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2 - Salva

¡El tiempo pasaba casi sin darse cuenta! De pronto, habían transcurrido cuatro meses desde aquel fatídico día, y hacía más de mes y medio que, podía decir, había dejado aquello atrás. La rehabilitación fue llevadera, fácil para él en realidad, pues sus lesiones requerían de control y esfuerzo pero no eran graves. Cuando le preguntaban cómo estaba, se permitía hacer una broma: «como nuevo y muy bueno», decía, acompañando la respuesta con un guiño de su ojo derecho y una petulante sonrisa. Tal parecía que era uno de aquellos tipos creídos y llenos de sí mismos, pero realmente era pura broma.

Salva —quien, por cierto, odiaba que le llamasen por su nombre completo, pues lo de Salvador le parecía de señor mayor—, medía metro setenta y ocho y tenía un cuerpo atlético y fibrado, pues el ejercicio —en su justa medida— era algo que le encantaba. Su rebelde cabello negro como la noche contrastaba con unos curiosos ojos verdes con ribetes de un tono similar al dorado, los cuales enmarcaban unas pestañas tupidas. Apuesto a que te lo estás imaginando con los labios carnosos, nariz perfecta, mandíbula muy marcada... ¡Error! No era el típico chico de novela, divino y perfecto que suelen presentarnos en los libros románticos, sino que tenía un rostro varonil con un extraño toque aniñado, nariz un tanto respingona y los labios finos pero de un color muy marcado. Junto a su ojo derecho, un pequeño lunar llamaba la atención, sobre todo cuando te dedicaba un guiño.

Salva era espabilado a la par que confiado y eso, muchas veces, podía traerle problemas. Se empeñaba en ver el lado bueno de las personas, aunque fuese evidente que no lo tenían —seamos sinceros, hay gente que es pura maldad y de bueno no tiene ni la cara—. De tanto en tanto, se llevaba decepciones imposibles de digerir, pero dejaba aquello atrás y seguía con esa esperanza sobre la bondad humana.

El chico era inteligente y, desde temprana edad, había ido aventajado en los estudios, conllevando que saltase un curso en primaria por lo que terminó antes de estudiar. Y dirás, ¿de qué trabaja el muchacho? ¿En una oficina? ¿Desarrollando proyectos? ¿Es jefe de una gran empresa? ¡Nada más lejos de la realidad! Salva, tras finalizar sus estudios de economía, decidió dejarlos metidos en un cajón y buscó el trabajo más simple que encontró: acomodador de cine.

Sorprendente, ¿verdad?

Cuando le preguntaban la razón, simplemente se encogía de hombros y respondía: «me gusta, ¿qué más razón necesito?». Y bien cierto era; Salva era genuinamente feliz teniendo aquel empleo, y no lo quería cambiar por nada.

En su tiempo libre veía películas antiguas, o nuevas en versión original sin importar el país. Le gustaba el anime también, el cual, absolutamente siempre, veía en japonés con subtítulos. Decía que sonaban mejor, más reales, más profundos y cercanos. Los sonidos de las armas y los gritos eran de lo que más le gustaba escuchar, pues podía imaginarse a quienes ponían voces a los personajes inmersos en el papel de un modo que al doblar a otros idiomas no es igual. Según él, se pierde la calidad y la humanidad del personaje al ponerle otro doblador. En cambio, no le gustaba mucho leer y los cómics le aburrían. Las series le resultaban tediosas y agotadoras, sin fín, así que las evitaba. Poco le importaba perderse en las conversaciones cuando hablaban de series y no podía dar su opinión; prefería seguir siendo fiel a sus gustos que cambiarlos para socializar.

Escuchaba rock y derivados, dando igual el idioma. Por cierto, hablaba castellano, catalán, euskera e inglés y tonteaba con el francés y el ruso. También el japonés estaba en la lista, pero eso un secreto que guardaba celosamente. ¿Por qué? Eso, es un misterio.

No se vanagloriaba de sí mismo y era muy accesible, sin barreras de superioridad a pesar de lo que pueda parecer. Para él las personas que eran de aquel modo tenían alguna carencia y, siempre recalcaba, él no tenía ninguna. Era un hombre que vivía la vida como quería, a su propio modo, sin preocupaciones innecesarias ni problemas engrandecidos. Simplemente, iba sobre la marcha, día a día.

¿Novias? Alguna había tenido , pero no duraban mucho porque sentía que algo no encajaba. No sentía aquello especial que dicen que se siente, y él, a pesar de ser un varón, era un enamorado de la idea del amor idílico. Estaba convencido de que, cuando Ella apareciese, él lo sabría. ¿Qué podemos hacerle?¡Era un romántico!

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