1. Conocer
Conocer
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Esa jornada —no piensa realmente en día o en noche, le es indistinto— había recorrido cinco sueños. No que esto implicara un desgaste, al contrario, se sentía mejor que nunca y podía mantener ese ritmo de marcha por otros cinco, diez, quince sueños más.
Sin embargo, se había detenido un instante en el velo onírico del humano que está sentado bajo el árbol simplemente para decidir si continuar o dejarlo por ahora. Estaba algo aburrido, si era honesto. Estuvo en el sueño de una humana que pensaba que estaba llegando tarde a su trabajo, cosa que fue graciosa un momento hasta que la pobre mujer transformó el espejo en el retrato de su jefe gritándole; luego pasó fugazmente por el sueño de una niña que había repasado la tarde en una fiesta de piscina, bastante entretenido y hasta pudo mezclarse con los niños y recibir una bolsa de obsequio, que se deshizo cuando saltó al sueño de un adolescente; el joven estaba tan inmerso en un juego que hasta soñaba estrategias para avanzar, aunque luego se puso algo hormonal con el personaje del videojuego y se marchó porque era perturbador ver los tentáculos colándose en tantos sitios; el sueño siguiente fue el que le desanimó a seguir su andar, pues fue una despedida.
Entonces, ahí estaba, quieto y contemplando el sueño ante él. Con la distancia, le cuesta ver al muchacho, pero puede percibir el aura relajada, como quien pretende fundirse a la imagen. Todo el lugar es apenas una tarde pálida, como de domingo. Es la curiosidad que genera en él aquel chico de expresión serena lo único que le impulsa a caminar, ya que está allí, entre la hierba alta que le hace cosquillas en las piernas.
¿Por qué una pradera desértica con un piso de parches de hielo era lo que había elegido este sujeto para sentarse a observar un crepúsculo de sol tibio? Un disparate, si es que puede opinar. Y más disparatado el que se quede cuando ya había pensado en retirarse.
El suelo congelado en partes, como si la nieve hubiera querido reposar en el agua, resulta resbaladizo y rezonga por tener que sortear obstáculos para esquivar así los charcos, trastabillando por su calzado deportivo. Llegando a cierto punto se permite analizar la propia vestimenta, que consiste en un pantalón corto hasta las rodillas y un pulóver celeste con rayas amarillas. Después cambia su atención y se fija en el chico bajo el árbol, quien viste una camisa a cuadros oscura de color verde marino, un pantalón también corto de tono oscuro. Ninguno de los dos siente el frío lo que se suma a la rareza misma del momento y lo corriente del sueño.
Cuando llega bajo el árbol toma asiento al lado del chico y se abraza las rodillas, apoya el mentón en ellas para enfocar la vista enteramente en el joven. El muchacho sostiene un gorro de lana en las manos, lo que deja ver que tiene el cabello castaño. No muestra señales de percatarse que se unió a él en el sueño, lo cual, es lo que ocurre a menos que...
Se sobresalta, porque estaba perdido pensando, cuando el otro le dirige la palabra, aunque evitó mirarlo. Razona que tal vez no esté enterado realmente de su presencia, sino que es un reflejo.
—¿Tan lindo soy que te distraigo? —Es lo que le dice con voz cantarina, mordiendo luego sus labios y suspirando—. ¿Qué puede ser más lindo que este paisaje?
Duda en si responderle o no. Mide qué consecuencias podría tener de hacerlo, pero determina que no hay de qué preocuparse. No saber los riesgos le habilita cierto margen de error, supone. Y, de todos modos, no sería la primera vez que hace algo así. Sabe que, a la mañana siguiente, el olvido lo cubrirá nuevamente.
—¿Eh? No tengo idea. Dime tú, este es tu sueño —Ante sus propios oídos el tono melodioso de su voz le supone un fastidio, a su acompañante, al contrario; parece agradarle porque amplía su sonrisa y unos hoyuelos a cada lado en sus mejillas le dan deseos de pellizcarlo, como ha visto a señoras hacer en sueños a los pequeños niños.
—Hay una belleza exagerada sentada a mi lado y tiene el descaro de parecer confundido —responde el humano, dignándose a cruzar miradas con él.
Su respiración se le pausa unos segundos cuando los ojos oscuros del chico se fijan en los suyos no sólo dando una inspección visual superficial, sino tratando de desentrañar un enigma. Buscando reconocerle en la laguna de rostros que inundan su mente.
El paisaje que los rodea titila, alternando de luz a oscuridad, provocando la necesidad de cambiar de escena y él cierra los ojos. No puede soportar el escrutinio del humano.
—Puedes verme —dice con voz sibilante, volviendo a abrir los ojos cuando todo está en orden parcial.
Revisa a su alrededor, ahora se hallan dentro de una habitación llena de lavadoras que progresivamente va construyéndose. Mira en todas direcciones y trata de entender qué tendrá de especial ese lugar para que el chico a cargo del panorama de sueños los lleve hasta ahí. Él no es más que un intruso, sin ánimo de intervenir, por el momento.
—Es mi sueño, controlo todo lo que sucede en él ¿No? —argumenta con irrisión el muchacho.
Está sentado a unos metros de él, prestando atención a una pila de ropa que hay en un rincón de la habitación.
—No es tan fácil como crees —rebate, algo mosqueado por el tono que percibe en el soñador—. Este será tu sueño, pero yo no soy un producto de tu imaginación.
Aunque no está del todo seguro de ello. Después de todo, parte de razón tiene el humano. Salvo él mismo, todo pertenecía al joven. Es este su sueño y lo que ocurre es por su decisión. Resultado del laborioso y silencioso trabajo de su subconsciente en armonía con su estado consciente. Es refrescante cuando se topa con personas capaces de controlar lo que ocurre dentro de su mente incluso cuando permanecen dormidos. Una habilidad interesante, admite, que a él le maravilla. Mas no iba por eso a expresarle su admiración al chico impertinente.
—¿Estás seguro? Quizá sea parte del sueño el que tú no te creas parte —El humano camina hasta estar frente a él, que se mantuvo sentado con las piernas cruzadas sobre una lavadora—. Aunque, a decir verdad, estaría dándole demasiados créditos a mi cerebro. ¿Cómo podría inventar tan hermosa criatura?
—¿Coqueteas en la vida real tan mal como en tus sueños? —bufa sin dar crédito al descaro del sujeto—. Y gracias. Es cierto que no podrías jamás imaginarme haciendo real justicia.
No es un ser modesto, quizá hasta roce lo petulante. No le importaba ser de esa manera. Y menos cuando debe poner en su sitio a soñadores como este que se atreven a cuestionarlo. O tal vez no quiere aceptar que es algo cascarrabias a veces.
—¿Dónde te conocí? —dice el humano, pero no se dirige a nadie sino que habla consigo mismo—. Vamos, NamJoon, piensa.
Lo ve cruzarse de brazos y apoyarse en la lavadora dándole la espalda. Ignorándolo. Nadie lo ha puesto en dudas anteriormente y le resulta ofensivo.
—No me des la espalda —regaña molesto.
—Shhh, que estoy pensando —Lo manda a callar.
Siente caer la mandíbula y exclama ofendido al ser silenciado, por lo que lo empuja lejos para bajar del electrodoméstico y ponerse en marcha rumbo a la salida, deseando desaparecer. Cuando atraviesa la puerta, en un instante la absoluta oscuridad lo cubre y ya no está dentro de una lavandería, parpadea y se encuentra ahora en un vagón de tren. Esta vez la transmutación lo toma desprevenido —estar cerca de este irritante soñador lo distrajo— y un ligero mareo le agita el estómago, pero se alivia enseguida al estabilizarse el sueño.
Afuera el atardecer se observa en el límite y puede adivinar que el chico es amante de los minutos previos a que el sol se oculte, dejando espacio al desarrollo de la noche. En cada cambio de plano onírico el momento no varió, siendo un atardecer perenne.
Camina hasta el asiento frente al muchacho, quien parece perdido en sus pensamientos mirando por la ventana. Lo imita para quedar atrapado en el colorido arcoíris dibujado en el suelo escarchado. Solo que no tarda en regresar su atención al rostro del soñador al que acompaña en este espejismo de realidad, notando la peculiaridad de sus labios —ni tan llenos ni tan delgados—; los hoyuelos de la sonrisa, que le generan entre ternura y rechazo; y los ojos marrones, pequeños y rasgados denotando su descendencia oriental. A juzgar también por sus palabras, puede asegurar que era originario de Corea. Esto era un punto que los acercaba, pues a pesar de no tener un país natal concreto sí está ligado su origen a esta extensión geográfica.
—Tal vez te he cruzado en la biblioteca —Es la conclusión del soñador y vuelve a trabar miradas con él—. A partir de ahora estaré atento por si vuelvo a verte.
—No crees esperanzas inútiles —Rompe el ambiente, no queriendo dar ilusiones erróneas al joven—. Al despertar ni siquiera te acordarás de mí. Y, permíteme corregirte, esta es la primera vez que nos vemos.
—¿Entonces yo te imaginé así? —El brillo en los ojos del tal NamJoon es enternecedor y casi se siente mal por tener que cortar la absurda alegría.
—No. Ya te he dicho que no soy producto de tu imaginación. ¿Qué acaso eres tonto?
—¿Tonto? Quizá —concede con reiterados asentamientos y se ríe—; mírame, debatiendo con un chico en mí sueño sobre si es o no algo que inventé. Da igual, yo digo que eres mi creación y no me interesa tu opinión.
Adoptando una postura desafiante, el humano, ¿NamJoon?, mira por todo el vagón. Hay cierto aire de melancolía gracias a la poca iluminación de la luz exterior colándose por las ventanas y los minutos saben a viejos paseos de la infancia o días en que no hay mucho por hacer.
—¿Es todo? ¿También eres inmaduro? —protesta él y ve que el chico intenta no reír—. ¡Estás jugando conmigo!
Ambos se permiten distender la tensión en risas que se pierden bajo el sonido del tren corriendo sobre las vías. Sabe cuándo el humano va a despertar porque él mismo comienza a experimentar el sopor del muchacho como propio, por lo que se pone en pie, sin saber qué decir o si debe decir algo. Parece primerizo, inexperto en algo que viene haciendo desde que tiene memoria.
—¿Ya te vas? —Quiere saber el muchacho, dejando que su voz se tiña de decepción.
Eso es lo suyo: invadir un sueño, aprovechar ese estado de quietud y adormecimiento del otro y salir sin dejar rastro. No ha mentido cuando comentó que al despertar ya no recordaría ni cómo era o que estuvo con él yendo a un rumbo incierto en tren.
No le da lugar a una inusitada sensación de pena, ¿de dónde vino eso? Descarta la rareza. Así pasa siempre. Todo ser humano sueña cada vez que duerme, pero pocas veces recuerda completo tales sueños. Tampoco podía ser un experto en la materia cuando era un ámbito que a él no le incumbía. Quizá el chico tendría vagos destellos de esas conversaciones y los lugares que su sueño muestra, mas nada concreto para que su memoria lo fije.
—Vas a despertar, ése es mi pie de salida —Se encoge de hombros restando importancia—. Que tengas linda vida y sueños bonitos siempre, NamJoon.
Le desea honestamente, después de todo, el chico, pese al inicio torpe, le resultó agradable y atractivo. Muy atractivo, aunque de una manera poco común. Mas no es eso lo que resalta de este humano, sino la simplicidad con la que se mantiene lúcido y no batalla contra el sueño, lo deja fluir. Esto para él es refrescante y aprovecha el poder tomar energías "limpias" o "puras".
Es parte de su naturaleza de Trotasueños. Denominación que perdió poder cuando fue nombrado antiguamente en Grecia como Hipnos. Tiempo después, la humanidad lo bautizó con otro nombre, que se popularizó por siglos y entonces dejó el nombre de Hipnos para ser reconocido como Morfeo. Admite que ya está un tanto hastiado de la frase "caer en los brazos de Morfeo", no obstante, agradece que al menos aquellos humanos implantaran la duda, la mínima alusión, a un ser que era de su especie y que recorrió la tierra como él. De persona a persona. De sueño a sueño.
Una pena que ya nadie creyera en ellos, y ahora él y los suyos fueran sólo mitos dentro de libros que acaban empolvados en un estante de biblioteca. Pero tampoco es para estar dolidos con la humanidad, pues no necesitan de ellos más que cuando éstos duermen.
—¿Cuál es tu nombre? —El humano parece reticente a la idea de dejarlo marchar.
—Elige tú, es tu sueño. Soy tu creación y no hay espacio para mi opinión —Le devuelve las palabras, mencionadas antes, tal vez un poco brusco.
—¡Oh, por favor, dime cómo te llamas al menos! —Un ruego infantil.
Piensa qué nombre elegir, puesto que el suyo real no tiene traducción coreana para que el chico entendiera.
Entonces improvisa.
—SeokJin... —Menciona. Lo roba del último soñador al que visitó, un anciano moribundo que le agradeció la visita antes de dejar la vida—. Me llamo SeokJin.
Un deje de nostalgia ante la remembranza del hombre que vio morir, pasando a un plano que es completamente ajeno a él y que aún así logra intrigarlo, intimidarlo. La muerte como un concepto que conoce muy de cerca.
—Me llamo Kim NamJoon —dice el humano ya con voz lejana por empezar a despertar. La desesperación de no querer dejar el sueño y enfrentar la rutina diaria hace que se ponga en pie para tomarle del brazo—; realmente deseo volver a verte, SeokJin…
El trotasueños no reacciona, afectado porque no consiguió que el anhelo del chico le fuera indiferente. Sin embargo, su desconcierto le impidió responder y el humano, NamJoon, que esperaba una respuesta o despedida, abre los ojos encontrándose en su cama, despierto. Y ya no recuerda con quién viajaba en aquel tren, aunque sí tiene un sentimiento, una voz interna suya, que le pide que no borre esa sensación nueva y emocionante. Solo que es demasiado débil y se apaga.
[...]
Con la cuarta lata de energizante y más dulces de los que ha comido en la vida, toma la laptop y sale al balcón donde el frío del invierno temprano lo espabila. Las letras comienzan a tornarse borrosas, difusas, mas entrecierra los ojos para leer el artículo.
Tiene a su lado, en la pequeña mesa, además de la laptop un par de libros; entre ellos, un diccionario de latín y uno de inglés, y marcadores, post it con los que señala lo que le resulta relevante.
Cuando amanece, la luz fluorescente de bajo consumo deja de serle útil, pero él ya no puede continuar la lectura. Resignado, va a la cama. Pone su alarma para dentro de dos horas y se recuesta sin molestarse en ponerse un pijama o quitarse los zapatos.
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Nota:
Quisiera hacer una aclaración. El término trotasueños no me pertenece, lo he tomado de Belinda McBride en "Plata y acero" (que creo que también sufrió el boom de las adaptaciones por esta plataforma), pero he dado otro carácter al personaje. Entonces, los créditos del término son para esta autora, y lo demás será apenas lo que inventé.
Y nada, eso.
Por cierto, cuando pensé esta historia quise que tuviera escenarios de los MV, y en la última revisión he tratado de mantenerlos. Spring day no podía faltar.
Por otro lado, ¿por qué tanta mala suerte de soñar con clases y no con Kim Seokjin?
¡Gracias por leer!
:)
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