1 - El choque
Aquello no podía estar pasando; definitivamente, no podía ser real.
Observó con detenimiento cómo recogían los pedazos desperdigados de la que era su moto adorada, mientras otros levantaban la máquina hecha mistos y a él lo subían a la camilla, con el casco aún puesto.
¿Cómo había sucedido? ¿Cómo carajos había terminado en aquella situación? ¿De dónde había salido aquel camión? ¡Era un camión, por todos los demonios! Era imposible no ver algo tan grande, aunque fuese uno de aquellos camiones pequeños de reparto, pero abultaba lo suficiente como para verlo. Y él, podía jurar, no lo había visto.
No tenía claro cómo había pasado, pero se recordaba a sí mismo saliendo por los aires y cayendo a unos metros de donde su moto yacía tirada, toda chafada. Alrededor, un sinfín de pedazos rotos evidenciaban que el choque no había sido leve, y él, paralizado, se limitaba a observar la escena. Gritos opacados a su alrededor, un hombre tirándose del pelo y sobándose el rostro que daba nerviosos pasos sin mirar por dónde, personas acercándose a él con expresión preocupada y ruido, un horrible ruido, similar a un pitido que le nacía dentro de los oídos, le decían: «Salva, casi te matas».
Pensó que, en efecto, tenía toda la pinta de estar más cercano a la muerte que a la vida, pues un feo dolor en la espalda y que empezaba a ver borroso —además del dichoso pitido— no eran buena señal.
De pronto, los paramédicos estaban a su alrededor, moviéndose apurados. Lo cargaron en la camilla, le extendieron las patas, lo metieron en la ambulancia con casco y todo y arrancaron el vehículo impidiendo así que él, realmente atónito, desconcertado y entristecido pudiera seguir mirando el percal.
No supo cuánto tardaron en llegar al hospital, pero sí tuvo claro que aquello de que corten el casco cuando aún lo llevas puesto «daba un miedo que te cagas», tal como su subconsciente había expresado.
Sin duda, aquello no era lo que tenía previsto para aquel sábado. Desde luego, la parte de estrellarse contra un camión, destrozar su querida moto y acabar en el hospital listo para entrar a quirófano, no era lo que tenía previsto para ese sábado. Sólo esperaba que todo saliese bien y no le dijesen que no podría volver a ir sobre ruedas, porque prefería la muerte antes que eso. Sin permitirse pensar más, pues la anestesia empezaba a hacerle efecto, dejó la mente en blanco y olvidó la cita que tenía aquel día y cuánto iba a añorar aquella moto que tanto le había acompañado.
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Tranquilidad; no puedo matarlo nada más empezar, puedes respirar.
Menudo piñazo se ha pegado el pobre. ¿Crees que saldrá todo bien?
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