitiría seguir viéndola y le brindaría a ella un espacio seguro en el cual estar. Era el plan ideal.
—Hay un lugar en el que estarás a salvo y podrás averiguar sobre nuestro vínculo —contó animado y la chica se quedó admirando su semblante feliz. Le sorprendió la expresión de ilusión que podía hacer el lobo, como un niño pequeño libre de pesadillas.
—¿Y qué lugar es ese?
Nilah sonrió de una manera tan dulce que Níniel no pudo evitar admirarlo. Los humanos no solían sonreír, ella casi nunca lo hacía, pero ese hombre, tan serio y sereno lograba una sonrisa amplia con virtualidad alucinante. Era alguien orgánico, no desbordaba carisma, pero el anhelo sincero que expresaba con todo su accionar era transparente, no había mancha alguna en su forma de ser. Era balanceado, calmo, franco, su sonrisa le contaba que no tenía miedo a nada, ni siquiera a mostrar ese lado humano que no tendría por qué tener. Y no podía despegar sus ojos de él, pues se había vuelto alguien que merecía ser admirado como un modelo a seguir, menos monstruo, y ya no era para nada una calamidad.
La humana deseaba llegar a sonreír así algún día.
Tiempo después, Níniel recordaría ese momento como uno clave para su evolución. Uno donde el tenue brillo de Nilah le limpió los ojos y le permitió ver un nuevo mundo, uno más gentil. Un mundo donde estaba él.
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¡Hola!
¿Cómo están? ¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Sé que es un capítulo bastante sustancioso, pero espero que hayan logrado captar las ideas y lo más importante, disfrutarlo.
*Toma aire hondo* Como siempre, sus impresiones, teorías, dudas, críticas, curiosidades y acotaciones, aquí.
No hay material visual hoy (no meme ni dibujo :c ) pero les comento que tenemos nueva portada, solamente que no puedo cambiarla porque estoy en un montón de concursos >:09 ¡Pero está en la primera parte de la historia, para que la chequeen! (Me encanta :,)
¡Pregunta de la semana!
¿Cómo llegaron a En plata renacer?
Eso es todo por hoy, nos leemos luego. Con afecto,
—HLena.
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