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Diez


X. Los que saben.

Darío despertó gracias a la intensa luz que entraba por la ventana. Abrió un poco los ojos y los volvió a cerrar, considerando volver a dormirse. Sentía que quería descansar por mucho tiempo. Se mantuvo dormitando un par de minutos más, pero sus pensamientos se volvieron bulliciosos, así que no logró dormir otra vez. Algo molesto por eso, volvió a abrir sus ojos y se encontró en una habitación desconocida, donde la ventana daba vista al bosque, en el cual la fría mañana reinaba. Estaba tendido en una cama grande de bronce con Nilah inconsciente a su lado. El Velkan dormía torcido y tenía el rostro tenso, como si estuviese sufriendo. Darío se dio cuenta de que ambos tenían ropas para dormir y que la estancia olía a mujer, más específicamente a anciana. Comprendió más o menos lo que sucedía cuando percibió la presencia de la señora Agda acercándose para luego aparecer por la puerta con una bandeja en sus manos. Su rostro expresó alivio al verlo despierto.

—Al fin decidiste quedarte en nuestro lado, muchacho —saludó para dejar la bandeja en una mesita y preparar ciertas cosas—. ¿Cómo te sientes?

—Bien. Adormilado —contestó con voz suave, irguiéndose y dejando a sus cabellos deslizarse por sus hombros. Estaban enredados y opacos—. ¿Qué nos pasó? —Agda hizo un gesto de amargura.

—Las humanas, eso pasó —soltó con desprecio y le entregó un vaso de agua, el cual se bebió de un sorbo. Ahora se daba cuenta de cuánta sed tenía—. Los envenenaron con acónito.

—¿Acónito? ¿Qué es eso?

—El punto débil de los licántropos —respondió una voz ajena y rasposa, la de Nilah. Ambos voltearon a verlo para encontrarlo aún acostado y con los párpados caídos, como si no quisiera despertar—. En la antigua Grecia cazaban a nuestros antepasados usando esa flor, por lo que desarrollamos rechazo hacia ella —relató sombrío y con semblante ausente. Darío y la anciana no dijeron nada, sólo lo observaron—. Níniel... ella planeó todo. Nos engañó, envenenó y luego huyó.

La señora presionó los labios y Darío le quitó la mirada, no queriéndolo hacer sentir mal por amar a esa humana retorcida. Sabía que Nilah estaba destrozado por tamaña traición de parte de su compañera, así que no pretendía culparlo ni hacerlo sentir peor de lo que ya se sentía. Aunque eso no evitó que desarrollara real antipatía hacia la humana, por casi haberlos matado y por seguir haciendo daño al que era como su hermano. Si algún día volvía a verla, tendría que controlarse para no agujerearle el cogote con sus propias garras.

—Los tuvimos que sacar de la casa porque estaban intoxicados hasta el tuétano, un poco más y no la contaban. El lugar está infestado de esa endemoniada flor, así que hasta que no sea desinfectada, no podrán volver allí —explicó Áurea.

Nilah se bebió el vaso en silencio mientras Darío tragaba algunas píldoras caseras que la anciana trajo. Cuando acabó el tratamiento, el rubio no pudo evitar manifestar una inquietud que venía teniendo desde hace rato.

—¿Cómo sabía esa humana la debilidad de un licántropo?

—Los humanos de la nueva época no tienen idea acerca de nosotros, son ignorantes en cuanto a criaturas... Esa niña debe ser descendiente de alguien que sí tenía conocimiento sobre nosotros en un pasado remoto —conjeturó la anciana. Nilah abrió los ojos con sorpresa.

—¿Chamanes?

—Puede ser. Pero actualmente los chamanes están casi extintos, sería muy poco probable que ella fuese uno —respondió Agda con la mirada perdida, recordando épocas agridulces. Darío se rascó la mejilla, pues él tenía un origen muy diferente al de ellos y nunca oyó de algo parecido.

—¿Y los chamanes podrían esconderse de las criaturas? —preguntó entonces, dejando un genuino silencio tras sus palabras. El Velkan lució una expresión desencajada y la señora arqueó las cejas a la vez que su faz adquirió reconocimiento.

—Sí. Ellos pueden.

Contestaron ambos al mismo tiempo. Así que la compañera de Nilah era una chamán, por eso había logrado pasar desapercibida durante tanto tiempo, incluso llegando a envenenarlos con su mayor debilidad. Era muy astuta, había jugado bien sus cartas, pensó Darío. Se puso a olisquear el aire, percibiendo miles de aromas diferentes, menos el de las humanas. Una vez conocido, a menos de que se encontrara abismalmente lejos, podría reconocer su aroma en una circunferencia de kilómetros. Pero no estaban por ningún lado, se habían esfumado. Y eso comprobaba su teoría.

—Su esencia desapareció el mismo día que huyeron, eso fue hace siete días. Han estado inconscientes durante ese periodo, luchando por no ceder ante el veneno.

Las palabras de la mujer sonaban resentidas y desdeñosas, pero ellos lograron comprender su sensación. Casi los había asesinado una humana a la cual cuidaron, alimentaron y protegieron, inclusive la trataron como si fuese una más. Pero ella los apuñaló por la espalda, se comportó como una arpía desagradecida que no merecía ser tratada ni como a un animal y los licántropos no eran una raza que perdona la traición.

—Esa mujer... —susurró de pronto Nilah, tocándose la punta de la nariz, en donde su pequeña cicatriz reposaba—. Cuando conocí a Níniel, su presencia apareció de repente y corrí a su encuentro, pero la mujer que estaba con ella me hirió y lanzó un polvo que me hizo perder su rastro para siempre —contó con la mirada perdida, poniéndose de pie—. Ahora sucede lo mismo.

—¿A qué quieres llegar? —cuestionó el rubio, cada vez más aturdido por los nuevos descubrimientos.

—El polvo que esa mujer usó es especial para esconderse de las criaturas... Para esconderse de mí.

La bruma se deslizó por la superficie del bosque norteño. La mañana se volvía cada vez más fría y Nilah se sintió más hundido. Sus propias deducciones lo encaminaban a un pozo de miseria del cual no sabía cómo salir. Todas las cosas que descubrió sólo le proporcionaban más preguntas y angustias. Si él antes del primer encuentro nunca había visto a la pequeña humana, ¿cómo esa mujer sabía sobre el vínculo de Níniel con él? Porque lo sabía, ¿cierto? Su reacción no había sido la de alguien ignorante. Nilah suspiró con su cabeza hecha un lío, cada vez comprendía menos y su corazón resentía más. Estaba cansado.

—Señora Agda, necesito usar su baño —pidió, cabizbajo. La mujer asintió y fue en búsqueda de una toalla y ropa limpia para que usara. Él le agradeció en voz baja y se encerró en el servicio.

—Esta vez sí que le pegó fuerte —comentó Darío con desánimo, de pronto sintiéndose sumamente viejo, porque lo era.

—Espero que esto sirva para que se dé cuenta de una vez por todas que esa humana no es para él —murmuró con tirria la anciana antes de retirarse.

El lobo exhaló en silencio mientras meditaba. No podía comprender a su amigo porque él aún no hallaba a su compañera, pero sí conocía a Nilah lo suficiente para saber que sus sentimientos eran verdaderos. Lo que no sabía era si los de ella, en algún lugar recóndito de su corazón, existían para Nilah más allá del miedo.

Niel despertó por el ruido de los niños jugando afuera. Se sintió desubicada por un par de segundos hasta que recordó dónde y porqué estaba allí. Ivar, la Resistencia Este, el niño enfermo. Y Brinda. Al recordar su espalda caminando en dirección opuesta se indispuso, pero decidió empujar esos pensamientos lúgubres hacia un lugar en donde no alcanzara a verlos.

Se enderezó sobre las mantas que habían puesto para que durmiera, pensando en que eso era lo mejor para dormir que tenía en años, sin contar la casa del lobo, donde todas las cosas eran muy cómodas, hasta el suelo. Divagó sobre que, a pesar del miedo constante que sufrió, fue el lugar más cálido y protegido en el que había dormido, sin razonar claramente que era una guarida de lobos hambrientos.

Cuando esos pensamientos rondaban por su cabeza, la aldeana madre del niño se apareció en su rango de visión y le sonrió. Tenía un artefacto de palo en la mano y su pelo envuelto en un pañuelo.

—Buenas tardes, dormilona —saludó. Niel se había dormido cuando amaneció, por lo que en realidad no llevaba muchas horas durmiendo—. Hay alguien que quiere verte.

Inmediatamente pensó en Brinda, pero la idea fue descartada, pues una anciana entró a la choza. Tenía más arrugas de las que se podían contar, apenas superaba el metro cuarenta de estatura estando encorvada y lo que más llamó su atención fue su ropa, igual que la de ella. Era posiblemente la última chamán de la Tribu Este.

—Ansiaba conocerte, joven Níniel.

Cierta alegría silenciosa la poseyó al ver a una de los suyos después de tanto tiempo. Se sintió como en familia. Se puso de pie, contenta, olvidándose del sueño que tenía e hizo una extraña inclinación, la que la anciana correspondió. Se miraron largo rato hasta que la dueña de casa soltó un bufido.

—Bueno, ya salgan a conocerse y a hacer cosas de brujos. Puedes volver a la hora de la cena, chiquilla, aunque no te aseguro nada que satisfaga tu estómago.

Niel le agradeció y fue a asearse a la parte trasera de la choza, esperando un poco en quietud antes de lavarse y echarse el Polvo de Sombras inmediatamente después. Luego de eso, se marchó junto a la anciana. Caminaba tan despacio que la muchacha tuvo que armarse de paciencia, pero no le importó, pues estaba dichosa después de mucho tiempo.

La mujer, que casi parecía estar ciega por la sombra blanquecina en sus ojos, la ojeó a la vez que la olisqueaba. Pasó uno de sus raquíticos dedos por la piel de su brazo y recogió un rastro del polvo, examinándolo. Níniel se sorprendió por su aguda intuición.

—¿De qué grupo provienes? —interrogó, palpando con sus dedos y sintiendo el picor del acónito. Se los limpió, veloz.

—Del Grupo chamán del Sur. ¿Por qué?

La anciana no contestó, pero Niel apreció cómo su expresión fue de cuestionamiento. En cambio, respondió con otra pregunta.

—¿Qué conjuro es este?

—Se llama Polvo de Sombras, es para ahuyentar y esconderse de las criaturas.

—¿Todas las criaturas?

Niel titubeó.

—Unas más que otras.

La anciana sonrió y no añadió nada más. La joven inusualmente no quiso permanecer callada, así que optó por hacer conversación.

—¿Y cuál es su nombre?

Atravesaban la zona de intercambio y el bullicio no era ideal para sostener una charla, pero la anciana se las ingenió para lograr que su voz fuera audible en medio del gentío.

—No lo recuerdo, o quizá no quiero hacerlo —confesó con serenidad. A su alrededor, el mundo se movía con frenesí mientras ellas estaban dentro de su burbuja—. Cuando ya no hubo nadie más a mi lado, nadie más necesitó mi nombre para llamarme, así que lo fui olvidando. Aunque es costumbre de chamanes olvidar todo, incluso a nosotros mismos.

Níniel recordó que su verdadero nombre no era Niel. Había usado el apodo desde pequeña y Brinda siempre la llamaba así, por lo que comenzó a olvidar el real y el diminutivo se fue volviendo natural. Pero frenó el curso de sus conjeturas, pues otra vez había una excepción a la regla; el lobo negro. Él siempre la llamó Níniel, de ninguna otra forma más que la auténtica. Dedujo que lo sabía porque cuando se conocieron su madre lo exclamó a los aires, pero le asombró que él lo recordara a la perfección, incluso mejor que ella misma. Él era quien trajo devuelta consigo lo que ella fue incluso antes de su aparición; una niña humana que sobrevivía al mundo con un corazón velado y cubierto de polvo.

—Yo no recuerdo bien el nombre de mi madre, ella no solía decirlo —comentó, volviendo al tema principal. La chamán mayor asintió con interés, esperando que ahondara más sobre sus orígenes, pero Níniel cambió el rumbo de la conversación sin darse cuenta—. ¿Usted es la última de su comunidad? —preguntó con cautela. No sabía bien cómo interactuar con la gente y cualquier cosa dicha podría molestar o provocar sensaciones negativas en los demás, pues era un mundo lleno de heridos.

—No lo sé, tal vez haya uno que otro vagando sin rumbo...

La charla acabó ahí. Siguieron andando tranquilamente a través de la aldea, admirando a las personas y lugares. La vieja chamán lucía en paz, pero Níniel no lograba centrarse, algo la inquietaba desde que se volvió a ver con ese lobo y si no encontraba la solución a su problema, era probable que él la encontrara de nuevo. Y no se sentía capaz de enfrentarlo otra vez, pues le había hecho daño.

—Llegamos —anunció la señora cuando se hallaron frente a una acogedora choza al estilo chamánico, con aspecto de tienda y variada flora a su alrededor. El terreno tenía un pequeño huerto y una caldera afuera de la choza, junto a un montón de rocas volcánicas. Era el único lugar hasta el momento que no tenía el aromático perfume de la carne, sino uno más puro por la naturaleza y sulfúrico por el volcán. La mujer se metió en la choza y trajo consigo varios cuencos de madera con raíces, frutos deshidratados y agua. Níniel le reverenció, profundamente agradecida y consumió sus obsequios. Estaban sentadas sobre la hierba a un lado del huerto, la joven comiendo y la anciana dormitando apaciblemente. Cuando terminó su comida, observó a la señora e hizo audible su voz, despertándola de un sobresalto. Casi se rio, no había notado que dormía.

—No pensé que Ivar de verdad la enviaría conmigo —admitió, pues no le pareció que aquel arquero fuese especialmente desinteresado.

—Él no fue. Me lo pidió una chica de cabellos de fuego.

Níniel se sorprendió al enterarse de que fue Brinda, pues no esperaba nada de ella después de su alejamiento. No comprendió el porqué de su actuar, pero se sintió aliviada por el gesto, pues le daba cierta chispa de esperanza acerca de su —para ella— aún inconclusa amistad.

—Ya está anocheciendo y no fuiste a cenar. Debes volver a tu hogar —informó de pronto la anciana, poniéndose de pie. Por alguna razón, eso inquietó a la joven chamán.

—No es mi hogar... No tengo uno.

La mujer entrecerró los ojos.

—Todos tenemos un lugar al cual regresar.

—Yo no. Permítame quedarme con usted, por favor —pidió con voz temblorosa, sintiéndose como esa niña que se escondió en una guarida de zorros porque su mamá se marchó.

—Esa familia te brindó techo y alimento. —Niel cerró los ojos ante la inevitable negativa, cuando de pronto, oyó la voz de la anciana con tinte amable—. Lo menos que puedes hacer es ir a excusarte con ellos y agradecerles por sus cuidados.

—Eso significa que...

—Los chamanes somos muy solitarios, pero es mejor estar con los nuestros. Además, yo tampoco duermo de noche. —La anciana sonrío y Níniel casi saltó de alegría. Se quedaría en aquel lugar y con alguien igual a ella, no podía sentirse más bendecida.

Cuando el anochecer llegó, Níniel ya había ido a la zona residencial y hablado con la familia de aldeanos, quienes se preparaban para acostarse. Les agradeció por recibirla y prometió que buscaría una forma de ayudar a su hijo, así que lo estaría llevando constantemente a la choza de la anciana para tratar el problema de sus piernas. Los padres asintieron algo confusos, pues la joven hablaba demasiado formal para su entendimiento y tenía extrañas costumbres como pedir perdón por recibir comida y techo, pero, en fin, era una buena chica. Con aquel asunto arreglado, la joven chamán se instaló en la choza de la señora, donde pasaba las noches mirando el cielo a través de los agujeros en el techo y aprendía sobre la especialidad de su ahora maestra; la conexión con el mundo espiritual.

Estaba al borde de la plenitud.

Habían transcurrido trece lunas desde que huyó de los lobos y vivía en la aldea escondida. Una temprana mañana, cuando Níniel ponía emplastos en las piernas del niño a la vez que conjuraba, la anciana finalmente formuló la pregunta que traía atascada desde que conoció a su aprendiz.

—¿Por qué todavía hay algo que te inquieta?

La joven dejó de conjurar para mirar con sus grandes ojos a la mujer. Qué aguda intuición tenía, había notado la pesadumbre que tanto trató ocultar. Pero incluso siendo así de intuitiva, no era simple pedirle consejo sin hablar más de la cuenta. Había cosas que no se podían confiar.

—Usted... —tanteó las palabras antes de pararse y alejarse del pequeño, no sin antes acariciar su cabello—. ¿Sabe si hay alguna forma de camuflar las emociones? —La anciana alzó una ceja.

—¿Qué estás tratando de preguntar?

Níniel apretó los labios y resopló disimuladamente. No hallaba forma de plantear su duda sin exponerse y eso la exasperaba.

—Es que me preguntaba si las criaturas pueden ubicarnos gracias a nuestras emociones.

—No, no pueden —respondió tajante y segura. Un monstruo no podía sentir las emociones de los humanos porque no estaban vinculados con ellos, a menos que...

—Ah, entonces no hay problema —suspiró la joven con aire despreocupado, quitándole hierro al asunto. Pero ya había echado a andar los engranajes en la vieja chamán, quien la detuvo tomándole del brazo.

—¿Acaso algún monstruo puede sentir lo que tú sientes? —cuestionó con suspicacia, aunque la mayor audacia vino después—. ¿Acaso tú puedes sentir las emociones de alguno?

Las hojas elevadas por el viento descendieron al suelo. Las piezas de aquel cuento querían comenzar a encajar.


¡Viernes de "En plata renacer"!

¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Déjenme sus impresiones, dudas y teorías aquí.

Les agradezco a los que se mantienen leyendo, pues eso significa que la historia los ha enganchado. No se olviden de comentar, votar, compartir y agregar a sus listas de lectura.

Curiosidad #4

En nuestros dúos dinámicos, siempre hay uno que tiene más edad que el otro. Entre Brinda y Níniel, la cazadora es la mayor por un año; entre Nilah y Misha, nuestro lobo negro es mayor por unos cien años...

Si tienen más curiosidades, es su oportunidad de hacerlas:)

Espero hayan disfrutado de la lectura. Nos leemos la próxima semana.

Con afecto,

—HLena.

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