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Epílogo


Si caemos, hemos de renacer.

«Siento en sus miradas deseos de aire libre, de construir cabañas junto al cielo. El buen tiempo les pone tristes.»
Les choristes (2004).

Corrió lo más escandalosamente que pudo, como un ave preparándose para un vuelo. Mientras ella corría, era observada con atención por diferentes pares de ojos, pero todos tenían buenas intenciones. Tal y como decían las cartas que dejó su madre, y que cada noche su padre les leía; el mundo era un lugar bueno.

—¡Ven a jugar, hermanito!

El pequeño Didier denegó la oferta, sonriendo, a lo que su hermana alzó los hombros para convertirse en lobo y corretear unos pájaros. Ambos niños esperaban la llegada de su familia; su manada.

Era un día nublado, pero lleno de luz.

El niño de ojos grises, que observaba a Airlia sentado desde el alero de su gran casa, miraba cada cierto rato hacia el Sur, como intrigado por algo. Oyó las pisadas de su padre y volteó emocionado hacia Nilah, el cual venía bajando del segundo piso después de colgar y unas sábanas en la terraza. Tomó con facilidad al pequeño de cinco años en su brazo y después de dedicarle una sola mirada de reojo, dijo:

—¿Qué pasa? ¿Qué me quieres preguntar?

Al pequeño le pilló desprevenido la pregunta, pues su padre parecía leer mentes. Nilah sonrió al notar la expresión de su hijo. El niño se tomó su tiempo para ordenar sus palabras.

—Es que el otro día te oí hablar con la abuela Ademia sobre una casa, antes que esta...

Nilah entrecerró un poco los párpados, seguramente recordando nítidas memorias otorgadas por su excelente mirar, aquel que tenía un tinte de dolor y constante melancolía. Rascó su barba incipiente antes de contestar.

—¿Te acuerdas sobre la lección chamánica del fuego? —preguntó en cambio. El chiquillo asintió, con algo de pesar en su corazoncito—. Bueno, yo tuve que purificar esa casa y la quemé hasta los cimientos.

—¿Por la muerte de mi mamá?

Nilah sonrió, mirando hacia el patio trasero. Caminó hasta allá con su hijo en brazo y cuando estuvieron junto a dos pequeños retoños de tejo, se acuclilló reverentemente.

—Por la muerte de tu madre y la mía. Y para su correcto renacer.

Didier, que era un hombrecito muy curioso, aunque algo tácito, se quedó en silencio, absorbiendo las palabras de su padre, que siempre parecían pesar tanto. Lo admiró, contemplando su semblante sereno, tallado con base en vivencias que su infantil mente de animal libre aún no comprendía. Bajó su mirada a las manos gruesas de su padre —por partir tanta madera— y analizó el anillo que estrangulaba su dedo anular, encajado en la piel astillada y en constante lucha contra la plata que su naturaleza de lobo rehuía.

—¿El anillo de mi mamá te hace daño?

Nilah tenía clavados sus ojos de carbón en el arbusto más pequeño. Le dio un significativo vistazo al aro plateado en su dedo y acarició el cabello de su hijo, con el espíritu de un alfa verdadero poseyendo su semblante.

—No, hijo. Me recuerda que debo ser fuerte.

Bullicio comenzó a escucharse en el ante jardín y eso sólo significaba que los escandalosos tíos habían llegado. Didier miró a su padre, como pidiendo permiso, y emprendió una corta carrera hasta la entrada, donde su tío Misha ya tenía en brazos a Airlia mientras la llenaba de mimos. Nilah no tardó en aparecerse detrás de este para quitarle a su hija y de paso propinarle un zape, lo que causó una carcajada a Brinda. El pequeño Velkan llegó hasta a las faldas de ella y tironeó suavemente, entonces la líder del Clan cazador del Sur lo miró con sus ojos llenos de cariño y lo cubrió de besos. El niño se regocijó en la atención que siempre recibía por parte de su tía. Siempre todas las mujeres eran muy especiales con él y eso lo hacía feliz.

Después llegaron los demás invitados; sus tíos del claro escondido junto a su pequeña amiga —que era menor que ellos por un año y tenía el nombre de su madre— y la infaltable alfa Ademia, que no se perdía oportunidad para escapar de la manada y visitar a sus sobrinos nietos. Todos estaban muy animados anhelando la tarde, que sería cuando oficiarían algunas ceremonias de índole chamánico para conmemorar a sus muertos, pero Didier no lograba quitar su mirada del bosque, como si ese antiguo ser lo invocase. Misha notó lo ensimismado que estaba el niño y le hizo un gesto con las manos para llamar su atención.

—¿Todo bien, campeón? —El infante afirmó, pero Misha creyó comprender lo que pasaba por su mente. Sonrió con tristeza—. ¿Extrañas a la abuelita Áurea, ¿no?

La mirada gris del niño decayó. Al otro lado de la mesa, Airlia entusiasmada preguntaba a Ademia sobre la manada que dirigía y aportillaba en preguntas a Brinda sobre su tribu de cazadores, sin sentir sobre sus hombros el peso de la ausencia de aquella apática anciana que ya no se estaría más. Didier en cambio resentía la falta de la abuela porque ella era la única con la que podía compartir las artes chamánicas, y sin ella, ya nunca podría acceder a aquel mundo tan hermoso que lo conectaba con su madre.

Y cómo entendía muy bien la muerte, hizo un puchero y derramó un par de lágrimas. Su llanto al parecer pasó inadvertido para los adultos, pero no para su pequeña y dulce amiga, Níniel, que con su vestido limpió torpemente sus mejillas. Él le dedicó una sonrisa agradecida.

Nilah advirtió la inquietud de su pequeño hijo, pero por alguna razón lo dejó pasar. Tomó los trastos sucios y los llevó a la cocina, siendo seguido segundos después por su inseparable amigo. Misha, que se paró en el umbral de la puerta, hizo una mueca de incomodidad antes de abordarlo.

—Didier sí tiene una oportunidad más de aprender sobre chamanes, supongo que ya lo sabes.

—Por supuesto que lo sé. Es más, está cerca. —El ruido de la loza siendo lavada se sobreponía a las lejanas conversaciones y risas de afuera. Nilah suspiró—. Últimamente ha rondando la casa. También la he percibido frecuentando zonas de osos y lobos.

—¿Crees que intente algo malo?

Nilah dejó de fregar los platos para mirar por la ventana, abstraído en sus recuerdos.

—No —dictaminó, seguro. Suavizó su voz al explicarse—. Es extraño. No conozco a Alanna y sé las cosas que hizo, pero soy consciente de que jamás dañó a Níniel con intención. Es más, creo que la amó mucho, demasiado para el bien de los demás y de la misma Níniel. —Un suspiro pesaroso escapó de los labios de Nilah antes de que pudiera reponerse—. Estaremos bien.

—Sueñas convencido. Yo aún tengo mis dudas —declaró Misha, desconfiado. Después de todo, nunca lograron saber a ciencia cierta qué sucedió aquel lejano y fatídico día.

Nilah por su parte permaneció sereno, secándose las manos con dedicación antes de mirar a su amigo a los ojos.

—Créeme. Pronto todo calzará y este ciclo se cerrará.

El sol intentaba asomarse entre las nubes cuando el menor de los Velkan se deslizó sigilosamente por debajo de la mesa, alejándose hacia el bosque sin que nadie se diese cuenta, o eso creyó. La verdad, amaba a su familia con todo su corazón de niño, pero a veces pensaba que su voz era demasiado suave para que la oyeran. Se preguntó si su madre lo oiría en caso de estar con él, y eso lo hizo deprimirse más. El tenerla tan presente en su vida sin poder realmente estar con ella era contradictorio y le causaba muchos sentimientos encontrados. Así que se alejó del ruido, abrumado por no lograr oír su propio interior y sin siquiera darse cuenta, se convirtió en un lobezno y comenzó a correr.

Los aromas del Bosque de Eucalipto lo envolvían, como dándole la bienvenida. Él siempre creyó que la tierra estaba viva, pues los acogía y les daba lo necesario para que permaneciesen en ella. Su madre siempre mencionó en sus escritos que la tierra los consolaría, por lo que él lloraba sus penas allá donde la tierra lo oía. Donde su madre lo encontraría cuando él volviese a ella.

Un aroma intenso frenó su carrera y lo paralizó. Se coló por su nariz de can y le llegó hasta los huesos, estremeciendo cada parte de su cuerpo cubierto de pelaje. Asustado, pero precavido, se forzó a mantener su forma lobuna y agudizó sus sentidos, así como su padre le enseñó que hiciera. Esperó. Y ante él, una bruja se apareció.

Era una mujer de aspecto extraño y ojos apagados, de un verde sin vida, como el de las hojas muertas que cubrían el suelo. Tenía el rostro surcado por líneas de amargura y traía una expresión serena en su rostro, pero colmada en desconsuelo. Lo miró de una forma que lo forzó a mantenerse estático, pero algo en su interior, quizá su instinto, le dijo que ella no le haría daño.

—¿Cuál es tu nombre? —Su voz era la de alguien que alguna vez fue fuerte. Didier sintió por ella algo parecido a la pena.

—Didier. ¿Y el suyo?

El niño lobo se asombró de la diminuta sonrisa mostrada por la enigmática mujer. En su faz se vislumbró una sombra de pasado.

—Eres curioso, como ella...

El chiquillo a esas alturas ya estaba transformado en humano otra vez. Dio un paso hacia la señora, pero ella lo retrocedió lentamente, como si fuese alguien enferma y no quisiera contagiarlo. Escondió sus manos de los ojos infantiles, pues manchadas de sangre imborrable estaban y eso la avergonzaba.

—Es una chamán, ¿verdad? —cuestionó el pequeño Didier, reconociendo las derruidas ropas negras. La mujer se recostó dificultosamente contra un árbol, como si algo le doliera, y soltó un suspiro cuando finalmente se halló sentada sobre la hierba.

—Y bastante agudo también —comentó, sin responder. Ida, comenzó a divagar—. Ella nunca lo fue, o creo que no, tal vez...

A pesar de que la señora no respondía sus preguntas, el hijo de chamán se dio cuenta de que ella le prestaba atención, y eso le hizo tener ganas de seguir charlando con ella para averiguar cosas. Pero ella pareció ver a través de él, pues dijo:

—Veo en esos ojos tuyos de criatura las ansias de saber, iguales a los de ella, pero yo no estoy en condiciones de enseñarte nada, ni ahora ni nunca.

—Pero...

—No te aflijas. —Lo miró intensamente a la vez que se tocaba el vientre, haciendo una mueca—. El conocimiento es la meta, pero lo importante es el camino, construido por el querer saber. Tú ya lo tienes, lo demás se dará, te lo aseguro. A veces, lo que menos necesita un niño como tú es un monstruo como yo...

Didier notó cómo una mancha oscura de sangre comenzaba a expandirse en los ropajes chamánicos, pero aquella mujer estaba tan calmada que le transmitía tranquilidad a él también. Sus palabras se tatuaron en cada célula de su cuerpo.

—¿Usted... se va?

Alanna le sonrió con algo parecido a la ternura.

—Sí, al fin.

El pequeño ordenó sus agitados pensamientos antes de hablar con ansiedad.

—¿Podría hacerle un encargo, por favor? —La bruja no se sorprendió por la petición, pues a sus ojos, aquel niño era trasparente como el agua—. Mi madre ya no está aquí, así que, si usted pudiera buscarla allá en el otro mundo, en el espiritual...

—No creo que pueda hacerte ese favor, pues dudo ir al mismo lugar que tu... mamá —interrumpió, cabizbaja y sintiendo amarga la palabra "mamá" en su paladar. El lobito exudó decepción.

El sol salió completamente en la Gran Zona, aquella que cada día tenía menos monstruos. Los rayos tibios cayeron sobre la piel de nieto y abuela como desconocidos y ambos sintieron una súbita tristeza embargarlos; el sol ajeno que no conocía esas tierras siempre llegaba acompañando al ángel de los finales e inicios trágicos.

—Didier —llamó con un tono de voz más leve y rasposo, captando la atención del pequeño—. ¿Podría pedirte yo un favor? — El niño no dudó en asentir frenéticamente con la cabeza. Alanna soltó una risa seca—. Cuando cierre mis ojos y me vaya, hazle un responso a mi alma y ponme una ramita de tejo en el pecho, así no me quedaré aquí atrapada, atormentando a alguien más.

—Pero yo no sé mucho... —Se excusó el chiquillo, apenado.

—Confío en ti, lo harás perfectamente.

Aquellas palabras lo llenaron de valor como nunca. Pero aun en su estado de emoción, se mantuvo quieto y calmado junto a Alanna, que lo observaba cada vez más ajena. El niño no quería que ella se marchase sola, por eso se mantuvo a su lado. "Tan gentil, tal y como ella", pensó la mujer, derramando una lágrima solitaria.

En un momento dado, la chamán alzó su voz desde entre las tinieblas, ya casi pisando el abismo. El pequeño hombre lobo ya la pensaba fallecida, por lo que su voz lo sorprendió.

—¿Sabes de qué color son tus ojos...?

—Grises —contestó de inmediato el infante. Alanna cerró los propios y otra lagrima cayó, mientras una imagen de la pequeña Níniel mirándole con esos mismos ojos la invadió totalmente, por última vez.

Cuando Nilah esa noche acostó a los niños en sus camas, la certeza de que un ciclo se había cerrado lo acompañó hasta que cerró la puerta. Caminó hacia el balcón del segundo piso, desde donde podía apreciar su bosque y el cielo estrellado, los que aguardaban por él para una de sus muchas noches en vigilia. Estando ahí y después de un día así, tan lleno de emociones, no evitó pensar en su amada. Seguramente ella se había ido en paz, porque dio su vida para proteger su legado, al igual que lo hicieron la madre de Nana con su hija y muchas otras personas que se sacrificaron para que otros viviesen. Lo consolaba pensar que Níniel ahora era un espíritu libre y que podía descansar como nunca pudo hacer en el mundo de los vivos.

El viento sopló y llevó su mirada nuevamente al Sur. Sonrió melancólico al recordar la agridulce partida que presenció ese día desde la distancia. Vio cómo abandonaba el mundo la mujer que se convirtió en criatura y que forjó su propio destino, la que caminaba sobre los restos de los caídos, hasta que se topó con algo que no fue capaz de sortear; un amado que cayó por su mano. Y ahora ella había caído por las garras del destino, que ensañadas aguardaron para darle fin a su tormentosa existencia. Nilah, que la vio descender en compañía de su pequeño hijo, supo que Alanna, la madre, había comprendido lo esencial, al igual que su hija, antes de caer.

—No, Didier, tus ojos no son grises. Son de plata.

Y la voluntad de una mujer curiosa con alma de lobo fue suficiente para forjar el renacer hasta en la más atroz de las criaturas.

—Y he de admitirlo, son muy hermosos.

FIN.

Y de esta forma termina En plata renacer. Espero de todo corazón que hayan disfrutado la lectura tanto como yo disfruté escribiendo.

Aquí, al igual como hicimos a lo largo de la novela, podrán hacer su descargo de emociones, pensamientos, dudas, críticas y demás, pues siempre han sido bienvenidos. ¿Qué les pareció la historia? ¿Qué piensan del final? Sus impresiones, como siempre, aquí.

Me despido por hoy, pero no se alejen mucho, pues nos veremos pronto. Los quiero.

Atentamente,
Helena Escobar Araneda.

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