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12 - Cafés helados y escotes mojados (2/3)

Salva se sorprendió ante la perfecta combinación de sabores de aquel café. Nunca lo había probado de aquel modo, pero era posible que volviera a tomarlo tras aquel día.

Una hora después salían de la cafetería dispuestos a dar una vuelta por la zona. No tenían prisa, tampoco nada más que hacer y se notaba en el ambiente lo relajados y cómodos que se sentían.

Salva estaba contento porque había podido averiguar muchas cosas acerca de Denise, quien llamaba cada vez más su atención. No se esperaba lo relacionado a las mesas, las cuales resultaron estar inspiradas en la que elaboró para mostrar sus conocimientos tiempo atrás. La dueña de la cafetería, al verla expuesta en la entrada del taller, no dudó en indicar que quería algo similar, pero con flores; de ahí, nació la idea del mosaico de flores y piedras que todas las mesas de aquel local lucían bajo el cristal. A diferencia de la original, éstas no mostraban el marco envejecido y eran un poco más altas. Según había dicho, tardó alrededor de dos meses en tener todas las mesas de la cafetería hechas pues lo tomó como un proyecto personal y las hizo sola, sin aceptar ninguna ayuda. Aquello encajaba con la imagen que se había montado sobre ella; la veía decidida, persistente, directa y, sin saber por qué, la había supuesto un poco obsesa del control.

Había disfrutado de su compañía, de la charla y del café que había pedido para él, pero, sin lugar a dudas, lo que no había tenido desperdicio alguno había sido el momento de pagar, cuando la camarera, al girarse, había chocado con Salva y había derramado un té caliente sobre su camiseta verde de cuello pico. Había soltado un grito que lo avergonzó después pero fue incontrolable en aquel momento, ya que el líquido caliente resultó una tortura que se extendía por la tela mojando su piel. Denise se llevó las manos a la boca, sorprendida y apenada, aunque la pobre empleada contuvo el llanto por lo mal que se sentía tras aquel incidente.

—Ven, pondremos agua fría —logró reaccionar la muchacha. Salva se limitó a seguirla estirando de la prenda para apartarla de su torso.

Entraron al baño de minusválidos, pues allí había un cambiador para bebés y tendrían dónde dejar el bolso y demás, además de que cabían mejor los dos.

Ya dentro del modesto aunque impoluto aseo, Denise cogió un puñado de piezas de papel y se volteó hacia el hombre, quien todavía estiraba de la prenda para separarla de su piel. Observó con detenimiento su rostro enrojecido y cómo su piel mostraba una rojez bajo los vestigios del té.

—¿Puedo? —Preguntó al estar justo frente a él, quizá demasiado cerca incluso.

Salva simplemente asintió sin mediar palabra al tiempo que miraba sus manos portando el papel absorbente. Denise llevó éstas hasta el borde de la camiseta, en la parte de la cintura, y lo alzó con un par de dedos, después introdujo ambas lentamente, secando la piel del chico quien, tratando de disimularlo, se estremeció ante aquel toque. Incluso habiendo una capa de celulosa entre los dedos de la joven y su piel humedecida, sintió su contacto y no pudo evitar buscar su mirada.

Ella tragó costosamente antes de preguntar si molestaba el contacto, pues era consciente de que el contacto con el líquido caliente podía haber provocado irritaciones o incluso quemaduras leves. Él negó con la voz medio perdida, incapaz de pensar con completa claridad. Denise sonrió y él quedó absorto en sus labios estirados, demasiado tentadores en aquella cercanía. Carraspeó, avergonzado de su comportamiento o, más bien, de sus instintos y pensamientos; ella agachó la mirada y prosiguió con la tarea.

Dejó el papel colocado bajo la prenda, por donde más mojada estaba, y se apartó para coger más del dispensador. Salva, en aquel momento, sintió frío y fue consciente de que la prefería muy cerca. «Contente, hombre. Compórtate con algo de decencia, ¡tampoco está haciendo nada para que te pongas así!», se reprendió; entonces, las yemas de los dedos de la fémina rozaron su piel, allá donde la rojez era más evidente. Casi perdió la cordura ante aquello y tuvo que hacer un esfuerzo por mantener su autocontrol.

Denise se aclaró la garganta, nerviosa y concentrada en terminar con aquello. Aquel roce accidental le había provocado cosquilleo en los dedos, dejándola con ganas de emplear las manos enteras para recorrer aquel torso que, según había creído apreciar, parecía bien definido y trabajado, sin resultar algo exagerado.

—¿Te... te duele? —Inquirió, tratando de aligerar la tensión que comenzaba a sentir.

—No —musitó con un hilo de voz—, tranquila.

—No quiero hacerte daño —declaró ella.

—No lo estás haciendo —aclaró él manteniendo la mirada fija en su semblante.

Ella esbozó una nueva sonrisa y alzó el rostro para verlo a los ojos; al instante se le secó la garganta y sintió las manos temblar aún bajo la camiseta verde mojada. La mirada del varón se le antojó intensa, brillante y profunda y pensó que podría quedarse viéndolo tan directamente, sin eliminar la cercanía, durante toda una eternidad.

—Estás rojo —indicó, observando sus mejillas.

—Me da vergüenza esto —señaló con las manos la ropa víctima del té.

—No debería; los accidentes suceden.

Se volvió a alejar, tragando con rapidez el nudo que tenía formado allá por donde la voz debía salir, pues se había percibido a sí misma un tanto insegura y trémula al hablar.

—Eso lo sé —respondió él dando un par pasos hasta estar nuevamente a su lado, erguido a su espalda—, pero me avergüenza igualmente. No creo que sea algo ideal para una cita.

Lo había dicho, arriesgándose en extremo, pero necesitaba saber qué pensaba ella al respecto. La vio tensarse, cuadrando los hombros y alzando el rostro, pero aguardó a que ella mostrase su disgusto ante lo que había pronunciado antes de arrepentirse, cosa que no sucedió. En su lugar, ella se dio la vuelta y lo observó con pasmosa calma a los ojos.

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