5 - Denise
Denise, aquél era su nombre.
Se había pasado media vida explicando cómo se escribía y enseñando a otros a pronunciarlo. Para ella resultaba exasperante, pues estaba segura de que no era un nombre tan difícil. Desde preescolar batallaba con aquella cuestión, y ya era algo que la hastiaba.
Por eso, cuando un par de horas antes había dicho su nombre y, al despedirse, se lo habían entonado correctamente, estuvo a un tris de saltarle a aquel hombre encima y besuquearle el rostro a causa de la alegría. Denise, sonaba Denís; no Deníz, ni Dénis. Para él, no hicieron falta explicaciones, pareció pillarlo a la primera. ¿Quién era ese tipo? ¿Por qué no lo había conocido antes?
Se enfrascó en sus quehaceres, pues quería terminar lo que estaba leyendo.
Denise adoraba los libros. Las historias, cuanto más extrañas mejor, pues le gustaba buscar desesperada el sentido de las cosas. Todo lo relacionado con la literatura parecía llenarle el alma.
Realizó un bachillerato humanístico y había realizado varios cursos y talleres de escritura creativa, e incluso había pensado en estudiar para lingüista, pues el castellano antiguo le parecía más que curioso. Cuando llegaba la época de fiestas mayores, lo que más le gustaba era ir a escuchar el pregón, pues en su ciudad solían hacerlo en castellano antiguo y organizaban una feria medieval. Había un lugar allí que, tiempo atrás, había sido un castillo militar —o una fortaleza, no estaba del todo segura—, y allí organizaban justas y actividades especializadas. Podías incluso alquilar un vestido que emulaba los de la época y pasar allí el tiempo vestida como en aquel entonces. Le resultaba fascinante el contraste entre épocas y, por eso, disfrutaba de ir cada año aunque no tuviese compañía.
Denise trabajaba como monitora de comedor en una escuela pública, por lo que tenía gran parte del día libre y aprovechaba para dar clases de repaso a niños de primaria durante las tardes. Como vivía con sus padres, daba las clases en casa de los chiquillos.
Adoraba el campo, la playa le resultaba horrible. Le gustaban las palomas, pero le tenía manía a los gatos. Los perros le parecían muy monos, pero eran demasiada responsabilidad y, conocedora de su ineptitud con los animales, optó por tener tortugas. Muchas habían perecido al inicio, hasta que, como ella decía, «le había pillado el truquillo».
A Denise podías hacerla feliz con poco. Podías hacerle un dibujo, o escribirle un cuento; quizá regalarle un libro fuese lo más acertado, pero ella se conformaba muy bien con cosas hechas expresamente para ella, pues las valoraba muchísimo. Le gustaba ver series policiacas, y ver películas Disney o de dibujos animados en general, a poder ser de las que te hacían llorar.
Hablando de eso, tenía cierta manía con algunos personajes a los que no soportaba. Un ejemplo de ello era la Cenicienta; ¿cómo podía una mujer destruida, abusada, maltratada y herida quedarse esperando a que un príncipe fuese por ella en lugar de sacarse las castañas del fuego ella misma? «¡Vamos, por favor! Te han dejado sin nada, pero sigues ahí. ¿Por qué? Si te vas, seguirás sin nada, pero al menos no te estarán pisoteando. Entonces, ¡vete! Si no te vas eres una pava», exponía con verdadero disgusto. De Blancanieves, mejor no hablarle. ¡Y de Aurora, menos aún!
A esa muchacha le gustaba Pocahontas, decidida, fuerte, sin dejar que cambien su mundo o percepción de las cosas y dándose su lugar. Mulán, llena de valores y valentía, así como amor por su familia, tampoco permitía que la apocasen. Incluso en Aladdin había una princesa firme y fuerte. Por eso, ella no podía comprender el afán de caricaturizar a las mujeres como si no tuviesen ese arrojo, como si eso fuese sólo de hombres. Había topado con muchos tipos en su vida que la creían débil por ser mujer, y eso la indignaba. Denise era una ardua defensora de la igualdad; no del feminismo, sino de la igualdad de género. Ella siempre hacía esa distinción al explicarlo, pues para ella no era lo mismo.
Había tenido un par de novios con los que había estado varios años mientras que el resto de relaciones amorosas de su expediente había durado, como solía decir, dos telediarios. No confiaba mucho en el amor, pues no creía haberlo conocido en realidad, y la gente que vivía enamorada del propio concepto le parecía una ilusa.
Lo único que realmente le gustaba, de un modo que los demás a su alrededor no parecían querer comprender, eran las motocicletas. Disfrutaba de ver la F1 en televisión, de ir a exposiciones y de cualquier cosa que conllevase una moto de por medio. Pero, sin duda, lo que más le gustaba y hacía feliz, era montar en una moto y correr como si la vida le fuese en ello, dejando que el viento le empujase el pecho mientras sus manos controlaban la veloz máquina. No necesitaba más para ser feliz.
Entonces, ¿por qué se había sentido un tanto eufórica cuando conoció a aquel desconocido frente a los nuevos cines?
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