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11 - Familia

Dandara

Hace mucho que no tenía la sensación de despertar y no reconocer dónde estoy; hoy volvió a ocurrir, con toda razón. Al menos ahora es cierto que no estoy en mi casa, que este no es mi cuarto.

Aún así, la tranquilidad es casi inmediata. Las paredes en la casa de Vladimir se ven casi igual a las que hay en la mía, pero por alguna razón noto una diferencia casi de inmediato; tal vez está en que las bisagras de la puerta están más oxidadas, o en que la luz del sol entra de una manera diferente, como si hubiera algo cubriéndola por detrás de la ventana.

O quizá es por la respiración que siento tan cerca de mi cuello, que me mueve el cabello con cada exhalación, que se siente casi como el viento fresco del exterior. Esa respiración que me recuerda que Vladimir está al otro lado de la cama.

Me volteo hacia él y noto que en la pared contraria hay muchas más pistas de que esta es su casa y no la mía, como una foto en la que una versión más joven de él sonríe junto a una chica radiante, o ese ficus en la esquina del cuarto; ese ficus que definitivamente no está en mi habitación.

Hay una vibra distinta aquí que en mi casa. La tranquilidad es distinta, y el sueño también. Me pregunto si él siente lo mismo.

—Duerme bien —Le susurro mientras me acomodo de nuevo y cierro los ojos, queriendo probar si puedo conciliar el sueño en lo que él despierta.

Una vez mis párpados se pegan, siento un tacto ligero sobre mi hombro. Me remuevo para quitármelo de encima, pensando que Roberto quiere dormir sobre mí, mas sintiendo que no se va, abro los ojos. Vladimir me mira fijamente mientras hace más fuerte su agarre; sonríe al mismo tiempo que yo lo hago.

—¿Ya estás despierta? —pregunta, aún habiendo visto que tengo los ojos abiertos—. Buenos días, preciosa —saluda, y sonríe todavía más, hasta un punto que yo había considerado imposible. Sonríe incluso más que en aquella foto en la que está con la otra chica, en la que le brillan los ojos tal como ahora. Se siente más feliz y no puedo evitar sentirme satisfecha; satisfecha ante la noción de que soy parte de esa alegría.

—Buenos días —respondo, acariciando su barba de la forma más lenta y suave que puedo—. ¿Sabes? De verdad son buenos. Son buenos mientras te tenga a ti.

—Puedo decir lo mismo —corresponde él mientras me toma la mano, alejándola de su cara; me entristece un poco la forma en la que me da la espalda y luego se levanta de la cama, buscando irse como si nada cuando yo solamente quiero más; quiero abrazarlo bajo las sábanas y atreverme a besar su cara... Y él rechaza todas las posibilidades solo para presentarme una nueva—: ¿Quieres que haga el desayuno? —pregunta al quedar frente a la puerta. Me mira de esa forma que dice que de verdad quiere hacerlo, que quiere ofrecerme y darme todo lo posible.

Se siente tal como yo me siento, y yo solo quiero llorar ante eso.

Pero no lo hago, me muestro completamente entera, como si sentirme tan amada fuera normal, y como si no tuviera miedo a perder esto, y respondo a su pregunta:

—Por favor —Mi diálogo coincide con el rugido de mi estómago. Él se ríe y a mí solo me queda carcajearme con él.

Una vez que se va, me sonríe. Yo solamente quiero ir tras él.

Me adentro en el baño tal como la noche anterior para recuperar mi vestido y las ligas que tenía en el pelo. Me miro en el espejo y siento, por un momento, estar viendo a una persona diferente; me recuerda a mí, pero no es realmente yo, y es que no estoy acostumbrada a ser así de feliz. Pero amo verme así, y de pronto confío en que esa será mi imagen por el resto de mi vida.

Esa será mi imagen mientras lo tenga a él.

Me pongo la ropa de ayer y dejo las ligas en mis muñecas, cubriendo las marcas que suben por ellas. Justo ahora, me gusta cómo se ve mi pelo suelto, aún con esa parte aplastada por la almohada, aún estando ligeramente despeinado tras la noche.

Sonrío antes de salir e ir a la cocina.

—Pensaba en hablarte cuando estuviera listo; puedes seguir acostada... Si quieres, claro —confiesa Vladimir mientras mueve algo dentro de un sartén.

—Bueno, yo quería estar contigo —digo yo mientras lo veo, fijándome en cómo sujeta las cosas.

—¿Querías?

—Quiero aún —Me corrijo de inmediato—. Yo siempre quiero.

Él sonríe y se sonroja; yo no puedo evitar imitarlo.

Pasan unos pocos minutos antes de que el plato con mi desayuno esté frente a mí; no tengo tiempo para agradecerle a Vladimir antes de que vuelva a la cocina, tomando una taza para prepararme el café. Veo la forma tan delicada en la que sostiene la cuchara, veo cómo trata a la taza con amor, veo la versión más tranquila de él, y entonces amo que él me ame.

Amo la forma en la que recuerda que me gusta el café sin leche y con dos cucharadas de azúcar.

Amo la forma en la que me mira cuando me deja la taza entre las manos.

Y amo tomar lo que hay en esa taza.

Sonrío, porque es lo único que puedo hacer mientras me ahogo en un sentimiento así; luego empiezo a comer mientras Vladimir toma asiento en frente de mí, con su propia taza y su propio plato. Come también mientras intenta iniciar una conversación, y en unos dos minutos lo hace perfectamente.

Pasan dos horas antes de que nos demos cuenta de que el tiempo había estado corriendo.

—Debería irme —comento—. Me hace falta darme un baño, limpiar la casa, cuidar el jardín... —repaso en voz alta, me explico, y luego me doy cuenta de que en realidad a quien le doy las excusas y razones para irme es a mí misma; yo soy quien no quiere irse.

Pero tampoco puedo quedarme, así que solo veo cómo Vladimir me mira; sus ojos me dicen que ya me está extrañando. Mi corazón se estruja dentro de mi pecho; ruega por salirse de allí.

—Preferiría que te quedaras —acepta mientras me toma la mano—. Pero está bien, solo... ¿Me dejas acompañarte a tu casa? Es que... no quiero despegarme de ti, ¿de acuerdo?

Me quedo sin aliento; me es difícil recuperarlo, pero ocurre; entonces por fin puedo hablar, mas en un susurro que casi no quiere salir:

—Yo tampoco quiero despegarme de ti.

—No deberíamos tener que hacerlo —dice mientras me abraza, pegándome el rostro a su pecho. Inhalo su aroma; huele como el calor, como el sol, y por alguna razón me parece hermoso a pesar de que me gustan más los días nublados, el frío, todo lo contrario a él.

—Te amo —Le digo mientras empiezo a separarme, mas apretándolo más con los brazos.

Y una vez que puedo ver su cara, veo también una lágrima que se resbala hasta que se pierde entre su bigote; no llega ni siquiera a morir en sus labios. Yo soy quien muere mientras lo ve llorar.

—Te amo también —corresponde con la voz quebrada, temblando. Yo le seco las lágrimas hasta que su llanto se detiene.

—¿Estás bien? —Me atrevo a preguntar.

—Estoy muy bien, solo... Nunca me había sentido así —declara mientras me vuelve a abrazar, más fuerte; realmente no se quiere apartar de mí, como si pudiera perderme una vez que deja de tocarme.

Y a pesar de ese sentimiento, ese abrazo es breve; él lo sabe, lo reconoce, no puede aferrarse a mí por tanto tiempo. Aún así, una vez ese contacto se desvanece, nuestras manos siguen tomadas, y caminamos uno al lado del otro —a veces uno delante del otro— unidos por los brazos mientras vamos a mi casa.

Y este contacto es nuevo, este sentimiento también, esta compañía también, pero todo a nuestro alrededor se percibe normal. Es solamente otro día en Santa María de la Semilla, muy similar a los otros; nada nunca pasa. O al menos eso es lo que pienso, lo que me dice el brillo del sol y el tacto delicado de las margaritas en mis tobillos; es solo un día como cualquier otro.

Lo es hasta que cruzamos la brecha que lleva a mi casa y vemos lo inusual: A lo lejos, la silueta de tres personas caminando juntas, algo nunca visto en este pueblo; nunca hay más de dos personas juntas y nunca hay turistas. Hoy no es un día normal

Pero intentamos seguir pensando que puede serlo, que esos turistas no pueden afectarnos; tal vez solo compren fresas y se vayan, como algunas personas solitarias hacen. Pero llegamos a la casa y ellos se acercan, y se escuchan sus murmullos y reconozco sus voces. Mi corazón late fuerte e intento pensar que no es verdad. Pero lo es.

—¿Podemos volver a tu casa? —Le pregunto a Vladimir en un apuro; mis palabras se enredan en mi boca y tardo más de lo debido para pronunciarlas bien. La voz me tiembla, al igual que el resto del cuerpo. Mis ojos se llenan de lágrimas.

—¿Qué pasa? —cuestiona, abrazándome de nuevo; yo intento separarme, darle a entender que no podemos estar aquí.

Pero ya es tarde.

—¡Dandara! —Se escucha mi nombre a la distancia; no se pronuncia de una forma feliz. Y, por un fugaz instante, otra vez quiero morir.

—¿Qué pasa? —Vuelve a preguntar Vladimir, y entonces noto que ahora él también se siente agitado.

—Eh... ¿Quieres conocer a mi familia?

—No lo sé —dice, pero empieza a alejarse de la casa y acercarse a mis padres y hermano; yo voy detrás de él a pesar de que sé que no es conveniente—. Vladimir Ocampo; un gusto —pronuncia cuando está frente a ellos, y les extiende la mano. Él sonríe mientras todos proceden a ignorarlo.

Porque en realidad, quien importa ahora, quien importa para ellos, soy solamente yo.

—Dandara —La primera en hablar es mi madre—. Debo decir que me decepcionas; ¿en serio dejaste tu vida por esto? —pregunta mientras se rasca la pantorrilla con el zapato; las flores le causan dermatitis.

Yo respiro y me contengo, pero sé bien qué quiero decir: Este sitio es el que me dio una vida.

Vladimir contesta por mí:

—No le hablen así.

Y el puñetazo de mi padre no se hace esperar.

—¡¿Tú quién eres para decirnos qué podemos hacer?! —cuestiona con un tono agresivo, con los puños aún cerrados. Está dispuesto a usarlos de nuevo.

—Alguien que ama... a Dandara...

El segundo golpe llega aún más rápido que el primero. Ya le sangra parte de la cara; se cubre y me mira, arrepentido; sus ojos me dicen que ahora entiende que debió llevarme a su casa, y yo realmente quiero que los míos le respondan que sí, pero no se enojan con él. Es imposible enojarme con él.

Eso, y tengo mejores personas con las que descargar mi furia, con las que lo haría si tan solo fuera un poco más fuerte, un poco más valiente...

—Vete a casa, está bien —Le digo a Vladimir después de acercarme a su oído.

—No voy a dejarte sola, no puedo —responde, con la mirada fija en mí; la sangre que le resbala por la mejilla empieza a mancharme el hombro del vestido. Y no me importa en lo absoluto.

—Puedes y debes; por favor...

Mi madre me jala del brazo antes de que pueda pedirle a Vladimir que se mantenga seguro; me obliga a enfrentarme a su cara seria, a la furia de mi madre y a esa mirada reprobatoria de mi hermano; se ve decepcionado también, y no me sorprende; él siempre fue igual a mi madre y muy cercano mi padre; la mezcla de las ideas de ambos no puede llevar a nada bueno.

Miro hacia atrás solo un momento; a pesar de que le pedí a Vladimir que se fuera, me rompe el corazón ver cómo lo hace.

Ahora estoy yo sola contra mi pasado y mi futuro. Yo sola contra lo que más odio.

—¿Qué hacen aquí? ¿Cómo supieron que yo estaba aquí? —Me atrevo a preguntar mientras mi ceño se va frunciendo, mientras mi cara los amenaza como mis palabras nunca llegan a hacer.

—Te dije que tus amigos no te convenían —empieza mi madre, sonriendo como cada vez que tiene razón.

—No saben guardar tus secretos. Les ponen un precio y los venden —continúa mi hermano.

Y tengo ganas de gritar porque yo lo sabía: Mis amistades no eran de verdad. Y aún así, había confiado en ellos; había pensado que les importaría si desaparecía, que debía decirles dónde estaría... Y ahora aquí estoy, con el control de mi vida entregado a las personas que siempre lo quisieron.

Me gustaría al menos murmurar cómo me siento hacia ellos y todo lo que creo que son, pero me quedo callada esperando a la siguiente frase, que llega mucho antes de lo que quiero:

—Vámonos.

Y en ese momento, aún más que nunca, odio la voz de mi padre.

—No quiero, estoy feliz aquí.

Me jalan el pelo. Duele, pero no lloro; no es el momento. Aún no.

—¡No es sobre qué quieres o no! —exclama mi madre, tal como en muchas otras ocasiones; esa frase la conozco bien—. Tú nos necesitas, ¿sabes? Alguien tiene que vigilarte; alguien tiene que asegurarse de que no te mates como la tonta y débil que eres; o de que no mates a nadie más como la persona fuerte pero igual de tonta que quieres ser...

Ese tema. El del hijo que iba a tener y nunca nació. El que no quiero que se mencione. Otra vez. El que me hizo ganarme su rechazo y el de todos, el que me metió en el pozo que me hizo perder a mi familia, y a mi felicidad, y después a mi empleo y a toda mi vida...

Eso solamente hace que tenga más ganas de morir. Otra vez. Las cicatrices ruegan por ser abiertas, pero no se lo digo; la palma de mi mano habla antes de que mi boca pueda abrirse. Y de inmediato me arrepiento de mis acciones, porque sé que no he resuelto nada.

Mi madre se cubre el cachete hinchado y mi padre me mira de una forma en la que no lo había hecho antes. El posterior golpe en la cabeza me convierte en la persona que debo ser: La que hace sus maletas para irse incluso si no quiere, como una niña que sigue a sus padres en un viaje familiar en vez de una adulta con una casa y el poder de quedarse en ésta si tiene ganas de hacerlo.

Y aún así, sigo sin llorar. No me conviene, no puedo, no debo. Tomo la maleta y la deslizo hasta que sale de la casa, apenas un poco detrás de mí.

—¿Puedo despedirme de...?

—De nadie —dice mi madre. Mi hermano se encarga de tomarme del brazo para hacer el mensaje más real: Estoy prisionera, no puedo despedirme de nadie. Desapareceré sin que nadie lo sepa, sin que Vladimir lo sepa, sin que Mónica sepa...

Y lo acepto, porque es lo único que puedo hacer; lo único que evitará mi muerte, a pesar de que la estoy deseando de nuevo. Los sigo hasta la estación de tren y me siento allí por minutos que parecen horas, hasta que llega el vehículo que nos llevará de vuelta a casa, a su casa; a la ciudad que quería matarme y que en su momento casi lo logra.

Casi me tiro a las vías mientras avanza. Pero no lo hago. Sigo a la que se hace llamar mi familia y tomo asiento dentro del tren. Espero, espero, espero... Luego el paisaje tras la ventana empieza a verse borroso; empezamos a avanzar.

Empezamos a dejar todo atrás.

No he decidido si este es el penúltimo o antepenúltimo capítulo de esta historia. El punto es, está a punto de terminar.

En fin, hola, buenas tardes y feliz día del trabajo (el cual, en efecto, acabo de usar para trabajar). ¿Cómo se encuentran? :)

¿Y qué planes tienen para hoy? Yo, una vez que termine de escribir esta nota y avisar sobre la actualización, pienso quedarme jugando Stardew Valley hasta la noche. Hoy tengo ganas de eso; hoy estoy feliz, en realidad, aunque tuve un día muy muy malo ayer xd

En fin, ¿qué opinan de la familia de Dandara? ¿Cuál creen que será el final? ¿Volverá a Santa María de la Semilla o estará condenada a ser infeliz por el resto de sus días?

Y, ¿siguen disfrutando de la historia? Espero que sí. De todas formas estaré muy feliz de conocer sus opiniones, les tomo muchísima importancia y sé que pueden ayudarme a mejorar. Y bueno, en sí muchas gracias por seguir leyendo esta historia; me halaga :)

Habiendo dicho esto, me voy de una vez. Byeee :)

Mari.

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