—Necesito solucionar esto —informó él.

Denise lo miró sin comprender bien a qué se refería. Él señaló el pronunciado bulto en sus pantalones y ella dirigió allí su mirada, quedándose sin respuesta.

«Madre mía... Definitivamente pequeño no es», se permitió pensar ella. Carraspeó y se recompuso rápido.

—Creo que sí, eso requiere solución.
—¿Me das unos minutos? De verdad no quiero salir así...

La mujer asintió con la cabeza, consciente de que él se sentía avergonzado. Debía darle un momento para serenarse, así que se iría fuera a esperar. De pronto, una sombra maliciosa nubló su expresión y él se tensó.

Ella eliminó el escaso espacio entre ambos, posó la mano izquierda en el vientre del chico mientras la derecha se alzaba hasta el hombro y se pegó a él por completo. En décimas de segundos, sus labios hicieron contacto con el cuello del varón dejando un tierno beso seguido de una húmeda caricia con su lengua. Remató con una leve mordida y un susurro cerca del oído: «ya que andas caliente, no importará un poco más, ¿no?»

Salva contuvo la respiración mientras aquello sucedía, con las manos apoyadas en el mármol del lavamanos y el cuerpo a punto de combustionar. Denise se apartó con una pícara sonrisa reinando su rostro y le guiñó un ojo al tiempo que se daba la vuelta y se disponía a salir del aseo. Ahí, él recuperó la respiración.

«Esta mujer es... puro fuego, joder», pensó. Tras eso, corrió a cerrar con seguro la puerta porque no quería que nadie lo pillase en plena faena. Quizá ella creyese que iba a calmarse sin más, pero aquella erección definitivamente no iba a esfumarse sola.

Lavó sus manos, se miró en el espejo mientra desabrochaba el cierre del pantalón y miró en el reflejo toda su extensión dura y palpitante cuando la liberó de la ropa interior. Acarició con cuidado, le gustaba tomarse su tiempo para disfrutarlo cuando lo hacía. Se sintió más caliente aún cuando apreció la marca en su cuello, aquella que ella dejó como si no fuese la gran cosa. A él se le había antojado jodidamente sensual y no le quedó duda de que debía ser tremenda en la intimidad.

Siguió observando su reflejo, con su mirada danzando de un punto a otro. Alzó la camiseta y sacó con prisas el papel que aún estaba allí, deslizó los dedos por donde lo había hecho ella y suspiró rendido.

—Denise, Denise...

Subió el bajo de la prenda hasta su boca y la sujetó con los dientes, después acarició la marca del cuello recordando sus labios. Cerró fuerte los ojos y maldijo en su mente. Agarró su pene con fuerza pero sin brusquedad y empezó a mover la mano con la mirada fija en el espejo y la imagen de la mujer grabada a fuego en sus retinas. Casi podía sentirla allí aún.

Incrementó el ritmo cuando lo sintió necesario, dándose un placer que no había esperado darse aquel día. ¡Todo por ella! Ella era la causante de aquella necesidad que lo arrollaba. Era la primera vez que se masturbaba en un sitio como aquel, siempre lo había hecho en la intimidad de su casa y a solas. Pero aquello...

—¡Mierda! —Exclamó con voz trémula—. Qué caliente me has puesto, cabrona.

Siguió con la faena hasta eyacular brutalmente sobre el lavamanos y contra el espejo. Respiró agitado, recomponiéndose de aquella locura sin perder detalle de su corrida regada por todos lados. Rio descontrolado y se acomodó toda la ropa. Limpió todo aquel desaguisado, se lavó las manos, peinó su cabello y salió del lugar.

Denise lo vio aparecer con el rostro cubierto por un lindo e intenso sonrojo, pero no pudo evitar que su mirada se deslizase hasta su entrepierna. Él no ignoró ese detalle y le regaló una sonrisa arrebatadora. Una vez a su lado, ambos empezaron a caminar cerca pero sin tocarse, aunque él se moría por algo de contacto físico.

Eso era lo que había sucedido en aquella hora. Él se había llevado un buen calentón y ella, aunque no lo pareciese, no se había quedado atrás.