Cuarenta y uno
XLI. Libres menos uno.
Níniel sabía que su madre esperaba su aparición. Alanna sabía que su hija vendría. Ambas predecían cómo sería el proceder de la otra y formularon un plan para cada lado, sin considerar el ajeno desenlace esperado. Hasta cierto punto, sabían cómo actuar para lograr sus objetivos, pero el final era sólo un anhelo propio de ambas partes de resultar victoriosas. Y en el deseo no hay ningún fundamento para resultar vencedor. Curiosamente, compartían formas de pensar.
Níniel sabía que su madre querría tomar la vida de alguien más para realizar su "liberación" y deseaba impedirlo. Qué nadie inocente fuese dañado por las luchas de otros, menos las suyas, era su ideología. Dentro de la ecuación, era claro que la chamán del masacrado Clan del Norte contaba con la naturaleza piadosa de su sucesora para llevar a cabo su plan. Alanna sabía muy bien que Níniel acudiría a su encuentro para impedir sus fines de medios atroces. La madre llamaba y la hija respondía. Así sería de ahora en adelante; una simbiosis equilibrada entre dos fuerzas contrarias que se necesitaban entre sí, que se beneficiaban de la otra y que se complementaban.
Aunque no sería ni por asomo un ciclo sin fin. Esa dinámica tenía los días contados. Si alguna de ellas alcanzaba su objetivo, la otra irremediablemente perecería, pues dos voluntades poderosas opuestas estaban destinadas a estrellarse. Lástima que aquello era algo que ninguna de las dos sabía.
Alanna volteaba continuamente hacia las montañas, esperando por la llegada de la joven, la noche y el plenilunio. Su cabeza, que siempre se mantenía maquinando de manera obsesiva, estaba proyectada en un futuro prometedor para ellas y su raza. Cuando todo acabara, podría centrarse de lleno en sus siguientes ambiciones, con Níniel de su lado ya nada la detendría. Cuando su hija fuese pura, podrían convertirse en las líderes de un movimiento en contra del régimen monstruoso. Con su sucesora como segunda al mando, la huldufólk como recurso útil y el montón de chamanes del Oeste —que teorizaba no habían muerto—, podía armar una rebelión decente y volcar el tablero a su favor. Con ella a la cabeza se lograría, pues tenía la voluntad necesaria y mucho rencor con el cual sostenerse. Jamás caería, porque siempre estaría sujeta por su odio hacia los monstruos y el amor hacia su hija, los que estaba segura, jamás se desvanecerían.
Algo ida por el curso de sus pensamientos nostálgicos, una interrogante muda, pero intrigante se paseó por su mente. Ella no sabía quién era el padre de su hija. No era algo importante, pues de todos modos los dos sujetos en cuestión estaban muertos, pero de tanto en tanto le nacía ese cuestionamiento y se hallaba sin respuesta. "¿Habrá sido mi compañero? ¿O quizá mi maestro?" La segunda opción siempre era la más agradable, pues ella albergaba buenos recuerdos de aquel que fue su primer hombre, pero no podía descartar al joven precoz con el que estuvo el día del ataque. Lo importante ahí no era la paternidad, sino lo molesto que era que Níniel tuviese la apariencia de esa loba maldita. Gracias a ella y su intromisión había perdido muchos placeres de la vida; el poder disfrutar de su pequeña plenamente, regodearse en el parecido que tuvieran, enorgullecerse de que heredara sus ojos, saber quién era su padre. Cosas que cualquiera podía tener menos ella, porque se le habían negado esos derechos. Su niña no tenía ni un pelo de ella y era exasperante mirarla a los ojos y reconocer en su grisáceo color al lobo que guio la aniquilación de toda su gente. Niel había salido a él y lo aborrecía más por eso. Le agriaba la existencia no ser madre a cabalidad porque hubo una intervención que no pudo evitar. Esa maldita loba que tanto deseaba erradicar, el alma en pena que no dejaba a su Níniel ser Níniel. Por eso la expectación la estaba matando, porque habían sido veinticinco años de odio trabajando para ese preciso momento, en el cual su hija acudía a su llamado para concretar el ritual que por fin la libraría de esa carga y le permitiría ser una digna hija suya.
Y si el destino le sonreía, quizás hasta podría descubrir la real apariencia de su pequeña.
—Madre...
La voz le salió lúgubre, como quien carga muchas penas consigo. Alanna, quien le daba la espalda a la muchacha, presionó sus labios, disconforme. Niel jamás le había llamado mamá, ni mami, mucho menos mamita. Se le oía en esa voz dulce que la llamaba con distancia, pues le temía y no había confianza suficiente para que le tratara con afecto. Chistó, eso era otra cosa que le habían arrebatado los lobos, el amor de su hija. Llena de resentimiento, se puso de pie y enfrentó con su usual dureza a la recién llegada, quien tenía un semblante que conocía muy bien, pues ella lo lució también cuando fue una adolescente. La bilis escoció en su garganta y frunció agudamente el ceño, sin querer creer su propia teoría.
—Niel... Tienes rostro de mujer.
Su pequeña —no tan pequeña, notaba con desconcierto— no reaccionó a sus palabras, sino que entrecerró los ojos y repuso con melancolía.
—Níniel es el nombre que me diste, no reniegues de él y úsalo.
El tono madurado de su voz, como una manzana ya roja, golpeó a su madre con franqueza. Alanna negó, intentando recomponer su semblante siempre fuerte e inquebrantable.
—Ahora mismo no eres tú, Niel, por eso no te trato por tu nombre. Cuando seas completamente la niña que yo engendré, te llamaré como quién serás —zanjó, mirándola a los ojos y viendo en ellos esa tormenta que sólo podía atribuir a un animal salvaje. Cuando la joven intentó responder, llegó Adair corriendo, nerviosa a más no poder y con un cachorro de lobo común retorciéndose entre sus brazos. Al darse cuenta de que Níniel estaba a un par de pasos, perdió color y retrocedió hasta quedar por detrás de Alanna, entre avergonzada y asustada. La humana demostró sorpresa al presenciar la inusual colaboración, pero rápidamente perdió el interés en la huldufólk para clavar sus pupilas en la indefensa criatura que tomaría el papel de rehén. Su madre no le dio tiempo ni de emitir un alegato y tomó al cachorro del pellejo, sacando de sus ropas una bolsita que contenía polvo de aconitum puro. El lobezno intentaba aullar desesperado, pero Adair le había enrollado una raíz alrededor del hocico, imposibilitándolo. Níniel se estremeció al presenciar el sufrimiento del animal, sintiendo en su pecho reaccionar la compasión, que humedeció sus ojos por la impotencia. Alanna no disfrutó de tenerla a su merced, pues le molestó grandemente ver esos reflejos de empatía en quien era una víctima de la poca compasión de las criaturas.
—Escucha, Niel, y no me interrumpas —comenzó la bruja con voz firme, avanzando algunos pasos hasta llegar al agujero de ritual que había cavado. La muchacha escuchó con impotencia—. Los lobos iniciaron nuestra caída, ellos comenzaron esta trágica historia, pero yo la voy a acabar hoy. Cuando naciste, me di cuenta de que no eras completamente tú, que no eras completamente mía, y gracias a eso nuestras vidas han sido miserables. Tuve que cuidarte como a un hueso santo, tuve que inventar esos polvos malditos y tuve que ponerte esa maldición a ti, todo para protegerte. Pero ellos nunca están conformes, siempre quieren más y están dispuestos a drenarnos hasta la última gota, aunque yo nunca lo permitiría. Ese día que te dejé fue el peor de mi vida. —Hizo una pausa porque su voz se quebró, pero logró recomponerse velozmente—. Nunca pude tenerte como yo quería. Pero debía buscar algo que me diera la oportunidad para acabar con esta pesadilla y la encontré, e inmediatamente volví a ti. Los monstruos nos mermaron la vida, hija, y ahora nos la quiero devolver, para que al fin podamos ser quienes estábamos destinadas a ser. ¿Lo entiendes, Niel?
Su discurso pareció convencer a la joven chamán, pues esta temblaba contenidamente con el rostro ensombrecido. La había ablandado y así la necesitaba para poder traspasarle su voluntad.
—Los monstruos nos mermaron la existencia... —concedió Níniel, con lágrimas en las comisuras de sus ojos, mirando al cachorro que temblaba al igual que ella. Puro temor. Soltó el aire contenido y encaró a su madre—. Pero yo no soy un monstruo. Y como no lo soy, no voy a arruinar mi vida ni la de nadie más.
Alanna sufrió una contorsión en su rostro. La loba no iba a entregarle a Níniel fácilmente.
—Tienes razón, no eres un monstruo, pero tienes uno adentro y eso te impide la existencia plena que te corresponde por ser mi hija. Y no lo serás hasta que te lo quite —contrapuso, brusca, autoritaria.
—Yo siempre he sido tu hija y lo seguiré siendo.
—¡No eres tú, mírate! —alzó la voz, señalándola con desprecio—. Una hija mía no se vería así. Ese engendro hasta te quitó el derecho de lucir como quien en realidad eres.
—Mi apariencia o el hecho de ser tu hija no me definen. Yo sólo soy Níniel, esto que ves. No esa Niel que tú tanto anhelas.
—¡Por ahora eres Niel! Te llamo así porque no eres completamente mi hija, ¡¿no entiendes?! Cuando no tengas a esa loba adentro podré llamarte por el nombre que te corresponde, no ahora que estás intervenida, influenciada por esa alma inmunda.
—La loba nunca me ha hecho nada, siempre ha estado dormida. Con loba o sin loba, sigo siendo yo —explicó la joven con solemnidad.
—No gastes tu palabrería, Niel, pues jamás oiré algo que ella te esté haciendo decir. Entiende que nunca nadie podrá convencerme de frenar mi voluntad o doblarme la mano, ni siquiera tú, así que ríndete y déjate hacer.
—No entiendo tu forma de amar, mamá... — sollozó la joven con amargura, desarmando a la bruja—. Tú me amas de una forma que lastima a los demás, incluso a mí. Y también quieres a otra que nunca seré. Pero soy Níniel, con esta apariencia y este carácter. Y no es algo que puedas cambiar.
—Claro que lo puedo cambiar —dictaminó, estirando la mano hacia Adair, quien le pasó un artefacto que podía producir fuego, un encendedor de hierro. Estuvo a punto de quemar el montón de ramas que había preparado cuando dilucidó otro brillo metálico reflejar la luz de la luna que las coronaba. Un cuchillo cocinero, en manos de Níniel, quien se apuntaba a sí misma en el cuello. Alanna por primera vez en muchos años perdió la compostura y soltó un jadeo aterrado.
—No es necesario que cambies nada, puedo hacerlo yo sola y sin derramar sangre —expresó la joven con expresión tétrica, intentando atentar contra sí misma en caso de que no se hiciera lo que ella decía—. Aunque si deseas seguir tu voluntad, tendré que derramar la mía.
—¡¡Niel, suelta eso!!
—Si desistes de tu ritual, me entregas al lobo y me llamas por mi nombre, haré lo que me pides.
—¡Estás loca! —bramó—. Esa loba asquerosa te poseyó y está desesperada porque no quiere desaparecer. Toma el control, hija, ¡no dejes que te domine!
—La única que me quiere dominar eres tú, pero no lo lograrás, porque ahora mi deber es doblegarte —confesó, haciendo presión sobre su cuello—. Supe que con palabras no podría hacerte entender cuando hablaste de mí como alguien que no conozco. Y no estás dispuesta a admitir que la que está actuando dentro de todas sus facultades no es nadie más que yo.
—¡Tú no eres así, Niel! ¡Tú eres dócil, callada, centrada!
—¿Y porque soy callada significa que no puedo hablar? ¿Acaso porque soy dócil no puedo tomar un arma y defenderme? ¿Y si soy centrada no te parece que habré preparado y pensado mucho todo este plan?
La punta de la cuchilla se clavaba lentamente en la piel de Níniel mientras hablaba, lo que estaba exasperando a Alanna. Adair detrás de ella no sabía qué hacer, bloqueada y asombrada por todo el control que tenía la joven sobre su líder chamán, quien parecía perder la cordura con cada palabra que salía de la boca de su hija. De pronto, sus pies en la tierra le alertaron sobre algo, llenándola de angustia, por lo que avisó presurosa a su jefa:
—Se acercan monstruos.
—¿No ves que estoy ocupada? ¡Haz algo útil y ve a detenerlos!
—Pero señora, yo no sé luchar... —titubeó, renuente.
—¡¡Haz lo que sea, pero no permitas que se acerquen, con un demonio!!
Adair asintió asustada y se fue corriendo, más preocupada por el estado desequilibrado de su líder que de tener que enfrentar a un grupo de sanguinarias bestias.
Níniel suspiró, observando a su madre con algo parecido a la compasión, por lo que intentó concederle cierta tranquilidad.
—Entrégame al lobo para que termine con esto.
—¿Terminar? —susurró Alanna, incrédula. Níniel afirmó con la cabeza.
—Sí. He venido aquí esta noche para acabar con todo.
—¿Entonces por qué no me dejas hacer el ritual? —preguntó la madre, confundida.
—Porque no implica una real liberación, tan sólo continuaría con la cadena de desastre. Ahora dame al cachorro.
Sumamente atribulada, Alanna soltó al lobezno y su hija rápidamente lo refugió en sus brazos, como una mamá protectora. La sola imagen perturbó a la mujer, pero no hizo amago de resistirse, pues, aunque deseara con todo el corazón deshacerse del alma en pena que habitaba en su hija, jamás permitiría que algo le pasara, mucho menos por su propia mano. Siempre la amaría a pesar de poseer el alma de un monstruo, incluso si era incapaz de comprenderla.
—Retrocede.
Alanna tomó distancia y la joven se permitió liberar su cuello de la punción, quedando marcado un punto rojo en su piel del que brotó un hilo de sangre. Dejando el cuchillo en un bolsillo, con su mano libre sacó una rama de eucalipto de sus ropas y la humedeció con su saliva. El pie de Níniel pateó la paja que su madre había puesto en el agujero y pasó la rama por sus bordes, así como Kainan y muchos otros chamanes lo habían hecho a lo largo de la historia. Alanna observaba el procedimiento, consternada. La joven chamán dejó caer la gota de sangre en el agujero, al igual que sus lágrimas contenidas, un largo cabello negro que se soltó de su cabeza y por último y más desconcertante para la bruja, el anillo de plata. Madre e hija se miraron en silencio. Níniel inhaló profundamente antes de sacar una cantimplora llena de agua de nieve y volteársela encima. El acabado opaco del Polvo de Sombras se limpió y permitió mostrar a una brillante joven que ya no viviría más entre las tinieblas.
—Hija... —susurró Alanna, sin aliento.
—Observa bien cómo nos libero.
Y comenzó a deshacer su conjuro, mientras cantaba la que antes fue una maldición, ahora con un tono amable y hasta de concilio.
El destino arreglaré,
y él dirá; "perdón te daré,
no vuelvas a tocar
lo que yo predestiné".
Y obediente me volveré
pues ya no debo proteger
a la doncella de las lágrimas
que en luz convertiré.
Cayó de rodillas al suelo, incapaz de respirar, pero muy consciente del cachorro entre sus manos. Intentó evitar los espasmos mientras el espíritu de Nana le subía por el esófago hasta salir de entre sus labios de forma invisible, pero poderosa. El alma de la loba blanca despertó de su largo sueño y viéndose libre de sus ataduras a la tierra, pegó un salto de fe desde la boca de su contenedora y llegó más allá del cielo, donde muchos la esperaban.
Níniel, mientras luchaba por llenar el vacío dejado por Nana, alternaba su visión entre el mundo real y el espiritual, en el cual veía a su reciente huésped reunirse con su manada, quienes la recibían con los brazos abiertos entre vítores y aullidos de puro júbilo. En el plano terrenal, el cual veía entre relámpagos y la luna clemente, su madre mostraba sus lágrimas por vez primera, arrodillada a su lado y clamando porque se quedara con ella. Níniel sonrió entre los destellos de luz que asolaban su visión. No se iría, porque tenía a un lugar al cual volver. Y esperaba que la vida de ahora en adelante fuese piadosa con ella y le permitiera vivirla con dignidad hasta el final.
Y libre, en lo que a su corazón concernía.
✧
Descansa en paz, Nana, niña inocente de ojos nubosos como la plata.
Artista: Andrea Hrnjak en Tumblr.
Hellooooooo.
¿Qué les pareció? ¿Se lo esperaban?
Impresiones y demás, aquí.
Les contaré una confidencia. Esta novela tiene 49 capítulos y un epílogo, por lo que queda poquito... *lloremos*
Curiosidad #16
En esta historia, pueden pasar 3 cosas con los muertos:
- Si murieron resueltos, es decir, sin ningún arrepentimiento o tema pendiente, ascienden al "mundo espiritual". Allí se quedan por siempre.
- Si fueron malos o no resolvieron sus temas pendientes, se quedan como alma en pena hasta que alguien los libere.
- Si era una alma en pena buena, va al mundo espiritual. Si era una alma en pena pecadora, renace en otra época para pagar sus culpas en esa vida y redimirse.
Espero no dejar ningún hueco, si tienen alguna duda, no duden en decírmela.
¡Pregunta!
¿Qué opinan de Nana?
¡Nos leemos el próximo viernes!
HLena.
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