Cuatro
IV. Actuando.
Después de una exhaustiva búsqueda en aquel lugar, que estaba infestado de trampas, uno de los muchachos, con olfato admirable, logró reconocer el aroma a lodo entremezclado con sangre. Debían ser ellas. Les costó el resto del día encontrarlas, pues algunas trampas aún conservan decentes camuflajes y debían andar con pie de pluma para no caer en ellas. Además, debieron volver a la casa más cercana a buscar ropa y un botiquín, en caso de que las mujeres necesitasen alguna cura leve. Si se encontraban muy malheridas, tenían un plan alternativo.
Nilah casi soltó un sollozo de alivio cuando reconoció el hilo del perfume femenino flotando en el aire, aunque estuviese opacado por aquel preocupante hedor a miedo y sangre. Sin perder más tiempo optaron por presentarse ante ellas con su aspecto humano, ya que la primera impresión que causaron con sus lobos no fue la mejor. Se acercaron cautelosamente a un agujero que había en el suelo, otra posible trampa que lucía lúgubre y honda. Oyeron una respiración errática y se detuvieron, esperando con paciencia a que las mujeres hicieran su aparición. Y lo hicieron, pero no de una forma que podrían imaginar.
La muchacha de cabellos negros surgió desde las profundidades del hoyo casi como una alimaña, arrastrándose sobre la tierra. Tenía un aspecto espeluznante incluso para ellos, pues parecía cualquier cosa menos persona. Y lo más impresionante no era su aspecto, o que siguiera con vida, ni que hubiera logrado salir de ese lugar, sino que había hecho todo eso y con su amiga moribunda a cuestas. La sombra de la muerte pisaba los talones de la pelirroja y, aun así, la compañera de Nilah tenía voluntad suficiente para plantarles cara con una estaca, mientras yacía derrumbada en el suelo, incapaz de mover sus piernas. Los licántropos se admiraron grandemente de la mujer, era digna de ser el alma que correspondía a la de su jefe. Ambos eran valerosos.
Cuando uno de los más jóvenes hizo amago de acercarse a ayudar, la chica frunció su expresión y les apuntó con la estaca, apegando instintivamente el cuerpo de Brinda al suyo. Mantenía una expresión de miedo y precaución en sus ojos, la mirada de una presa que no está dispuesta a ser devorada fácilmente. Nilah se odió por hacerla sentir así y tuvo el apremio de aclarar las cosas con palabras para oír su voz de una vez por todas.
Hubo una tenso cruce de miradas antes de que Darío tomara la palabra, como habían acordado.
—Tranquila, no te haremos daño. —Ella dirigió su atención al rubio, a quien analizó con desconfianza. Él levantó sus manos y mostró sus palmas, en símbolo de honestidad. Nilah presenciaba atentamente la interacción—. Solamente queremos...
—Ustedes son los lobos.
El alfa tuvo un estremecimiento general al oír la trémula, pero valiente voz de Níniel. "Al fin", suspiró. Con sólo esas cuatro palabras sintió que había recobrado la mitad de su vitalidad y que podría recorrer el mundo entero en un día. Era demasiado para él, quien pasó toda su vida añorando ese momento.
Los hombres se miraron entre sí, preocupados por lo defensiva que se encontraba ella y por la despreocupación de su líder, quien parecía ajeno al peso de esa aseveración. Se había ido a otro mundo, al del amor. Suspiraron con resignación, Nilah era un tema aparte cuando se trataba de su compañera. Y como este no reaccionaba, tuvieron que tomar el control de la conversación.
—No queríamos asustarlas, pero salieron huyendo y tenemos un tema que tratar con ustedes —explicó Darío, sintiéndose contradictorio al actuar con tanto tacto, cuando si bien él gustaba de sentirse refinado, detestaba las formalidades—. Queremos hablar contigo.
Los mitad lobo la observaron en silencio y con displicencia, se veía tan miserable ahí tendida en el piso, sucia hasta las orejas y con los ojos temblando de terror e ignorancia. Debía ser una loba realmente enclenque, pensaron, pues su aroma era muy débil y además corrió aterrorizada en cuanto los vio. ¿Por qué no se había trasformado para huir de ellos? Seguramente ni siquiera fuese capaz. Y lo más curioso, ¿por qué estaba con una humana?
—¿Qué te-tema podría tener yo con unas criaturas? —murmuró, acongojada, pero prudente, consciente de que llamarlos "monstruos" no sería la opción más sutil. Se vieron visiblemente afectados por su contestación, como si no esperaran esa respuesta. Y la voz repentina de Nilah transparentó esa sorpresa.
—¿Eres... humana?
Níniel tuvo un escalofrío en cuanto oyó la voz de aquel lobo. Era el negro, estaba segura. El mismo de la mañana, el que aulló al verla, y el mismo de su infancia, ese que hundió el hocico en su cuello y la separó de su madre para siempre. Él era el principal responsable de todos sus males, de eso no había duda. Lo que no entendía era el porqué, quién era él para haber influido tanto en su existencia, al nivel de marcar cada uno de los grandes acontecimientos de su vida.
La joven no profirió palabra, otorgando con el silencio su respuesta. Todos se mantuvieron quietos y callados, sin entender cómo Nilah podía estar vinculado a una humana. Era imposible, nunca se había oído que la compañera destinada de un licántropo fuese de otra especie, jamás, aunque era cien por ciento seguro que era ella en quién Nilah reconocía su otra mitad.
Y que ella fuese humana, si bien los llenaba de dudas, también les otorgaba algunas respuestas. Si fuera una mujer lobo, en esos momentos ya estaría colgada del cuello de su compañero, pues así eran los lazos de su especie, intensos, como todo lo que él sentía y ella no. Que fuera humana aclaraba con obviedad el temor de la mujer y que hubiera dedicado toda su vida a huir de Nilah, pues en ese mundo, no eran más que presas de las criaturas. Su desesperada carrera en la mañana era prueba fehaciente de ello. Pero si las cosas eran así, ¿cómo había logrado ocultarse durante tantos años con tal efectividad? ¿Y por qué Nilah estaba vinculado a ella?
En ese momento, Brinda comenzó a contraerse y tosió sangre, manchando con rojo la mejilla de Niel. La morena se asustó, si no conseguía estabilizar a su amiga en la brevedad, sin duda alguna moriría. Pero no tenía idea de cómo conseguiría eso, pues los hombres lobo seguían frente a ella y no estaban dispuestos a dejarla escapar otra vez. Tensó la mandíbula con frustración y no pudo evitar que sus ojos se cristalizaran. Qué inútil se sentía ante la supremacía de las criaturas, cuan débil e inválida se volvía.
Se dirigió a ellos con impotencia.
—Sé perfectamente que no soy rival para ustedes, pero no pienso seguir perdiendo el tiempo mientras mi amiga muere en mis brazos... Intentaré huir y lucharé hasta mi último aliento contra el que intente detenerme. No permitiré que decidan sobre nuestros últimos momentos, a-al menos quiero elegir el día para mi muerte.
Tambaleante, se puso de pie, con sus endebles piernas temblando como una hojas al viento. Acomodó con cierta torpeza a Brinda en sus espaldas y empuñó con ambas manos la estaca, con la amenazante punta hacia ellos. Los lobos observaron a Nilah, ya sin saber qué hacer. Era su momento de actuar.
El lobo de ojos negros se quedó mirando a la muchacha con una expresión serena y sumamente dulce. Niel pegó un respingo cuando él habló, su sola voz la crispaba.
—No tienes porqué luchar. Nadie va a hacerte daño.
Se sintió turbada cuando oyó a aquel monstruo decir eso, fue algo que nunca esperó escuchar. ¿Qué intenciones tenían con ella sino devorarla o torturarla? La humanidad en los ojos de aquel ser era inconcebible, pero tan genuina como ninguna. La desconcertaba. Cuando la criatura dio un paso hacia ella, instintivamente se tensó y pegó un ronco grito para espantarlo, pero no funcionó. Y con cada paso que el monstruo daba, más pavor sentía. Casi se podía palpar en el aire su denso temor. Pero eso no impidió que él siguiera avanzando.
—¡Ni un paso más!
Nilah se detuvo para hablarle con suavidad.
—Escucha, no pretendo nada malo. Confía en mí, ven conmigo y podremos salvar a tu amiga.
—¿Ir... con ustedes?
—Sí, para que podamos conversar sobre el tema que mencionamos. Sólo deseo hablar. Te prometo que no les haremos nada malo, sólo permíteme brindarle atención a tu amiga y conversar contigo después, sin huidas, sin desaparecer. Por favor.
Todos quedaron atónitos. Niel más que nadie. ¿Salvar a Brinda únicamente para conversar con ella? ¿Confiar en los monstruos que habían atormentado a la humanidad durante tanto tiempo? ¿Que la habían atormentado desde aquel día?
—¿Cómo po-podría confiar?
Nilah dio otro paso. Niel se puso rígida. Si fuera una niña todavía, seguramente habría vuelto a orinarse ante la sola cercanía del monstruo. Era un temor irracional.
—Hiéreme —dijo él.
—¿Qué?
—Así podré retribuir todo lo que te he hecho pasar y de paso te demostraré que mis intenciones son buenas.
Y dio un último paso, el preciso para que ella reaccionara y por inercia le clavara la estaca en el costado. Los muchachos se alertaron cuando Nilah se encorvó por la puñalada, pero él alzó la mano hacia ellos, impidiéndoles intervenir. Niel tiritaba de la pura impresión por su accionar y por ver que aquel lobo se cubría la herida mientras se enderezaba un poco y sonreía. Se le cayó la estaca cuando oyó su voz resuelta.
—Está hecho.
Y contra todos sus deseos, se acortó el espacio entre ellos y la tomó en sus brazos. La muchacha se petrificó y eso bastó para que Nilah diera una señal y Darío quitara de sus espaldas a Brinda, alejándola de ella. Niel quiso defenderse, gritar y patalear para que aquello se detuviera, pero estaba derrotada, había perdido. No se podía mover y tampoco defender su integridad, menos podría hacerlo con Brinda ya lejos de su alero. El contacto de aquel sujeto le quemó sobre la piel como ácido y ya sin tapujos derramó lágrimas como un río, mientras él comenzaba a correr y se las llevaban lejos de la Zona Sur, de su hogar. Y mientras más consciente se volvía de su deplorable estado y de cómo podía estar dirigiéndose a su muerte sin impedirlo, más lloraba. Los brazos y piel caliente de aquel monstruo eran una prisión, la hacían sentirse sumamente miserable y enferma. A un par de metros, el lobo de cabellos largos y claros corría con su amiga pegada al pecho, cuidándose de no hacer movimientos bruscos, algo que no concebía. ¿Podría ser verdad eso de que la sanarían y sólo querían conversar? Aun cuando hirió al lobo que ahora la cargaba hacia quién sabía dónde, para ella nunca fue una garantía de que cumplieran su promesa, jamás lo contempló como opción. Desde que tomaron el control de la situación, ella asumió que todo eso había sido un vil teatro para llevárselas sin necesidad de matarlas. Nunca contempló que quizás eran criaturas civilizadas que no abusaban de los humanos. ¿Acaso existían ese tipo de monstruos? Ni los chamanes ni su madre hablaron de algo similar, nunca. Sollozó y se limpió las lágrimas, ya no importaba, siempre había sido así, no supo en qué momento dejó de creerlo, pero era una presa y moriría como tal.
Pronto reconoció el camino que recorrían, iban dirección norte. Como la Gran Zona era de una marcada variedad climática, se reconocía perfectamente cuando se pasaba de una a la otra, por los cambios en la flora y la temperatura. El frío húmedo del Norte la golpeó, lo que al parecer la criatura notó, pues la apretujó más —si eso era posible— contra su pecho. Su toque era ardiente y le disgustaba en demasía estar en contacto con su cuerpo desnudo, pero lo único que podía hacer era arquear su cuello para evitar apoyar su cabeza en él. Qué gran sinsentido era toda esa situación, el mundo, su existencia. Debió haber muerto ese día en el bosque cuando niña, no haber huido para pasar toda la vida muriendo de miedo mientras se escondía. No había razón alguna para vivir en un mundo así, no tenía razón de ser.
—Llegamos.
Volvió a la realidad cuando aquel enigmático sujeto habló. Lo observó de reojo para luego hacerlo con su alrededor; una planicie campestre entremedio del bosque, donde se erguía una extraña edificación. Una casa, si no se equivocaba con el nombre. Su madre le había contado —en una de las pocas ocasiones en las que le charló— que antes de la Gran Caída los humanos vivían relativamente juntos, como en comunidades. Cada familia tenía una de esas casas y cerca se encontraban otras más. Esa era la primera que Niel veía y le pareció extraño que una criatura viviera en algo que fue creado por humanos. La joven siempre había estado a la intemperie y cuando vivió con los chamanes ella y su madre tuvieron una tienda hecha de cortezas colgantes, las cuales cubrían sus cabezas y sólo servían para que la luz diurna no les molestara tanto al dormir.
Se alertó cuando el lobo negro aflojó su agarre, permitiéndole poner los pies sobre la tierra. Inmediatamente se alejó de él como si tuviese peste e intentó ir hacia Brinda, pero trastabilló y cayó a los pies del lobo de cabellos rubios, quien la miró con sorpresa. Se agachó a su nivel y le permitió ver a la pelirroja, pero sin soltarla. En eso, Nilah hizo un gesto con la cabeza a los cambiantes más jóvenes, quienes ya se habían transformado en lobos.
—Vayan por la señora Agda, por favor. —Le dio una mirada fugaz a la moribunda humana—. Rápido.
Sin demora hicieron caso y se marcharon. Darío se enderezó y emprendió camino a la casa, con Niel siguiendo sus pasos. Entró dándole una patada a la puerta —lo que cabreó bastante al dueño de hogar— y puso a la herida sobre una especie de lecho, un sofá para ser exactos, aunque Niel no tenía idea de qué eran la mayoría de las cosas ahí. Se pegó como una lapa a su amiga y no se movió a pesar de las miradas contrariadas de ambos licántropos, quienes se sentían incómodos ante tal grado de familiaridad humana.
Nilah por su parte no se perdía ni un movimiento de Níniel. A pesar de estar consciente y muy despierta por la adrenalina que corroía su cuerpo, era un hecho que también estaba herida por la caída en la trampa. Por lo mínimo, tendría un par de huesos rotos y variadas heridas todavía abiertas. La única razón por la que no desfallecía era por el sentido de protección que la ataba a la otra humana, pero cuando esta se estabilizara y ya no corriese peligro de muerte, estaba seguro de que Níniel colapsaría. Y no quería que eso pasara, por lo que se sintió irritado hacia la pelirroja —que por cierto lo hirió— y deseó que dejara de interponerse en el flujo de su destino.
—Iré por agua caliente y toallas —informó Darío, escapándose de la incómoda situación. Nilah se quedó solo junto a Níniel y la otra muchacha, la cual respiraba superficialmente y tenía un pálpito muy débil. Se estaba muriendo.
—¡Señor Nilah!
Afortunadamente, los jóvenes llegaron a tiempo, acompañados por una anciana robusta de apariencia gentil. Le hicieron espacio y se encaminó hacia las humanas con paso lento, pero constante, como si flotara sin achaque alguno. Niel la observó con ojos curiosos y desconfiados, pero la mujer se esforzó en formular una sonrisa para ella.
—Vamos a curar a tu amiga, ¿sí?
Y así comenzó un alucinante proceso de reparación. La anciana limpiaba las heridas con maestría, como si fuese lo más natural del mundo. Sus manos eran precisas y se movían calmadas, sin prisa a la vez que sanaban. Esa mujer era una curandera y estaba ejerciendo un oficio del cual los humanos ya no ostentaban. Los médicos habían desaparecido de su especie hace años, o peor aún, la especie en sí estaba desapareciendo. Eso era lo que Niel sospechaba, pues desde el día que se cruzó con aquel lobo negro en el bosque, la última humana que había visto aparte de Brinda era su madre, y de eso ya habían pasado veinte años. Antes de aquello habían vivido en el discreto Grupo chamán del Sur, pero poco recordaba debido a su corta edad. Asumió que, si esa anciana estaba del lado de los lobos y había acudido tan rápidamente a su llamado, era porque también era uno de ellos, cosa que le sorprendió bastante, pues lucía tan inofensiva como cualquiera de los abuelitos que conoció cuando pequeña. Volvió a la realidad cuando sintió la mirada celeste de la señora sobre ella. Se avergonzó por no estar alerta.
—Ya he terminado con tu amiga, esperemos se mantenga estable durante las siguientes horas. Me quedaré cerca para vigilarla —explicó con paciencia. Niel asintió, cohibida y de pronto, muy adolorida—. Ahora debo curarte a ti.
—Yo no... —intentó excusarse, echándose hacia atrás y enredando sus pies en el intento de huida. Se agarró de la pared tragando grueso, todos los ojos de la sala estaban sobre ella. La anciana suspiró y volteó hacia el mayor de todos los lobos.
—Creo que es mejor que se vayan, chicos, estas señoritas necesitan descansar. Muchas gracias por traerme —pidió a los jovenzuelos, quienes obedecieron inmediatamente, despidiéndose de los mayores y recibiendo las gracias por parte dueño de casa, que prometió enviarles mucha leña como agradecimiento—. Nilah, ¿nos permites usar tu habitación para poder tratar a esta muchachita?
El de cabello ébano espabiló de inmediato.
—Por supuesto, señora Agda.
—¿Vamos, niña? —preguntó la anciana.
—No... No quiero dejar a Brinda sola...
—No estará sola, está aquí con todos nosotros. —Niel se cuestionó cómo esa señora no comprendía que esa aclaración no era tranquilizante—. Anda, sólo será un momento. Si no trato tus heridas, podrías caer enferma y no estar consciente cuando ella despierte.
Eso fue suficiente para convencerla. Con precaución y movimientos suaves para no asustarla, la mujer mayor se acercó a Niel y la tomó de las muñecas, con el lobo negro guiándolas hacia una habitación. Era la única que había para dormir, la de Nilah Velkan, que contaba con una gran cama de bronce y un baño privado. La ventana daba hacia el sur, pero desde ahí igualmente se podían apreciar los amaneceres del este. La chica fue sentada a la fuerza en la cama y Nilah no se perdió su expresión de desconcierto al hundirse en la mullida superficie. Su corazón se aceleró sólo con eso, por lo que decidió marcharse de ahí. Eran demasiadas emociones fuertes para él por ese día.
—Iré a preparar el agua para el baño —se excusó, saliendo de su habitación. Niel soltó un hondo suspiro contenido al verlo marchar y sintió dolor en sus músculos agarrotados. La anciana advirtió todo, lo que la hizo reír.
—Él te da mucho miedo, ¿no? —preguntó mientras se encargaba del penoso intento de ropa, que a su parecer ya estaba inservible. La chica no respondió, pero sus grandes ojos grises lo decían todo, había sido descubierta—. No te asustes. Puede lucir intimidante, pero no tienes que escarbar muy hondo para encontrar a un adorable cachorro.
Se mantuvieron en silencio mientras Agda le limpió las heridas, el lodo seco en su rostro y las ramas astilladas por todos lados. Comprobó cuáles huesos estaban quebrados —efectivamente, su fémur izquierdo estaba dañado junto con sus muñecas— y decidió ponerles tablillas después de bañarla. Cuando Darío avisó que el agua estaba lista, Agda empujó a la muchacha hacia el baño y la introdujo en la tina, cosa que le costó bastante pues Niel actuaba como un gato arisco. Finalmente, después de forcejear un buen rato sin llegar a un consenso, la señora perdió la paciencia y le propinó un coscorrón, cosa que la dejó extrañamente calmada.
—Avísame cuando estés lista —sentenció la señora saliendo de un portazo. Nilah la esperaba en el pasillo con una expresión ansiosa—. Vaya mujer a la que decidiste unirte, cachorro. Te deseo toda la suerte del mundo y mucha, mucha paciencia.
—Gracias, las necesitaré.
—¿Quieres que te cure también? —interrogó ella, viendo la herida de la lanza y la de la estaca. Los licántropos solían tratarse solos y curarse bastante rápido, pero siempre era mejor ser atendido. Raramente, Nilah se negó—. Te quedarán cicatrices si lo haces tú solo.
Nilah esbozó una tenue sonrisa.
—Está bien así.
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¡Hola a todos! Gracias por leer este nuevo capítulo de "En plata renacer". ¿Qué les pareció? Sus impresiones, teorías y demás; aquí.
Agradezco especialmente a los nuevos lectores que se han tomado el tiempo de votar y comentar, son lo más. ♡ También estaría muy agradecida de que agregaran la historia a alguna de sus listas de lectura, para tener mayor alcance. Gracias de antemano.
Una cosa más: ¿les gustaría que hiciera una sección de curiosidades? Así respondería a sus preguntas más superficiales y revelaría información implícita. Si es así, ¡háganmelo saber aquí y empiecen con las preguntas!
Eso es todo por esta semana. Nos leemos el viernes siguiente.
Atentamente,
—HLena.
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