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12 - Paz

Hace mucho que no despertaba aquí.

Hoy es la primera vez en cuatro años que veo la luz del sol reflejada en esas paredes rosas que aún conozco bien; y a pesar de que sé dónde estoy, no logro sentirme cómoda. No logro sentirme tranquila como en todas las otras ocasiones, y sé por qué es; este no es mi hogar ni está cerca de serlo.

Alguna vez lo fue, eso sí; por algo existe este cuarto. Por algo es de color rosa y está lleno de pósteres de todas las bandas que me gustaban cuando era adolescente, por algo recuerdo cuando mi madre decía que quería convertirlo en un cuarto de costura cuando me mudara con el que fue mi esposo, y por algo recuerdo también lo aliviada que me sentí alguna vez de que nunca lo hubiera hecho; de que ella y mi padre demostraran siempre lo mucho que me querían de vuelta.

Pero, como lo dije, eso fue alguna vez; está en el pasado ahora. Se quedó allí cuando mi vida empezó a arruinarse y no hicieron nada para salvarme, sino que me metieron más en esa oscuridad y le robaron todos los colores a mi vida, y me lanzaron al pozo y se rieron mientras caía: profundo, profundo, más profundo...

Y tal vez tenían sus razones para hacerlo: Alguien tenía que recordarme que el capitán siempre se hunde con el barco. Pero yo no quería sentir el dolor de ahogarme, menos teniendo tanto miedo al mar.

No lo merecía. No lo merezco ahora.

Derramo mi primera lágrima del día mientras miro hacia la foto de mi familia que hay junto a la puerta: Todos están acomodados a mi lado mientras yo soplo las velas del pastel que comimos en mi cumpleaños número veinticuatro, el último que celebré en esta casa; mi exesposo había estado en esa misma foto, a un lado de mi hermano; lo cortaron hace casi un año como solidaridad por mi divorcio, solo para después criticarme por ese mismo asunto, solo para criticarme por haber dejado de ser amada por ese hombre, por algo que nunca estuvo realmente en mi control.

—¿Qué he hecho mal? —Vuelvo a preguntarme mientras me abrazo a mí misma, haciéndome bolita sobre la cama.

Antes me lo cuestionaba para intentar descifrar cómo había llegado a este punto de mi vida, cómo había caído en un lugar tan miserable como este; ahora me lo pregunto para darme cuenta de por qué siempre logro volver aquí, aún cuando no quiero, aún cuando no debo. Porque llegar al fondo de este pozo no fue mi culpa, sino de la persona que me empujó aquí, pero si me quedo, si jamás salgo, o si salgo y de todas formas regreso siempre... Eso sí que es mi culpa.

Mi divorcio no fue mi culpa; fue culpa del hombre que me mintió hasta que ya no pudo, que me dijo que quería en su vida todo lo que yo quisiera en la mía y terminó arrepintiéndose de ello una semana después de que le mostré una prueba de embarazo positiva. Que mi vida empezara a arruinarse no fue mi culpa, fue toda suya.

Y el aborto que me hice tampoco fue mi culpa, se debió solamente a mi vida arruinada, a todas las noches en las que solo sabía llorar y al posterior descuido que empecé a tener conmigo misma; dos semanas tardé en dejar de peinarme y bañarme, o en vestirme de la manera que amaba, y en esas mismas dos semanas me di cuenta de que el bebé no estaría seguro conmigo si seguía así cuando naciera.

Así, evité que lo hiciera. Evité que tuviera a esa madre mediocre que creí que podría tener; la madre que lo habría descuidado como se descuidaba a sí misma.

A veces me pregunto si haber tenido a ese niño podría haberme dado ganas y fuerza para enfrentarme a la vida; a veces lo extraño, o al menos extraño la idea de lo que podría haber sido. Y aún así, no logro arrepentirme; era por su bien y por el mío. Y no fue mi culpa, sino la del mismo mentiroso que me abandonó.

Pero nadie podía entenderlo así.

Y tampoco nadie —al menos no mi familia y mis supuestos amigos— podía entender que haber perdido mi trabajo y dejado de salir con la gente tampoco era mi culpa; mi propia tristeza me mantenía anclada a la cama y yo no podía controlar si se sentiría así o no.

Pero es mi culpa haber sido feliz un momento y aún así no haberme podido liberar de todo esto, de todo mi pasado y de este cuarto, de mis anteriores hogares y de todo lo que había sentido; todas las pérdidas y todas las malas compañías. Todas las mentiras, porque supuestamente todos querían verme bien... Pero jamás hacían el esfuerzo de entenderme.

—¿Qué he hecho mal? —Vuelvo a preguntarme en voz alta, apretándome los brazos, dejándome los dedos marcados cerca de los hombros. Me duele, y es justo eso lo que me alivia, lo que me hace pensar que tal vez pueda seguir viviendo un rato más, porque ahora es mi piel la que duele y no mi corazón.

Aún así, lloro; los ojos me pican lo suficiente como para hacerlo. Lloro mientras empiezo a notar todo lo que hice mal: Jamás ocultar lo que sentía, molestar a todos con ello, irme y avisar como si a alguien le importara, dar mi nueva ubicación a personas a las que no les hubiera importado si no hubieran podido monetizarla, no resistirme a regresar aquí, y al mismo tiempo, resistirme demasiado. Mi madre estuvo sobándose el rostro por todo el camino; a mí aún me duele la palma, y al mismo tiempo me cosquillea por el deseo de repetir esa acción. Tal vez debí haberlo hecho más. Tal vez debí hacerlo también con mi padre.

Tal vez debí haberlo hecho lo suficiente para jamás volver aquí; para no saber lo que es sentirse infeliz aún en un lugar que se ve tan alegre, con las fotos de boybands y las paredes rosadas.

Y al mismo tiempo, tal vez jamás debí hacerlo. Tal vez jamás debí haber hecho nada, solo aceptar el destino que podía y debía ver: Ese en el que volvía a casa de mis padres, tenía a mi hijo y lo criaba con ayuda de mi madre, y vivía con tristeza y arrepentimiento eternos pero al mismo tiempo estaba completamente convencida de que quería lo que tenía y estaba satisfecha con lo que hizo de su vida.

... Si hubiera tenido a ese niño, ¿qué tanto se parecería a su padre? ¿Qué tanto me habría hecho sufrir? ¿Qué tanto me estaría haciendo sufrir ahora?

No puedo responder a esa pregunta por más que la pienso, porque solo puedo —solo quiero— imaginarme cargando a un mini Vladimir; no quiero un bebé que se parezca a otra persona; no quiero tener un bebé con alguien que no sea Vladimir.

Y eso me rompe el corazón.

Lloro, lloro y lloro; lloro con intención de no detenerme, con intención de sentir que la vida vale la pena, y al mismo tiempo solo queriendo morir deshidratada. Quiero todo y al mismo tiempo no deseo nada; no me importa mi destino, solo importa dejar de sufrir. Tal como cuando quería morir.

Estoy de vuelta en el principio, solo que ahora más atorada. Antes podía rehacer mi vida si quería, ahora hay tantos filtros... Otra vez tiene que aprobar mi madre, y mi padre, y otra vez mi hermano mayor tiene derecho a opinar, y ninguna opinión vendrá sin un recuerdo; de lo que le hice a mi hijo, de las razones que se inventaron para que mi esposo me hubiera dejado —porque no podía ser su culpa, él no podía ser un irresponsable y mentiroso, la mujer siempre hace algo mal—, de que yo arruiné mi propia vida, de que mi depresión no me quitó el trabajo, sino yo misma...

Mi opinión está sesgada y las suyas son perfectamente correctas. Yo nunca gano; yo no conozco mi vida tanto como ellos hacen. Suena tan estúpido como es.

Y aún así, les creo porque es lo único que puedo hacer, porque de todas formas se siente correcto: No caí al pozo por mí misma, pero soy la única que puede sacarme; si sigo aquí, es solamente mi culpa.

Sigo llorando. Lloro y lloro hasta que una luz brilla por encima de mi cabeza y por un momento me quita la visión. Mi madre abrió la puerta y encendió los focos del cuarto sin pedirme permiso; y ahora me ve llorar y no se ve contenta. Es solo otro día normal, otro día en el que no está feliz. ¿Cómo puede estarlo si su hija soy yo?

—¿Qué te pasa ahora? —pregunta en un tono inusual; está a medio camino entre el enojo que demuestra y un cuidado al que sé que jamás llegará. Puede ser suave y amable porque su hija está de vuelta en casa, porque ya tiene lo que quería, mas puede estar enojada porque su niña aún soy yo, imperfecta, desobediente y llorona; me quería, pero igual no soy lo que deseaba.

—Quiero volver al pueblo; me gustaba más ahí —decido sincerarme, solamente por sentir que una parte de ella desea escucharme, intentar comprenderme, estar menos enojada conmigo a pesar de todo lo que odia de mí: Haberme divorciado, haber abortado, haber huido sin despedirme de ella; haber demostrado mi falta de confianza al momento de mudarme. Haber tenido más confianza en gente que vendió mis secretos que en mis propios padres.

—¿Entonces no nos quieres? —Mi madre, como siempre, transforma mis palabras en una frase diferente, en la cual de todas formas se encuentra una verdad.

Pero no la pronuncio, no puedo; no me ayudará a seguir viviendo. Y tal vez, solo tal vez, quiero vivir; continuar con la conversación, intentar algo nuevo. Construir mi vida anterior otra vez hasta que mis padres estén contentos y así pueda volver libremente a lo que deseo, al campo, a plantar fresas, a cocinar cada mañana bañada en la luz del sol, a dormir junto a Vladimir y abrazarlo al despertar.

Ah, por eso la cama se siente rara: Hace falta su peso en el otro lado.

Suspiro y recuerdo la pregunta que se me hizo. La contesto con una mentira que me duele, porque no debería estar pensando lo contrario; no debería sentirme obligada a dejar de amar:

—Los quiero. Mucho. Solo... de todas formas era mucho más feliz allá; tenía una muy buena vida...

Mi madre me interrumpe antes de que pueda explicar por qué; se pone a la defensiva otra vez y yo me arrepiento de pensar que podría haber intentado escucharme:

—¿Es solo por ese muchacho, verdad? ¡Nos vas a dejar por un hombre como la última vez; porque no nos quieres! Pero... Esta vez no te dejaremos hacerlo; no dejaremos que lo veas. ¿Para qué? ¿Para que de todas formas no funcione porque eres imposible?

El pecho me duele. Yo antes no era imposible; yo antes no me sentía así y mis padres jamás me habían tratado así. Ellos eran felices y yo también; había terminado una carrera, había ejercido, me había casado con un hombre que los encantó de la misma forma que a mí, me había embarazado, había hecho todo lo que siempre esperaron de mí y, al final, terminé estando mal porque esa vida se cayó a pedazos.

No importan los vidrios rotos ni quién tiró el vaso, solo importa poder tirarle la culpa a la persona que estaba a un lado del desastre. O dentro de éste, como en mi caso.

Y solo por ese desastre que supuestamente causé, mi deber es causar muchos más; yo siempre seré su chivo expiatorio porque sus vidas "se arruinaron" cuando la única que realmente sufre aquí soy yo.

Sí, yo lloro todas las noches pero ellos son los que realmente están en la miseria porque no tienen a una hija que sea digna de presumir, a esa treintañera próspera y brillante que pensaron que conocerían; solo tienen a alguien que da vergüenza, que desperdicia oxígeno y espacio dentro de ese cuarto que hace años debió convertirse en una habitación de costura para mamá.

¿Y si sabían que esto me iba a pasar? Tal vez solo por eso conservaron el cuarto.

Pero no sirve darme un cuarto si de todas formas no tengo una vida.

Suspiro. Me doy cuenta de que llevo mucho tiempo sin hablar cuando mi madre se da la media vuelta y vuelve a abrir la puerta, apagando la luz en el proceso. Solo me mira de nuevo para dar un nuevo mensaje, la única razón por la que había entrado a la alcoba:

—Solo baja a desayunar.

Aprieto los dientes; ni siquiera el desayuno hará que quiera estar con ella. Es más, ni siquiera tengo hambre; después de que me arrancaran de mi hogar, solamente quedan unas náuseas intensas. Podría vomitar si tan solo tuviera algo en el estómago.

De todas formas bajo a desayunar, porque es lo único que puedo hacer.

Y mis días continúan de la siguiente manera: Discuto con mi madre antes y después del desayuno, también antes y después de comer, y también antes y después de cenar, y también cuando lavamos platos, intentamos ver televisión juntas o cuando ella me enseña a tejer pero se distrae pensando en Vladimir y en cómo quiero dejar la casa para ir con él. A veces parece que piensa en eso más que yo misma, pero sé que no es así solamente porque yo, después de cada pelea, mientras estoy tirada en la cama y llorando, miro hacia mi teléfono esperando una llamada suya.

Sí, aún sabiendo que no hay señal en Santa María de la Semilla, yo solo espero saber que se preocupa por mí. Y a veces, incluso, quiero que toque la puerta y venga a salvarme.

Pero no se puede.

Y así, sabiendo que no puedo salir de aquí —que ahora ya no puedo hacerlo sin que lo sepan, y que por eso ahora no me atrevería—, veo cómo con los días la habitación pierde el color rosa y se vuelve grisácea; cómo de pronto se parece tanto al cuarto en el cual estuve deprimida antes. Y es que no hay diferencia si es aquí o allá, porque al final ambos son solo mi antigua vida, la ya arruinada, esa de la que no podré escapar.

Y todos los días pienso en los colores que extraño; el rojo de las fresas, el marrón del pelo de Vladimir, el amarillo de los girasoles... Jamás volveré a ver un lugar tan brillante.

Lo extraño, lo extraño, lo extraño...

Lo extraño tanto que podría morir de tristeza.

No tardo mucho en volver a intentar morir por suicidio. Eso sí, en realidad no sé bien cuánto tiempo pasa antes de volver a despertar en una sala de urgencias ante la sensación de que medio mundo me está viendo; solo sé que fue pronto y que no lo había deseado; yo solo deseaba morir.

Lo primero que veo es a mi padre mirándome con expresión de que quiere golpearme la cabeza contra una pared otra vez; luego veo a mi madre sosteniendo su mano mientras le ruega con los ojos que no lo haga, y es la primera vez que la noto tan preocupada por algo así.

Alzo los brazos y miro mis nuevas cicatrices. Me arrepiento de hacérmelas.

Y al mismo tiempo, solo sigo queriendo morir.

A pesar de eso, me dan el alta el mismo día. Mis padre se queja de la nueva deuda con mi madre y me sorprende que no esté ya descargándose conmigo; mamá solamente asiente mientras lo escucha, y en su cara se ve como si intentara procesar algo. Esto es lo que hace a este intento diferente del primero; no parecen estarse enojando conmigo; no tanto como la vez anterior.

Solo puedo estar agradecida. Y sorprendida de que esa noche pueda dormir medianamente en paz, al menos hasta que la puerta de mi cuarto se abre y escucho los sollozos. Enciendo la lámpara y me acostumbro a la luz para ver que ahora quien llora es mi madre; llora mientras me mira y se sienta en la cama sin preguntarme primero. Y me sigue mirando.

—Es mi culpa, ¿verdad? —pregunta sin previo aviso, quedándose sin aliento tras terminar.

—Lo es —confirmo, sin miedo. Ya no tengo nada que perder, solo la vida.

—Lo es —repite, se lo confirma también y parece aceptarlo muy fácilmente. De todas formas me preparo para recibir un golpe en cualquier momento—. Lo sé, tú estabas feliz.

—¿Entonces por qué dejaste que me hiciera esto? —cuestiono de vuelta mientras saco los brazos de debajo de las sábanas para que vea las heridas. Se muerde los labios, se lesiona a su manera en vez de herirme a mí; no sufre tanto como yo, pero parece empezar a entender.

—Porque no confié en tí. Creí que ibas a fracasar, y lo siento mucho; solo... te ví fallar la primera vez y querer morir y no salir de casa por meses y no quise verte así nunca más. Y yo fui la primera en cometer el error de pensar que si lo volvías a intentar ibas a volver a fallar. Quise protegerte... Y aún quiero, pero te mato en el proceso. Lo entiendo.

—Deberías dejarme vivir, tengo casi treinta años.

—Aún eres mi niña.

—Pero no me hacías esto ni siquiera cuando era una niña. Yo antes podía reprobar materias, quemar comida, descuidar a mis plantas y jamás hiciste nada para que dejaran de pasarme esas cosas; no me dijiste que dejara de ir a la escuela, cocinar o hacer jardinería. ¿Entonces por qué ahora no puedo elegir dónde vivir, bajo qué circunstancias quiero tener hijos o cuál es mi definición de ser feliz?

—Porque me preocupo por tí. Son fracasos más grandes, sufres más.

—Eso es indiferente; estaré bien igual. Lo estaré mientras no me dejes sola.

Me mira como preguntando a qué me refiero; yo suspiro mientras la miro de vuelta; mis ojos le dicen que estoy dispuesta a responder.

—Cuando se arruinó mi vida... Obviamente me sentí mal; hubiera sido imposible no hacerlo. Pero yo en ese momento no quería morir; solo lo tomé como cualquier otro tipo de fracaso, a una muy gran escala. Pero luego lo hablé con ustedes porque no podía ocultarlo y porque creí que podía confiar y me hicieron sentir que era mi culpa y que había tomado todas las decisiones incorrectas, y ya no podía desahogarme con... ya sabes quién. Y mis amigos no hablaban conmigo y... Me sentí muy abandonada. Podía soportar perderlo todo, pero no sentirme sola. Y todos ustedes; papá, mi hermano, tú... me hicieron sentir así.

—Me encantaría decirte que estás mal. Aún pienso que lo estás.

—Pues puedes hacerlo; nada te detiene.

—Me detiene... que quiero tener a mi hija viva. No te entiendo y tal vez nunca lo haga, pero aún puedo quererte; aún te quiero. Perdóname.

Intenta abrazarme. Yo intento abrazarla de vuelta, pero no lo logro; la quiero también, y quiero decirlo y quiero demostrarlo, pero no puedo; sé lo que siento: No debería quererla, estoy a nada de no poder hacerlo. Así, la dejo llorando a pocos centímetros de mi cara. Viendo que no quiero el abrazo, se acuesta a mi lado en la cama y me mira; aún quiere hablar.

—No te perdono aún. Me encantaría hacerlo, así como ahora me encanta que seas sincera, pero... Sigo herida y aún pienso que no debo quererte, y estas cosas no se van fácilmente; este infelicidad y este rencor... No se van en poco tiempo. ¿Podrías entender eso por mí?

—Podría entender cualquier cosa.

Suspiro; luego el silencio se hace y dura por minutos. Solo se rompe para que mi madre hable de nuevo, con el rostro iluminado por una idea:

—Tu cumpleaños es mañana.

Mañana. Mi cumpleaños es mañana; y no me había dado cuenta porque solamente quería morir. Todos los días eran iguales y deprimentes; las fechas dejaron de importar hasta el punto en el que no sentía a mi propio cumpleaños venir. Y tengo ganas de decírselo, pero la sigo escuchando:

—Podría regalarte el boleto de tren para volver al pueblo. Podría hacerte feliz.

—La felicidad no debería ser un regalo extraordinario —Pienso en voz alta.

Mi madre suspira.

—Lo sé, cariño.

Y el silencio vuelve.

—Aún me siento mal de que no me hayas dado nietos aún —acepta mi madre mientras me lleva a la estación de tren.

Aprieto los labios; me disgusta la ligereza con la que lo dice. Y aún así, quiero entender que ella tampoco me entiende del todo. Doy la respuesta que a ambas nos gustará:

—Voy a darte al menos uno; está en mis planes. Solo espero que su padre quiera criarlo conmigo. Y... dame tiempo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Se hace un silencio. Muy corto.

—Yo me siento mal de que no hayas convertido mi cuarto en la habitación de costura que querías —Me sincero—. Me gustaría verte haciendo lo que quieres.

—Pues tal vez lo haga.

Llegamos a la estación. Me bajo en cuanto el auto se detiene, y mi madre me mira mientras lo hago; luego me sigue. Recogemos los boletos y nos quedamos paradas frente a las vías del tren. El viento sopla y descubro que quiero respirarlo; lo hago. Se siente bien, un nuevo tipo de bien; sonreír me sale natural después de eso.

—¿Recuerdas cuando perdiste a Polly? —pregunta; por un momento no sé de qué me habla, pero una vez que recuerdo a mi ovejita de peluche, asiento. Ella continúa—: La encontré hace unos meses; no sabía cómo devolvértela porque estaba... muy enojada contigo. Pero tómala ahora —dice mientras la saca de su bolso y me la da. Yo la agarro y siento la tela de sus patitas contra mis dedos; amo sentirlo.

—Gracias.

Amo dar las gracias.

Por primera vez en meses, siento que mi vida realmente cambia. Me trae más satisfacción de la que imaginé, y de pronto lo pienso de forma sincera: Quiero mucho a mi mamá. Pero igual no me quedaría con ella, si justo la amo porque me ha dejado irme.

Porque me ha dejado sentir este viento.

Porque me ha dejado ver las flores otra vez.

Porque me ha dejado ver el tren llegar.

Porque gracias a ella, por primera vez en mucho tiempo, siento que conozco la paz.

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