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10 - Dudas y prisas

Los días habían pasado sin darle tregua al muchacho, que ya empezaba a mostrar cierto cansancio de ir y venir del trabajo caminando día tras día. Echaba de menos el aire chocando contra él cuando iba a toda velocidad, más que nunca. Se repetía una y otra vez que debía conseguir una moto, pero una pequeña duda alojada en un rincón de su mente susurraba a gritos que no sería capaz de conducir. Aquello, era un problema.

No fue hasta cuatro días después de aquella comida con Denise cuando decidió armarse de valor y contactar con ella, como habían quedado que haría.

«Hola! Soy Salva, no sé si te acuerdes de mí. El caso es que quería saber si te apetece quedar un día de estos. Un café?», se atrevió a escribir, dudoso de si era la forma adecuada de hacerlo. Se mostró un tanto ansioso, hasta que el teléfono sonó anunciando que tenía un nuevo mensaje. Con cierto nerviosismo, accedió a la aplicación y observó la respuesta: «¡Hola! Creí que no me ibas a escribir 😉 Me parece bien, ¿mañana puedes?».

Pegó un brinco de la alegría y respiró aliviado. ¿Qué si podía? ¡Vaya que sí!

Con una sonrisa en el semblante, respondió, comenzando así una animada charla en la que acordaron verse al día siguiente cuando él saliera de trabajar, en aquella calle en que se habían encontrado las veces anteriores.

La jornada siguiente, a Salva le pareció larga y desesperante. Se habían estrenado dos películas nuevas que estaban teniendo mucho éxito, por lo que el cine estaba hasta los topes; en cualquier otro instante aquello hubiese sido algo bueno, pero ese día en concreto las horas le parecían más lentas que un caracol sin babas. Quería acabar, salir de allí y encontrarse con aquella llamativa chica; era lo único en lo que podía pensar.

Finalmente, respiró aliviado cuando la hora llegó y corrió al vestuario a cambiarse de ropa. Por el camino iba renegando solo, mascullando que iba tarde y quebrándose los pensamientos con que ella quizá se fuese si él no llegaba. Salva odiaba la impuntualidad, en especial si la cometía él; aquel día más que en ninguna otra ocasión. Se quitó el uniforme apresuradamente, se colocó los vaqueros con torpeza y la camiseta se le arremolinó al ponérsela debido al sudor.

—¡Joder! Vísteme despacio que tengo prisa —espetó antes de proferir una risa sarcástica.

Se calzó sin sentarse, deseando salir volando de aquel pequeño espacio con taquillas y una sencilla banqueta, el cual sentía que se lo tragaba. Con la respiración entrecortada y el cabello alborotado, se colocó la pequeña mochila al hombro y corrió hasta el hall del edificio desesperado por poner los pies en la calle. Al llegar a las escaleras se quedó paralizado.

Observó en silencio cómo el taquillero charlaba con una joven de cabello indomable cuyo casco colgaba del brazo. Frente a él, una sonriente Denise hablaba animadamente con su compañero, ajena a que los ojos de Salva no perdían detalle. En cosa de escasos segundos, la chica viró dispuesta a dirigirse a las escaleras hasta que alzó el rostro y lo vio quieto observándola. Se le secó la boca, una trémula sonrisa se enganchó de sus labios y los ojos brillaron bajo los focos de aquel recibidor tan teatral.

—Hola —saludó ella sin dejar de sonreír.

—Hola —respondió él con un deje de duda.

—Iba a buscarte —comentó despreocupadamente mientras subía unos cuantos escalones más—, tu compañero me dijo dónde quedaba vuestro vestuario ya que debías estar allí.

Algo en el pecho del chico tembló ante aquellas palabras. Ella, ¿había preguntado por él? Sintió que cierta algarabía silenciosa y disimulada lo embargaba y se limitó a asentir con la cabeza mientras le devolvía la sonrisa a la muchacha que lo observaba curiosa y alegre, pues había estado aguardando por encontrarse con él sorprendiéndose a sí misma incluso debido a la anticipación y aquellas ganas que la habían dominado hasta ponerla nerviosa. Ella no era así, ¿qué le estaba sucediendo?

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