9 - Amor (Parte 2)
Vladimir
—Deberías invitar a Dandara a cenar.
El diálogo me toma desprevenido. Mi corazón se salta un latido y mi vista se dirige rápidamente a mi madre, cómodamente sentada en una de las sillas del comedor, con una expresión pacífica, como si sus recientes palabras no significaran nada fuera de lo común, o como si en realidad nunca las hubiera pronunciado.
—¿Qué? —Logro interrogar después del shock, casi sin aire.
Mi madre libera una risa pequeña y yo me pregunto cuál es la gracia en mi reacción, más allá de que sepa que estoy sorprendido. Luego me mira con ese mismo humor, con una misma burla; sus ojos dicen que sabe todos mis secretos, y al mismo tiempo dicen que saben muchas cosas que yo no; cosas que no pueden ser secretos porque yo ni siquiera las he pensado, ni siquiera las reconozco.
—Pues Dandara es tu novia, ¿no? Eso dicen todos.
Esa pregunta no debería asombrarme en lo absoluto, y tampoco la frase que le sigue, porque es la verdad; es decir, Dandara no es mi novia, ni siquiera gusto de ella ni quiero hacerlo... Pero todos dicen que así es, que me he enamorado de ella, que no puede haber muchas más razones por las cuales comemos juntos tan seguido, por las cuales tengo memorizado cómo le gusta el café, por las cuales a veces nos sentamos juntos solamente a leer o a hablar, por las cuales a veces me ven enrojecer cuando ella no hace nada mas que sonreír...
De acuerdo, tal vez entiendo un poco lo que piensan. Pero sigue sin ser verdad; lo único cierto es que todo el mundo cree que es así. Y el chisme ha llegado incluso a oídos de mi madre, que solo pisa la calle para ir de esta casa a su tienda y viceversa.
—Dandara no es mi novia —Le digo, intentando ser suave, viéndola de la manera más amable posible.
Y luego su expresión cambia completamente; no se la nota realmente impactada, es casi como si se hubiera esperado esa respuesta, pero de todas formas puedo captar un mínimo de decepción en sus labios curvados hacia abajo y en esa mirada que de pronto se ve tan apagada, como si una ilusión hubiera muerto dentro de ella gracias a mis palabras.
Me decepciono con ella, solamente por lo que ella siente, porque la idea de no ser novio de Dandara no puede darme más igual; no me desespera como a veces creo que puede hacer, no me da miedo, jamás me quedo despierto por las noches pensando en las posibilidades de que sea verdad... Eso nunca ocurre, en serio; no me importa en lo absoluto.
—¿No? —Mi madre pregunta en voz baja, como queriendo confirmar y al mismo tiempo teniendo mucho miedo de hacerlo.
—No.
—¿Y no te gusta?
No sé por qué me quedo un buen rato meditando eso.
—No —respondo, y me da asco sentir que no sueno seguro; saber que no lo estoy en lo absoluto.
Me mira con todavía más tristeza, y creo que sé qué es lo que podría estarla destrozando o al menos haciéndola sentir ansiosa: Tiene miedo, mucho más miedo que yo, a mi soledad, a que yo pueda terminar miserable por mi soltería.
No voy a negar que yo a veces tengo el mismo miedo. Por más que sé que esto es lo de menos, yo... a veces solamente quiero tener amor; hacer mi vida de la forma más normal posible, la forma que deseo, con una bella mujer a mi lado y un par de hijos.
Mi madre siempre dice que no quiere morir sin verme casado; yo pienso que ella no merece morir sin ver mi boda. No quiero que sea así; yo deseo esa felicidad, la vida que quise desde la primera vez que amé a alguien.
¿Pero de qué me sirve desear si tengo miedo? ¿De qué me sirve desear si soy solo un cubo de hielo que no quiere descongelarse?
Debería dejar de desear; es mucho más seguro que derretirme.
Pero la mirada de mi madre siempre pide otra cosa, y me doy cuenta de que mi corazón lo hace también.
Esas son las noches en las que no puedo dormir. Son noches como la de hoy.
Al día siguiente estoy justo donde a veces no quiero estar, donde mi miedo me dice que no debería estar parado nunca: En la sala de Dandara. Estoy de pie viéndola mientras ocupa todo el espacio de su sillón, sonriendo, demostrándome que está cómoda.
—¡Siéntate también! —Me invita, aunque no hay más asientos en su sala.
—¿Dónde? —Me atrevo a preguntar, y me duele la forma en la que me mira como diciéndome tonto. Y ese dolor me hace pensar en otras cosas, en algo que no debería estar sintiendo; en algo que me lastima incluso más que sentirme un idiota.
De todas formas, no debería importarme tanto; seguro yo la miré de la misma forma varias veces antes de empezar a hablar bien. Me merezco tener un poco de mi propia medicina, en especial si quien me la proporciona es ella.
—En el comedor —Termina diciendo mientras me lo señala con la mirada; sus ojos se encuentran ahora más tranquilos, y quizá eso es lo que realmente me invita a tomar asiento donde ella me dice.
Pero una vez que lo hago, siento como si la distancia entre nosotros me estuviera matando. Y luego lo que me asesina lentamente es el calor que me causa la vergüenza, la culpa, el miedo... Todo lo que quiere convencerme de que esto no puede matarme, que no lo hará, que ni siquiera me importa. No me importa que sus ojos sean como dos llamas que pueden derretirme; que, en realidad, me tienen ya hecho agua.
Soy agua en un congelador; en cualquier momento volveré a la normalidad. Esto es solamente un momento de debilidad; la vida me sacó de la nevera, pero siempre puede regresarme; en algún momento tiene que darse cuenta de que no soy el hielo que desea, que envenenaré su bebida por derretirme en ella, que soy todo lo contrario a perfecto y no estoy hecho para esto.
Por eso no está pasando.
—¿Te pasa algo? —pregunta Dandara mientras se levanta del sillón, caminando lento hacia mí, tal vez nerviosa, tal vez con miedo, y me pregunto qué pudo haberla cambiado.
Solo entonces me doy cuenta de que estoy llorando.
—No, nada —digo mientras me seco las lágrimas con el pulgar, evitando que ella pueda limpiarlas primero, porque esa fue la intención que le vi; sus pupilas tenían unas chispas preciosas, un deseo de ayudar que realmente aprecio, pero que... en realidad no me ayudaría en nada. Sé que si ella me trata bien solo lloraré más, porque me estoy dando cuenta de algo. Algo que seguiré negando hasta que no pueda; hasta que explote.
A pesar de todo, ella va hacia la cocina y me trae una servilleta. Ya no caen más lágrimas, así que no sé qué debería hacer con ella. Me quedo recorriéndola con los dedos y apretándola hasta el aburrimiento; es entonces que decido levantar la cabeza y enfrentar eso a lo cual le tengo temor: Dandara.
Se ve triste mientras mira a la ventana, con los ojos brillando como si quisiera alcanzar algo de lo que está detrás del vidrio. Por un momento se ve como si fuera a apoyar la palma contra el cristal y liberar un suspiro triste, como en una escena dramática de película, pero sigue estática y mirando hacia afuera.
Me levanto de la silla y me acerco hacia ella sin pensarlo primero; me causa escalofríos la forma en la que ya es natural acercarme a ella cuando antes quise mantener tanto la distancia, cuando aún no sabía que ella podía derretirme y ni siquiera lo pensaba, pero algo me decía que debía mantenerme lejos; tal vez fue la forma tan abrupta en la que llegó; un día no sabía de ella y de pronto estaba tocando a mi puerta y pidiéndome azúcar, y yo no sabía qué hacer y no quería darle nada mío a alguien que ni siquiera conocía.
Trago saliva mientras le toco el hombro, mi mano rebotando peligrosamente cerca de su cuello. Puedo sentir cómo se tensa al mismo tiempo que voltea hacia mí; yo murmuro una disculpa rápida mientras ella me sonríe, en silencio, pacífica como siempre, o como siempre ha sido desde que la conozco mejor.
—¿Pasa algo? —pregunto, casi en un susurro, para romper el mutismo de ambos.
—No —Su respuesta es limitada; por un momento pienso que va a quedarse así, que la conversación no va a florecer, que yo seguiré teniendo miedo mientras la veo mirar por la ventana, y ella... No sé cómo se sentiría ella; no sé si estaría feliz de tenerme callada, si estaría aburrida, si estaría anhelando aún lo que ve a través del vidrio... Y luego, habla de nuevo; me responde como debe—: Las flores son hermosas, eso es todo.
Aún teniendo miedo al calor —lo cual, en realidad, solamente me hace arder más—, acerco mi rostro al suyo, mas sin mirarla; nuestros cachetes se rozan por un breve instante, pero ella no pierde la calma, y por lo tanto, yo tampoco lo hago, o al menos no lo demuestro; no demuestro que me están creciendo plantitas en el pecho, muy lento; de forma sorpresiva, pero no realmente impactante; me parece raro, pero no me da tanto temor.
—¿Quieres recoger unas? —pregunto, alejándome para poder verla desde una distancia decente.
Sus ojos se iluminan mientras se voltea hacia mí, con una premura asombrosa; se la ve inquieta en el mejor sentido; muy emocionada.
—¡Sí! —dice mientras salta fuera del sillón, cayendo con toda la gracia del mundo y mostrando una sonrisa enorme; luego me mira como si me pidiera permiso para empezar a caminar hacia la puerta. Yo lo hago y ella solamente me sigue, como si de verdad necesitara mi aprobación para andar por su propia casa.
A pesar de eso, es ella quien abre la puerta y sale primero; sale corriendo hacia el pequeño espacio vacío al otro lado de la calle, al patio de un vecino que aún no tenemos —y que es imposible saber si algún día llegará—, y se pone de rodillas junto a los girasoles, acariciando los pétalos de uno antes de arrancarlo con un gesto de duda, como si tuviera miedo de lo que pudiera decirle la tierra por lo que está haciendo.
—Se ve hermosa —Le digo, y no sé bien por qué; le doy la aprobación que siento que debo darle, aún sabiendo que no tenía por qué hablar.
Yo muero de vergüenza mientras ella me sonríe, muy levemente, casi con lástima, casi con vergüenza.
¿Acaso doy pena ajena?
Suspiro. Intento pensar lo que debo: No me importa, no me mueve. No tanto como podría haber hecho; no tanto como estoy acostumbrado...
Suspiro otra vez y arranco otras flores que están junto a ella; Dandara toma todos los girasoles y yo tengo un montón de margaritas bien sujetas en mi puño; luego la ayudo a conseguir más girasoles, porque ella va más lento y parece tener menos espacio en las manos.
La noche cae mientras seguimos con eso, y ella huele un último girasol mientras aparece la primera estrella en el cielo.
Es la escena perfecta. Es una escena que me hace enrojecer. Por suerte, en la oscuridad que apenas me deja distinguir la forma de los objetos, lo más probable es que ella no haya notado el cambio en mi color. Sonrío, feliz de poder ocultar algo que ni siquiera siento, que no puede ser verdad, pero que aún así a veces parece querer mostrarse ante todos.
Me aferro más al puño de flores que tengo mientras me levanto del suelo; solo entonces logro notar que me duelen las rodillas; ella también se queja de una molestia en las suyas, con un grito que no llega a ser fuerte, pero que se prolonga por mucho.
—¿Estás bien?
—Sí —dice mientras camina con toda la normalidad del mundo, como si nada le hubiera pasado.
Mientras tanto, yo siento que me estoy esforzando demasiado para poder dar solamente un paso. Pero le puedo seguir el ritmo, a pesar de todo, y para cuando llegamos de nuevo a su casa, ya no me duele tanto. Entramos y, de inmediato, dejamos caer las flores en la mesa del comedor; ella las mira con una satisfacción que da ternura, y sonríe.
Y yo tengo una idea.
—Iré a casa un rato, regreso pronto, espérame aquí —escupo, luego corriendo hacia afuera de la casa sin esperar su respuesta e ignorando completamente lo doloridas que se sienten mis piernas.
Siento que llego de su casa a la mía mucho más rápido de lo que alguna vez haya hecho; abro la puerta y busco con los ojos —aun entre la oscuridad— el jarrón azul y blanco que me había regalado mi madre hace unos dos años, al cual solamente le había puesto flores una vez y luego había dejado abandonado en una esquina de la sala, escondido en el muy breve espacio entre la pared y el sofá.
Lo tomo entre mis manos como lo que es: El objeto más preciado que podría tener en la vida, aún si no le doy el uso adecuado, aún si a veces me olvido de que existe, aún si va a dejar de ser mío.
Por un momento tengo miedo de lo que mi madre pueda pensar. A pesar de eso, decido hacerlo.
Así, en unos dos minutos estoy de vuelta en casa de Dandara mostrándole la vasija; ella la mira con los ojos bien abiertos, emocionada, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Es hermoso!
—Es tuyo ahora —Le digo mientras, irónicamente, pongo las manos en una señal de que me lo regrese. Ella lo entiende y me lo da; yo le pongo las flores adentro y se lo regreso—. Es tuyo —repito.
—¿De verdad? —cuestiona en un hilo de voz, sorprendida. Aún después de hablar, se queda boquiabierta, casi sonriendo.
—De verdad.
Entonces veo cómo evita mirarme y se queda con los ojos fijos en las flores.
—Gracias —Su murmullo tiembla; su cara se enrojece, mas no es como en otras ocasiones, no es solo un poco; esta vez se pone como un tomate y, a centímetros de distancia, puedo sentir su piel arder.
Entonces la mía también lo hace, y otra vez me quieren brotar las lágrimas por el miedo a poderme descongelar, por una repentina aceptación de que, de hecho, ya lo hice, porque siempre fue inevitable que me convirtiera en fuego, en todo lo contrario a lo que alguna vez fui, a lo que a veces aún quiero ser. Es inevitable derretirme; ella parece haberlo hecho también, aún con todas sus experiencias pasadas.
Si ella, casi recién divorciada, puede permitirse eso, el calor, la expresión de éste, yo también podría. Debería haberlo hecho hace mucho. Ya ni siquiera recuerdo cómo se veían esos ojos que perdí, los que me hicieron jurar que jamás volvería a enamorarme... Hace mucho que no ha tenido sentido intentar extrañarlos, aferrarme a ellos. A ella.
Hace mucho que ni siquiera pienso en ella, solamente en lo que le prometí.
Pero han pasado años y ella ya ni siquiera está aquí, y estos ojos nuevos se sienten igual de cálidos, y al mismo tiempo tan nuevos... Se sienten como lo que necesito. Se sienten como lo inevitable. La promesa en serio ya no importa, solo importa la mujer que me seca las lágrimas mientras pienso en que ahora solo la quiero a ella y en el miedo que me da amarla.
Y aún así, arriesgaría mi dignidad y todo lo que tengo solo para saber si ella podría corresponderme.
Por un momento casi se lo digo; al fin y al cabo, el amor es algo imposible de callar. Aún así, me lo trago, pero reconozco algo: No se quedará dentro de mí por mucho tiempo.
¡Holiii! Como esta historia ya no participa en el ONC, empezaré a escribir notas de autor en los capítulos. Ya no siento la necesidad de tenerla tan "limpia".
Bueno, eso, soy la autora de este libro, me llamo Mari, holi :)
A decir verdad, sigo súper feliz de estar trabajando en este proyecto, y este cap es uno de mis favoritos, el primer día que lo escribí (el primer día que lo pensé, en sí, porque este ha sido completamente improvisado) lloré muchísimo... Siento que en realidad no quedó como debía, pero es una cosa hermosa y sigue siendo emotiva. En serio, estoy muy feliz de haber escrito esto.
No me leerán mucho en esta obra porque quedan, como máximo, unos cuatro o cinco capítulos (esto es ya contando el epílogo también); espero que los disfruten mucho, yo estoy AMANDO pensarlos; estoy muy enamorada de este proyecto.
Millones de gracias por estar leyendo esto. Nos vemos en el siguiente cap :)
Byeee :3
Mari.
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