⚜︎ Lealtad ⚜︎
A pesar de todo, Sylvanas no estaba completamente disgustada. En su forma sombría de ver las cosas, tal vez estaba enfrentando las consecuencias de su propia insensatez. Al menos, él no había creído que sería fácil asesinarla. Y ahora que la Dama Oscura apenas podía hacerle frente a solo un soldado, ya no la necesitaba más.
—Me pregunto por qué dejó escapar a algunos enanos... —se cuestionó
—Gracias —dijo Varimathras, aún con aquella extraña voz serena—. Milady, realmente no parece estar bien.
—¿Qué? ¿El equipo de mortero no era parte de tu estrategia? —preguntó ella, hablando lentamente para que sus palabras fueran claras—. Entonces ni siquiera necesitas a tus... lo que sea que sean.
Su voz cubrió el sonido de la cuerda del arco tensándose mientras encajaba la flecha detrás del trono del Rey Terenas. Tuvo que apoyarse con fuerza contra el respaldo de piedra para hacerlo, ya que los músculos de su pierna izquierda no estaban completamente funcionales y amenazaban con fallarle. Sus flechas negras habían hecho su trabajo: donde antes estaban los cadáveres de los soldados, ahora, en su lugar, se erguían dos esqueletos con armadura, rechinando los dientes, a la espera de órdenes.
—Siempre tan meticuloso —continuó—. ¿Eres tan cobarde que piensas que ni siquiera ahora podrías enfrentarte a mí solo?
Varimathras la observó con sus ojos negros e impenetrables.
—Respóndeme, maldita sea —exigió Sylvanas.
—Milady —replicó él, desplegando sus alas una vez más—. ¿Acaso cree que esto es un acto de traición?
Sylvanas lo miró fijamente con su único ojo sano, desconcertada por su reacción.
—Mapeé su ruta desde la primera vez que la usó —explicó Varimathras—. Cada vez que usted visitaba la superficie en estos últimos meses, yo tomaba el elevador y la seguía. Sabía que no escucharía mis consejos y estaba seguro de que, si la dejaba sola, terminaría en peligro. Ahora veo que tenía toda la razón.
—Nunca te vi —dijo Sylvanas—. Fui una guardabosques élfica durante siglos, y jamás te vi ni una sola vez.
—Soy un Nathrezim —respondió él con calma—. ¿Con qué frecuencia miraba hacia arriba, milady?
Sylvanas permaneció en silencio, aflojando la cuerda del arco. De todas formas, ya sentía los tendones desgarrándose en su brazo. El trono era como un bloque de hielo, aún más frío que ella misma, drenándole el poco calor que le quedaba tras las astillas clavadas en su piel.
Ella había mirado hacia arriba. Pero siempre había estado atenta al sonido metálico de las máquinas voladoras enanas o al rechinar de las alas articuladas de las gárgolas. El suave batir de unas alas demoníacas podía desvanecerse fácilmente en la nieve silenciosa.
—¿Estás diciendo que me has estado siguiendo todo este tiempo solo para protegerme?
—Es mi deber y mi privilegio, mi reina.
—¿Pero por qué?
Varimathras se encogió de hombros con sus enormes alas.
—¿Acaso no prometí servirle?
—Cuando te amenacé con que era eso o la muerte, sí —dijo Sylvanas con sequedad.
—Las amenazas son un método habitual para asegurarse la lealtad entre los de mi especie, milady —respondió Varimathras—. Y debo admitir que he escuchado amenazas más persuasivas que la suya.
—¿Más persuasivas...?
—Ejem —Varimathras carraspeó cuando Sylvanas se detuvo, indignada—. Para ser su primer intento y considerando que es nueva en nuestras costumbres, debo admitir que quedé bastante impresionado. Mi raza es meticulosa, Lady Sylvanas, y usted ha demostrado una gran aptitud para la estrategia, además de poseer otras cualidades destacables. — explicó—. Además, mucho antes de ser capturado, ya había resuelto un enigma sobre usted. Observé que los muertos vivientes la seguían por voluntad propia, lo cual no era una tarea sencilla. No obstante, sabía que eso no sería suficiente frente a la fuerza de nuestros ejércitos combinados. Y también estaba claro que, aunque los tres juntos podríamos haberla destruido, sus habilidades eran tales que bastaría con la ayuda de uno solo de nosotros para asegurar su victoria. Desde ese momento, con la ayuda y el consejo adecuados, su ascenso sería imparable.
Sylvanas rodeó el trono con dificultad y se dejó caer pesadamente sobre el borde del asiento, olvidando sus flechas, pero sin soltar su arco. No estaba segura de creerle, pero tampoco importaba. Si quisiera matarla, podría haberlo hecho en cualquier momento.
Él la observó, frunciendo el ceño con una preocupación que podría, solo tal vez, ser real. Sus cejas eran bastante grandes.
—¿Me estás diciendo que nunca temiste por tu vida? —preguntó Sylvanas.
A su alrededor, los caballeros esqueléticos que la servían, se apoyaban pacientemente en sus improvisadas lanzas, con la calma que caracteriza a los muertos vivientes. El resto de los ocupantes les convenía no opinar, si es que no querían tener un destino similar.
—Por supuesto que sí, milady —dijo Varimathras—. Una vez capturado, usted tenía más que suficientes recursos para matarme.
—¿Pero no crees que yo misma podría haberlo hecho?
—Ejem —volvió a carraspear Varimathras—. Nuestra habilidad mágica es bastante similar. Pero en aquel momento, yo tenía considerablemente más experiencia que usted, mi reina.
Sylvanas notó con irritación que él ni siquiera se molestó en mencionar las alas, las garras o el hecho de que era el doble de su tamaño.
—He visto pasar la vida de muchos hombres, Varimathras —dijo ella. Y, en ese instante, sintió el peso de cada uno de esos años. Ella había sido herida muchas veces, pero siempre había podido curarse poco después. Varimathras siempre había insistido en que mantuviera alguna estatua de obsidiana cerca de ella para que puedan curarla. Pero en la mente de la Dama Oscura, se burlaba de él por ser un adulador cobarde.
—Lo sé —respondió él, extendiendo sus garras—. Tengo una edad similar. Pero he sido un señor del terror todo ese tiempo. Usted, en cambio, llevaba apenas unas semanas como muerta viviente cuando nos conocimos, mi reina.
—Ya veo... —murmuró Sylvanas lentamente. Forzó entre sus labios rígidos la pregunta que había estado esperando hacer—. Entonces, ¿por qué no me mataste en ese momento y añadiste mis fuerzas a las tuyas?—. La astilla incrustada en su mejilla le estaba causando serios problemas, pero arrancarlo sin una forma de regeneración solo empeoraría el daño.— Podrías hacerlo ahora. Sería lo lógico. O...
¿Cuántas veces habían estado a solas en los últimos meses? Confiaba tanto en él que nunca creyó necesario tener guardias. Ahora, al recordarlo, le parecía una total imprudencia.
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