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17 - Y después de la cita...

Había transcurrido una semana desde aquel día y sus conversaciones por Whatsapp se habían sucedido una tras otra, de modo natural y cómodo, como si se conocieran de mucho tiempo atrás y siempre hubiesen tenido aquel tipo de relación.

Cuando Denise despertó en la cama de Salva lo primero que hizo fue, cual protagonista de comedia romántica, comprobar qué llevaba puesto y suspirar aliviada mientras recuperaba el color al verse cubierta por un pijama de dos piezas en azul marino que no era suyo pero, curiosamente, no le iba demasiado grande.

Al girarse y ver a Salva casi le dio un infarto, pero mantuvo silencio y se movió muy lentamente, dispuesta a salir de la cama sin que él se diera cuenta. Desgraciadamente, sus planes se vieron frustrados cuando él abrió los ojos y los enfocó sobre los suyos. Parpadeó varias veces, ella observó sus pestañas aleteando y su expresión somnolienta desvaneciéndose poco a poco tras una genuina sonrisa.

—Buenos días —saludó él con voz ronca.

—B-buenos días —respondió ella en un hilo de voz y aliento.

De inmediato, se sintió avergonzada; parecía una chiquilla tonta. Sonrojada como estaba y siendo consciente de ello, viró con rapidez y abandonó el colchón, buscando apresurada su ropa.

—En la silla del escritorio —señaló él con cierta diversión ante su forma de actuar y adivinando lo que buscaba—. El baño está fuera, la primera a la izquierda.

Ella musitó un leve gracias, tomó su vestimenta y abandonó el dormitorio. Salva se cambió también de ropa y se dirigió a la cocina, puso en marcha la cafetera y aguardó.

De aquello había pasado una semana que comenzó con vergüenza, timidez y arrepentimiento —Denise lamentaba haberse permitido beber más de lo que acostumbraba—, pero que avanzó a buen paso y fluyó de manera natural.

Habían quedado en verse al día siguiente pues Salva tenía fiesta en el trabajo, razón por la que él estaba ciertamente inquieto. No se había atrevido a preguntarle qué recordaba de aquella noche, tampoco ella había sacado el tema. A decir verdad, recordaba la gran mayoría de lo sucedido aunque hubiera pequeñísimas lagunas en sus recuerdos. Se preguntó muchas veces cómo hubiesen terminado de no ser por la sensatez, consideración y autocontrol del hombre y agradecía profundamente que hubiese tomado el control de la situación.

<<Estás chalada. ¿Cómo pudiste beber tanto si sabes que no tienes resistencia? ¡Pava! ¿Qué pensará de ti ahora?>>, se había recriminado a sí misma muchas veces. En todos aquellos días no había podido pensar en algo que no fuese la tarde que pasaron juntos o en lo sucedido —o, más bien, en lo no sucedido— aquella noche.

Definitivamente, aquel chico risueño y extremadamente atento no pretendía salir de su mente. Quería volver a verlo y compartir otro rato con él sin preocuparse por nada más que por terminar de conocerlo. ¿Eso podría suceder algún día? Él le resultaba tan distinto a los demás que creyó que debía ser una caja de sorpresas. ¿Lo sería realmente?

Sumida en sus pensamientos y cuestiones sin respuesta, llegó hasta el día de su nuevo encuentro y se percató de que los nervios, unos que no acostumbraban a sentir antes de conocerlo a él, atenazaban su vientre. Aquel cosquilleo no auguraba nada bueno, pensó. Entonces, la gran pregunta se autoproclamó reina de su mente: <<acaso... ¿me estoy enamorando de él?>>.

No creyó tener una respuesta firme a aquella pregunta prontamente, por lo que su sorpresa al saberla fue mayúscula. Se encontraba en la plaza donde habían quedado, sentada en un banco blanco de piedra con el bolso a un lado cuando un leve toque en su hombro la hizo brincar. Salva sonrió ampliamente y sus pestañas chocaron al achicar los ojos.

—¿Nos vamos, preciosa? —Inquirió con una sencillez que la sobrecogió.

Dio un par de pasos rodeando el banco hasta colocarse junto a ella y estiró una mano sin añadir nada más. Ella solamente deslizó su mirada de aquella extremidad a sus ojos, sin perder el detalle del camino que sus orbes trazaban.

—Tengamos otra no cita —sugirió, y lo remató guiñando un ojo.

Denise sólo pudo pensar en una cosa: ¿de qué libro se había escapado aquel hombre?



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