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Nueve


IX. Cimientos.

—¿Necesitas que te ayude con eso?

Las mujeres se tensaron cuando aquel extraño se acercó, por lo que detuvo su andar. Las oteó un poco antes de presentarse.

—No tienen por qué temer, soy uno de ustedes—declaró con una sonrisa amistosa, poniendo la mano en su pecho—. Me llamo Ivar, guerrero de la Resistencia Este. Aunque en realidad sólo somos una aldea escondida entre las montañas.

Brinda y Niel no pudieron mirarse con incredulidad porque la última aún estaba debajo del cadáver del hombre lobo. El joven se acercó a ella y con un par de empujones le quitó a la criatura de encima. La chica se reunió rápidamente con Brinda y se posicionó a su lado.

—¿Cuál resistencia? —habló por fin la cazadora, observando al recién llegado con desconfianza.

—La única, me temo... Pero no podemos hablar aquí —dijo él, echando un vistazo a su alrededor. Se les volvió a acercar y cuchicheó—. Vengan conmigo al refugio, allí estaremos seguros.

Ambas supieron que la otra tenía sus dudas, pero el volver a ver un humano después de tanto tiempo, el cual era capaz de luchar contra monstruos y tenía un lugar para esconderse de ellos, fue suficiente para hacerlas confiar. Por fin se topaban con alguien igual, alguien con el cual podían estar seguras.

Níniel le dio una última mirada al cuerpo inerte del lobo antes de partir. Ivar las guiaba con arco y flecha entre sus manos, a paso rápido. Su cabello crecido, desordenado y chocolatoso saltaba junto con él. Traía una ropa mucho mejor que la de ellas y lucía limpio. Avanzaron callados un buen rato hasta que el terreno rocoso del Este comenzó a aparecer bajo sus pies. Se encaminaron a las montañas de piedra, donde después de zigzaguear entre grietas hallaron un estrecho pasadizo que los introdujo al cráter sellado de un volcán dormido.

—Increíble... —susurró Brinda cuando se encontraron frente a una aldea, llena de chozas, con mucha actividad y lo más impresionante; personas. Un montón de gente yendo de aquí para allá, riendo despreocupadamente, intercambiando productos y pasando tiempo familiar. Una visión irreal.

—Mientras los demás humanos son cazados allá afuera, nosotros hemos prevalecido gracias a nuestro gran sistema. Los monstruos ni se imaginan que estamos aquí —comentó orgulloso el arquero, presentando su hogar a las recién llegadas. Brinda lucía maravillada, pero Níniel, que se había quedado unos pasos detrás del par, no parecía compartir el sentimiento.

—Es mucha gente... —Fue lo único que logró decir ante el descubrimiento, ganándose la atención de los otros dos. El joven la observó curioso, pero Brinda la encaró, molesta porque la chamán había arruinado el glorioso momento.

—No éramos las únicas, ya ves —soltó la pelirroja dándole la espalda y dirigiéndose a su guía—. ¡Muéstranos todo!

—Espera Brinda, debes atenderte primero, aquel lobo te pisó —intercedió Niel con preocupación, pero el gesto desagradado de su amiga le hizo alejarse de forma instintiva. Parecía una persona diferente.

—¿Por qué no vas a jugar con tierra o algún brujo de por ahí? Tenemos cosas de qué hablar entre guerreros y sólo estorbarás.

—¿Brujos? ¿Tú eres una guerrera? —cuestionó Ivar, dirigiendo sus ojos verdosos hacia ambas mujeres. La mayor resopló.

—Yo soy una cazadora de la gran Tribu Sur, Brinda. Ella es Niel, una bruja.

—Níniel. Y soy una chamán —corrigió, sintiéndose cada vez más frustrada por la actitud de su amiga. No lograba comprender qué le pasaba, pero dudaba de recibir una respuesta agradable si le preguntaba.

—¿Chamán dices? Aquí hay una anciana que pertenecía a una comunidad del Este o algo así, tal vez se conozcan.

Níniel le sonrió levemente, aunque negando. Ella era originaria del Grupo chamán del Sur y no había conocido a otros chamanes fuera de su territorio.

—Como sea. Tú ve con esa abuela mientras Ivar y yo nos ocupamos de lo importante. Te veo en la noche —ordenó Brinda y casi arrastró al joven consigo.

Con un suspiro abnegado Niel se dedicó a recorrer la aldea. Nunca había estado en una, pero los ancianos le habían contado que, en los primeros años después de la Gran Caída, la gente vivía protegida en aldeas y fortalezas, en una pseudo armonía mientras daban la batalla contra las criaturas. No duraron mucho. Con el correr del tiempo el estilo de vida humano se fue desintegrando gracias a los constantes ataques hasta que el hombre volvió a lo que fue en los inicios, un nómada que luchaba por sobrevivir. Ella había crecido en el último grupo que restaba de su clase, al igual que Brinda, pero sus nombres ostentosos no eran más que humo, pues no superaban los diez miembros respectivamente. Ellas, al desaparecer sus grupos de origen, creyeron que ya no existían las agrupaciones de humanos, pues nunca más vieron a uno solo. Pero este joven que había vencido a un lobo con una flecha provenía de un lugar oculto y legendario, algo que acorde a su época no debería existir. Y era tanto alucinante como atemorizante.

Lo primero que llamó su atención fue la actitud de las personas que habitaban ahí. Se veían felices, en paz, algo que ella nunca experimentó. Familias numerosas paseaban en medio de la zona de intercambio, adquiriendo productos o disfrutando de la abundante comida. Era una imagen que ella nunca presenció, que desconocía. Pasando esa zona se encontraban las casas, que en realidad eran chozas de paja y que cumplían su función decentemente. Las mujeres encendían fuego y cocinaban una aromática carne, de olor omnipresente que estaba impregnado en todas las cosas y personas. Los niños jugaban y se correteaban, los ancianos dormitaban bajo los colores del atardecer y los padres cuidaban a sus hijos o arreglaban sus armas. Era un mundo nuevo y aparte.

Se dio cuenta de que la miraban bastante, lo que era obvio por ser una desconocida y por la pinta que se cargaba. Se sintió cohibida y hasta fuera de lugar, cuando de la nada un niño se le acercó para sacarla de ese estado, afianzándose a su sucia túnica. Tenía unos ojos de café enormes y brillantes. Níniel nunca había visto a un niño tan pequeño.

—¿Nueva? —preguntó con su vocecita infantil y ella sintió como si su corazón se estrujara de tan sólo oírlo. Parecía no tener más de tres años y sus piernas estaban vendadas.

—¡Didier! —Desde adentro de una choza salió una atareada mujer con un fornido hombre detrás, quien tomó entre sus brazos al niño y le regañó, juguetona—. Méndigo mocoso, te me volviste a escapar —le dijo picándole la barriga con un dedo, para luego desviar su mirada a la chica—. Eres nueva, ¿no? Hace mucho tiempo no se veía una cara diferente por estos lados.

—Un joven llamado Ivar nos trajo a mí y a una amiga —explicó con torpeza al hablar, intimidada por tener que charlar con alguien desconocido.

—¡Ivar, eh! Ese chico no pierde el tiempo —bromeó en tono jocoso y el hombre le siguió el juego. Niel no entendió de qué se reían—. A él le encanta salir a explorar solo, me sorprende que haya encontrado a dos muchachas. ¡Carne fresca!

Por algún motivo, Niel no quiso seguir charlando. Se le esfumaron las ganas, pero no supo cómo escabullirse. En cambio, la pareja cada vez se veía más animada respecto a ella.

—Bueno, habrá que celebrar, ¿no? No todos los días llega alguien nuevo. Ven, chiquilla, te quedarás con nosotros.

Y así Niel fue arrinconada a aceptar, aunque, de todos modos, no tenía adónde ir. Fue recibida en la choza de esa familia con entusiasmo y alegría, siendo el centro de atención del pequeño y los adultos, que parecían niños al oírla contar historias. Se sorprendieron mucho cuando reveló que era una chamán y le rogaron que tratara a su hijo, pues tenía un mal en las piernas que le impedía andar con normalidad. Les cuestionó acerca de la otra chamán que vivía allí, pero negaron diciendo que era una anciana huraña que vivía aislada, sin querer relacionarse con los demás.

El resto del día trató sobre ella relatando sus desventuras en el exterior, aunque obviamente por su carácter reservado prefirió omitir ciertos detalles, como los hombres lobo y su "vínculo" con ellos. El niño al parecer le tomó el gusto, pues no se despegó de ella por el resto del día y se dedicó a subirse a su regazo para toquetear su rostro y cabello. Níniel estaba derretida por él.

Cuando llegó la noche la pareja acostó a dormir a su retoño y sirvió lo que se consideraría un banquete. Un gran banquete carnívoro. El hombre y la mujer engullían la comida con ansias, pero Niel no lograba probar bocado. Al notarlo, se detuvieron.

—¿No tienes hambre, chiquilla?

Le costó elegir una réplica.

—Es que yo no como carne...

Hubo silencio por unos segundos, pero fue quebrado por estridentes risas de la pareja. La chamán se alarmó por la cantidad de ruido que hacían, pero recordó que no estaban en el exterior, sino en un lugar seguro. Incluso el pequeño dormía sin perturbarse por las carcajadas o los monstruos que afuera rondaban.

—¿Qué es eso de no comer carne? ¡Uno come lo que pilla y listo! —exclamó la mujer con su esposo haciéndole coro. Niel se sintió sumamente incómoda, por lo que su primer reflejo fue mentir.

—Es una costumbre chamánica.

Soportó ser el centro de las burlas por un rato más. Después de eso, acabó bebiendo una extraña sopa de verduras que el hombre preparó para ella, la cual le supo desabrida, pero que igualmente agradeció. Cuando la cena se terminó, Niel casi salió corriendo de allí, excusándose con que quería tomar aire fresco, lo que era verdad. El aire dentro de esa choza estaba viciado y hediondo, lo que la tenía en sus límites. Eran demasiadas experiencias para un sólo día.

Observó la aldea apoyada desde un árbol. Los humanos, apenas la penumbra se presentó, apagaron las luces dentro de sus hogares y se acostaron en sus lechos de paja limpia, dispuestos a disfrutar de una noche libre de cacerías y pesadillas. Níniel, en cambio, que venía sufriendo de insomnio desde aquel día en que salió de su hogar, no lograba quitarse la costumbre de permanecer en vigilia. Tenía un tic que hacía palpitar sus párpados ojerosos y no paraba de golpetear el pie contra el suelo, pero se negaba a dormir siquiera dos minutos mientras el cielo estuviese oscuro. Las costumbres de vida no se perdían de la noche a la mañana, menos en alguien como ella. Sería testigo de cada cosa que pasara antes de que la luz volviera a través de las nubes.

Mientras meditaba, en la entrada de la zona residencial aparecieron Ivar y Brinda. Venían riendo como viejos amigos, viéndose íntimos el uno con el otro. Llegaron hasta donde se encontraba Niel y detuvieron las risas y sus pasos.

—Conque aquí estabas, llevamos un rato buscándote —comentó Ivar a la chica de cabellos negros. El clima se había vuelto algo caluroso, así que él traía el pelo tomado en una despreocupada coleta—. Creí que irías con la anciana.

—No sé dónde vive —respondió simplemente. No le agradaba que le trataran con tanta confianza y ya había tenido suficiente con los aldeanos.

—Bueno, quizá mañana te lleve con ella —ofreció él sin mucho interés y volteó hacia Brinda, mostrándole una sonrisa galante—. ¿Nos vemos después entonces?

—Por supuesto.

El joven se marchó dejándolas solas. Niel no prestó mucha importancia a su amiga, perdida en su ansiedad, pero Brinda la miraba como si quisiese perforarla con sus ojos. La chamán soltó un bostezo y la cazadora, notando que no se disponía a entablar conversación, decidió comenzarla ella.

—¿Qué harás ahora? —Fue directo al punto.

—¿Hacer? Nada. Una familia me acogió, por el momento...

—Te estoy preguntando que qué harás de ahora en adelante —interrumpió la mayor, casi escupiendo las palabras. Niel finalmente la miró, entrecerrando sus ojos.

—¿A qué te refieres?

Brinda alzó la barbilla a la vez que se erguía.

—Hay una escuadra de guerreros y yo me uniré. Viviré junto a todos ellos.

Niel pareció reaccionar y descruzó los brazos.

—¿Quieres que vaya contigo allí? —cuestionó lentamente, ignorando el claro final de esa conversación. La pelirroja pareció satisfecha por aquella victoria que la chamán le concedía al hacer una pregunta tan ingenua.

—No. Sólo iré yo.

Una densa muralla de hielo se instaló entre ambas y las congeló un poco. Ni siquiera Brinda sabía muy bien lo que estaba haciendo, pero lo hizo. Ella y Niel se separarían después de veinte años caminando por la misma senda.

—Entiendo... —dijo Níniel, sin comprender nada en absoluto. ¿Por qué estaba ocurriendo eso? ¿Había hecho algo malo? ¿Brinda se había cansado de ella? ¿Era el momento de armar su propia vida?

No supo si realmente fue el momento de hacerlo, pero no importaba, porque ya estaba hecho. Brinda le otorgó una última mirada cargada de desprecio y le dio la espalda, recorriendo un camino nuevo y dejando unas huellas que Niel ya no pisaría. Su presencia se llevó consigo el abrigo y protección de una familia, dejándola ahí a merced de la soledad, sin rumbo y sin lugar al cual volver.


Es viernes y mi cuerpo me pide dormir. Zzz...

¡Queridos lectores de ERP! ¿Cómo están? ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Se esperaban algo así? ¿Qué creen que le pasa a Brinda? Déjenme sus impresiones, dudas y teorías aquí.

Agradezco a los que se han mantenido en la lectura de esta historia, pues por ustedes llegamos a los 500 leídos en 9 semanas, a más de 100 votos y a 700+ comentarios. No tengo palabras, sólo decir que vamos por más.

Creo que eso es todo por esta semana, nos leemos el próximo viernes.

Atentamente,

—HLena.

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