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15

Porque tu mami se fue al cielo. —Traté de sonar tranquilo, esperaba que no preguntara más, pero como había dicho, estaba en esa etapa que preguntaba hasta el más mínimo detalle.

¿Y por qué se fue al cielo, papi? ¿O es que acaso la tierra le pareció muy aburrida y por eso se fue? ¿Y si se fue, por qué no me llevó con ella?

Sí, así era nuestra hija, no solo hacía una o dos preguntas, hacía todas las que podía, a veces me desesperaba un poco pero lo toleraba, era propio de su edad y lo entendía.

¿Recuerdas lo que te había dicho cuando enterramos a Pelusa en el patio? —Sé que no es bueno responder una pregunta con otra, pero estaba seguro que de esa forma lo entendería.

Sí, dijiste que se había ido a dormir al cielo y que ya no iba a despertar porque había morido.

Muerto, hija. —La corregí mostrando una sonrisa—. Pero sí, tu mamá también se fue a dormir al cielo y ya no despertará, pero te dejó aquí conmigo para que yo pudiera cuidarte.

¿También se atragantó con un pescado así como Pelusa? —Quiso saber.

Me divertía con su tierna inocencia, sin embargo, la voz me temblaba por solo pensar en la manera en que te habías ido, mi amada Ana Paula, pero decidí seguir.

No, mi niña, tu mamá fue a dormir cuando tú tenías tres años y por eso no lo recuerdas aunque de eso haya pasado poco menos de un año. —Suspiré nuevamente—. Y no fue porque se haya atragantado como Pelusa, fue por un accidente cerebrovascular.

¿Eso es un postre, papi?, ¿se atragantó con un postre?

Mi niña. —Le sonreí—. No es un postre, un accidente cerebrovascular ocurre cuando la señorita "Sangre", no circula por la calle del "Cerebro" como debería y eso hace que le suceda "un accidente". —Traté de explicárselo para que así ella pudiera comprender.

¿Pero ella estará bien? —Me miró a los ojos queriendo saber, se le notaba la preocupación en la mirada.

Sí, estará bien —afirmé dibujando una sonrisa en mi rostro, para luego depositar un beso en la frente de Macarena—. Ahora debes dormir, que descanses, mi niña. —Me despedí.


Antes de salir de su habitación la tapé como siempre para que estuviera abrigada y apagué la lámpara dejándola con su peluche favorito para que no tuviera miedo de la oscuridad y se sintiera segura, pero al salir justamente antes de cerrar la puerta, lo que escuché me llenó el corazón de ternura:

Que descanses, mami, espero que estés durmiendo cómoda allí en el cielo, te quiero mucho.

Y cerré la puerta sin hacer ruido.

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