Cuarenta y seis
XLVI. Ardan.
Habían pasado todas las estaciones y esto provocó que la Gran Zona cambiara. Ya no era ese lugar terrorífico que se creyó durante mucho, ni albergaba demasiados monstruos, ahora sólo era un pedazo de tierra que renacía porque quienes vivían ahí estaban dichosos de hacerlo. O al menos la mayoría.
Se oyó un portazo ya acostumbrado en la cabaña, mas no por eso Nilah dejaría de fruncir el ceño. De hecho, había empezado a mostrar leves signos de envejecimiento, como ciertas líneas de expresión en su cara, y cada una de ellas se las atribuía al par de ruidosos que acaban de irrumpir en su hogar en tan sagrado momento. Les dedicó una mirada mortífera que los petrificó y con esta comprendieron que el futuro padre no admitiría escándalos. Respetuosos, Misha y Brinda se atrincheraron en la sala, donde la pareja de aldeanos ya estaba acompañando desde hace un rato. Nilah salió al patio y observó el sol naciente; ya habían pasado varias horas.
Volvió al interior de la cabaña mordiendo la punta de su dedo pulgar, incapaz de tranquilizarse. Él no sabía de partos, pero el de su primogénito se le estaba haciendo eterno y temía que algo malo ocurriese. ¿Por qué Agda y Áurea no salían a darle alguna noticia? Hastiado, se dedicó a prender la cocina para calentar más agua en caso de ser necesaria, pues para ese momento, ya no tenía idea de qué hacer. Sus nervios durante los últimos meses se habían hecho añicos y finalmente todo ese estrés tuvo un punto culmine cuando al octavo mes de gestación, ese que estaban viviendo, Níniel comenzó a tener contracciones.
—¿Cómo está mi niña? —A esas alturas, a nadie le sorprendía la forma en que llamaba la alfa Velkan a Níniel. Después de muchos años, estaba dejando que sus instintos más primitivos afloraran; los maternales. Y ya había entregado mucho de sí a las lobas desagradecidas de su manada para contener la ternura que sentía hacia la humana.
—Suponemos que bien, aunque todavía no nos dicen nada —contestó el corpulento aldeano, pasando su brazo por el hombro de su esposa.
—Yo no sé nada de partos, sólo estorbaría... —murmuró Ademia, con un tinte dolido en su voz. Se acercó a su sobrino y le acarició la mejilla—. Tranquilo, cachorro. Tu compañera es una mujer fuerte.
Nilah sonrió, agradecido.
—Lo sé.
Otro alarido largo y ronco les erizó la piel y todos comprendieron qué había sucedido. "Al fin", pensaron en conjunto, pero pasaron los minutos y nadie salió del cuarto, ni se oyó algún ruido en especial. El Velkan comenzó a dar vueltas en círculos y estuvo a punto de aporrear la puerta de su habitación, sino hubiera sido porque un llanto agudo lo detuvo.
Uno, dos.
Giró la perilla ya sin aguante y se encontró con un cuadro celestial. Su cuarto, desordenado y con manchones rojos allá y acá, cobijaba en su cama a la agotada Níniel, con los cabellos negros pegados a la piel de su rostro. Tenía bolsas debajo de sus ojos cansados, pero estos no se habían apagado, sino que brillaban como luceros. Y entre sus brazos, en medio de varias sábanas, yacían dos diminutas criaturas de piel rosácea. Un bebé buscaba ansioso el seno de su madre y el otro se mantenía aferrado a ella, con una pequeña mano posada en su pecho y sus ojitos velados entreabiertos.
Nilah abrió los labios con asombro mientras daba pasos tambaleantes, probando sus lágrimas saladas. Últimamente, no podía parar de llorar. Agda se hizo a un lado para permitirle el paso y él se sentó sobre el colchón, con sus dedos estirándose y recogiéndose en el aire, sin saber cómo proceder. Níniel soltó una risa cristalina, de esas inusuales y le ofreció al bebé que había dejado de mamar al percibir sus sollozos.
—Son un niño y una niña. Tómala.
Temblando, recibió en sus brazos a la pequeña que había abierto sus ojos, curiosa de aquello que aún no podía ver. Nilah lloraba con una sonrisa plasmada en su rostro, a la vez que ya amaba con todo su corazón a esos niños. Alzó su mirada a Níniel con anhelo e inseguridad, trasmitiéndole su mudo pedido.
—Ella... ¿Puedo...?
Níniel le concedió, sabiendo perfectamente lo que su amado quería. Nilah miró a su hija con fijeza.
—Tu nombre será Airlia.
"Porque eres sublime."
Ambos amantes se tomaron de las manos. La joven madre observó al pequeño que tenía en brazos, el cual se removía buscando confort. Apenas Áurea hizo amago de tomarlo para limpiarlo, el retoño puso la cara de tristeza más conmovedora que Níniel había visto. Acercó su dedo a él y su corazón se estrujó al sentir el intenso agarre de aquel que era su hijo menor. Lo besó en la frente, aspirando su aroma de bebé y sintiendo una familiaridad catártica en su suave piel de niño.
—Te llamarás Didier...
"Porque amado por ellas serás, sobre todo por mí."
El sol se puso en la Gran Zona y durmió a los felices. En cambio, la luna llena lo reemplazó y, en esta noche luminosa, los infelices no eran capaces de dormir. En el límite del cielo y el infierno, la misma tierra, criaturas extrañas, privadas de felicidad, rumiaban en los rincones por alguna muestra de vida, y a la más mínima muestra de esta, la consumían. Estos seres, constantemente enfadados y armados con la única finalidad de destruir, habían sido transformados en monstruos no hace mucho y tan sólo faltos de sueño y crueles podían lidiar con los niveles de toxicidad que los habían infectado. Esa era la senda que eligieron y la recorrían como alimañas ambulantes al borde del camino, a la espera de peregrinos fatigados para quitarles todo, así como alguna vez a ellos les quitaron.
Y por sobre estas criaturas, había una líder.
Su cabello castaño enmarañado le daba un aire ciertamente peligroso. Sus ojos verdes opacos y el ceño torcido, al igual que los de todos sus súbditos, cargaban con el peso del odio y un resentimiento que no les permitían conocer la paz. Allí en su trono de ramas torcidas y campanillas, los miraba desde arriba, pensándolos como esclavos a su merced. Tras ella, su fiel servidora Adair permanecía silenciosa y ausente, como desde aquel día en el que Níniel...
—¿Alguna noticia? —musitó Alanna con voz fría, interrumpiendo el curso de sus pensamientos. Adair espabiló.
—Nada, señora... Pronto será el día.
La tirana entrecerró sus ojos.
—Ya sé —respondió, serena.
—Yo... —La huldufólk titubeó. Desde que oyó el próximo plan de su superior, tenía una duda que no la dejaba tranquila, pero como temía tanto a Alanna, no se atrevía a preguntar.
—Habla ya —gruñó la chamán, hastiada de la actitud de Adair.
Había llegado el momento que toda su vida Alanna esperó, la dulce venganza. Claro que aquel momento podría ser todo menos dulce. La amargura en cambio contaminaba cada aspecto de su existencia, hasta esos que deseaba mantener dentro de un cofre para que no se pudrieran. Lástima que ella se había convertido en la desidia misma y que ya sólo podía ir hacia adelante, sin mirar dónde ni a quién pisaba.
La Zona Norte.
También llamada Zona de lobos, para su resquemor. Esa había sido su tierra hace muchos años y era momento de reconquistarla. Tenía las herramientas necesarias y el poder para vencer, lo había calculado todo cuidadosamente y nada tendría que salir mal. Sería el inicio de su guerra y la primera batalla ganada.
—He pensado en su hija... ¿No cree que ella tal vez esté en la Zona Norte?
La mirada verdosa se estrechó incluso más y el fantasma de la desazón la poseyó por momentos. "Níniel". Cerró los ojos, sosegada. De cierta manera se sentía realizada, pues su hija era libre de esa alma lobuna, pero la paz nunca la conocería. Porque la joven chamán aprendió a perdonar y a convivir con sus verdugos, ella en cambio, era incapaz de desechar su odio. Sobre todo, porque cada cosa que hizo fue por Níniel y ahora ni siquiera la tenía. Se encontraba vacía y no podía hacer más que honrar su rencor, pues era ahora el único motor que la movía.
—Mi hija... Si la conozco, puedo decir que está en el Sur, con su gente. No te preocupes demás, estará a salvo.
—Pero ¿y si se fue con el lobo?
Alanna presionó los labios.
—Ella ya no tiene el alma de esa loba adentro... Él no puede amarla.
Y disfrutando los últimos resquicios del letargo que le concedió esa conversación, Alanna retomó nuevamente su papel. Con voz seca ordenó a Adair que convocase a todos los miembros de la rebelión. El hueco principal de reunión se llenó de una cuantiosa cantidad de ex chamanes y algunos sobrevivientes forajidos, ahora todos bajo la lucha de Alanna. Ojos enrojecidos y sombreados por el insomnio miraron sin pestañear a su líder allá en las alturas, a lo que ella carraspeó, adoptando una postura más dura si es que se podía.
—Hermanos, mañana será un día histórico que marcará un antes y un después en el mundo. Por primera vez, después de aquel fatídico día de la Caída, un grupo humano atacará territorio monstruoso. No dudo ni por un instante de nuestra aplastante victoria, porque tenemos lo que se necesita para ganar. No dejaremos pasar una luna más en la que esos lobos inmundos reinen sobre la Gran Zona; ahora es el momento de retomar lo que nos corresponde. A la hora del ataque, apunten sin titubear a todo lo que tenga aspecto de monstruo y no detengan su paso por nada, ni siquiera por la insidiosa muerte. La voluntad del hombre renacerá desde las cenizas que nosotros mismos volveremos a encender. ¡Ardan!
Así era, ya no había barreras que pudieran cortarle el paso a ese fuego venenoso que no se detendría por nada en el mundo, porque en ese mundo Alanna no tenía nada.
✧
Ha llegado, el arco final.
Opiniones, impresiones, temores y demás, como siempre, aquí.
Curiosidad #18
Los nombres que recibieron los niños fueron dados en honor a Airlia; la madre de Nilah y Didier; el pequeño niño aldeano.
Pregunta.
¿Qué opinan de Alanna? ¿Y por qué?
Los invito a demostrar cuánto les gusta la historia, votando que no lo han hecho, comentando sus partes favoritas y recomendando. Se los agradecería eternamente.
¡Nos leemos... muy pronto!
HLena.
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