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Cuarenta y tres


XLIII. El lugar en el que amo.

Níniel aspiró el aire helado de la mañana antes de dar por terminada la despedida al alma del último chamán del Oeste. Elman, con sus ojos de cielo enrojecidos, pero pacíficos, dio un par de pasos hasta la tumba, posando sus manos sobre la tierra. Dibujó en sus labios una última sonrisa para su jefe, de esas llenas de admiración que siempre le dedicó por ser uno de los humanos más fuertes que había conocido.

Un nuevo día de sol nacía.

Volviendo con Níniel para dedicarle una mirada agradecida por su apoyo y consuelo, le confesó que se sentía perdido y solo, sin un rumbo claro que tomar. La joven lo observó durante todo su descargo de sentimientos con atención. Cuando Elman terminó su confesión, algo avergonzado, Níniel le preguntó suavemente:

—¿Tú lugar es el cielo? —Aturdido por la interrogante, el huldufólk asintió. Ella levantó su rostro para contemplar la bóveda celeste—. Entonces ve allí.

Lo vago de las palabras de aquella mujer siempre lo intrigaba, pero en ese momento le llegó el mensaje claro como el agua. Estaba vivo y era un ser de los cielos, entonces para eso existía y aquel era su motivo; vivir procurando al firmamento, para compartir luz al mundo. No necesitaba nada más profundo que eso. Y aquel lugar, suyo por derecho de nacimiento, siempre le esperaría con los brazos abiertos. La tierra no había sido gentil con él, pero siempre tendría a su cielo y desde él podría velar por el bien de esa tierra que su padre y también su jefe amaron. Así, volviéndose intangible como una nube, Elman ascendió a su hogar.

En los suelos, en medio del bosque, quedaron dos seres destinados, listos para enfrentarse y mirarse a los ojos. Estaban listos y llenos de dulzura para afrontar ese momento anhelado en el cual ellos también renacerían. Níniel giró y se encontró con Nilah ahí, de pie, esperando pacientemente por ella. Y cuánto ella lo ansiaba a él. Caminó hasta tenerlo en frente y, con puros sentires honestos desbordando su corazón, lo abrazó, hundiendo su rostro en el pecho cálido de él y esperando a que nunca dejara de corresponderle. "Oh, por favor, no dejes de quererme así", suplicaba su alma en mutismo, consciente de que había sido una suerte y jugarreta del destino que él pudiese amarla por quién era. Por eso lo apretujó fervientemente, por eso evitó soltarlo, porque no quería ver en sus ojos una pizca menos de afecto, una sombra de decepción por ya no albergar a Nana en su interior, desprecio por ya no ser su destinada...

El gran lobo Velkan había tenido un presentimiento sobre lo que sucedería y no se equivocó, Níniel lo había hecho. Liberó a Nana. Le había doblado la mano no al destino, sino a su madre y salió victoriosa de aquel encuentro, librándose a sí misma también de su yugo opresor y libertando el alma en pena de aquella que nunca pudo ser su otra mitad. Nana fue una niña que no llegó a ser mucho, pues fue privada de crecer y de vivir, pero aún después de la muerte, ella nunca logró ser despojada del amor por el cual existía y ese amor fue lo que le permitió permanecer en Níniel, aguardando la ocasión en la cual pudiera liberar sus sentimientos. La humana, quien la acogió amablemente en su interior, ayudó a concretar ese propósito de amor y le concedió el descanso eterno. E incluso así, ella sentía temor e inseguridad acerca de cuánto él la querría ahora. Temblaba levemente entre sus brazos a la vez que lo apretaba con sus manos diminutas. Él la adoraba. Y no dejaría pasar otro segundo en el que ella pensara lo contrario.

—Níniel, mi amada... —llamó, con voz suave y segura, causando un sobresalto en la joven. Clavó sus ojos grises en Nilah y lo llenó de convicción—. Volvamos a casa, a nuestro hogar.

Entre lágrimas y besos se decidieron a partir por esa nueva senda. El licántropo se separó brevemente de ella para tomar su forma lobuna, creciendo como un montón de nieve en invierno. El Velkan de ojos negros ofreció su lomo y con la dama montada sobre él se dirigieron hacia el lugar donde nacía el sol.

Cuando llegaron a la cabaña y Nilah vio a la humana entrando, no pudo sino pensar que fue muy burdo desear una bienvenida como las que su madre en antaño le daba. Esos momentos valiosos estaban muy bien guardados en su corazón, pero Níniel no era su madre ni él un hombre convencional que espera la recepción de una esposa dedicada. No, él era el dueño de ese viejo hogar y permanecería ahí hasta su muerte, mientras que Níniel ondularía por diferentes lugares como una mota que busca plantar su semilla. Él podía ver ese futuro en los ojos de su amada y lo aceptaba, pues no deseaba vivir de otra forma, ellos eran así. Y no podía esperar para recibir una y otra vez a la mujer que volvería a él cada mañana hasta plantar su semilla en su hogar.

—Bienvenida a casa.

Ese día Níniel no durmió, porque se mantuvo exaltada hasta que cayó la noche y ya no hubo luna. Sentía muchas cosas; aprehensión, emoción, expectativas, nervios. Charló durante horas con Nilah, cenaron su clásica sopa con pan y queso, se acurrucaron en el suelo, apoyados en el sofá mirando hacia el fuego y finalmente, cuando sus interiores se tranquilizaron y sus bocas se cansaron de tanto hablar, pudieron amarse en silencio. El hombre lobo durmió como un bebé, plácido, como si el hueco entre el cuello y hombro de su compañera fuese el lugar más cómodo para descansar. Y Níniel se dedicó a observarlo durante toda la noche, puesto que no se cansaba de admirarlo a él. Su corazón estaba fatigado y su cuerpo también, pero las noches no fueron hechas para que ella se las perdiera. Mientras veía las horas pasar y era arrullada por la respiración de Nilah, concluyó que nunca había experimentado tanta paz.

Momentos antes de que el Velkan despertara, su amada ya se había marchado. Al abrir sus ojos y encontrarse solo, cierta opresión en el pecho lo deprimió, pero al verse cubierto con una manta y con un plato de bayas frente a él, no pudo hacer más que reír lleno de dicha. Así era ella, libre y tan cálida como el hogar, y allí esperaría a su doncella de las lágrimas, siempre.

Níniel se mantuvo de pie en silencio frente a la entrada de enredaderas y arbustos del claro escondido. Su respiración, levemente agitada por la larga caminata bajo el fulgor de las nubes, se fue acompasando conforme el latido de su corazón lo hizo. Pensó en la ocasión que decidió salir a buscar ingredientes para los polvos y cómo ahora había cruzado zonas y más zonas sin una pizca de esa maldición. Ya no quería usarla nunca más, incluso bajo el riesgo de ser encontrada por alguna criatura. Ya no les tenía miedo, y sabía que estaba mal, porque el miedo siempre la cuidó y ella ahora valoraba su vida, pero no podía evitar ver al mundo más inofensivo. "¿Dónde están los monstruos?" Se preguntaba ahora que su viaje había acabado, después de haber visto tantos y sobrevivido. Ciertamente, la cualidad de ser uno iba más allá de las capacidades sobrenaturales. A veces solamente se necesitaba tener hambre, o ser territorial, o desear poder desmedidamente para convertirse en la peor versión de uno mismo. "Incluso el niño que nace sin mancha puede crecer y desechar a conciencia esa pureza". Pensó en el pequeño aldeano y su corta vida que lo culminó como un ser inmaculado hasta sus últimos momentos. Quizá si hubiese crecido, se habría convertido en uno de esos cazadores... Agitó la cabeza, no queriendo opacar su recuerdo. Aquel niño de ojos de tierra sería un tesoro precioso que guardaría celosamente en su corazón, como recuerdo de que, a pesar de haber visto tantas cosas cruentas, también había contemplado la belleza del mundo.

Y con esos pensamientos se animó a entrar.

Todos dormían. La joven mamá estaba acurrucada junto a su hombre, dormitando sentados junto a brasas que expedían un tibio aliento a leña. En una esquina, a un costado del árbol hueco que en tiempos antiguos albergó muchas bayas y polvos, se encontraba la anciana maestra de Níniel, con sus ojos minúsculos cerrados y el gesto agrio de siempre, incluso en sueños. Níniel les dedicó su mejor mirada de adoración. Eran sólo tres, sí, pero ella, una presa cualquiera, había podido cuidar las preciosas vidas de esos tres. Y verlos dormidos era suficiente recompensa para ella.

La vieja chamán abrió uno de sus ojos velados y enfocó a Níniel, desconfiando, hasta que la reconoció. Abrió la boca y la cerró, sin saber qué hacer, hasta que decidió adoptar su cara huraña de siempre, intentando esconder su emoción. Níniel se acercó a ella y con una sonrisa de hija pródiga le mostró sus dedos.

—Ya sanaron mis heridas y sobreviví. He logrado volver... Maestra Áurea.

La expresión dura de la anciana se descompuso apenas escuchó su nombre y sus ojos se entrecerraron, a la vez que se puso a llorar discretamente. Estiró su brazo delgaducho hasta la cabeza de Níniel y la jaló de la oreja hasta su altura, para tomarla en un abrazo con olor a abuela.

—Méndiga mocosa, tardaste demasiado...

Sus sollozos roncos despertaron a los aldeanos, que al ver a su muchacha con bien se lanzaron hacia ella y entre los fornidos brazos del hombre formaron un abrazo familiar. Derramaban lágrimas de puro júbilo y ya no les importaba perder el camuflaje o hacer mucho ruido. El mundo de los monstruos ya lo sentían suyo.

Níniel nunca en su vida había charlado tanto. Primero con Nilah, después con su familia y para rematar llegaron Brinda y Misha, quienes se habían marchado juntos en la mañana anterior para darle más privacidad a los dolidos en el funeral. La joven chamán les dedicó una mirada curiosa, pero Brinda le respondió con su mejor mueca de fastidio, mientras el ruso le guiñaba el ojo de manera cómplice.

—Me tiene harta, me sigue a todas partes. —Eso fue todo lo que explicó la pelirroja, dejando en el suelo su arco y flechas mientras se acomodaba junto a su amiga. Misha le hizo señas raras a Níniel por detrás de la cazadora.

—Quiero tener una buena convivencia con la que será madrina de mis sobrinos. ¿Qué hay de malo en estrechar relaciones, pelirroja amargada?

Se ensartaron en una discusión enérgica que mantuvo entretenidos a todos. Más tarde, Brinda le comentó a Níniel que estaba pensando en construir una aldea pequeña —como en la que vivió de niña— y que quería formar una nueva tribu de cazadores. Mientras le contaba sobre su proyecto, sus ojos marrones brillaban con expectación y relataba con gran detalle cómo les enseñaría a otros el arte de las armas y la cacería. Tenía muchas esperanzas en hacer crecer este nido suyo y que, gracias a una formación correcta, sus discípulos no tendrían la necesidad de esconderse, porque sabrían defenderse.

Brinda estaba forjando su senda.

A eso del mediodía, los humanos se pusieron a bostezar y se acurrucaron todos contra todos en un montoncito para pernoctar. Misha se quejó de sus hábitos de sueño, pero ninguno de ellos deseaba cambiar aquel hábito, pues era un constante recordatorio de la forma de vivir que habían adoptado y que gracias a ella seguían con vida. Al final, el lobo se rindió y muy gustoso se acomodó entre ellos para dormir.

Cuando el sol se comenzó a esconder, Níniel sintió que un camino no demarcado, imaginario, brillaba sólo para ella y la invitaba a recorrerlo. Al final de esa senda invisible estaba la cabaña de Nilah y ella anhelaba volver con él y escuchar su voz diciéndole "bienvenida". Se fue sigilosa, sin querer despertar a nadie, pero todos supieron a dónde y porqué se iba. Y estaban seguros de que sus visitas se harían cada vez más cortas, porque la ansiedad de volver a su hogar sería cada vez más grande.

El lugar en donde había aprendido a amar.

Aquí es seguro y aquí es cálido.
Aquí las margaritas te protegen
de todos los males.
Aquí tus sueños son dulces y mañana
se harán realidad.
Aquí es el lugar en donde te amo.

Deep in the meadow - de "Los juegos del hambre".

¿Qué tal? Como siempre, déjenme aquí sus impresiones, teorías, dudas, curiosidades, críticas y más.

HLena.

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