13 - Cafés helados y escotes mojados (3/3)
—¿Cita? —Cuestionó sin señales de enfado.
—No sé, me lo parece —contestó encogiéndose de hombros.
Ella, en vez de replicar a aquella oración, alzó las manos y comenzó a secar la parte exterior de la prenda, bajo la cual seguían los pedazos de papel que había sostenido con anterioridad. Ya estaban mojados y no podían absorber más, pero evitaban que la tela se adhiriese nuevamente a la piel del hombre.
—Pues... —comenzó a decir, sin saber bien qué responder—. Nada de vergüenza, ¿entendido? No hay problema por llevar la ropa algo mojada.
—Claro, es fácil decirlo cuando no eres tú la que está mojada —retrucó él sin intención de usar un doble sentido, aunque cierta diversión reinó en su cara tras tomar consciencia de cómo podía interpretarse su comentario.
—Es que el de la mala suerte eres tú —bromeó ella ignorando el doble sentido, aunque éste causo estragos en su vientre.
—¿Con que esas tenemos?
Levantó una extremidad y sujetó la muñeca derecha de Denise, quien dirigió su mirada hasta ese punto. No era un agarre duro, tampoco algo que le infundiera temor alguno, por lo que enarcó una ceja y cargó todo su peso a su cadera derecha.
—Reconoce que eres un gafe y que a nadie más podría haberle sucedido esto en una primera cita —retó ella. Él dejó de respirar un instante.
—Así que ¿primera cita?
—Así parece.
—Si aceptas que esto —se aproximó más a ella, reduciendo lentamente las distancias— es una cita, yo reconozco lo que quieras.
Denise se sintió pequeña, casi diminuta, ante su persistente mirada, teniéndolo cada vez más cerca.
—Entonces —él dio un último paso hacia ella y la mujer chocó contra la superficie del lavamanos— debes reconocer que...
—Que... —tentó él.
—Que en realidad estás disfrutando de este accidente.
—Oh, sí —concordó—. Créeme que estoy empezando a hacerlo.
Su mano izquierda se posó en la cintura de la mujer, suavemente, con cierta reticencia pues lo último que quería era mandar al cuerno cualquier posibilidad que hubiese —o pudiese haber a posteriori— con ella, pues, si de algo empezaba a tener un gran convencimiento, era de que Denise podía ser lo que él había estado esperando en el pasado.
—Fíjate que esta primera cita, aunque sea algo accidentada, no está yendo nada mal.
Ante aquella afirmación, él dibujó una amplia y radiante sonrisa que le iluminó el rostro y no demoró en hacer su próximo movimiento. Eliminó absolutamente todas las distancias, estirando de ella con delicadeza y pegándola contra su cuerpo; después aproximó sus labios a su oído y susurró: «si no estuviese avergonzado por ir con el escote mojado, todo sería mucho mejor y tendríamos garantizada una segunda cita».
Denise deslizó una mano por el brazo del hombre sin moverse de donde estaba. «Algo habrá que hacer, en ese caso», musitó con la voz rasgada por el nudo que persistía en su garganta.
Él se apartó para observarla, curioso y sintiendo la anticipación tomando el control de su mente y su cuerpo, al menos en ciertas partes. La mujer giró todavía presa de sus brazos y se fijó en el reflejo que le devolvía el espejo: ella, ruborizada y con los ojos un poco vidriosos; él, con una genuina sonrisa tirando de las comisuras de sus labios y el ceño algo fruncido, mostrando expectación.
Sin decir nada, abrió el grifo, llenó sus manos de agua y se la arrojó con rapidez al cuello. Los ojos de su acompañante se abrieron de par en par y la sonrisa se esfumó, dando paso a unos labios separados que mostraban, en aquel instante, la evidente sorpresa que aquel proceder le había provocado.
—Qué...
—Ahora yo también estoy mojada —anunció.
Salva se atragantó con su propia saliva al escucharla pero supo mantenerse entero en su lugar. ¿Se habría dado cuenta ella de lo que acababa de decir? Al parecer, sí, pues no demoró en volver a hablar, con cierto tartamudeo incluido.
—M-me refiero a q-que... bueno... ¡que ya no tienes que pasar vergüenza por ir con la ropa mojada, porque estamos iguales!
—Denise, no lo estás arreglando...
—¡Joder! —Exclamó nerviosa.
Salva no podía apartar la vista del reflejo pues el agua calaba en la tela a una velocidad vertiginosa, quedando ésta adherida al busto de la chica. El escote, decorado por un sencillo encaje con ondas en tono crema, dejaba ver la forma de los pechos de forma sugerente pero sin revelar nada; en cambio, tras mojarlo, todo cambiaba de enfoque y el sujetador se dejaba entrever debido al color claro de la prenda exterior. Denise advirtió el tono rojizo del sostén apareciendo bajo la tela clara y sintió un mínimo de arrepentimiento, pero dejó ese pensamiento a un lado y encaró a Salva con el rubor tomando su rostro.
— Ya podemos irnos, ¿no?
— No vas a salir así —comentó él con duda—, ¿no estarás incómoda?
— Tanto como tú. Si han de mirar a alguno, será a ambos. ¿Vamos?
El hombre, en un movimiento inesperado y raudo, la envolvió con sus brazos y susurró junto a su oído: «Vamos, pero al que te mire demasiado le partiré la cara por pervertido».
Denise rodeó con cierto titubeo el cuerpo del hombre, fundiéndose en el abrazo que él había iniciado. Se sentía segura, y él ya no estaba avergonzado; todo estaría bien.
— Antes de salir... —añadió él—. Voy a sonar muy ordinario, pero me has puesto jodidamente caliente.
— ¡Bobo! —Espetó entre risas.
Ahora, la avergonzada era ella.
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