16 - El beso de condenación
Disfrutaron de la cena y la compañía, así como de un buen copazo de ron cola helado. Finalmente, Denise tomó dos completos y, a la mitad del tercero, se reía por todo. En un momento dado, empujada por la cálida cercanía con el atractivo hombre que la acompañaba y la inhibición que le proporcionaba el alcohol, agarró a Salva de la camiseta y le plantó un beso en los labios que lo dejó patidifuso. Al comienzo se quedó paralizado, con los ojos abiertos de par en par, pero no tardó en corresponder el ósculo y rodearla con sus brazos. Llevaba toda la bendita tarde queriendo aquello y, al fin, había sucedido; casi no se lo podía creer. Disfrutó de aquel beso cada vez más intenso, pero retomó el control sobre su cordura cuando las manos de la chica buscaron colarse bajo su ropa. Ella no estaba en sus cinco sentidos, se dijo, por lo que no podía ni debía permitir que aquello llegase a más.
—Denise —murmuró contra sus labios—. Detente.
—¿Hmm?
—No puede ser, preciosa.
—¿Qué? ¿Por qué? —Se quejó sin querer que él se apartase.
—Porque mañana no te vas a acordar y yo quiero, justamente, que si hacemos algo lo recuerdes con mucha claridad.
La sostuvo de las manos con delicadeza para frenarla en un nuevo avance.
—¿No... no me... no quieres besarme? —Logró preguntar.
—¡Joder si quiero!
—Pues hazlo.
—Si lo hago, esto irá a más porque, créeme, no es sólo besarte lo que deseo en este momento.
Ella lo miró, sonrojada al comprender su respuesta. Se humedeció los labios en un acto reflejo y él siguió el movimiento con su mirada; después, trago duro. La mujer se recolocó frente a él y, en medio de aquello, sus pechos brincaron frente a sus ojos. No fue algo premeditado, pero lo provocó más todavía. Masculló una maldición y giró el rostro, acalorado y consciente de la erección que hacía rato presionaba bajo el pantalón.
—Niña... te tengo ganas, pero no será hoy. Vamos, que te acompaño a casa. ¿Sabes llegar desde aquí? —Denise negó un poco desconcertada—. Bueno, pues duermes en mi casa; vamos, preciosa.
Puso todo su empeño en ayudarla a llegar hasta el dormitorio, a pesar de que ella no ponía del todo de su parte. Fue en el pasillo donde las intenciones del chico de acostarla en su cama sin hacer nada de lo que había pasado por su mente flaquearon terriblemente. Denise, en firmes movimientos que él no esperaba debido a su ebriedad, lo empujó contra la pared y robó un nuevo beso a aquellos labios que tan tentadores les resultaban. Todo sucedió muy rápido; el beso se tornó tórrido y, en cuestión de segundos, él la tenía alzada en brazos y con la espalda apoyada en la pared contraria mientras devoraba su boca con auténtica necesidad. Las piernas de la fémina se enroscaron alrededor de las varoniles caderas y sus dedos se enredaron en su pelo; él sujetó su nuca para asegurarse de que aquel contacto no se rompía.
Con la respiración pesada y agitada, abrieron los ojos y se miraron con fijeza antes de retomar aquel enloquecedor beso. Denise, con la vergüenza desaparecida en combate, pretendió meter las manos bajo la camiseta como había hecho horas antes; él, en ese preciso instante, volvió a la realidad y la detuvo.
—En serio que me quieres volver loco —afirmó uniendo sus frentes y suspirando al acabar.
La obligó a bajar de su cuerpo y la sujetó de la cintura, dispuesto a llevarla a la cama como tenía previsto hacer antes de aquel asalto. La chica, pareciendo aceptar la situación, se dejó guiar y sentar en la cama con calma. Cuando él hizo amago de apartarse, ella lo agarró de la mano con rapidez.
—Quédate conmigo —pidió con un mohín.
—Voy a buscarte algo de ropa para que te pongas más cómoda.
—Hace calor —se quejó ella—. Puedo dormir en bragas.
Salva se tenso cual vara sólo de imaginar a la muchacha únicamente con aquella prenda. «Esto no puede ir peor», pensó con nerviosismo. No dudó en agacharse frente a ella, colocándose entre sus piernas y mirándola a los ojos.
—Si quieres que me quede contigo, tienes que llevar ropa. No me sirven unas bragas, Denise —le explico con paciencia.
—Pero qué más da...
—A ver, mujer.
Suspiró con derrota. ¿Cómo explicarle aquello a alguien en su estado?
—Soy un hombre —comenzó—. Tú una mujer, una que me lleva poniendo como una moto todo el puñetero día. Como te quedes prácticamente desnuda delante de mí te juro que no respondo.
—Pero...
—No, Denise —la cortó—. No hay peros. Si te quieres quedar en bragas estarás sola; conmigo, estarás vestida. Por favor, ponte un poco en mi lugar...
Aquello último fue, literalmente, una súplica.
—Hoy ha sido un día realmente cojonudo, preciosa. No quiero joderlo cometiendo un error evitable. Si te desnudas ante mí o te desnudo yo, tienes que poder recordarlo después. Te quiero completamente consciente de la situación, y eso no es discutible.
Denise le regaló un asentimiento y una media sonrisa. No estaba seguro de si había podido entender bien lo que le había dicho, pero así había parecido y él se quedó más tranquilo. Dio palmaditas en sus rodillas y se puso completamente en pie, la observó una última vez y se alejó hasta el armario a buscar algo que le pudiera servir. Le entregó un pijama de verano y esperó fuera hasta que estuvo cambiada. Minutos después, ambos se hallaban tumbados en la cama y ella buscó sus brazos para acomodarse. Lo único en lo que podía pensar era que no quería estar sola y él era la mejor compañía que podía esperar. Salva, sin poder evitarlo más, la estrechó entre sus brazos y dejó un suave beso en sus labios; uno breve y afectuoso que explicaba muchas cosas si uno ponía atención. Después, uno mucho más corto fue dejado sobre la frente de la chica, quién sonrió ante el gesto.
—Ha sido una buena cita —alcanzó a musitar mientras cerraba los ojos.
—Lo ha sido, joder —concordó él, pero ella ya no lo escuchó pues el sueño y la ebriedad la habían vencido en aquella batalla.
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