Doce
XII. Tropiezos y caídas.
Venía perturbada por la cacería, y es que algo muy extraño había pasado. Del grupo de los cazadores —un total de veintiuno contándola a ella— debían salir al menos la mitad a cazar para la hoguera de esa noche. Pero en contra de toda lógica, Ivar decidió enviar a un grupo de diez al exterior, de los cuales cuatro estaban heridos o enfermos. No tenía sentido alguno, pero el joven y los demás dirigentes del grupo dijeron que alguien solamente se podía recuperar si se movía, una soberana estupidez si a Brinda le preguntaban. En la tribu de su padre jamás ocurrió algo similar. Como fuera, debían salir y cazar una buena cantidad para saciar a todo el pueblo. Ella se preparó con las armas que había adquirido durante su estancia y salió con el grupo apenas comenzó a aclarar.
Adelante y atrás iban los más vigorosos, en medio, los que no lo eran tanto. Se inclinaron en dirección norte y llegaron a un lodazal, donde la humedad era irrespirable. Todo estaba lleno de barro y, para peor, no se veía ni una sola presa. Brinda comenzaba a dudar de los métodos de esos guerreros. Cuando se internaron totalmente en la parte con mayor vegetación y menor visibilidad, Ivar los reunió y dio las órdenes.
—El grupo de la cabecera irá hacia la Zona Centro. La retaguardia y los demás irán a las cercanías del volcán, en el límite del Norte con el Este.
—¿Qué? —soltó Brinda, incrédula. Los cuatro heridos y esos tres de la retaguardia no lograrían atrapar ni un ratón, además, era de público conocimiento que esa zona era territorio de hombres oso—. Esto no tiene pies ni cabeza.
—Aquí hacemos las cosas de manera diferente, lindura. —Ivar palmeó su hombro—. Dividámonos. Ya saben qué hacer —ordenó, dándole una mirada a los de la retaguardia antes de separarse.
Como era de esperarse, su grupo no cazó nada. Aunque Ivar lucía bastante tranquilo, como si confiara que aquel grupete disfuncional fuera a conseguir un buen botín. Y contra todo pronóstico, lo lograron, pero volvieron sólo los dos de la retaguardia que estaban sanos.
—¿Qué les pasó a los otros? —cuestionó Brinda apenas llegaron. Cargaban unos grandes sacos y estaban cubiertos de sangre.
—Unos hombres oso nos atacaron y se comieron a esos tres, no dejaron nada. —Hubo silencio por unos momentos—. Por suerte logramos salir con vida y gracias a que los monstruos estaban distraídos comiendo los pudimos matar.
—¿Traen a los osos? Quiero verlos. —La joven se acercó, entusiasmada, pero los cazadores se negaron, con los sacos bien cerrados. La pelirroja pestañeó varias veces, confundida.
—No hay tiempo para charlas, debemos llevar esto lo más pronto posible, la noche se nos viene encima. Si quieres mañana te muestro mi colección de trofeos —intercedió Ivar, asiéndola por la cintura para echar a andar con el grupo. Tuvieron que cargar entre todos los sacos sangrantes hasta la entrada de la aldea, donde prácticamente los cazadores huyeron hacia las cocinas y almacenes con la carne.
Ahí tuvo lugar su encuentro con Niel, el cual cada vez que recordaba, avinagraba su estómago. Se sentía tan desagradada por el recuerdo que fue incapaz de dormir y en cambio se fue con los leñadores y cortó más de la mitad de la leña para la hoguera. Pronto oscureció, la gente se empezó a juntar y la carne a asar, inundando el aire con aquel peculiar aroma que nunca había sentido. Creyó que al ser de monstruo olía diferente, pero no tenía certeza de si eso era lo único que consumían ahí, pues se suponía que únicamente cazaban animales. Tal vez esa ocasión fue una excepción dada la falta de animalejos que cazar, conjeturó. Ella nunca había comido carne de criaturas, le parecía extraño, pero dadas las circunstancias y sensaciones que venía experimentando desde hace días, no lo pensó mucho y se comió una buena cantidad de todo lo que halló.
Aquella noche —en la que se obligó a adoptar los hábitos nocturnos de los demás— durmió con un sueño incómodo y frágil.
A la tarde siguiente fue con Ivar, quien sellaba lo que parecía un ataúd pequeño. Según le contó, un niño había muerto por un mal que lo aquejaba desde recién nacido y los guerreros eran los encargados de las sepulturas. Fue a entregar el pequeño cajón a los padres y cuando volvió la llevó a su choza, en donde del techo pendían las cabezas de un osezno, el lobo gris que las atacó y un ent, esos seres que parecían árboles. Ella sólo había conocido cambiantes, por lo que estaba interesada mirando la extraña criatura cuando la luz de la entrada fue bloqueada por alguien. Niel.
—Vaya, eres tú —saludó Ivar con algo de incomodidad al ver a la mujer—. ¿Necesitas algo? ¿Acaso quieres ver mi colección?
La muchacha se veía tan pálida que parecía un ánima. Brinda la observó con intriga.
—Tengo que hablar con ella. —Níniel señaló a la pelirroja.
Ambos cazadores se miraron a causa de la rareza en la recién llegada, pero Brinda accedió, más por curiosidad que por cualquier otra cosa. Su furia hacia Niel se había evaporado como por arte de magia, pero ahora sentía una fuerte necesidad de tenerla lejos; no aguantaba su presencia, le hacía sentir miserable. Salieron de la choza y la más joven se retiró considerablemente del territorio de los guerreros, instándola a seguirla. Cuando se aseguró de que no hubiera nadie cerca, por fin habló.
—¿Tú lo sabes?
Brinda se extrañó, no entendía a qué se refería.
—¿Saber qué?
Níniel tenía los brazos fervientemente cruzados y la mirada gris escurridiza. Algo no andaba bien con ella.
—Lo que está pasando en esta aldea.
—¿Qué es lo que está pasando? —cuestionó Brinda, frunciendo el ceño.
—¿Qué fue lo que cazaron y comimos ayer?
—Carne de hombres oso y algunos animales que tenían guardados. ¿Por qué? —Niel pareció genuinamente sorprendida por su respuesta, pero su expresión pasó a ser de angustia.
—¿Tú... comiste de esa carne anoche?
Una chispa de esperanza bailaba en los ojos de su antigua camarada, pero se extinguió de golpe cuando Brinda respondió con un rotundo "obvio". La postura de la chamán se curvó más de lo usual y su rostro hasta adquirió arrugas. La pelirroja sin poder evitarlo se preocupó.
—¿Por qué, Niel? ¿Qué es lo que sucede aquí? —preguntó con real congoja ante su ignorancia. Su amiga de la infancia parecía totalmente ida, así como alguna vez le contó sobre cómo era su desaparecida madre.
—Sapere aude —susurró en un idioma desconocido para la cazadora, lo que la inquietó más de ser posible—. ¿Realmente quieres saberlo? ¿Es mejor saber?
La chamán y sus proverbios siempre la cabreaban, pero intentó poner todo de sí para entender. Si le preguntaba si quería saber, evidenciaba que la respuesta quizá no le gustaría. ¿Eso significaba que se podía arrepentir de algo o que se había equivocado? La ansiedad la carcomía y la ignorancia cada segundo se volvía más intolerable. Y si de verdad era alguien fuerte, afrontaría las consecuencias del conocimiento.
—Yo debo saber.
Aquella chispa que se había extinguido en el mirar de Niel, renació. Enderezó su postura y su cuerpo dejó de temblar.
—Ve al almacén de alimentos —soltó de súbito— y no dejes que te vean. —Fue todo lo que dijo Níniel, dejándole el alma en un hilo. Brinda se desesperó.
—¡¿Por qué no me lo dices tú ahora?!
La chamán sonrió con una desolación inconmensurable.
—Tú ya no crees en mí, es mejor que lo compruebes con tus propios ojos. —Reacomodó sus harapientas vestiduras y le dio la espalda—. Mañana por la mañana ya no estaré aquí, pero esperaré un tiempo por ti, allá. —Señaló al otro extremo de la entrada oficial—. Es todo lo que puedo decirte, lo demás debes buscarlo tú. Nos vemos, Brinda.
Y se marchó como la sombra que era.
La joven de cabellos negros no había perdido un sólo segundo desde que descubrió el secreto de esa aldea. Al volver con la anciana, le contó todo lo sucedido entre sacudidas y lágrimas. Y cuando logró tranquilizarse, desarrollaron un plan para salir de ese lugar antes de perecer. Lo primero fue hacer grandes dosis de Polvo de Sombras y empacar las pocas pertenencias que tenían, todo en actitud discreta. Tardaron la noche entera y parte del día en ello. Cuando la tarde cayó, Níniel corrió con la familia que la acogió y estuvo con ellos en el supuesto entierro hasta que Ivar se marchó. Allí fue que los llamó para que se acercaran y desenterró el hoyo, casi recibiendo una paliza por parte del padre, quien se indignó por la deshonra en contra de la tumba de su hijo. Pero entonces ella abrió el cajón, dañando sus dedos por la fuerza ejercida y revelando que en su interior había piedras. Justo cuando la pareja comenzaba a conmocionarse, Níniel sacó de entre sus ropajes la extremidad del pequeño, envuelta en una tela blanca con solemnidad. Eso terminó por destrozarlos. La muchacha los vio derramar lágrimas de ira, dolor y desesperación que no se frenaron hasta que les ofreció unirse a su huida. Le costó convencerlos, pues solamente querían justicia por la barbaridad cometida, pero Níniel insistió en que era inútil, porque de hacerlo, seguramente ellos serían los siguientes en la hoguera. Con esa aseveración logró que accedieran a huir junto a ella y la anciana, y quizá Brinda si despertaba. Pero quería dejar ese espantoso lugar junto a ellos y mientras más pronto, mejor.
Intentarían marcharse en la mañana del día siguiente muy temprano, antes de que todos se levantaran. Descartaron salir de inmediato porque ya era de noche y eso sería suicidio, además que moverse de día les proveía cierta inmunidad al dormir las criaturas. Encima de todo, ese día habría luna llena cuando oscureciera, por lo que no tenían más opción, debían irse ya.
Níniel vendaba sus dedos lastimados cuando la anciana salió de su choza, así que los escondió con rapidez. La vieja chamán no cargaba equipaje, sólo lo necesario entremedio de su ropajes. La joven sonrió al verla.
—Ellos vendrán pronto —anunció y la mujer asintió, distraída. No lucía muy preocupada mientras se dedicaba a observar las montañas, esperando la aparición del sol—. Nunca imaginé que hubiera otra salida.
—Siempre hay otra salida —contestó, señalando con su cabeza la lejana grieta al otro lado del volcán, cubierta de maleza—. Sabes muchacha, yo estaba deseando conocerte.
—¿Porque Ivar le habló de mí? —La señora hizo un mohín.
—Deja de nombrar a ese esperpento —regañó. Níniel parpadeó—. En uno de mis trances se me mostró una figura, la de una recién llegada que traería consigo el pasado. Aunque no vi exactamente tu forma, sé que se trataba de ti.
—¿Por qué el pasado?
—No lo sé con exactitud, pero lo comprendí cuando te vi usar esos polvos —contestó, estrechando sus ojos en un gesto usual, como de remembranza.
—¿Qué tienen los polvos?
La anciana sonrió de forma intrigante.
—Que no son originarios del grupo sureño del cual dices provenir.
La aldeana y su esposo llegaron agitados, interrumpiendo la charla. Traían bastante equipaje, pero nada que el corpulento hombre no pudiese cargar. La muchacha los puso a los tres en fila y comenzó a conjurarlos para luego rociarles el Polvo de Sombras. Hizo su propio ritual y después de eso emprendieron camino a la salida alternativa. Caminaron por los bordes deshabitados de la aldea, evitando los poblados, y después de un rato llegaron a la grieta. Allí se detuvieron durante unos minutos, en los cuales Niel esperó ver la cabeza roja de Brinda aparecerse.
Había esperado la tarde anterior y la noche entera, pero fue fútil. Su amiga no aparecería. Pensó en el porqué de no contarle inmediatamente lo que sucedía y comprendió que fue por temor, el miedo que le causaba lo roto de su hermandad y la inseguridad sobre sí misma que siempre sentía junto a Brinda, pues ella siempre la menospreciaría. Lo que le impidió mostrarle la verdad fue eso, porque cualquier cosa dicha por Níniel sonaría como una tontería en los oídos ajenos. Se tomó un momento para aceptar la realidad. Así que ese era el final de su camino juntas.
—Adiós —susurró al viento y sin más se fueron.
Minutos antes, la cazadora había conocido la verdad. Había tardado mucho en decidirse, pues lo sucedido con Niel la hacía despreciar cualquier cosa que viniese de ella, pero bastó con empujar lo suficiente a uno de los guardias para dilucidar qué había en el almacén. Y justo en ese momento, se oyó un grito de puro horror. Pero no fue el suyo.
—¡¡¡Nos atacan!!!
Dejó el forcejeo con los guardias, pues advirtieron cómo una horda de hombres osos entraba a la aldea. Habían seguido el rastro de sangre humana dejada el día de la cacería. Rápidamente las cosas fueron saliéndose de control y fue entonces que Ivar apareció, pero no para combatir, sino para intentar proteger el botín. Brinda no se lo creía.
No alcanzó a reclamarle ni a nada, pues los monstruos destruían todo a su paso y se dirigían directamente al almacén. La cazadora tuvo el impulso de insistir a Ivar para que dejara esa porquería y huyeran por sus vidas, pero al verlo sufrió una catarsis y comprendió cómo debía morir él; como el cobarde que era, aquel que atacaba por la espalda y se aprovechaba del indefenso. Así que sin remordimientos lo abandonó y echó a correr hacia la otra salida, tomando una lanza que había en un barril. A su alrededor, los supuestos guerreros eran derrotados de forma patética por las enrabiadas criaturas, dándole a entender que habían sido una farsa desde el inicio, un vil montaje para cometer abominaciones. Estaba enfadada, confundida, quería pararse a vomitar o golpear un árbol, pero el caos que la rodeaba no se lo permitía. ¿Qué sería de Niel? ¿Ya se habría ido? Era posible que nunca más volviera a verla. Era posible que ese día fuera su último día. Y se arrepentía de muchas cosas, las que ya no podría remediar si no lograba salir de ese agujero.
Por su parte, Níniel y el grupo ya habían rodeado el volcán para dirigirse a la Zona Sur cuando al llegar a la grieta principal se dieron cuenta de que la aldea estaba siendo invadida por los hombres oso. Se quedaron de piedra, consternados, sobre todo la más joven, sabiendo que su amiga seguía allí adentro.
—¿Qué hacemos, muchacha? —susurró la aldeana, acongojada.
Níniel se forzó a recordar que ella se había tomado valiosos minutos esperando a Brinda, y que, si hubiese tardado más, seguramente no habrían corrido con tamaña suerte. Por eso mismo decidió no perder un segundo más, cosa de que su egoísmo no tuviese otra oportunidad para perjudicarlos.
Se oyó cómo sorbió su nariz y pudieron apreciar que se limpiaba el rostro con el dorso de la mano antes de decir:
—Sigamos.
Caminaron unas dos horas antes de llegar al Sur y su viejo hogar; el refugio. Los aldeanos veían algo recelosos el lugar, pero ella les aseguró que estarían a salvo ahí. La vieja chamán notó que la chica hacía rato mantenía cierta distancia de ellos, como si no quisiera tocarlos, y lo comprobó cuando al acercársele, ella retrocedió. Se dieron una mirada significante y fueron hasta un rincón, donde hablaron en voz baja.
—¿Por qué tomas distancia y actúas como si te fueras a ir?
Níniel no pudo evitar una leve sonrisa, esa mujer era demasiado intuitiva.
—Porque es lo que haré —confesó y le mostró sus dedos, heridos gracias a desenterrar y abrir el cajón. Estos aún lucían el rojo brillante de la piel a carne viva—. No me puedo quedar, usted ya lo sabe.
—Pero niña, son sólo rasguños, con los polvos no hay criatura que note el aroma de tu sangre —intentó rebatir la anciana, mostrando angustia por primera vez.
—Sí la hay —respondió cabizbaja, entonces la vieja supo que hablaban de la misma criatura de aquella vez, cuando Níniel preguntó sobre la percepción de emociones ajenas—. Y no quiero estar con ustedes cuando él me encuentre.
La señora apenas podía procesar la información, esa muchacha se iba a sacrificar.
—Tú... No puedes morir. Todavía tengo muchas cosas por enseñarte. Aún eres muy joven —arremetió, desesperada, sus ojos pequeños cristalinos—. En mi trance vi que traerías el pasado contigo y aún...
Como un latigazo, los recuerdos se desparramaron por su mente. Era verdad, se había hecho realidad. Aquella chica había traído el pasado —su lejano pasado— consigo y ahora se marchaba.
—Tengo que irme —insistió Níniel yendo hacia la pareja. Les habló con suavidad—. En ese árbol hueco hay bayas y algunas raíces que pueden comer. En ese otro, hay pociones y el polvo que los ocultará de todos los monstruos. La señora se encargará de ese tema. Pueden conseguir fruta fresca en dirección suroeste, pero procuren no alejarse demasiado.
—¿Cómo? ¿Adónde te vas? —preguntó confundida la aldeana en un hilo de voz. Su esposo tenía una expresión triste.
—Debo solucionar unos asuntos, pero no se preocupen, estaré bien.
De improviso fue envuelta en un sorpresivo abrazo por parte de la mujer y luego rodeada por los fuertes brazos del hombre, que las alzó a ambas en el aire. Níniel solamente atinó a alejar sus manos de ellos y a quedarse muy quieta. Jamás había sido abrazada antes —sin contar, nuevamente, al hombre lobo—.
—¡Te vamos a extrañar! —lloró la aldeana y su esposo asintió varias veces, concordando—. Tienes que volver pronto, ¿bien? ¡Condenada chiquilla!
Níniel asintió con torpeza y un desconocido cosquilleo en su pecho. Ya no había razón para estar ahí, debía alejar el hedor de su sangre lo más pronto posible antes de que él la hallara, pero justo en la salida fue detenida por las frágiles manos de la anciana. Estas tiritaban y sus ojos velados también.
—Puede que hayas traído el terrible pasado hoy... pero nos libraste de él también —agradeció con la cabeza gacha. Níniel no le entendió, pero atendió a lo que dijo después—. Ya recordé quién soy.
—¿De verdad?
—Sí. Y te compartiré mi nombre para ser nuevamente llamada por alguien, así cuando vuelvas me tratarás por él.
Níniel estrechó la mirada con pena, se le había pegado el gesto de su maestra. Aquello sonaba como una promesa difícil de cumplir.
—¿Y cuál es su nombre?
—Áurea.
La joven estuvo a punto de decirlo, pero la señora no se lo permitió. Qué injusta era con ella, ahora debía sobrevivir hasta que sus heridas sanaran para volver con la que era su maestra y llamarla por su nombre.
No añadió nada más y salió de aquel que hace unas semanas era su hogar. Ahora sentía que no tenía nada. Sus lágrimas se deslizaron ansiosas por su piel al repasar todo lo que había perdido; su hogar, el pequeño aldeano, a Brinda e incluso la piedad que el lobo negro habría llegado a tenerle si no fuera porque lo envenenó a traición. Ahora estaba segura de que al hallarla no quedaría resquicio de aquel incondicional afecto que sentía por ella, y ese sería el inicio de su fin. No deseaba imaginar qué haría con ella, pero dolía pensar que sería efectuado con un cargado odio y no como cualquier otra criatura, que mata por matar. Ya estaba oscureciendo y ella vagaba sin rumbo por el bosque, como un alma en pena. Sería más fácil de encontrar porque él también conocía sus lágrimas. Ya estaba, eso era todo. No había sido una vida tan mala, pensó; vivió más de la expectativa y pudo amar a las personas y, aunque no a todos, pudo protegerlos con lo que tenía. Era más de lo que podría haber pedido nunca. Y ya era momento de descansar.
La chamán se hizo un ovillo y se durmió tranquilamente dentro de un árbol hueco, con las lágrimas frescas en su rostro y la piel viva de sus dedos palpitando.
Dejaría al destino tomar las riendas de una buena vez.
✧
Es casi viernes y yo adoro actualizar.
¡Hola, queridos fantasmitas de plata! (Los llamaré así porque son valiosos, pero invisibles, lol). ¿Qué les pareció este capítulo? ¿Les gustó? Como siempre, déjenme aquí sus impresiones, dudas, teorías y curiosidades también.
Hicieron un podcast recomendando la historia. 💕 Chequeen en Spotify Malena al habla y síganla aquí como MaleSuNu . ¡Muchas gracias por tu trabajo!
Y sin más preámbulos, el meme correspondiente al cap anterior.
Dele play, DJ:
Espero hayan disfrutado la lectura. Si Dios quiere no leeremos el próximo vienes.
Los aprecia,
—HLena.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro