Capítulo 13 - Oídos cubiertos y cantando: La la la
Quince días después...
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Al cabo de quince días, era obvio que el trabajo de Jonathan en la empresa era bastante fácil y simple, a tal punto que podía casi asegurar que no tenía prácticamente nada que hacer, a menos que todas sus obligaciones se limitaran a permanecer sentado, aburrido, detrás de su escritorio, atendiendo de vez en cuando el teléfono, revisando la ajustada agenda de su jefe e informándole de cuáles eran sus horarios. Cosas que luego de ejecutarlas, ya no tenía ninguna otra labor a realizar.
Realmente, lo que más le gustaba era estar en contacto con SPRING HOUSE, el hogar para jóvenes gais desamparados. Le parecía un proyecto hermoso, y el saber que David MacMillan había sido capaz de crear algo así, tan desinteresado, aplacaba la rabia que a veces le despertaba su jefe. Cada vez que tenía una oportunidad, se escapaba al centro y compartía con el personal, inventando excusas o visitas de supervisión. Solo esperaba que el señor MacMillan nunca se enterara y le regañara por ello. Aunque igual le importaba un soberano cacahuete. Él seguiría en contacto con aquel lugar maravilloso y su jefe podía irse a espantar moscas. Y si en algún momento lo despedía, estaba consciente de que era allí donde quería trabajar, para sentirse útil y apoyar a la comunidad LGBTQ+.
La mayor parte del tiempo en el MACMILLAN CENTER, se dedicaba a ayudar a Iris en algunas de sus muchas funciones, al menos para sentirse útil. Otras, se dedicaba a adelantar trabajos de la universidad. Algunas tardes se trasladaba a la mansión MacMillan y mantenían largas reuniones de trabajo en las que el señor David le dictaba orientaciones, aunque luego comprobaba que Iris tenía dominio de los asuntos y muchas veces ya los había llevado a cabo, lo cual le llenaba de indignación, haciéndole sentir como un inútil bueno para nada.
También se había vuelto muy popular en aquel piso luego que decidiera hacer un café digno de beberse. Iris fue la primera en correr la voz, y Jonathan ya contaba entre sus obligaciones, poner dos cafeteras a disposición de los bebedores de café, que no eran pocos. La secretaria no hacía más que elogiarle:
_ ¿Cuál es tu secreto?_ le preguntaba Iris entornando los ojos tras el primer sorbo._ Realmente ya no bebo café sino hasta que tú llegas y haces tu magia. Antes era una adicta a la cafeína, ahora no consigo vivir sin ella, y todo por tu culpa.
En poco tiempo ya conocía a gran parte del personal, y saludaba a todos con entusiasmo al atravesar las puertas del MACMILLAN CENTER, regalando sonrisas, frases alegres y un semblante que desbordaba vida. Incluso había terminado por ganarse algo de simpatía por parte de la recepcionista del vestíbulo, a quien siempre elogiaba sus llamativos atuendos; y hasta terminó llevándoles un día, café a los de seguridad que habían intentado sacarlo del edificio unas semanas antes.
Solo había dos personas con las que apenas hablaba en la empresa. La primera, con Brian Spencer, a quien ni siquiera miraba, y cuando coincidían, rara vez, se limitaba a dirigirle un escueto saludo. Brian tampoco parecía prestarle mucha atención, aunque lo había sorprendido en más de una oportunidad, observándolo detalladamente, como si lo estudiase. Y luego estaba el señor MacMillan. Le resultaba curioso que apenas le hablase últimamente. De hecho, su trato había cambiado mucho desde la noche en que habían ido a la cena benéfica. Por más que lo pensaba, Jonathan no llegaba a comprender qué podía haber hecho mal para que el señor MacMillan apenas le dirigiera la palabra. A veces se le quedaba mirando, estático, y al sentirse descubierto por el muchacho, cambiaba el sentido de sus ojos y fingía estar enfocado en algo más relevante.
No es que lo tratara mal. Jonathan estaba satisfecho de que, en solo quince días, los gritos para con Iris hubiesen disminuido en un aproximadamente noventa y cinco por ciento. Claro, la primera semana había sido todo un reto. Solía asomarse a la puerta de su oficina y pedir a gritos cualquier cosa que necesitara. Jonathan endurecía el rostro y le dirigía una mirada de reproche. David entonces carraspeaba y con un gesto de fastidio y siempre seguido de un resoplido, volvía a hacer la petición, esta vez en un tono más bajo, y usando las palabras por favor. La primera vez que ocurrió esto, Iris se quedó boquiabierta, yendo sus ojos de Jonathan a David una y otra vez.
A veces, lo escuchaba vociferarle a cualquiera por el teléfono, profiriendo toda clase de insultos. Jonathan se paraba de su asiento, empujaba la puerta del despacho y se recostaba al dintel, con los brazos cruzados sobre el pecho y las cejas arqueadas en señal reticente. David guardaba silencio unos segundos, entornaba los ojos con desesperación, se masajeaba la frente y moderaba su tono de voz de inmediato, suprimiendo además los insultos. Al final de la charla, pedía disculpas por haber sido algo explosivo en un inicio.
Durante una junta en la que tuvieron que estar presentes tanto él como Iris, tomando notas de cuanto se decía, fue quizás el momento más intenso que pudo experimentar en su breve estancia en la empresa. Estaba aterrado por enfrentarse a aquella reunión, a pesar de que Iris trató de hacerle sentir tranquilo, alegando que no debía preocuparse por nada, que ella se encargaría de todo. Pero aun así, no podía evitar la sensación hueca de su estómago, sentado junto con Iris en un rincón de aquel amplio salón de juntas, con todos aquellos hombres de trajes caros y barbillas empinadas, creyéndose los dueños del mundo, y mirándole con cierto desdén al pasar por su lado cuando él y la secretaria repartían botellas de agua y vasos sobre la gran mesa ovalada. Brian Spencer también estaba ahí, y pasó tras él, pegándose lo suficiente como para pellizcarle discretamente una nalga. Jonathan se irguió con ímpetu, mordiendo en su boca todos los insultos que hubiera querido gritarle, pero no iba a darle la satisfacción de ofrecer un espectáculo delante de todos aquellos tipos arrogantes. Además, el señor MacMillan sería capaz de asesinarlo si se enteraba.
Durante la junta, David hablaba y nadie se atrevía a interrumpirlo. Era admirable la capacidad que poseía para ejercer su poder sobre todos aquellos sujetos que evidentemente le detestaban, pero que no tenían más remedio que bajar la cabeza, o, de vez en vez, hacer alguna que otra propuesta. Podían sentirse más que satisfechos si David de dignaba a tenerlas en cuenta, de otra manera podía ser excesivamente cruel al rechazarlas de forma feroz, como acababa de hacer con la de uno de los socios (específicamente el señor Spencer, padre), quien había sugerido incrementar el número de horas de trabajo en una mina de cobre en Brasil, y usando en menor medida equipamiento de alta tecnología para abaratar los costos. Aquella propuesta hizo que David enrojeciera de ira y comenzara a decirle:
_ Esa idea tan estúpida está totalmente fuera de discusión... ¿Olvidan que son seres humanos los que bajan a las entrañas de la tierra, poniendo en riesgo sus vidas para que un grupo de imbéciles...?
Se escuchó un fuerte carraspeo que resonó en todo el salón. Todas las miradas se habían dirigido al sitio en el que estaban Iris y Jonathan. La secretaria miró nerviosa al joven acomodado tranquilamente a su lado, quien fingía tomar notas en una pequeña agenda. Jonathan no se inmutó, aunque David advirtió el ligero y apenas perceptible gesto negativo que el muchacho dibujó con la cabeza. David resopló, fingió una tosecita, bebió un trago de agua, y bajando unos tonos a su voz, prosiguió:
_ Las vidas de nuestros empleados valen. No podemos darnos el lujo de ponerlas en riesgo por querer ahorrarnos unos cuantos dólares. Cuidarlos y ofrecerles las mejores condiciones laborales, hará que trabajen con más ahínco y den lo mejor de sí. No, definitivamente esa idea está más que descartada, señor Spencer.
Un rumor se extendió entre los ocupantes de la mesa. No fue a causa de las palabras de David MacMillan, sino por el abrupto cambio en la ejecución de su discurso. De su habitual violencia verbal, había pasado a un trato respetuoso que no era muy común en él. Brian sonreía con cierto toque de malignidad en su rostro, mientras su mirada iba de David a Jonathan, una y otra vez.
Iris decía que desde que él había comenzado a trabajar en la empresa, el señor MacMillan estaba siendo un poco más humano y menos bestia. A Jonathan seguía resultándole extraño y molesto que apenas le hablara. Todo parecía ir de maravillas el primer día de trabajo: aparte de los desagradables encuentros con el licenciado Spencer, lo demás resultó muy bueno; el almuerzo, la cena, y luego haber merendado hamburguesas en aquella cafetería a medianoche, y que él le limpiara los labios embarrados de kétchup pasándole su dedo pulgar sobre su boca. Recordó que en aquel momento se había sentido... raro. Casi febril.
Sacudió la cabeza para apartar aquel pensamiento y sus ojos recorrieron distraídos los pétalos rojos de la rosa que sostenía entre las manos con aire soñador. Desde hacía quince días, al llegar a la oficina, luego de salir de las clases de la universidad, se encontraba una encima de su escritorio. No tenía idea de quién podía dejarlas, pero allí estaban, con sus largos tallos y luciendo hermosas. Al principio creyó que tal vez se habían equivocado de mesa, confundiendo la suya con la de Iris, pero luego de varios días, se dio cuenta de que no se trataba de una confusión. Las rosas seguían apareciendo en el mismo lugar. El asunto le pareció gracioso y hasta cierto punto, romántico. Iris bromeaba diciéndole que tal vez se había ganado algún admirador o admiradora dentro del edificio, pero quince días después, se había convertido en una especie de misterio bastante aterrador:
_ ¿Cómo es posible que no sepas quién las deja, Iris?
_ Te lo juro, Johnny. Cuando llego en la mañana, ya está encima de tu escritorio. Sin una nota ni nada, solo una hermosa rosa roja... Ay, es tan romántico.
_ Si, y espeluznante también.
_ ¿Espeluznante por qué? Podría tratarse de un enamorado secreto.
_ O de un psicópata homofóbico.
No creía que ningún hombre en el edificio se arriesgaría a dejarle una flor. Y mucho menos alguna de las empleadas. Vieron a Brian a través de la pared de cristal de su oficina, hablando con alguien por el manos libres:
_ ¿Crees que sea...?_ comenzó a decir Iris cautelosamente y no se atrevió a terminar la pregunta.
_ Prefiero no pensar en posibles sospechosos.
El rostro de la secretaria se iluminó de repente mientras miraba hacia el despacho del señor MacMillan, quien estaba observando algo en la pantalla de su ordenador:
_ ¿Y si fuera...?
_ ¿Quién?_ Jonathan siguió el curso de su mirada._ ¿Él? Tienes que estar de guasa.
_ No, no, piénsalo mejor. Analiza los hechos contundentes. Tienes que haberte dado cuenta de que el señor MacMillan realmente tiene cierta debilidad hacia ti... ¿Acaso no lo has notado?
Lo único que había notado era su reciente distanciamiento, y trataba de no pensar en ello. No estaba allí para confraternizar con David MacMillan, ni ser su amiguito, estaba allí para trabajar, cumplir un horario y órdenes específicas, aunque era lo menos que hacía:
_ ¡Iris...!
La voz del señor MacMillan rugió a través del intercomunicador:
_ ¿Si, señor?
_ Los documentos que te pedí ayer que imprimieras para hoy. Necesito que los traigas ahora mismo.
Iris dudó unos segundos sin saber qué responder. Jonathan intervino entonces:
_ Van en camino, señor.
Y tomó de encima de su escritorio una carpeta repleta de papeles y se dirigió a la oficina del jefe, tras hacerle un guiño a la secretaria, que continuó inmersa en su trabajo. Cuando Jonathan traspasó el umbral, vio a David sentado tras su escritorio, con los brazos cruzados sobre el pecho, y las cejas casi unidas sobre su nariz. Iba en mangas de camisa, y la corbata y la chaqueta descansaban sin ningún cuidado sobre una de las butacas. Alcanzó a ver un zapato por un lado y el otro del revés, cerca del escritorio. No tuvo mucho tiempo en pensar en la pinta de desordenado que aparentaba ser el señor MacMillan. Se aproximó y le extendió la carpeta de papeles:
_ Aquí están los documentos, señor.
Él ni siquiera se movió. Su rostro seguía igual de circunspecto:
_ ¿Quieres explicarme por qué los has traído tú?
Jonathan se obligó a ignorar la rudeza de aquella pregunta:
_ No creí que hubiera algún tipo de problema con eso, señor. Iris está un poco ocupada ahora y yo no estaba haciendo nada importante. Si hubiera...
_ ¡No te pago para que hagas el trabajo de otra persona! ¡Deja a Iris hacer sus funciones y tú dedícate a lo tuyo! ¡Eres mi asistente, no el de ella!
Jonathan no se pudo contener más:
_ ¿Y cuál se supone que es mi trabajo? ¡Porque hasta ahora no lo acabo de entender del todo! ¡En un principio temía que tuviera que ser como uno de esos asistentes a los que sus jefes no los dejan siquiera respirar, porque son o unos completos imbéciles esclavistas o unos mediocres incapaces de hacer cualquier simplicidad por ellos mismos! ¡Pero han pasado quince días y realmente no sé que es lo que hago aquí! ¡Y ahí está justamente el problema! ¡NO HAGO ABSOLUTAMENTE NADA! Así que... Disculpe usted, señor MacMillan, si no me quedo con los brazos cruzados viendo las horas pasar, y decido ayudar a una colega con demasiada carga de trabajo.
David boqueó un momento ante aquel discurso. No acababa de acostumbrarse a las explosiones de Jonathan, pero cuando estas ocurrían, tenían la virtud de dejarle extasiado. Se forzó a reaccionar, carraspeando de forma exagerada, irguiéndose sobre la silla giratoria mientras clavaba los ojos en la pantalla del ordenador, tratando de no sonreír:
_ Podrías aprovechar mejor el tiempo si te pones a estudiar. Me imagino que debes tener muchos pendientes de la universidad.
_ Mis deberes de la universidad están al día, muchas gracias._ Jonathan resopló exasperado._ ¡Señor MacMillan, por favor...!
_ Concéntrate en tus funciones y deja a Iris con las suyas. Eso es todo._ finalizó David con voz rotunda, con la risa a punto de brotarle de un momento a otro.
Podía sentir los ojos de Jonathan taladrándole silenciosamente. Alzó ligeramente la mirada para verle alejarse en dirección a la puerta, luego que dejara caer la carpeta de documentos sobre el escritorio. Estaba ansioso por quedarse a solas para reírse a sus anchas, pero se puso serio de inmediato cuando el joven retrocedió sobre sus pasos y se aproximó nuevamente:
_ Debo hacerle una pregunta.
David alzó el rostro para enfrentarlo, fingiendo aburrimiento:
_ ¿Qué sucede Jonathan?
_ Pues eso mismo quisiera que usted me respondiera... ¿Qué es lo que sucede? ¿He dejado de hacer algo o he hecho alguna cosa mal para que apenas me haya dirigido la palabra en estos quince días?
Los deseos de reír y la expresión de cinismo en su rostro se esfumaron. Jonathan prosiguió:
_ La noche que fuimos a la cena benéfica, es la última vez que recuerdo que tuvimos una conversación decente, en esa cafetería...
¿Cómo olvidarlo? Al final le había quitado manchas de ketchup de los labios, con su propia mano. Había sentido una extraña sensación de deseo retorciéndole las entrañas, anhelando usar su propia boca para limpiar la de él:
_ Usted... usted ha dado pequeños pasitos de avance en estos quince días. Ya ladra un poco menos que antes,_ David arqueó las cejas con cierto disgusto al ser insinuado como un perro ladrador._ claro que, Roma no se construyó en un día, y eso es algo que requerirá de más tiempo para que usted lo asimile, pero al menos la gente ya empieza a hablar de que hay cierto cambio. Un buen cambio.
_ ¿Cuál es tu punto?_ le interrumpió David cruzando los brazos sobre el pecho.
_ Mi punto es que me siento ignorado olímpicamente por usted. Lo único que hace es mandarme mensajes por teléfono para que cumpla ciertas órdenes o vaya a su mansión donde me da orientaciones que al final ni siquiera ejecuto porque Iris ya lo hizo por mí. Necesito sentirme útil.
_ Y lo eres... ¿Quién crees que ha conseguido en mí el notable cambio que los demás han percibido?
_ Señor MacMillan, usted sabe a lo que me refiero. No puedo simplemente venir cada día a la oficina y sentarme sin hacer nada durante horas. Me estoy volviendo loco. Y le guste o no, siempre que no tenga nada que hacer y pueda echarle una mano a Iris, lo haré, con o sin su consentimiento.
David bajó la cabeza, fingiendo rascarse la nariz, solo para ocultar la sonrisa que ya no pudo contener... ¡Carajo! Si Jonathan tuviera siquiera una idea de lo caliente que lo ponía cada vez que se ponía a sermonearlo enojado. Sentía el arrebato de tirar al suelo todo lo que había encima de su escritorio y arrojar al joven encima, tras bajarle los pantalones para follárselo con las ganas salvajes que le tenía:
_ ¿Por qué me mira de ese modo?
La pregunta de Jonathan lo devolvió al mundo real. Tragó saliva para mojar su reseca garganta y parpadeó varias veces antes de responder:
_ Iris y tú han hecho un buen equipo, por lo que parece.
Jonathan se balanceó sobre sus talones:
_ Nos llevamos bien.
_ Supongo que hablarán mal de mí de vez en cuando.
_ Solo cuando se lo merece.
David titubeó. Esperaba que el muchacho le dijera que no, que tanto él como la secretaria serían incapaces de murmurar a sus espaldas. Jonathan enarcó una ceja al ver su expresión:
_ ¿Qué? ¿Esperaba que le mintiera diciéndole lo contrario? Todo el mundo habla mal de usted, debería saberlo. Y no los culpo.
Esta vez David ya no se pudo contener y soltó una carcajada. Se levantó de la silla y caminó hacia Jonathan. Estaba en calcetines. Se recostó de espaldas al escritorio, sin dejar de mirar a Jonathan una vez que dejó de reírse:
_ Dime algo, Jonathan... ¿Sabes jugar al tenis?
_ ¿Perdón?_ aquella pregunta lo tomó por sorpresa.
_ El tenis, ya sabes. Es un deporte, con una pelota, raquetas...
_ ¡Sé que es el tenis, no necesita darme una clase! ¿Por qué me pregunta si...?
_ El sábado en la mañana te pasaré a recoger. Voy al GENTLEMEN'S CLUB. Es un club campestre muy exclusivo. Quedé con cierta persona influyente para hablar de negocios y puede que te necesite.
_ ¿Para qué?_ preguntó Jonathan sin comprender.
David acercó tanto su rostro al del muchacho, que sus narices casi se rozaron. Jonathan pudo sentir el cálido aliento del hombre bañándole el rostro y aselerando su pulso... ¡Ay, carajo! ¡Qué bien olía!
_ Colócalo en la agenda: próximo sábado, nueve de la mañana, reunión de negocios en el GENTLEMEN'S CLUB. Te mandaré la dirección de una tienda de ropa y artículos deportivos para que te compres algo apropiado. Y te daré una tarjeta de crédito ilimitada para que puedas tener gastos cada vez que lo requieras... ¡Y espero que esto no sea motivo para uno de tus ataquitos! Tomarás la tarjeta y es el final de esta discusión.
Se apartó con gracia y regresó a su asiento. Sacó su billetera y extrajo una tarjeta de color rojo que dejó sobre su escritorio. Jonathan no atinó a moverse, aún sin creer lo que acababa de escuchar:
_ ¿Algo más, Jonathan?
La pregunta de David lo sobresaltó y negó con la cabeza, incapaz de articular palabras. Tomó la tarjeta con el seño fruncido y salió de la oficina en silencio y ni siquiera cuando ocupó su puesto tras el escritorio, fue capaz de poder responder a todas las preguntas de Iris. Solo era consciente de dos cosas: David MacMillan terminaría enloqueciéndolo o él acabaría arrojándolo por uno de los ventanales de cristal del edificio.
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Desde que había comenzado a trabajar en la empresa, no había tenido mucho tiempo para dedicarle a sus amigos, a no ser los pocos minutos que se forzaba a tener prácticamente en las mañanas para estar con ellos, y luego correr hacia la oficina. Por supuesto, había tenido que soportar los reclamos de Calvin, y los consejos de Vivian aconsejándole que no se dejara esclavizar por el Señor Bestia, como le llamaban a David. Él había sido el culpable, usando el apelativo en la época en que lo odiaba, o decía odiarlo. Ahora no se atrevía a regañar a sus amigos por usar un término que él mismo propició a que ellos emplearan. Devon era el único que no hablaba. Solo se quedaba mirando a Jonathan por largo rato y rara vez intervenía:
_ Desde que usas ropas de marca y manejas un carro caro ya no quieres saber de nosotros, perra._ le había dicho Calvin esa mañana.
_ No seas injusto. Eso no es cierto.
_ Oh sí. Me imagino que tu vida es mucho más interesante ahora que sales en las páginas sociales de los periódicos y revistas, codeándote con la crema y nata.
No habían dejado de molestarlo desde que vieron publicada en un peródico la foto que se hiciera en la noche de la cena benéfica, posando y sonriendo junto a David, Iris y los señores Spencer:
_ Extraño cuando eras una pordiosera con tres trabajos. Incluso entonces tenías más tiempo para nosotras.
Vivian entornó los ojos y lanzó un gruñido:
_ Deja de ser tan reina del drama, Calvin.
_ ¡No me llames reina del drama por decir la verdad!
_ Es que eso que dices no es verdad._ le aclaró Vivian con voz exigente._ Johnny ahora tiene solo un trabajo, pero es igual o más demantante que los tres anteriores que tuvo. Trabaja para una importante empresa. No puede darse el lujo de tontear como lo haces tú. Igual me pasará el día que logre unirme a un bufete de abogados prestigioso.
_ ¡Ay, por San Sebastián! ¡Rezo porque llegue pronto ese día!_ chilló Calvin alzando los brazos al cielo en actitud implorante.
Mientras aquellos dos seguían su discusión, Jonathan se deslizó sobre el asiento, aproximándose más a Devon. Se habían reunido aquella tarde para pasar un rato juntos y estaban en la cafetería de Pepe, quien se puso muy contento de ver a Jonathan:
_ ¿Sabes Johnny?_ le había dicho Pepe cuando fue a llevarles personalmente el pedido de los cuatro._ Si aún sigues soltero, podría presentarte a mi hijo. Puedo asegurarte que es muy guapo. Salió a su padre, claro está. Acaba de terminar con su novio, y... supongo que ustedes dos simpatizarían mucho.
_ Gracias Pepe, lo tendré en cuenta.
Jonathan acercó el rostro a Devon y le susurró:
_ ¿Podrías ir esta noche a la casa? ¿O quedarte un momento luego que Calvin y Vivian se vayan? Necesito hablar contigo.
Devon dio un sorbo a su vaso de té helado y asintió despacio. Jonathan lo miró escrutador. Algo no andaba bien:
_ ¿Pasa algo?_ le preguntó.
Calvin se dio prisa en responder:
_ Debe estar en shock todavía luego de que supimos lo de Randy.
_ ¿En shock por qué? ¿Qué pasó con Randy?
_ Oh, cierto... Como el señor asistente personal del gran millonario sexy ya no tiene tiempo para sus amigos, claro que no puede estar al tanto de los últimos sucesos ocurridos en el campus.
Jonathan frunció el entrecejo. A veces Calvin podía llegar a ser muy irritante:
_ ¿Podrías simplemente acabar de contar qué sucedió?
Pero Vivian se adelantó, provocando el enojo de Calvin, que se encogió enfurruñado en su asiento mientras la muchacha narraba:
_ Los padres de Randy vinieron de visita a la universidad. Lo vieron besándose con un tipo y ya podrás imaginarte. Aquello fue muy desagradable. Ellos le reclamaron el no saber comportarse y Randy, obviamente, les soltó todo su vómito de reproches. Finalmente su padre le dijo que si tanto le molestaba su familia, que muy bien que podría prescindir de ellos, y sobre todo de su dinero.
_ Me imagino que Randy se habrá retractado de inmediato. No quiere mucho a su familia pero no puede vivir sin el dinero de ellos.
Esta vez Calvin tomó la palabra apresuradamente:
_ Pues te equivocas. Le gritó a su padre delante de toda la universidad, que podía meterse su dinero por su apretado y homofóbico culo, que él no lo necesitaba para vivir, y que seguiría follándose a cuanto tipo se le cruzara por delante y le gustara... ¡Oh, espera! Creo que tengo una grabación por el teléfono.
_ ¿Lo grabaste?_ se horrorizó Jonathan.
_ ¡Claro que no! ¡Ni siquiera estuvimos ahí! ¿Qué clase de perra insensible crees que soy? Pero otras personas sí lo hicieron, y lo subieron de inmediato.
Jonathan comenzó a ver el video en el teléfono de Calvin y no tuvo el valor de terminarlo. La escena fue bochornosa, desagradable. La furia de Randy contra sus padres, y la obvia vergüenza de ellos en medio de aquel escándalo, delante de tantas personas que parecían disfrutarlo. En el momento en que apartó el telefóno para no ver más, el Randy de la pantalla acababa de bajarse los pantalones y los calzoncillos, mostrándole a todos el trasero y asegurando que se haría un tatuaje que dijera: LA CENA ESTÁ SERVIDA:
_ Dios..._ comenzó a decir Jonathan en voz baja._ ¿Cuándo ocurrió esto?
_ Ayer en la tarde.
_ ¿Cómo pudo Randy hacer algo así? No lo entiendo.
_ Ni tú ni nadie, cariño._ suspiró Calvin._ Esa perra está bien loca.
_ ¿Y qué está haciendo ahora? ¿Dónde está?
Vivian alzó los hombros. No se veía para nada mortificada o preocupada:
_ Lo único que ha llegado a nuestros oídos es que tuvo que dejar la casa.
_ ¿La casa de su familia?_ se horrorizó Jonathan.
_ Si. Su padre lo echó a la calle, y creo que le canceló todas las tarjetas de créditos.
_ ¿Y dónde está viviendo entonces?
_ Con unos tipejos fortachones de los que a él le gustan. No me dan buena espina. Dicen que están ligados a las drogas.
_ Bueno, al menos las recibirá de gratis._ bromeó Calvin.
_ ¡No es gracioso, Calvin!_ se enojó Jonathan y miró a Devon, que continuaba en silencio. Sospechaba desde algún corto tiempo que Devon podría tener algún tipo de interés amoroso en Randy, y al ver su semblante, comenzaba a dar por cierto sus sospechas.
_ ¡En fin!_ exclamó Vivian._ No vale la pena preocuparse por alguien que no ha tenido ni preocupación ni interés en las personas a las que una vez llamó amigos. Además, él se buscó sus propios problemas. Podría haber soportado en silencio los reproches de sus padres como lo ha hecho siempre, y no armar ese espectáculo épico y asqueroso delante de toda la universidad. Él se lo buscó.
_ ¿Estás de acuerdo con sus padres con lo que le hicieron?_ preguntó Jonathan sin dar crédito a lo que escuchaba.
Vivian suspiró:
_ Johnny, particularmente tengo mis reservas con todos los padres. El tuyo es el único al que realmente admiro, porque sé que siempre te ha querido y respetado. Los padres de Randy son unos hipócritas asquerosos, tanto como lo son los míos, que no han vuelto a mirarme de frente desde que les dije que era lesbiana, y de eso ya hace cinco años. Pero hay una realidad en todo este asunto: Randy dependía de ellos, vivía de ellos y estaba consciente de que algo así podría suceder si los enfrentaba de esta forma como lo hizo. Randy siempre ha sido un prepotente. Bueno, pues esta vez parece que no le funcionó.
A pesar de sentirse aún tan dolido con Randy por como había reaccionado para con ellos, igual no podía alegrarse por lo que le había ocurrido. Sabía que Randy era muy apegado a su estilo de vida desahogado y sin limitaciones económicas. No se lo imaginaba dependiendo de un trabajo para sobrevivir ni sin los lujos a los que estaba acostumbrado. Y luego estaba Devon. Estaba más que consciente que su mejor amigo estaba sufriendo por lo sucedido, a pesar de poner todo su empeño en ocultarlo.
Un cuarto de hora más tarde, después que Jonathan había conseguido dar por terminado el tema sobre Randy para no provocar más tortura en Devon, se despidieron. Jonathan les prometió que organizaría su ahora apretada agenda de obligaciones para poder salir de fiesta con ellos al menos un par de noches. Dejó a Vivian y a Calvin en el apartamento que compartían los tres, y Devon anunció haberse olvidado de algo importante en la biblioteca de la universidad. Jonathan se ofreció de inmediato a llevarlo para que lo recogiera, sabiendo que solo era una justificación para que pudieran estar a solas y conversar con mayor privacidad:
_ ¿Estás bien?_ le preguntó una vez que puso en marcha en el auto._ ¿A dónde quieres que vayamos?
Devon suspiró:
_ Vamos a tu casa. Necesito un lugar tranquilo ahora mismo.
Jonathan sabía que su casa era el sitio menos tranquilo a esas horas. Los gemelos estarían de seguro haciendo de las suyas y Anne, a cargo hasta que él o su padre regresaran, estaría presente y para nada siendo respetada por los chiquillos, pero Devon siempre había amado el hogar de Jonathan, con todo y los gemelos. Al llegar se encerraron en la diminuta habitación. Devon se desplomó sobre el camastro mientras Jonathan se acomodaba en la desvencijada silla ante el escritorio. Observó a su amigo durante unos minutos, y luego volvió a preguntarle:
_ ¿Estás bien?
_ ¿Hay alguna razón para estar mal?
_ No lo sé. Dímelo tú.
Devon no respondió. Se quedó con la vista clavada en el techo. Cinco minutos después, cuando Jonathan se dio cuenta de que no estaba dispuesto a hablar todavía de lo que sentía por Randy, y estaba a punto abordar otro tema, Devon se incorporó de golpe:
_ Mejor olvidémonos de mí y concentrémonos en ti... ¿Por qué querías qué habláramos? ¿Sucedió algo con La Bestia?
Y Jonathan lo puso al tanto de todos los eventos de los que no había tenido tiempo de contarle en aquellos quince días. Primero le confesó, bajo pena de no decir ni una sola palabra a Calvin y a Vivian, que había descubierto finalmente que David y Dave, eran la misma persona. A Devon no le tomó por sorpresa, puesto que ya lo sospechaba desde hacía mucho. Luego le habló de la conversación que habían tenido en el elevador, cuando lo confrontó y el hombre le había dado las razones por las que le había ofrecido empleo a él y a su padre. También le informó detalles de la cena benéfica, de los encuentros desagradables con el licenciado Spencer, de los altibajos del señor MacMillan, (claro está que omitió algunos pequeños detalles que no creyó necesario mencionar, como la alta tensión que había entre ellos, y del dedo pulgar del señor MacMillan casi dentro de su boca esa noche después de la cena benéfica) y finalmente le contó acerca de la invitación para ir a jugar tenis el sábado a un elegante club campestre:
_ ¿Jugar tenis? ¿Tú?_ dijo Devon con una mueca.
_ ¿Qué tiene de malo?
_ Que tú odias los deportes. Todos.
_ Eso no es cierto. Hacía ejercicios en el gimnasio. Y practiqué defensa personal.
_ Es diferente.
_ Ok, cómo sea. Me invitó a jugar tenis el sábado. Y me dio una tarjeta de crédito ilimitada para que fuera a comprar un traje de tenis a una tienda y...
_ ¿Y cuál es el problema?
_ Creí que tú me lo dirías._ musitó Jonathan dejando caer los hombros.
Devon se quitó los espejuelos y se masajeó el puente de la nariz. Esperó unos segundos antes de comenzar a hablar:
_ Jonathan... Te he escuchado contarme todo respecto a ese multimillonario extremadamente hermoso que es tu jefe, y solo puedo decirte algo... Ese hombre quiere llevarte a la cama.
_ ¿Cómo crees, Devon?_ se rió Jonathan luego de una pausa.
_ ¿Qué cómo lo creo? Pues muy fácil. Te conoció en un club gay. Le gustaste. Por supuesto que no podía decirte quién era porque debe cuidar su imagen. Te hizo investigar, a ti y a tu padre. Logró hacerse con las señas de Will y lo contrató como chofer. Esa debe ser tu primera pista. Se aproximó primero a tu padre para luego tener acceso a ti. Claro que las cosas no funcionaron muy bien cuando lo descubriste maltratando a tu papá y tuviste que ponerlo en su lugar. Así y todo, se las arregló para ir al restaurante donde trabajabas, donde, vea usted que curioso, te despidieron, y finalmente, te ofrece un empleo con todas las comodidades que nunca había escuchado que se le brindaran a alguien anteriormente: ropa cara, un auto de lujo, tarjeta de crédito para gastos ocasionales, y el tipo se comporta como un tigre domado cuando estás cerca... ¿Olvidé algo?
Jonathan entreabrió los labios pero no dijo nada. Devon volvió a ponerse los lentes y estiró los brazos hacia atrás, apoyándolos sobre el fláxido colchón:
_ Mi pregunta ahora es esta: ¿Tú qué crees de lo que he mencionado?
_ ¿Yo?
_ Si, tú Jonathan. No sé si te has dado cuenta, pero la forma en que me estabas hablando de ese tipo, no tiene nada que ver con la manera en la que te referías a él hace quince días atrás.
_ ¿Qué quieres decir?
_ Lo que digo es que hace quince días querías asesinar al hombre e incinerar su cadáver. Te he escuchado hablar sobre él durante quince minutos y me ha dado la impresión de que hasta le has tomado aprecio.
_ ¡No es verdad! ¡Ni siquiera lo soporto!_ saltó Jonathan palideciendo.
Devon bajó la mirada para observarle por encima de los lentes:
_ Por favor... ¿Recuerdas a aquel profesor de gimnasia que tuvimos en la preparatoria?
_ ¿Quién? ¿El señor Richards?
_ El mismo. Estabas coladito por él y no hacías más que hablar de lo guapo que era el señor Richards, y lo fuerte que era el señor Richards, y de lo bien que le quedaban los shorts al señor Richards, y de lo...
_ Bien, te entendí... Pero lo que no comprendo es qué tiene que ver el señor Richards con lo que estamos hablando.
_ Pues que hablabas de tu querido señor MacMillan casi con la misma pasión con la que te referías a nuestro antiguo profesor de gimnasia.
_ ¡No es cierto!
Devon solo se limitó a ladear un poco la cabeza hacia la derecha, dirigiéndole una significativa mirada. Jonathan se movió nervioso sobre el asiento. Le preocupaba que Devon tuviera razón y, sin darse cuenta, estuviese hablando sobre su jefe con más admiración que la debida, o demasiada pasión. Eso podría dar mucho de qué hablar, y de qué pensar:
_ Johnny, cálmate. Nadie te culparía por estar flechado por tu jefe.
_ ¡Ese es el punto! ¡No estoy flechado por él!_ aunque una vocecita interna preguntó en algún lado de su cerebro ¿De verdad?
_ Como sea._ continuó Devon._ Nadie te juzgaría si tu jefe te gustara en un plano menos profesional. Seamos prácticos: el tipo está como quiere.
_ Tienes razón, pero yo no estoy flechado por él y tampoco me gusta.
_ Como quieras,_ masculló Devon a punto de perder la paciencia._ y deja ya de estar a la defensiva.
_ ¡No estoy a la defensiva!
_ ¿Por qué te alteras? ¿Y puedes dejar de interrumpirme para poder terminar de exponer mi punto de vista?
Jonathan se encogió de hombros. Devon sacudió la cabeza:
_ Mira, cualquiera en tu lugar se sentiría igual. Un tipazo así que tiene un montón de detalles de esa magnitud. Vamos... Yo quisiera encontrarme a alguien como él.
_ No, en serio no quieres. No te lo recomiendo.
_ Pero debes ser cauteloso, Johnny.
Esta vez Jonathan miró a su amigo, en espera de que le aclarara aquel consejo:
_ Los hombres como tu jefe, que viven atorados todavía dentro de un closet, son muy complicados a la hora de establecer una relación... ¡Y no te digo que me esté refiriendo a que tú y él tengan o vayan a tener un affair, por favor deja de ser tan quisquilloso y escúchame!... A lo que me refiero, es que David MacMillan no es como Alex. Tu ex novio tenía miedo a salir a la luz como gay, y aunque ya lo hizo, de todas maneras no son casos iguales. Alex no tenía mucho que perder. El señor MacMillan si. Él es una figura pública, su vida está siempre en la mirilla. Hay muchos factores en su contra que provocarían una verdadera tormenta si su secreto sale a la luz. Y tú terminarías saliendo muy lastimado. Me alegra que hayas querido compartirlo conmigo, pero te aconsejo que no vuelvas a decírselo a nadie más, ni siquiera a Vivian... ¿Dices que los que trabajan para él firman un documento de confidencialidad?
_ Si, Iris me lo mencionó. Mi papá lo firmó. Pero eso me sorprende. No creo que el señor MacMillan vaya por ahí, diciéndole a todos los que trabajan para él: Miren, soy homosexual, deben firmar este papel donde se les ordena claramente no decir nada acerca de mis preferencias... ¿Tienes idea de cuánta gente trabaja para él? Y no me refiero solo a la empresa, sino también en su mansión.
_ ¿Y has oído algún rumor sobre ese asunto... digo, sobre su homosexualidad?
_ Pues la verdad es que no. Solo las cosas que me ha contado Iris. En la empresa le temen a morir. Imagínate hasta qué punto, que la gente es capaz de bajarse del elevador si él decide subir de momento. Me parece demasiado exagerado. Solo es un ser humano. Grosero y autosuficiente, pero no es un dios. Claro que, detrás de esa carácter está quizás una persona solitaria y resentida por no poder llevar la vida que en verdad quisiera vivir.
En los gruesos labios de Devon surgió una sonrisa cargada de sarcasmo:
_ Y ahora lo defiendes.
_ ¡Vete a la mierda, Devon!_ chilló Jonathan arrojándole una almohada que tomó de la litera inferior de uno de los gemelos.
Se rieron juntos y Devon preguntó entonces, haciendo a un lado la almohada:
_ ¿Y qué hay con ese otro tipo? ¿El abogado del que me hablaste que ha sido un cretino contigo?
El linceciado Spencer. Jonathan también había evitado tocar el tema de la historia entre David y Brian Spencer. Alzó los hombros e hizo una mueca de desagrado:
_ No lo sé. Quizás solo es un estúpido.
_ O le gustas. Vi su foto en el periódico. No está mal. Claro, un poco soberbio, parado junto a su esposa. Supongo que su problema es precisamente ese: no es más que otro imbécil reprimido ansioso por liberarse. No dudaría que le gustes.
_ ¡Por favor...!_ resopló Jonathan con una risotada burlona.
_ ¿Por qué siempre te cuesta aceptar que alguien vaya a fijarse en ti? ¿Sabes? Esa actitud tuya empieza a molestarme sobremanera. Eres hermoso, y si ese cretino del abogado de la empresa se fija en ti, y si la bestia de tu jefe se fija en ti... Pues es señal de que tienen buen gusto y saben apreciar lo bello.
Jonathan se echó a reír con ganas. Pero por debajo de toda la risa, no pudo dejar de pensar en la muy improbable posibilidad de que su jefe pudiera tener algún tipo de interés romántico en él. Solo imaginarlo le provocó aún más deseos de reírse.
******************
David MacMillan llegó de buen humor a la mansión esa tarde. Por supuesto, todo el servicio se sorprendió. No era muy común que el señor MacMillan se mostrara tan de buenos ánimos, aunque hacía quince días podía apreciarse cierto ligero cambio en sus modos. La primera señal la advirtieron las doncellas que se cruzaron con él, cuando a su paso, se detuvieron e inclinando la cabeza en señal de respeto como siempre hacían le saludaron con un tímido buenas tardes. Lo que realmente las dejó desconcertadas fue que David les respondiera al saludo. Por supuesto, días atrás, mientras ellas limpiaban las escalinatas, el señor MacMillan iba bajando acompañado de su asistente, un joven muy guapo al que todas le habían hecho ojitos antes de saber que era gay, pero que igual les resultaba muy simpático. Como siempre, detuvieron su trabajo y mostraron la reverencia acostumbrada, dirigiéndole un saludo al que por supuesto, David no respondió. Iba demasiado entretenido dictándole algo a su asistente, y al volverse a mirarle para preguntarle si lo había anotado todo, le vio parado, observándole con el ceño fruncido:
_ ¿Qué pasa?
_ ¿No escuchó que le saludaron?
_ ¿Quién?_ preguntó David con asombro.
_ Las muchachas del servicio. Le dijeron: buenas tardes, señor MacMillan y usted ni siquiera se molestó en responderles. Es una completa falta de cortesía.
_ Ah, eso no es un gran problema. Ya deben estar acostumbradas._ para David no parecía tener la menor importancia, aunque su asistente no podía decir lo mismo. Realmente se había tomado el asunto como algo muy personal.
_ Me parece una soberana grosería de su parte... ¿Le gustaría ser ignorado de esa forma como hace con ellas? Viniendo de alguien que demanda siempre tanta atención de los otros, lo menos que podría es responder a un simple saludo cuando se lo ofrecen.
En aquel momento las muchachas solo atinaron a mirarse entre ellas sin poder creer lo que acababan de presenciar. Todas a una tuvieron el mismo pensamiento: Ess joven podía darse por despedido. Por supuesto, casi se les despredió la mandíbula a todas cuando el señor MacMillan, tras torser la boca por un momento en una mueca de desagrado, respiró profundo y dijo con una leve inclinación de cabeza:
_ Disculpen mi torpeza, señoritas. Tengan también buenas tardes.
Y desde entonces ya no volvió a dejar de saludar a nadie del servicio cuando se tropezaba con alguno por los corredores de la casa.
Luego se había producido un suceso, esta vez con Louisa, la cocinera. El señor MacMillan estaba reunido con su asistente en la biblioteca, y la señora Davis les llevó una charola con unos bocadillos y jugo. El señor MacMillan montó en cólera al ver que los bocadillos eran de atún y lechuga y no de jamón y queso y mayonesa, como los había ordenado. La señora Davis ni se inmutó, habituada a pataletas como aquella, pero el joven asistente, arrugando el entrecejo, tomó la palabra:
_ ¿Puede dejar de gritar por una sencillez como esa? ¿Qué más da si son de atún o de jamón y queso? ¡Solo cómaselos y tenga la cortesía de agradecer!
_ ¡Pero es que no es lo que pedí!_ protestó David.
El joven se cruzó de brazos y enarcó sus oscuras cejas:
_ ¿Y...? No es el fin del mundo como para armar tanto alboroto... ¿Tiene idea de por qué su cocinera preparó estos sandwiches y no los que ordenó? Se lo diré. Yo mismo le pedí que los hiciera de atún.
Los ojos de David se achicaron peligrosamente:
_ ¿Y por qué hiciste eso?
_ Porque esta opción me pareció más saludable para usted. Me he dado cuenta que no tiende a llevar una alimentación lo que se dice balanceada y saludable, y creo que va siendo hora de que empiece a cuidar más su salud y lo que consume. De hecho, ya tengo preparada una lista que pienso hacerle llegar a Louisa hoy mismo, donde le sugiero ciertas comidas muy específicas, y que evite otras.
Y girándose a la impasible, aunque muy impresionada ama de llaves, le dijo con una sonrisa:
_ Señora Davis, dígale a Louisa que el señor MacMillan le está muy agradecido por estos deliciosos bocadillos y que a partir de ahora, desea que se los sirva cada tarde.
Giró la cabeza hacia David, que estaba de pie, con las manos embutidas en los bolsillos del pantalón, serio y quieto como una estatua de mármol:
_ ¿Algo que quiera decir en contra, señor MacMillan?_ preguntó con una vocecita provocativa.
David se limitó a tomar uno de los bocadillos y engullirlo totalmente.
Con una sonrisa cómplice, la señora Davis asintió y se retiró en silencio, guiñandole antes un ojo a Jonathan, que ocultó una sonrisita triunfal.
Sip.
Desde la llegada del joven Jonathan, el hermoso hijo de Will el chofer, muchas cosas estaban cambiando. Al señor MacMillan podía notársele más amable.
Bruce, el joven y apuesto jardinero, había jurado que le había visto salir a correr por los terrenos de la mansión, con un par de audífonos y canturreando una canción de Ed Sheeran.
Louisa casi se había atragantado cuando recibió la orden de elaborar más recetas con menos grasas y salsas, y más vegetales y frutas.
Las doncellas, especialmente Liza y Miriam que trabajaban en la planta correspondiente a los aposentos del joven señor de la casa, estaban realmente admiradas de que ahora el hombre las saludara cada vez que se cruzaba con alguna de ellas.
Y Bruce comentó a la señora Davis, que cada día debía conservar la más hermosa de las rosas rojas del invernadero y mantenerla fresca y en buen estado, y entregarla a un mensajero para que la llevara a la empresa del jefe, entregándola sin dar datos de quién la enviaba. La mujer le exigió ser discreto acerca del tema y no comentarlo con nadie más.
Y todo esto lo achacaban a la influencia de Jonathan, el nuevo asistente personal del señor MacMillan.
Consideraban al muchacho como una auténtica bendición caída del cielo:
_ Cualquiera que pueda hacerle frente a La Bestia, tiene todo mi respeto._ decía Louisa una tarde, en la que los empleados se habían reunido en la cocina para tomar café o té.
_ ¿De qué bestia están hablando?_ dijo Stephen haciendo su entrada y todos guardaron silencio._ No creo que se estén refiriendo al señor MacMillan.
_ ¿Y a qué otra bestia podría ser, Stephen?_ preguntó la señora Davis bebiendo tranquilamente su taza de té._ No conozco a nadie más en esta casa que imparta las órdenes a puro rugido.
Stephen carraspeó de manera exagerada, como hacía siempre que quería tratar de imponer su buen juicio:
_ Referirse al señor MacMillan como La Bestia, es una real falta de respeto, y juro que el día que descubra quién fue el que le puso ese horrible apodo, será el último que trabaje en esta casa.
Todas las miradas se dirigieron discretamente hacia la señora Davis, que siguió degustando su té como si nada.
Por supuesto, Stephen era el único que no veía con buenos ojos la incorporación de Willian Doyle y su hijo al servicio del señor MacMillan. Del chofer, tenía el criterio de que su contratación había sido demasiado precipitada. Alguien surgido de la nada, sin una referencia. Y del joven, tenía sobradas razones para sospechar que no tenía muy buenas intenciones con respecto al señor David. Lamentablemente, mencionó todas estas conjeturas delante de la única persona que podría rebatirle sin tener que mostrarse temerosa de hacerle frente. La señora Davis lo miró por encima de sus lentes de media luna y torció la boca en una mueca desdeñosa:
_ Por favor, Stephen. Willian Doyle es un hombre intachable, respetuoso y muy responsable con su trabajo. Y en cuanto a su hijo, el joven Jonathan... Bueno, puedo decir con alivio que no voy a dejar de dar gracias por su presencia en la vida del señor MacMillan. Hacía tiempo que se necesitaba a alguien capaz de hacerle frente al toro y que lo tomara sin miedo por los cuernos.
Pocas veces en su vida, David MacMillan estaba tan de buen humor, y en los últimos quince días, parecía ser su estado habitual. Sobre todo cuando estaba acompañado de su joven asistente. Aunque, cualquiera que observara a primera vista, pudiera haber pensado que no era así. Durante sus encuentros, el magnate solo dictaba sus órdenes, señalaba sus observaciones y apenas tenía contacto visual con el jovencito. Pero por dentro, David MacMillan guardaba un sentimiento de gozo que nadie era capaz de imaginar, y lamentaba no poder exteriorizarlo como en verdad quisiera.
Había sobradas razones para actuar de tal modo en presencia de Jonathan. Temía darle una idea al muchacho que terminara asustándolo y alejándolo. Durante una discusión sostenida por ambos en un elevador de su empresa, Jonathan le había echado en cara que había descubierto que él era el sujeto que frecuentaba el club gay en el que vio bailando a Jonathan la primera vez, al que fue buscándolo durante dos meses con la esperanza de conocerlo. Tuvo que confesarle la verdad, aunque omitiendo y disfrazando algunos detalles, como hacerle creer, por ejemplo, que no tenía ningún interés romántico en él. Quizás fue algo que lamentó profundamente, puesto que Jonathan pareció sentirse aliviado ante aquella confesión, o al menos tuvo esa impresión.
Eso quería decir entonces que no sentía ninguna atracción hacia él mismo. Aquello era totalmente nuevo para David. Estaba acostumbrado a que mujeres y hombres le desearan y lo miraran como a una golosina deliciosa, y que Jonathan pareciera no compartir tales deseos lo desalentaba, aunque a veces tenía la sensación de que, muy en el fondo, el muchacho también experimentaba cierta atracción salvaje. Casi pudo darlo por cierto la noche en que asistieron a la cena benéfica. Terminaron merendando, hambrientos y a medianoche en una cafetería, y cuando casi se iban no pudo contener la tentación de limpiarle los labios embarrados de ketchup con su dedo pulgar. Fue un momento mágico e íntimo, algo que tenía clavado en su cabeza y que le encendía la piel cada vez que evocaba aquel recuerdo, la imagen de Jonathan parado frente a él, con su pulgar en los labios del muchacho, como si estuviera dispuesto a chupárselo de un momento a otro.
Pero inmediatamente el temor de estar equivocado, de lanzarse a fondo y recibir un rechazo lo paralizó, además de pensar en Brian Spencer. Debía ser muy cuidadoso. Brian Spencer sospechaba de ellos, y no le gustaba la manera en que miraba a Jonathan. Ya le había hecho ciertas insinuaciones y estuvo a punto de golpearlo al manifestar su deseos de llevarse a Jonathan a la cama sin dudarlo un segundo. Sabía que Brian era perfectamente capaz de ello. Conocía su voraz apetito sexual y su fascinación por los jóvenes atractivos como Jonathan, y de ninguna manera podía permitir que eso ocurriera. Jonathan era demasiado bueno para alguien como Brian.
Debía cuidar al joven. Debía mantenerlo lejos de las garras de Brian y de los comentarios malintencionados. Había escuchado a varios empleados de la empresa riendo por los pasillos y cotilleando acerca del asistente del señor MacMillan. Criticaban su forma de vestir tan extremadamente colorida, demasiado elegante, demasiado... gay. Claro que, en cuanto vieron que él los observaba, enmudecieron de golpe y regresaron a sus cubículos, aterrados de haber sido sorprendidos chismorreando.
Podía pedirle a Jonathan que fuera algo más sobrio al vestirse, que se comportara más reservado y no fuera tan sociable con el personal de la empresa, pero justamente eran esas referencias las que le fascinaban del muchacho, lo que lo mantenían obnubilado y deseándolo constantemente, aunque tuviera conciencia del peligro que implicaba que un día perdiera la compostura y terminara haciendo un disparate. Podría no solo afectar su carrera, su negocio, su reputación, sino también la vida de Jonathan. La prensa lo exprimiría, haciendo de su existencia un circo mediático en el cual no quería verlo involucrado.
Por eso había optado por tomar distancia. Por eso, en los últimos quince días, había decidido evitarlo, al menos a la luz pública. Solo le hablaba lo necesario, de ser posible a través de mensajes de texto. Era preferible reunirse con él en la mansión, lejos de miradas indiscretas, aún cuando sabía que todo el servicio estaba atento a ellos dos, pero allí tampoco podía darse el lujo de resbalar. Estaba Will, el papá de Jonathan, y aunque el hombre sentía verdadera adoración por su hijo y aceptaba abiertamente su homosexualidad, igual consideraba una falta de respeto involucrarse con el muchacho a su servicio teniendo a su padre también como empleado.
¡Mierda! Las cosas no podían ser más complicadas. Y para colmo, Jonathan le había pedido explicaciones. Simplemente se había dado cuenta que su trabajo en sí era prácticamente no hacer nada. Por supuesto, el único motivo por el cual David le había ofrecido el empleo de asistente personal, era para tenerlo cerca, para suplir aquella necesidad de cuidar de él y de su familia, para saciar la terrible añoranza que sentía cada vez que veía a Jonathan y le recordaba a Charlie. La sola idea de que Jonathan se alejara, era inaceptable. Si tenía que cambiar su carácter y mejorar sus actitudes para con las personas, y eso aseguraba que el muchacho siguiera a su lado, pues lo haría sin dudarlo siquiera. No estaba dispuesto a perderlo.
La señora Davis entró a la habitación con una charola en la que descansaba una bandeja con bocadillos de atún y lechuga y un vaso de zumo de frutas. David estaba sentado en el alféizar de la ventana con un par de audífonos en los oídos, escuchando música. June le dirigió una mirada complacida. Se aproximó y colocó la charola cerca del joven, que se percató de su presencia y se quitó los audífonos:
_ No te sentí entrar.
_ Alguien estaba distraído. Y parece que de muy buen humor. Las muchachas no hacen más que comentar lo feliz que llegó cierto señor a su casa.
David tomó un sandwich y se lo metió completo en la boca:
_ ¿Algún motivo en particular para tanta alegría?_ preguntó la mujer tomándose las manos sobre el regazo.
_ ¿Tendría que haberlo? ¿Es tan inconcebible estar feliz solo porque sí, sin importar las causas?
Pero la señora Davis no iba a rendirse tan fácilmente. Apartó un poco la charola y se acomodó al otro lado, quedando frente a David, a quien miró de manera juguetona:
_ Déjame adivinar... ¿Tendrá acaso que ver con cierto muchachito que ha ocupado el puesto de asistente personal de un importante empresario?
David estaba bebiendo del vaso de jugo y alzó una ceja con reticencia:
_ En serio eres curiosa y persistente, June Davis ¿Alguna vez te lo han dicho?
_ Muchas, y tú no respondes aún mi pregunta.
David se rió suavemente y tomó otro bocadillo que engulló de golpe. Se sacudió las manos y una vez que tragó el alimento, dejó que su mirada se perdiera a través del cristal de la ventana:
_ Tiene todo que ver con él, June. Absolutamente todo. Jonathan es... ¡Carajo! No sé ni cómo describirlo.
_ ¿Lindo, sexy, extremadamente guapo?
_ No. No se trata solo del aspecto físico. Jonathan es más que una cara bonita y un cuerpo musculoso. Él es... especial. Hace que un día gris de repente se vuelva luminoso. Es imposible no dejarse atrapar por la magia que lo envuelve. Me recuerda tanto a...
Guardó silencio. La señora Davis carraspeó. De repente había dejado de sonreír. Sus ojos también vagaron por sobre el jardín que iba cubriéndose con el manto de la noche. Trató de ser considerablemente cuidadosa al preguntarle a David, sin siquiera mirarlo:
_ ¿Te importa ese chico porque es él, o porque te recuerda a alguien más?
_ No lo sé. Él saca lo mejor de mí, hace que quiera ser mejor persona.
_ No has respondido mi pregunta.
_ Eso no importa. De todas maneras, es muy improbable que haya algo entre nosotros.
_ ¿Qué te hace creer eso?
_ Porque Jonathan no siente nada por mí.
_ ¿Se lo preguntaste? ¿Él te lo dijo con esas mismas palabras?
_ No exactamente, pero tampoco hace falta que lo haga. Yo solo lo sé.
Y David se quedó mirando el vacío, pero su mente se había perdido muy lejos. Años atrás, cuando atravezó los momentos más tristes de su juventud. Cuando su abuelo le escupió las palabras más duras que marcarían toda su existencia hasta la fecha. Cerró los ojos con fuerza. Le parecía escuchar la retumbante voz de aquel viejo que tanto lo despreció en vida, repitiéndole las mismas palabras una y otra vez, como un eco que se clavaba en su cerebro y en su alma con la ferocidad de una daga impregnada de veneno. Se levantó del alféizar y caminó hasta el centro de la habitación, con las manos en la cabeza. June lo siguió con la vista:
_ David... ¿Qué pasa?
Muy pocas veces se atrevía a llamarle por su nombre de pila, con la familiaridad que reservaba para momentos muy específicos. Momentos como aquel, en que el joven empresario luchaba consigo mismo y contra el dolor de los recuerdos. Cuando él se volteó a mirarla, tenía los ojos empañados por las lágrimas:
_ ¿A quién voy a engañar? Sería absurdo que Jonathan o cualquier persona sintiera algo por mí. Solo soy un maricón patético y pervertido, y nadie quiere a un maricón patético y pervertido.
Furiosa, June Davis saltó del vano de la ventana y cerrando con pasos largos la distancia que le separaba de David, llegó hasta él y le cruzó el rostro con una cachetada, y sin darle tiempo a reaccionar, le dijo, blandiendo un dedo índice ante su rostro pasmado por la sorpresa:
_ ¡No quiero volverte a escuchar nunca refiriéndote a ti mismo de esa manera! ¡Te prohíbo que hables así sobre ti! ¡Tu abuelo era un viejo miserable, con mucha riqueza y poder, pero estaba enfermo de odio y resentimiento con la vida, con el mundo entero!
Lo tomó por los anchos y fornidos hombros y lo sacudió:
_ ¡Tú eres una buena persona, aunque trates de demostrar lo contrario! ¡Yo te conozco y puedo atestiguarlo! ¡Eres digno de amar y ser amado como cualquiera en el mundo! ¡Y un día la vida te demostrará que tengo la razón en lo que te digo!
_ Jonathan me dijo lo mismo hace unos días._ pronunció David y rompió a llorar, abrazado a June, ocultando el rostro en la base de su cuello, mientras ella le palmeaba la espalda y lo dejaba desahogarse, sintiendo una especie de dèja vu, como si hubiera retrocedido en el tiempo y tuviera entre sus brazos a un chiquillo de diecisiete años llorando desconsoladamente a causa de un corazón roto; de la pérdida de un amor; del dolor del rechazo y el odio.
La señora Davis lo apartó minutos después, sosteniéndole los hombros mientras lo envolvía en una mirada de cariño y orgullo. Le revolvió los rizos castaños y se alzó de puntillas para besarle en la mejilla. Al dirigirse a la salida de la recámara se detuvo al escuchar la voz de David, preguntando sin voltearse a verla:
_ ¿Crees que a ellos les habría gustado él? ¿Jonathan?
_ ¿A quién?_ preguntó June, aunque imaginaba de quienes estaba hablando el joven.
_ A mis padres._ respondió David luego de una pausa._ ¿Crees que...? ¿Crees que ellos lo aprobarían? ¿Qué me aprobarían a mí? ¿Cómo soy?
_ ¿Tú que crees?
David no respondió de inmediato. Se volteó despacio hacia la mujer y alzó los hombros:
_ Me gusta pensar que sí.
Una sonrisa apareció en el rostro del ama de llaves:
_ Entonces quédate con esa respuesta. A veces es todo lo que necesitamos para alcanzar la felicidad. Callar las voces de otros en nuestras cabezas y escuchar un poco más las de nuestro corazón.
Y salió de la habitación sin decir nada más.
******************
A la mañana siguiente Jonathan se despertó temprano, como de costumbre. Llevó a los gemelos a la escuela y a su padre a la mansión. Llegó a la universidad y tras estacionar el auto, atravesó el campus y luego los pasillos hasta el salón de conferencias, sin notar las miradas que aún recibía luego de su cambio de imagen. Durante la clase, se dio cuenta de que Randy no había asistido, y no pudo evitar preocuparse. Estuvo unos minutos con Devon, Vivian y Calvin, y finalmente se marchó a la empresa, luego de invitarlos a que le acompañaran esa tarde para ir de compras. Ellos accedieron de inmediato, principalmente Calvin, que se definía como todo un asesor de compras de alto nivel.
No podía definir exactamente la causa, pero mientras manejaba no podía dejar de sentirse extrañamente feliz. Puso música en el coche mientras conducía, e iba canturreando y bailando sobre el asiento, dejando que aquella sensación de felicidad lo inundara completamente. Cuando llegó a la empresa y estacionó el auto, se puso los audífonos para seguir oyendo música, y mientras caminaba seguía canturreando y hasta bailando sobre la marcha, sin preocuparse por las miradas que recibía de quienes pasaban por su lado:
♪...Girl, you know I want your love
Your love was handmade for somebody like me
Come on now, follow my lead
I may be crazy, don't mind me
Say: Boy, let's not talk too much
Grab on my waist and put that body on me
Come on now, follow my lead
Come, come on now, follow my lead...♫
Como cada día entró en el vestíbulo y saludó a todos con el mismo entusiasmo de siempre, quizás mucho mayor esa mañana. Tomó el elevador, sin dejar de canturrear y bailotear, ignorando las miradas, risitas y comentarios entorno a su conducta:
♪...I'm in love with the shape of you
We push and pull like a magnet do
Although my heart is falling too
I'm in love with your body
And last night you were in my room
And now my bedsheets smell like you
Everyday discovering something brand new
I'm in love with your body...♫
Iris lo observó fascinada cuando irrumpió en el corredor en aquel desborde de alegría. Sobre la mesa ya había, por supuesto, una bellísima rosa roja de largo tallo, aguardando por él. Jonathan la tomó, sin dejar de moverse y canturrear. Aspiró su perfume y tomando a Iris de una mano, comenzó a bailar con ella. Sorpendida y divertida ante aquel comportamiento, la secretaria no pudo menos que reírse y prestarse al juego, hasta que se detuvo con una expresión de horror en el rostro. Jonathan supo de inmediato la causa de aquel cambio de actitud. Con mucha calma se quitó los audífonos y se volteó para enfrentar a su jefe:
_ Buenos días señor MacMillan._ saludó con una sonrisa tenue.
El hombre estaba recostado al dintel de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras lo observaba. Oh sí, lo había visto bailar y canturrear:
_ ¿Alguna celebración de la que me perdí el aviso?
_ Una buena canción puede alegrar un día muy triste.
David enarcó una ceja:
_ Tendría que ser una muy buena para lograr semejante milagro.
Jonathan sonrió con suficiencia y desconectó los audífonos de su teléfono sin apartar la mirada de David. La voz de Ed Sheeran a golpe de Shape of You, invadió el espacio. Iris apretó los labios para no reírse. David observó a Jonathan y no tuvo más remedio que soltar una risita discreta. Como siempre, se había vestido con la soltura propia de sus juveniles impulsos: una camisa de mangas largas de un tierno azul, con un chaleco violáceo y una pajarita de color marrón. Un pantalón gris y unos zapatos náuticos negros. En los cabellos negrísimos se había puesto una gorra bolchevique de un gris cenizo, que en esos momentos llevaba algo ladeada, o la habría colocado así a conciencia. Solo podía asegurar que se veía encantador como siempre, y aún más, revoloteando alrededor de Iris, invitándola a unirse a su rítmico y contagioso baile:
_ Muy bien, admito que Ed Sheeran tiene la magia para convertir un día triste en una jornada más alegre.
Jonathan se detuvo de repente y silenció el teléfono, clavando sus oscuros ojos en la figura de David:
_ ¿Usted es fans de Ed Sheeran?
David metió las manos en los bolsillos del pantalón:
_ No podría decir que soy un fans, pero sí disfruto sus canciones desde que lo descubrí recientemente. Y lo mismo me pasa con Sam Smith, con Adele, con Sia, aunque a esta última la encuentro un poco chillona.
La boca de Jonathan estaba abierta de par en par. David sonrió amablemente, aunque por dentro estaba brincando de puro gozo ante la reacción del muchacho:
_ Jonathan, termina de instalarte y ven a mi despacho. Iris, comunícame con el señor Clancy, por favor.
Y desapareció dentro de la oficina. Jonathan se dio prisa en dejar el portafolios sobre su escritorio y corrió hacia la oficina de David, sin percatarse que todavía llevaba la rosa en las manos. Al entrar, David, sentado tras su buró, le echó una ojeada y reparó en la flor que llevaba el joven. Arqueó las cejas en una mirada curiosa:
_ ¿Y eso?_ señaló.
_ Oh, lo siento. No me di cuenta que aún la llevaba. Disculpe.
Quiso salir para dejarla en su escritorio, pero la voz de David lo detuvo:
_ Aguarda. Te hice una pregunta ¿De dónde salió esa flor?
Jonathan hizo un gesto ambiguo con el rostro y los hombros:
_ Pues la verdad es que no tengo ni idea. Pero durante quince días llevan apareciendo sobre mi escritorio sin falta. Cada mañana hay una diferente.
David se cruzó de brazos:
_ ¿Un admirador? ¿Tan pronto?
_ No lo sé. Y la verdad es que tampoco me preocupa mucho. No tengo cabeza ahora para concentrarme en una relación. Necesito enfocarme en mis estudios, en mi trabajo y en mi familia y mis amigos. Nada más.
_ ¿Por qué terminaron tú y tu novio? ¿Alex, no?
_ ¿Cómo sabe de...?_ y detuvo la pregunta al recordar que David lo había conocido en el club, incluso lo había defendido de Gary, el nuevo novio de Alex, cuando este intentó agredirlo.
Le resultaba bastante extraño que luego de quince días dirigiéndole apenas la palabra, ahora su jefe le invitara a jugar al tenis y le sacara conversación, haciéndole preguntas personales. Aún así, respondió sin mucha ceremonia:
_ Supongo que yo no le gustaba lo suficiente. No sé. Trato de no pensar en eso. Él nunca quiso conocer a mi familia, y decía que no estaba listo para salir del closet y tener una relación formal con un hombre. Me imagino que el problema era yo, puesto que no perdió mucho tiempo encontrando a otro con el que sí pudo dar esos saltos.
Por un instante, la inmensa alegría que había experimentado pareció diluirse, y David se sintió culpable por haber provocado aquel ensombrecimiento ¿Por qué había tenido que hacer aquella estúpida pregunta? De inmediato quiso remediar el mal ocasionado. Una de sus enormes manos se desplazó hacia una mejilla de Jonathan y la pellizcó suavemente, al decir:
_ Es un imbécil tu ex. Nadie en su sano juicio te dejaría ir, o te cambiaría por alguien más. Algún día se dará cuenta del grave error que cometió, pero ya será demasiado tarde para él y otro más será el afortunado.
Jonathan levantó la mirada, y David respiró aliviado al verlo sonreír otra vez.
_ ¿Compraste la ropa para mañana el juego de tenis?_ carraspeó de forma exagerada mientras volvía a sentarse tras su escritorio, intentando refrenar ciertos impulsos que incluían chupar los labios de Jonathan y morder su grácil cuello con la voracidad de un vampiro sediento.
_ No, pienso ir esta tarde. Digo, si usted no tiene algún inconveniente y no me necesita para algo más.
David se le quedó mirando mientras la silla giratoria describía repetidos arcos:
_ Para nada. Luego del almuerzo puedes irte. No escatimes en gastos. Para eso te di la tarjeta. Compra lo que más te guste pero que sea de calidad. En ese sitio al que vamos se fijan mucho en esos estúpidos detalles. Saldremos para el club desde la mansión, así que necesito que estés temprano allá. Le daré el día a tu padre así que, te toca conducir.
Jonathan enarcó una ceja:
_ Soy muy bueno al volante. Mi padre me enseñó. Fui la nota más sobresaliente en mi examen de conducción.
_ ¿Intentas impresionarme?
La sonrisa torva de David hizo que Jonathan se atragantara ligeramente. En ocasiones solo se quedaba paralizado ante lo encantador que podía ser su jefe... ¿En qué estaba pensando? Parpadeó repetidas veces y salió de la oficina luego de balbucir algunas palabras acerca de seguir con sus labores. Iris se le quedó mirando con cierto toque de curiosidad. Jonathan resopló. Dios, empezaba a sentirse acalorado. El señor MacMillan conseguía desarmarlo y provocarle reacciones para las que no tenía explicación, lo cual era raro y muy incómodo, ya que él no sentía ningún tipo de atracción por su jefe. Si, tenía un cuerpazo y era más que guapo, pero él nunca lo había mirado de esa forma. Excepto una vez, en un departamento donde le vio desnudo y pudo confirmar el hermoso culaso que se gastaba... ¡Pero eso había sido una sola vez, un lapsus! ¡Y ni siquiera sabía que era su jefe! ¡En ese entonces creyó que se llamaba Dave y no tenía ni idea de que fuera un multimillonario pretencioso y arrogante y absolutamente delicioso y...! Hizo un gesto de incomodidad y dejó escapar un gruñido de frustración:
_ ¿Todo bien, cariño?_ le preguntó Iris desde su escritorio.
_ Si, si. Voy a... voy a preparar café.
Y se dirigió al pantry. Se puso los audífonos y buscó en su teléfono una canción que le hiciera olvidar todas las tonterías que estaba pensando. No, nada de Ed Sheeran, ni de Sia... Adele menos. No quería romanticismo ni lamentaciones por amor. Necesitaba algo movido, intenso. Oh si. Sam Smith como siempre al rescate. Pulsó y se puso a preparar la cafetera mientras tarareaba la letra y empezaba a mover su cuerpo al ritmo de la música que retumbaba en sus oídos:
♪...I'm covering my ears like a kid
When your words mean nothing, I go la la la
I'm turning up the volumen when you speak
Cause if my heart can't stop it, I find a way to block it I go
La la, la la la
La la, la la la
I find a way to block it I go
La la, la la la
La la, la la la...♫
Solo estaba pensando puras tonterías. Era normal que en algunos momentos David MacMillan pudiera resultarle sexy. Bueno, en verdad lo era, y con creces. Pero si analizaba los hechos razonablemente, ni siquiera era su tipo. A Jonathan le atraían más los hombres con una complexión similar a la suya, morenos, de su misma estatura preferiblemente, para sentirse a la par. En David MacMillan todo era desproporcionado. Demasiado alto, demasiado pálido, demasiado fornido. Y aún así no podía quitarse su imagen de la cabeza. Sam Smith no estaba funcionando. Aumentó el volumen de la música. Quizás eso acallaría los pensamientos martilleando dentro de su cabeza. Si, tal y como decía la canción: no te escucho, no te escucho, lalalalalalalala... Oh Dios, empezaba a sentirse ridículo. Dio un giro y se detuvo bruscamente. Estaba tan imbuido con su baile y sus ideas, que no se había percatado que ya no estaba solo, que había alguien recostado al dintel de la puerta, observándolo con ojos curiosos y cargados de malicia:
_ ¡Mierda...!_ musitó y no pudo evitar la mueca de desagrado ante la presencia de Brian Spencer.
_ Y nos volvemos a encontrar._ sonrió el abogado con los brazos cruzados sobre el pecho.
_ Si, lamentablemente..._ dijo Jonathan en un susurro y se volteó a la encimera para comprobar como iba el proceso de elaboración del café. La presencia de Brian Spencer lo inquietaba y lo ponía de mal humor.
_ Veo que aparte de ser un asistente, te sabes mover muy bien. Por supuesto. Sabía que había visto tu cara con anterioridad. Claro que, nunca me imaginé que David sería capaz de contratar a un bailarín de club como su asistente personal. Vamos, que lo digo en voz alta y todavía me parece un chiste.
Jonathan se giró para mirarlo. No estaba enojado por haber sido confundido con un gogo dance. Lo que realmente lo ponía enfermo, era el tono peyorativo que usaba aquel sujeto para referirse a una profesión que consideraba tan válida como cualquier otra:
_ Permítame aclararle, licenciado, que yo no trabajo en el SEXYDANCE.
_ Pero te he visto bailando allí.
_ Como cualquier otro que frecuente el lugar. Y si piensa que me insulta con sus comentarios, desde ahora le digo que aún si fuera un bailarín de club, como ha insinuado, no tendría nada de malo. Me parece una hipocresía de su parte cuando seguramente imagino que usted debe ser de esos que se babean viendo a los gogo dance y se excitan con ellos.
Brian se rió con fuerza y alzó las manos, como si se escudara:
_ Oye tranquilo... No te estoy atacando. Trato de tener una conversación amable contigo. Eso es todo.
_ No tengo tiempo para conversar. Y menos con usted.
_ ¡Auch!_ hizo Brian con una mueca, llevándose una mano al lado izquierdo del pecho._ Eso me ofende. Es como si me dijeras que no me soportas.
_ ¡Y por fin coincidimos en algo!_ exclamó Jonathan con una sonrisa forzada.
Brian no dejó de sonreír mientras se aproximaba a Jonathan con pasitos diminutos:
_ No entiendo por qué sientes esa aversión hacia mí. Cualquiera que me conozca y le preguntes, te dirá que soy una buena persona.
_ No necesito preguntar nada. He escuchado comentarios suficientes acerca de usted y créame que no estoy interesado en su amistad.
_ Lástima. Me encantaría ser tu amigo.
_ Lástima. El sentimiento no es recíproco.
Jonathan se había vuelto nuevamente hacia la encimera, dándole la espalda a Brian, y enseguida se arrepintió de ello. Un par de brazos se apoyaron a cada lado de su cuerpo, aprisionándole y sin ofrecerle una vía posible de escape. La voz de Brian sonó en su oído, sibilante, sintiendo el caliente cosquilleo de su aliento en la oreja. Apretó los puños, conteniendo la ira:
_ Yo podría hacerte cambiar de idea. Verás, independientemente de lo que pudiste haber presenciado la otra noche, en la cena a la que David te llevó, él y yo somos muy buenos amigos. Demasiado, me atrevería a decir. Y siempre compartimos todo, incluso las amistades. Y ya que eres tan buen amigo de él, no te mataría, y a mí no me molestaría que fueras amigo mío también.
Jonathan se giró, quedando frente a frente al hombre. Era tan alto como el señor MacMillan, pero la diferencia era que solo le provocaba repulsa. Sonrió ampliamente, alzando la cabeza para poder mirar bien aquellos ojos oscuros repletos de lascivia:
_ ¿En serio?_ disfrazó su voz con un poco de pícara curiosidad.
_ Por supuesto. Yo podría ser un gran amigo para ti. Mucho mejor incluso que David.
A medida que hablaba fue acercando su rostro. Estaba a punto de atrapar los labios del muchacho con su boca, cuando un puño cerrado impactó violentamente en su cara.
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David estaba ocupado revisando unos reportes recibidos que acababan de enviarle vía e-mail y masajeaba su velluda barbilla, con las cejas unidas sobre el puente de la nariz. Deslizó el puntero del mouse por la pantalla con la otra mano y de repente pensó en Jonathan y se sonrió. Miró a través de la pared de cristal, en dirección a su escritorio, donde tenía una vista completa. El muchacho no estaba en su puesto, pero Iris, en cambio, le hizo señas ansiosas, indicando que tenía urgencia de verle. David puso los ojos en blanco. Iris era una excelente secretaria, no tenía dudas de ello, pero a veces le exasperaba. Le indicó con un gesto cansado que pasara. La mujer abrió la puerta y asomó cautelosamente la cabeza:
_ ¿Qué pasa, Iris?
_ Este... señor MacMillan...
_ ¿Dónde está Jonathan?_ interrumpió él de manera distraída y con los ojos puestos en la pantalla del ordenador.
_ Ah... sobre él mismo quería hablarle, señor.
Cualquier discreción se desvaneció de inmediato. David se irguió y clavó sus ojos verdes en la mujer:
_ ¿Qué sucede? ¿A dónde fue?
Iris se estrujó las manos con nerviosismo:
_ Es que... Señor... Jonathan fue al pantry a preparar café y... y... y vi al licenciado Spencer ir también para allá.
Ni siquiera había acabado de hablar, cuando David se levantó con tanto impulso que la silla giratoria salió despedida hacia atrás. Cruzó junto a la secretaria y traspasó la puerta a toda velocidad, avanzando con los puños crispados por todo el pasillo, rumbo al pantry. Si Brian se atrevía a ponerle un solo dedo encima a Jonathan, iba a arrepentirse por el resto de su vida y necesitaría cirugía estética para reconstruirse la cara. La puerta ya estaba a unos escasos metros, pero se detuvo de golpe. Brian salió del pantry, apretando un pañuelo manchado de rojo contra su boca. David estaba mudo de asombro. Al pasar por su lado, el abogado le dio una mirada feroz y se alejó.
David no se volvió a mirarle o a preguntarle qué había sucedido. Quiso correr al interior del pantry, pero entonces fue Jonathan quien salió, andando tranquilamente y sosteniendo dos tazas humeantes de café. Bebió unos sorbitos de una de ellas y se detuvo al ver a su jefe, parado y mirándolo como pasmado:
_ ¿Qué carajos...?_ gruñó. Sacudió la cabeza y parpadeó varias veces_ ¿Estás bien, Jonathan?
El muchacho asintió y sonrió con la inocencia de un niño travieso:
_ Claro, ¿por qué habría de estar mal?
La sorpresa en el rostro de David iba cada vez en aumento. Señaló en dirección por donde se había ido Brian:
_ Vi a Brian Spencer salir de aquí, y llevaba un pañuelo manchado de sangre, cubriéndose la boca.
_ Ah, si._ sonrió Jonathan con satisfacción._ Parece ser que el licenciado Spencer tuvo un pequeño y desafortunado encuentro con uno de mis puños.
Y volvió a darle un tranquilo sorbo a su taza de café. Perplejo, así había quedado David MacMillan mientras no podía apartar los ojos de aquel chiquillo que bebía su café con la mayor naturalidad, la misma que había empleado para contar que acababa de romperle la boca a uno de los abogados de la empresa.
No pudo contenerse más y estalló en sonoras carcajadas. Jonathan arqueó las cejas y lo miró sin comprender aquella actitud tan inesperada. Moviendo la cabeza de un lado a otro, y sin dejar de reír, David regresó a su oficina. Jonathan articuló con los labios algo muy parecido a: Está totalmente loco, y regresó a su puesto de trabajo, dejando antes una de las tazas de café sobre el escritorio de Iris, que lo observaba con los ojos muy abiertos y una expresión atónita:
_ ¿Todo bien, Johnny? El señor MacMillan entró muy raro en la oficina. Iba riéndose como un loco.
_ Porque lo está._ dijo Jonathan con una mueca y antes de que pudiera sentarse, la voz de David se escuchó a través del intercomunicador.
_ Jonathan, ven a mi oficina de inmediato.
_ Tiene que ser una broma._ chirrió Jonathan._ Acaba de estar conmigo hace unos segundos... ¿Si me necesitaba para algo por qué no me lo dijo?
_ A mí no me preguntes._ dijo Iris bebiendo café y regresando a teclear en el ordenador. No podía reprimir las ganas de reír.
Jonathan refunfuñó algo en voz baja y se encaminó a la oficina de David, pero regresó sobre sus pasos y tomó la taza de café que había dejado sobre su escritorio. Cuando entró en el despacho, esmerándose en mostrar su cara de enojo, David estaba recostado al escritorio, con los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa de admiración que hizo que la taza le temblara entre los dedos, pero rápidamente tomó el control de sí y alzó la barbilla:
_ ¿Desea algo, señor MacMillan?
_ Si, que me cuentes qué sucedió exactamente con el licenciado Spencer y cómo es que él pudo terminar con el labio roto por un puñetazo tuyo.
_ Fue muy fácil en realidad._ dijo Jonathan muy calmado mientras daba un trago a su café.
Al instante contó a David acerca de cómo Brian Spencer había irrumpido una vez más con el propósito de molestarlo, pero esta vez había sugerido que él era una especie de gogo dance del club, y lo había hecho con un tono bastante provocador, como si diera a entender que David tenía conocimiento de ello y pudiera hacer estallar un escándalo, de saberse. Lo curioso de todo, es que Jonathan esperaba ver a su jefe detonar en cólera, y ya se veía sujetándolo para evitar que fuera a la oficina del licenciado Spencer a añadir nuevos golpes a su rostro. Pero David MacMillan parecía muy divertido con lo que estaba escuchando. Jonathan arrugó la frente:
_ ¿Está usted escuchando lo que le estoy diciendo?
_ Palabra por palabra.
_ ¿Y no tiene nada qué decir? ¿No teme que el licenciado Spencer...?
_ ¿Qué? ¿Qué le diga a todos que contraté a un bailarín exótico como asistente personal, al que conocí en un club gay? Tranquilo. Brian es demasiado inteligente. No podría dar esa información sin ponerse él mismo en evidencia.
_ Pero podría dar a entender que me investigó.
_ No tienes nada que temer._ sonrió David palmeándole un hombro de manera afectuosa._ Brian no hablará.
Jonathan frunció el entrecejo:
_ ¿Y quién le dijo que tengo miedo?
David soltó una carcajada:
_ Eres sorprendente, Jonathan. Cada vez me admiro más al conocerte mejor. Eres... eres la persona más fascinante que me he encontrado en los últimos años.
Jonathan se sonrojó y bebió un trago largo de café:
_ Gracias... pero no creo ser tan sorprendente o fascinante como usted dice.
_ Solo es cuestión de percepción... ¿Y por qué lo golpeaste? ¿Solo porque hizo insinuaciones de que te había visto bailar en el SEXYDANCE?
_ ¡No! ¡Tuve que golpearlo porque invadió mi espacio personal tratando de besarme!
Esta vez el rostro de David se endureció. Sus puños se crisparon pero todo fue cuestión de segundos. Respiró hondo y exhaló:
_ ¿Con qué puño lo golpeaste?
Jonathan alzó un brazo tranquilamente y David, tomándolo, tiró de él:
_ ¿Qué hace?
_ Revisarte. Podrías haberte lastimado.
_ No sea tonto. Sabría si me lastimé la mano, y no es así.
David se le quedó mirando con una expresión inescrutable:
_ ¿Acabas de llamarme tonto?
Jonathan se quedó como de piedra. En serio debía comenzar a ponerle freno a su lengua. Pero ya el daño estaba hecho y no cabía retractarse:
_ Puede que si, no estoy muy seguro.
Pero David no estaba para nada enojado... ¿Cómo enojarse con aquel chiquillo que tenía ante sí, sujetando su taza de café con tanta naturalidad y hablándole como escasas personas en toda su vida se atrevían a hacerlo, sin miedo alguno?
_ De todas formas voy a revisarte. No quiero sorpresas.
Y tiró de él con fuerza. Jonathan se resistió:
_ ¡En serio deje de ser tan caprichoso! ¡Además, usted no es médico!
_ ¡Quédate quieto!_ exigió David sin poder dejar de reír.
Volvió a tirar de Jonathan y esta vez el muchacho se estampó contra él, derramando café sobre la inmaculada camisa de su jefe. Ambos se quedaron helados, mirando la gran mancha sobre la tela blanca. Jonathan se había puesto pálido, llevándose una mano a la boca:
_ ¡Ay por Dios! ¡Cuánto lo siento, señor MacMillan!
_ Descuida, no pasa nada._ dijo David sin darle importancia a la cuestión.
_ No debí... Ay carajo... Debí ser más cuidadoso... Por favor, perdóneme. Enseguida buscaré algo para limpiarle o lo que sea... no sé...
_ Te dije que no pasa nada, Jonathan. Es solo una camisa. Creo que debo tener una playera por acá guardada.
Jonathan estaba ya con el picaporte en la mano para abrir la puerta, pero se detuvo y se quedó mirando a David MacMillan, que estaba sacándose la camisa y la playera blanca que llevaba debajo, también manchada de café. Otra vez acudió a su mente la imagen del Dave desnudo en un departamento. Tenía unos brazos fuertes y musculosos, y su espalda era ancha y salpicada de pecas. Sus pectorales eran impresionantes, y su abdomen... Ay por Dios, su abdomen. Estaba perfectamente marcado. Era como una deliciosa tableta de chocolate de la que no le molestaría comer...
¡Wow! ¿En qué demonios estaba pensando?
Desvió la mirada para no continuar fantaseando con la imagen de su jefe. Cuando se atrevió a mirarle de nuevo, David MacMillan se estaba colocando una vieja playera y se veía muy complacido y cómodo con ella:
_ Señor, de verdad perdóneme por haberle arruinado la camisa, yo...
_ Ya te dije que no tiene importancia. Tengo cientos de camisas como esa. Y la verdad es que esto que traigo ahora me agrada más.
Aquella playera solo hacía que su musculatura resaltara muchísimo más, y Jonathan apenas podía concentrarse:
_ Creo que... mejor me... voy a salir y... este... ¿Cree que pueda irme ya? Me gustaría almorzar con mis amigos y los invité a que me acompañaran a comprar la ropa para el tenis mañana.
_ Muy bien. Pero no olvides pasar por la mansión en la tarde. Hay algunas cosas que debo explicarte en referencia a la jornada que nos espera.
Cuando salió de la oficina, Jonathan pudo finalmente respirar, y antes de que Iris pudiera preguntarle cualquier cosa, recogió sus pertenencias y salió precipitadamente, apenas despidiéndose de la cada vez más sorprendida secretaria.
No pudo concentrarse durante el resto de la jornada. A pesar de contar con la compañía de sus amigos, simplemente no podía dejar de pensar en David MacMillan ni un solo segundo, en sus músculos perfectamente cincelados, en su intimidante belleza, en su trasero firme... ¡Ay, mierda! Algo tenía que estar mal en él... ¿En qué momento se había dado permiso para dar cabida a tales sentimientos? ¿Sentimientos? ¡NO! Los sentimientos no tenían nada que ver en esa historia. Otra palabra, necesitaba otra palabra... Por supuesto, solo era él admirando y reconociendo lo obvio. David MacMillan era un tipo tan guapo como cualquiera de los que frecuentaban el SEXYDANCE o se tropezaba por la calle o en la universidad. Era guapo, bien, él lo miraba y punto. Sabía reconocer la belleza masculina cuando la tenía delante. Y por Dios que su jefe era una acumulación innecesaria y excesiva de belleza.
Pero tales ideas no le hicieron sentir mejor, porque por los tipos del SEXYDANCE o los que se tropezaba en la calle o en la universidad, no sentía los irrefrenables deseos de saltarles encima, rodeándole la cintura con sus piernas mientras le lamía los labios con frenesí. Todo eso estaba tan jodido:
_ ¿Cariño qué tienes?_ le preguntó Calvin observándolo con curiosidad.
Estaban sentados en la cafetería de Pepe y lo cierto es que Jonathan no tenía apetito. Había pocos clientes, y los que estaban y le conocían, se alegraban de verlo y le decían cuánto le extrañaban en la cafetería. Jonathan escuchaba las voces de sus amigos, parloteando y discutiendo y riendo, como desde el fondo de un túnel, pero a pesar de estar sentado junto a ellos, su mente realmente vagaba muy lejos de allí. Forzó una sonrisa y negó con la cabeza:
_ No es nada. Solo exceso de trabajo._ mintió y se dio cuenta de inmediato que Devon lo miraba fijamente. No se tragaba ese cuento. A veces odiaba que el joven pudiera leerlo tan fácil como a uno de sus libros.
_ ¿No has vuelto a ver a Kayla?_ preguntó Vivian entonces.
_ No._ respondió Jonathan, feliz de poder apartar la atención de él._ Creí que ustedes seguían viéndose.
Vivian miró su hamburguesa con desgano:
_ Hace varios días que no me contacta.
_ Ya te dije que no te preocupes. Te llamará en algún momento._ quiso animarla Calvin.
Vivian hizo un gesto de fastidio y la emprendió a mordidas con la hamburguesa:
_ ¡Qué más da! ¡Está buenísima y todo pero no pienso dejar que me afecte como para tirarme a morir por ella!
Evitaron que la compasión aflorara en sus miradas, pues sabían cuánto detestaba Vivian que se compadecieran de ella. No ignoraban que estaba más que ilusionada con la rubia escultural, y no era para menos. Vivian no tenía mucha suerte en sus relaciones, y la mayoría de las mujeres con las que se enrolaba no se veían ni la mitad de bien que Kayla. Era normal que la muchacha se hubiese esperanzado. Exhibirse en compañía de Kayla debía ser el logro personal de cualquier hombre o mujer. No por gusto era la tapadera oficial de David. Oh, no. Otra vez él. Había logrado no pensar en él solo por tres minutos. Tres miserables minutos. Y ahí estaba de nuevo:
_ ¿Qué relación es la que mantienen ella y tu jefe?_ preguntó Devon de manera distraída.
_ Oh, yo no me preocuparía mucho._ contestó Jonathan bebiendo de su vaso de té helado._ Kayla es bisexual. Pero entre ella y el señor MacMillan no hay ningún vínculo que no sea amistad.
La mirada de Calvin se tornó maliciosa:
_ ¿Algún motivo concreto y específico por parte de él?
¡Mierda! No quería hablar sobre David MacMillan. No quería pensar en David MacMillan, y el imbécil de Calvin estaba allí, haciéndole preguntas personales acerca de David MacMillan. Preguntas cuyas respuestas reales no podía arriesgarse a dar:
_ Calvin, la vida sexual de mi jefe me tiene absolutamente sin cuidado. Así que tus preguntas están de más, y no tengo respuestas para ellas.
_ Lástima. Sería maravilloso que fuera gay y pudieras tener una retorcida aventura sexual con él...
_ Tú eres el retorcido._ dijo Devon entornando los ojos.
_ ¿Te imaginas, Johnny? Tú, atrapado entre los brazotes musculosos de ese hombre mientras te empala sobre su escritorio.
No. Por supuesto que no quería tener esa fantasía metida en su cabeza. No quería imaginarse entre los brazos de David MacMillan. Entre los brazos de esa bestia. Y aún así visualizó la escena. Él, completamente desnudo, tendido de espaldas sobre el escritorio de su jefe, con las piernas separadas mientras David, con los pantalones por los tobillos, la camisa abierta dejando ver su amplio pecho y la corbata colgando suelta de su cuello, se disponía a penetrarlo con su enorme y grueso miembro cimbreante. Bueno, no lo había visto realmente, pero lo imaginaba de esa forma. Una fantasía digna de una escena porno. Sacudió la cabeza casi con violencia. No quería tener esas imágenes grabadas en su mente. Él no veía a su jefe de esa manera. Su jefe no era su tipo de hombre:
_ No, no lo imagino, y tú, deja de decir esas cosas. Estás hablando de mi jefe.
Pero Calvin siguió con su guasa:
_ Debe ser una bestia en todos los sentidos. Apuesto lo que sea a que debe ser una especie de Christian Gray, adicto al sadomasoquismo y con un cuarto rojo del dolor.
_ Calvin, ya cierra la maldita boca._ bramó Vivian lanzándole una mirada terrible.
Calvin, sintiéndose agredido e insultado, protestó:
_ Oye, no tengo la culpa si tu princesita rubia no te ha llamado. No la tomes conmigo.
Vivian le arrojó los restos de su hamburguesa a la cara, a la vez que Devon lo acogotaba y Jonathan le propinaba una patada en la espinilla. Calvin chilló de manera estridente y los miró a los tres, totalmente insultado:
_ ¿Es en serio? ¿Me caen en pandilla? ¡Eso es abusivo! ¡Tres contra una sola dama indefensa! ¡Con amigos como ustedes para qué se necesitan los enemigos! ¡Pueden irse todas a la mierda, perras!
Tomó su teléfono, su bolso de imitación de Prada, su sombrero Fedora de color blanco, su abrigo estilo trench coat de color rosa, se puso sus enormes gafas oscuras y se levantó encaminándose a la salida. Antes de marcharse lanzó una mirada punzante a los tres jóvenes. Pepe se aproximó a la mesa:
_ ¿Qué le pasó a la reina del drama?
_ Está más dramática que nunca._ respondió Devon tranquilamente y los cuatro se echaron a reír.
Jonathan pagó la cuenta y se dispusieron a marcharse al cabo de un rato:
_ Oye Vivian... Yo tengo el número de Kayla, si quieres puedo llamarla y preguntarle qué le pasa y cuáles son sus intenciones contigo y...
_ No es nada Johnny. No es que sea la primera vez que una chica pasa de mí.
_ No, pero sí es la primera chica como Kayla en hacerlo._ comentó Devon._ Confiésalo. Usando tus analogías de Harry Potter, esa rubia es como un dementor, y te succionó el alma a través de la vagina.
Jonathan le dirigió una mirada represiva, pero Vivian pareció no inmutarse ante el comentario. Solo suspiró al salir a la calle, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo:
_ Bueno, al menos nos libramos de la presencia de Calvin por hoy. A saber cuánto tiempo estará enojado con nosotros.
Pero en cuanto enfilaron hacia el Rolls-Royce estacionado unos metros más adelante, junto a un parquímetro, vieron a Calvin recostado tranquilamente al vehículo, aguardando:
_ Creo que hablaste demasiado pronto._ musitó Devon.
_ Ya me di cuenta._ gruñó Vivian.
_ Ya déjenlo en paz y no lo provoquen._ ordenó Jonathan.
Se aproximaron al auto. Calvin tenía una expresión seria y altanera en el rostro:
_ Creímos que te habías ido._ supuso Jonathan haciendo un esfuerzo por librar la frase de ironías.
_ ¿Y dejarte ir solo con estos dos a comprar ropa? Tienes que estar bromeando. Capaz de que termines en un mercado de pulgas. Dije que sería tu asesor de compras y lo haré.
_ Eres una perra desvergonzada._ se mofó Devon.
Calvin se apartó un poco las gafas para mirarlo a él y a Vivian:
_ No tengo intenciones de hablar con ninguno de ustedes dos. He sido gravemente insultada y agredida y no los pienso perdonar tan fácil.
_ Jonathan también te golpeó... ¿Por qué a él sí le hablas?
Volvió a colocarse las gafas ante los ojos y respiró hondo antes de decir:
_ Jonathan ahora es alguien importante. Y puede que termine casándose con el multimillonario sádico de su jefe... ¡Me pido el asiento del copiloto!
_ Siempre te robas el asiento del copiloto._ gruñó Vivian.
_ Y yo no pienso casarme con el señor MacMillan. No digas eso._ se quejó Jonathan, pero ninguno de ellos parecía estar escuchándole.
Calvin los hizo ir a tantas tiendas que casi al final de la tarde tuvieron que imponerse para hacer las compras que Jonathan debía realizar. El joven se horrorizó con los precios de cada artículo... Era inconcebible que unos simples shorts fueran tan caros, y lo mismo la camiseta, y los calcetines, y los zapatos, y hasta el bolso. Por suerte, era el señor MacMillan quien estaba pagando, aunque recordó que cuando él le entregó aquella tarjeta de crédito para gastos, ni siquiera pudo negarse a aceptarla. Ahora tenía claro que podía serle útil. Y como al señor MacMillan no le molestaría que lo hiciera, decidió correr el riesgo de ser generoso con sus amigos y comprarles un regalo vistoso a cada uno. A Devon le compró un elegante blazer gris oscuro; a Vivian, un gracioso bolero de vicuña roja. Calvin fue el más difícil de complacer, y por supuesto, el mayor de todos los gastos; el muchacho se había enamorado de un abrigo acampanado de color verde musgo con grandes botones plateados y guantes y bufanda a juego:
_ Apenas estamos en otoño._ le regañó Devon._ Aún falta un poco para el invierno... ¿No te parece?
_ No me importa. Está bellísimo y es lo que quiero. Este año Santa Claus llegó antes de tiempo.
Jonathan tuvo la intensión de comprar algo también para Randy, pero recordó que estaban distanciados. Bueno, cuando se reconciliaran (si es que lo hacían) le compraría un detalle.
Temía que estuviera excediéndose en el gasto, pero cuando comprobó, luego de la compra, la tarjeta ni siquiera se había enterado prácticamente de cuanto se le había sustraído. De repente se encontró pensando en lo agradable que podía ser tener dinero a montones y poder derrocharlo sin preocupación alguna.
Dejó a los chicos en el departamento y se despidió de ellos. Sonrió mientras subía al auto y podía escuchar las voces airadas de Calvin y Vivian en alguna discusión, mientras Devon trataba pasivamente de tranquilizarlos. Los amaba a los tres, y lamentaba que las cosas con Randy no fueran bien. Él también era su amigo, y le quería, a pesar de sus defectos. Tal y como le había dicho su padre semanas atrás, si había sido capaz de perdonar al señor MacMillan y trabajar para él ¿Por qué no habría de perdonar a Randy?... ¡Agh! Ahí estaba otra vez. David MacMillan invadiendo sus pensamientos.
Colocó música a todo volumen para obligarse a no pensar:
♪...I'm covering my ears like a kid
When your words mean nothing, I go la la la
I'm turning up the volumen when you speak
Cause if my heart can't stop it, I find a way to block it I go
La la, la la la
La la, la la la
I find a way to block it I go
La la, la la la
La la, la la la...♫
******************
Había dos espacios de la mansión MacMillan que a Jonathan le fascinaban sobremanera. Uno era el salón de música, donde a veces se escabullía para tocar el piano, y el otro era el jardín. De hecho, una de los empleados que más le simpatizaba era precisamente Bruce, el jardinero. Y nada tenía que ver con el innegable atractivo del joven. Era bastante moreno, con la piel tostada por el sol. Era muy guapo, con sus cabellos negros erizados la mayor parte del tiempo, unos ojos carmelitas cargados de picardía en su rostro de niño travieso. Su cuerpo estaba bastante tonificado a causa del trabajo y por supuesto, a una buena dosis de entrenamiento físico al que de seguro debía someterse. Lástima que fuera tan bajito de estatura, pero no dejaba de ser alguien ideal para crear una fantasía erótica. Aunque no precisamente a Jonathan.
Además, Bruce era heterosexual, y se había convertido en el interés romántico de varias chicas del servicio, sobre todo Liza y Miriam, quienes habían apostado a ver cuál de las dos sería capaz de conquistar el corazón del joven jardinero. Jonathan lo sabía puesto que mantenía una estrecha relación con ambas muchachas, quienes al inicio de su llegada, no habían sentido mucha simpatía por él, ya que pensaban que también estaba atraído por Bruce. Jonathan, muy divertido ante la situación, les explicó que su pasión era por las flores, no hacia el jardinero, y ellas, más aliviadas, lo hicieron partícipe de sus cuitas amorosas.
Bruce se trasladaba a la mansión en una elegante motocicleta a la que amaba con locura. A la caída de la tarde, luego de darse una ducha tras el trabajo de todo un día, se ponía sus jeans ajustados, una camiseta y una chaqueta de cuero negra. Se colocaba el casco protector y se alejaba bramando rumbo a un bar donde se tomaba un par de cervezas antes de regresar a su casa.
Jonathan detuvo el auto y descendió ante la escalinata de la entrada principal. Escuchó el ruido de la moto y se apresuró, haciendo señas a Bruce para que se detuviera. El joven se quitó el casco y mostró una encantadora sonrisa:
_ Hola Bruce.
_ Hola Johnny... ¿Reunión vespertina con La Bestia?
Jonathan lanzó un resoplido mezclado con una risita:
_ ¿Y ya te decidiste? ¿A cuál de las dos vas a escoger? ¿Liza o Miriam?
Bruce hizo una mueca:
_ Es que, la verdad es que no me gusta ninguna. Me caen bien, pero no me siento atraído por ellas.
_ ¡Auch! Eso les romperá el corazón.
_ Si te soy sincero, estoy saliendo con otra chica. No es nada serio aún. Apenas nos acabamos de conocer prácticamente. Pero me siento bien con ella. De hecho..._ consultó su reloj._ Vamos a encontrarnos ahora. Iremos a ver una peli juntos y luego a cenar y tomarnos unas copas.
_ ¡Ay, qué romántico!... Oye, espero que sea una comedia de amor y no una de acción o de terror.
_ De hecho, es de terror. A ella le encanta el cine de terror, igual que a mí.
Jonathan inclinó el rostro, para decir en tono confidencial:
_ Pues mejor así. Y cuando haya una escena espeluznante, aprovechas y le corres el brazo por encima. Eso nunca falla, te lo aseguro. A las chicas les gusta sentirse protegidas por su hombre.
_ Lo tendré en cuenta._ se rió Bruce y ya iba a ponerse el casco de nuevo, cuando Jonathan lo detuvo.
_ Aguarda... ¿Y no le llevas nada?
_ ¿Cómo qué?
_ ¡Pues un detalle! ¡Bruce!..._ resopló, poniendo los ojos en blanco._ A las mujeres les gustan los detalles.
_ Pero... ¿Qué podría llevarle?
Jonathan torció la boca y lo acogotó suavemente:
_ Piensa... Eres un jardinero... ¿Puedes decirme con qué es con lo que mejor trabajas?
_ ¿Plantas? ¿Flores?_ se atrevió a preguntar Bruce, aunque no del todo convencido.
Jonathan alzó la mirada al cielo y gruñó:
_ ¡Hombres...! Venga, baja de la moto y vamos a prepararle un ramo hermoso a tu enamorada.
_ ¿Ahora?_ exclamó Bruce y volvió a mirar su reloj.
_ Si, ahora. Y no te preocupes por llegar unos minutos tarde. Cuando ella vea lo que le llevas, te perdonará el retraso. Créeme, conozco a las mujeres.
Bruce bajó de la motocicleta y la dejó parqueada allí mismo mientras se dirigía, acompañado de Jonathan, al cuarto de las herramientas, y desde allí, al invernadero, donde las flores se mantenían hermosas casi todo el año gracias a sus inigualables cuidados. Jonathan le aconsejó llevarle rosas blancas, símbolo de la pureza de sus sentimientos por la chica. Bruce empuñó las tijeras de jardinería y cortó varias rosas, dejándole los tallos largos y cuidando de quitarle todas las espinas. Mientras lo observaba, y reparaba en las bellezas florales que le rodeaban, Jonathan se atrevió a preguntarle:
_ Bruce... ¿No has pensado en crear tu propio negocio de jardinería?
El muchacho alzó la mirada y un extraño brillo apareció en sus ojos carmelitas:
_ La verdad es que...si. Lo he pensado en más de una ocasión.
_ ¿Y qué te detiene? ¿Por qué no lo haces? Cuando miro la maravilla de jardín que lograste en la mansión, y veo todo esto... Bruce, tienes un don. Y es triste que lo desperdicies, por decirlo de algún modo, solo en este sitio.
_ No tienes idea, Jonathan, de la cantidad de personas con dinero que me han ofrecido grandes sumas para que vaya a decorar sus jardines. Han intentado sobornarme para que abandone al señor MacMillan y me vaya con ellos a trabajar.
_ ¿Y nunca te has sentido tentado a hacerlo?
Bruce arrugó un poco la nariz y ladeó la cabeza varias veces:
_ A veces sí. El señor MacMillan no es mala persona, pero tiene un carácter insoportable. Hay días que está de buenas, y otros, que es mejor no cruzarse en su camino. Mi papá trabajó muchos años de jardinero aquí en la mansión. Todo lo que sé lo aprendí de él, aunque mis estudios me ayudaron a superar su labor. Me gradué de Agronomía hace unos años. Sé trabajar con los suelos, manejar los nutrientes para hacerlo más fértil. Ese es mi secreto. Convertí una pasión en una profesión que me gusta...
_ Pero en la que estás estancado._ interrumpió Jonathan._ No importa lo bueno que seas si no lo muestras al mundo.
_ Bueno, el jardín apareció en una importante revista especializada. Así fue como todos los que después vinieron a mí, me descubrieron.
_ Sí, pero quien salió en las fotos de la revista no fuiste tú. Fue el señor MacMillan. Por supuesto, él es el dueño del jardín, de los terrenos. Pero quien se manchó las manos de tierra e hizo todo el trabajo pesado, fuiste tú. Mereces el protagonismo, mereces que se te reconozca directamente por tu trabajo.
Bruce se quedó en silencio, mirando el ramo de flores que sostenía. Cuando se atrevió a hablar, tenía la mirada perdida, y su voz sonaba dudosa:
_ No lo sé, Johnny. No es tan simple. Dos generaciones de mi familia han trabajado para los MacMillan como jardineros, y se sienten orgullosos de ese legado. Por eso es que estoy aquí. Mi padre no se lo tomaría muy bien, supongo, si yo decidiera abandonar la mansión y abrir un negocio por mi cuenta.
Jonathan se cruzó de brazos, con actitud evidentemente incómoda:
_ ¿Y qué pretendes? ¿Quedarte aquí? ¿Cómo lo hizo tu padre, tu abuelo y a saber quién más de tu familia? ¿Vas a envejecer cuidando las plantas de los MacMillan? Y cuándo ya no puedas hacerlo ¿Qué? ¿Obligarás a tus hijos a que sigan el legado? ¿Te has preguntado siquiera si resulta que a tus hijos no les gusta para nada la jardinería o trabajar con la tierra?
Le puso una mano sobre el hombro:
_Bruce, eres joven. Tu vida está en auge. No la desperdicies. Sal adelante y construye tu propio futuro, tu propio imperio. David MacMillan tendrá que buscarse otro jardinero, no será tan bueno como tú, eso está claro, pero entenderá que quieras prosperar.
_ ¿Tú crees?
Jonathan le guiñó un ojo:
_ Estoy seguro... ¡Y dale! ¡Muévete o llegarás más tarde a tu cita!... Y por Liza y Miriam no te preocupes. Yo me encargaré de que dejen de acosarte.
_ ¿Sabes Jonathan? Todo el personal de servicio coincide en algo. Hacía mucho tiempo que hacía falta alguien como tú en esta casona.
Salieron del invernadero riéndose y conversando, Bruce hablándole de su novia, cuando el Mercedes Benz del señor MacMillan se detuvo tras al Rolls-Royce. Will bajó del vehículo, dispuesto a abrir la portezuela de los asientos de pasajeros, pero David ya había descendido, y su rostro no podía lucir más sombrío al ver a los dos jóvenes tan... cercanos. Los dientes le crujieron dentro de la boca e hizo un esfuerzo por controlar el arrebato de ira que le estaba recorriendo por todo el cuerpo:
_ Entrégale mis cosas a Stephen, Will._ ordenó al chofer con una voz gélida._ Y dile a tu hijo que me espere en el salón de música. Enseguida estaré con él para ultimar ciertos detalles.
Y se retiró con paso firme y las mandíbulas contraídas. Will lo siguió con la vista y luego miró en dirección a donde estaban Bruce y su hijo. Acababan de darse un abrazo y Bruce ya se había colocado el casco y se alejaba a toda velocidad en su motocicleta. Jonathan saludó a su padre con la mano desde donde estaba. Corrió al auto, y sacó el bolso nuevo con todos los artículos y ropas que había comprado esa tarde. Al llegar a él lo abrazó, con una sonrisa amplísima en los labios:
_ Hola pa.
_ ¿Qué hacían tú y Bruce? ¿De dónde venían?
Jonathan entrecerró los ojos, con suspicacia:
_ Pa, Bruce no es gay. Tiene novia, y en este momento va a una cita con ella. Le ayudé a prepararle un ramo de flores bien espectacular para que la impresione... En serio, deja de hacer de casamentero.
Will se rió y alzó las manos:
_ Oye, solo quiero que mi hijo encuentre un hombre bueno para que se enamore. Y a mí me agrada Bruce. Es un buen chico, muy trabajador, y es muy guapo.
Jonathan puso los ojos en blanco:
_ Bien, pero no creo que yo sea de su gusto. Él no batea en mi equipo.
_ Como tú digas. Pero tenía que preguntar... A propósito, La Bestia está furiosa.
Jonathan se puso serio de inmediato:
_ ¿En serio? ¿Qué pasó?
_ Pues no lo sé. Y la verdad es que no lo entiendo. En el viaje estaba de muy buen humor. Hasta me hizo ponerle música en el auto. Quería oír a ese cantante que te fascina. El que canta ese tema que tanto me gusta, el que habla de la fotografía...
_ ¿Ed Sheeran? ¿Te hizo ponerle a Ed Sheeran en el trayecto hacia acá?
_ Pues sí. Y ya te digo, venía muy bien de ánimos. Hasta que llegamos. Ni siquiera esperó a que le abriera la portezuela. Bajó del auto y me ordenó que te dijera que lo esperaras en el salón de música, que enseguida se reunirá contigo.
Jonathan suspiró pesadamente:
_ Cuando dices que te ordenó que me dijeras todo eso ¿Te refieres a que te gruñó como acostumbra a hacer, verdad?
_ Tú lo conoces... A propósito, hijo, el señor MacMillan me dio libre el día de mañana y estaba pensando en que podríamos hacer algo con los gemelos. Salir a pasear, hacer un picnic. Me imaginaba invitar a Anne y a tus amigos, claro. La pasaríamos muy bien ¿Qué te parece?
Jonathan hizo una mueca de dolor:
_ Ay pa... me encantaría pero... Tengo planes para mañana y no puedo cambiarlos._ y al decir esto, aferró la correa del caro bolso deportivo que llevaba al hombro.
_ ¿Qué tipo de planes son esos que no puedes cambiarlos para estar con tu familia?
Jonathan se mordió una esquina del labio inferior. Creyó que el señor MacMillan le habría hablado a su padre sobre lo del día siguiente. Pero no, todo indicaba que le tocaría a él informar a su padre de los planes del gran jefe:
_ El señor MacMillan tiene mañana una reunión en un club campestre, y me pidió que lo acompañara para... jugar al tenis.
Will soltó una especie de sonido parecido a una risa reprimida, sin dejar de mirar a su hijo mayor:
_ ¿Jugar al tenis? ¿Tú?
Jonathan puso los ojos en blanco mientras resoplaba:
_ Si, si, si... Suena raro, lo sé. Me consta que soy pésimo en los deportes, Devon se encargó también de restregármelo en la cara. Llegas tarde para pretender hacer lo mismo.
_ Hijo, tú no eres malo para los deportes. Ser malo implicaría que los practicas, y no es el caso. Los has evitado la mayor parte de tu vida. En la escuela inventaste que tenías distrofia muscular para no tener que practicar gimnasia. Claro, hasta que llegó el profesor Richards y te enamoraste perdidamente de él y voluntariamente olvidaste la distrofia y comenzaste a participar en sus clases.
Jonathan profirió un gritito:
_ ¡No puede ser! ¡Tú y Devon se han propuesto sacar a la luz todos mis secretos!
_ No son tan secretos si ambos tenemos pleno conocimiento de ellos._ se burló Will y vio a su hijo alejarse rumbo a la entrada principal de la mansión. La sonrisa en sus labios se desvaneció de inmediato, dando paso a una expresión de inquietud. Cada vez temía más porque sus sospechas se hicieran realidad.
******************
Jonathan saludó a la señora Davis y a las chicas del servicio. Se recordó que debía buscar la manera de comunicarle a Liza y a Miriam que no siguieran perdiendo el tiempo ilusionándose con Bruce.
Stephen le dirigió el frío saludo que acostumbraba a obsequiarle: una ligera inclinación de cabeza, con el totalmente inexpresivo silencio de siempre. Aún no podía entender los motivos, pero estaba convencido de que el viejo mayordomo no sentía ni una gota de simpatía por él.
Llegó al salón de música, con sus paredes tapizadas de terciopelo verde, su alto techo con aquella lámpara que multiplicaba la luz que se filtraba a través de los cristales del amplio ventanal por el que ya se advertía la explosión de colores del atardecer. Dejó el bolso sobre unos de los exquisitamente tapizados muebles y se adelantó hacia el piano. Era uno de los momentos que más amaba cuando iba a la mansión. Tocar el piano le hacía sentirse cerca de su madre, de la misma manera en que le ocurría cuando deambulaba por el jardín, observando las flores, principalmente las rosas rojas que tanto le gustaban a su mamá en vida.
Se acomodó en la banqueta y dejó que los dedos se deslizaran sobre las teclas, inundando el salón con una melodía lánguida, triste, como el lamento desesperado de un alma agonizante:
♪...Hello from the other side
I must've called a thousand times
To tell you I'm sorry for everything that I've done
But when I call, you never seem to be home
Hello from the outside
At least I can say that I've tried
To tell you I'm sorry for breaking your heart
But it don't matter, it clearly doesn't tear you apart anymore...♫
No sabía por qué estaba tocando esa canción. Hello, de Adele, siempre lo ponía melancólico, y le hacía pensar en Alex. Ni siquiera tenía claro por qué su ex estaba en sus pensamientos ahora. Quizás por haber visto la emoción de Bruce por el encuentro con su novia. De seguro estarían muy pronto disfrutando de una película en el cine, abrazados en la oscuridad, compartiendo tal vez algunos besos apasionados. Y él... Eso era algo que jamás podría compartir con nadie. Por más que Devon y su padre le insistieran, nada de lo que dijeran cambiaría la realidad. Los hombres solo lo veían como un apetitoso agujero follable, pero nadie parecía interesado en compartir una bonita historia de amor. Algo más que un simple revolcón de una noche. Y se negaba a ser el muñeco inflable de alguien, quien fuese, aunque se tratara de Henry Cavill en persona, su mayor fantasía sexual. Bueno, decir que se negaría a pasar una sola noche de sexo desenfrenado con Henry Cavill si se le diera la oportunidad, sería algo exagerado de asegurar:
_ Qué canción tan triste.
Dejó de tocar con rapidez, la misma rapidez con la que se volteó hacia la entrada del salón. Recostado al dintel de la puerta estaba parado David. Llevaba el mismo pantalón y la misma playera que se había puesto en la mañana, cuando le manchó la camisa de café. Su torso ensanchaba la prenda hasta casi reventarla. Iba descalzo. Sus pies eran enormes. Jonathan no pudo evitar recordar una especie de mito que decía que los hombres con grandes pies eran igual de bien dotados en el tamaño de sus genitales. La boca se le resecó al verlo allí, con los cabellos castaños revueltos y los pulgares enganchados en los bolsillos del pantalón, mientras caminaba en dirección al piano. Jonathan se puso de pie y trató de sonreír, y de controlarse:
_ Si, lo es. Es una canción sobre arrepentimiento y despedida. Ni siquiera sé por qué la estaba tocando. Siempre me deprime un poco cuando la escucho.
_ ¿Son las cosas que compraste?_ preguntó David señalando hacia el mueble donde estaba el bolso que Jonathan había dejado al entrar.
_ Ah, si. Espero que le gusten y que...
Pasó por su lado con la intención de acercarse al asiento, pero una mano de David lo retuvo por la muñeca. Alzó la cabeza para mirarle, sorprendido y nervioso. David no lo miraba. Sus ojos verdes iban más allá del cristal de las grandes ventanas:
_ Te vi con Bruce._ dijo con voz ronca.
_ Oh..._ solo pudo balbucir Jonathan.
Primero su padre, y ahora su jefe. Solo faltaba que el resto de la servidumbre lo hubiera visto platicando con Bruce y que ahora todos pensaran que había algo entre él y el jardinero:
_ Señor MacMillan...
Y entonces pasó. David tiró de la muñeca que sostenía, y de repente Jonathan se encontró siendo aprisionado por un par de fortísimos y musculosos brazos que le impedían cualquier movimiento, estampado contra aquel pecho amplio y cálido, con la barbilla alzada, observando casi con pánico un par de intensos ojos verdes y suplicantes, como las palabras que brotaron de aquellos labios finos, como líneas tensas:
_ Por favor... Necesito saber... Necesito que me digas...
_ ¿Qué le diga qué?_ se atrevió a preguntar Jonathan, que había alzado las manos, tratando de apartar al hombre, pero aferrándose finalmente a la tela de la playera.
_ La verdad. Necesito saber si hay algo entre tú y Bruce.
¿¿¿QUÉEEE...??? La pregunta fue como un latigazo en su rostro, en su cerebro. Su jefe no podía estar hablando en serio. Pero ese no era el punto ¿Qué podía importarle a él si tenía o no una relación con Bruce o con cualquier otro hombre? Su vida personal no estaba a disposición de sus conocimientos. Quería sentirse furioso, quería empujarlo, gritarle, insultarle... Pero sus manos se aferraron aún más a la tela, clavando casi los dedos en la piel que había detrás, en los músculos palpitantes que advertía firmes y calientes.
Abrió la boca para hablar. Ningún sonido brotó. Intentó respirar y le resultó dolorosamente difícil. El oxígeno circulaba con dificultad a través de sus pulmones. Tenía la sensación de que se estaba ahogando. Allí, atrapado en aquellos brazos. Unos brazos de los que descubrió, no quería zafarse. Pese a todo pensamiento lógico que pudiera querer albergar en ese momento, ansiaba permanecer allí por toda la eternidad. En los brazos de David MacMillan. La bestia.
Trató de humedecer los sabios resecos con su lengua y fue demasiado para David. Aquel gesto involuntario de Jonathan siempre lograba encenderlo al máximo, y su cabeza descendió, saltando las pocas pulgadas que lo separaban para que su boca cayera sobre la del muchacho. Pero justo entonces, por la puerta entreabierta del salón, entró William Doyle:
_ Señor MacMillan, disculpe la interrupción, pero me gustaría hablarle sobre...
Y William Doyle no pudo terminar de formular su propuesta. No pudo pedirle a su jefe que liberara a Jonathan del compromiso del sábado para que pudiera ir de paseo con su familia. Simplemente no pudo hablar al ver a su hijo en los brazos de su jefe, casi a punto de besarse, o a saber si ya se habían besado. Solo pudo ver a Jonathan apartarse con rapidez, todo sonrojado y con los ojos muy abiertos, mientras que David MacMillan hacía acopio de sangre fría y permanecía enhiesto en el sitio, cubriéndose parcialmente la boca con una mano:
_ ¿Qué sucede, William?
La pregunta del hombre le devolvió a Will Doyle la capacidad de pensar y de hablar. Sin apartar los ojos de su hijo, respondió:
_ Ah... Perdón señor, por haber entrado así. Es que... me urgía hacerle una petición, pero... creo que lo he pensado bien y será mejor que desista de ello.
_ Vamos William, habla... ¿Qué querías pedirme?
Will negó con la cabeza:
_ De verdad olvídelo, señor. Era una tontería... Yo... perdón por haber entrado así de golpe... No volverá a pasar... Te espero en el auto, Johnny.
Y se retiró sin esperar a escuchar más razones. Un silencio pesado como una plancha de acero cayó sobre el salón, aplastando los cuerpos de David y Jonathan. Ahogando un gemido, Jonathan jadeó y miró alrededor, confundido y sin saber qué hacer a continuación. Debía seguir a su padre. Eso. Tenía que ir tras él. Ya era tarde. Debían regresar a la casa donde estaba Anne esperando con los gemelos. Sentía las piernas como de plomo mientras avanzaba hacia el mueble para recoger el bolso. Antes de salir, se detuvo al escuchar la voz de David a su espalda:
_ No llegues tarde mañana.
No era una orden pronunciada fríamente. Tampoco sonó a imposición. Fue más una petición con matices de súplica:
_ Hasta mañana, señor MacMillan._ dijo Jonathan con voz queda, y cerró la puerta al salir, luchando con el deseo imperioso de regresar corriendo a los fuertes brazos entre los que había estado minutos antes.
Su padre ya estaba en el asiento del conductor, con la mirada fija al frente. Jonathan abrió la portezuela y se acomodó junto a él, sin pronunciar ninguno de los dos una palabra. Will puso en marcha el vehículo y salieron de la propiedad.
El viaje resultó incómodamente silencioso. Jonathan no se atrevía a mirar a su padre, y dejó que sus ojos vagaran a lo largo del paisaje que iba quedando atrás a medida que avanzaban por la carretera. Trataba de entender qué había sucedido exactamente. David MacMillan, su jefe, le había preguntado si existía algún tipo de vínculo entre el jardinero Bruce y él. Luego lo había abrazado. Si, de un modo desesperado, posesivo. Y por último, que Dios, si existía, lo castigara si estaba en un error, pero David MacMillan había estado a punto de besarlo.
Todo eso, ahora que lo pensaba mejor y con más calma, como si lo viera en una pantalla a cámara lenta, sonaba tan jodidamente surrealista, que le costaba creer que fuera cierto. David, el señor MacMillan no se había comportado como un novio celoso, tampoco lo había estrechado contra sí, y mucho menos había estado a punto de besarlo. Cada vez que lo repetía en su cabeza, le sonaba más disparatado.
El auto se detuvo al borde de la carretera. Empezaba a anochecer y hacía un poco de frío. Jonathan miró a su padre, que seguía con la vista clavada al frente, con las manos adheridas al volante. Temía que de un momento a otro empezara a gritar, a pedirle explicaciones, a reclamarle y juzgarle por lo que pudiera haber interpretado que estaba sucediendo cuando irrumpió en el salón de música de la mansión y los descubrió en aquella situación comprometedora:
_ ¿Vas a contármelo o esperas que te lo pregunte?
Jonathan parpadeó confundido. La voz de su padre sonaba pausada, sin una sola nota que delatara enojo o decepción, y sus ojos continuaban fijos en la carretera que se extendía por delante, perdiéndose a lo lejos, donde ya se vislumbraban las luces de la ciudad:
_ ¿Qué quieres que te diga, pa?_ se atrevió a preguntar Jonathan con un hilo de voz.
_ Pues la verdad. Sé que eres un adulto, Johnny, pero en este caso creo que merezco saber la verdad... ¿Hay algo entre tú y el señor MacMillan?
Creyó que la pregunta le provocaría más impacto, pero tal vez fuera porque la esperaba, por lo que solo negó despacio con la cabeza:
_ No. Entre el señor MacMillan y yo no hay nada más que trato profesional, pa. Te lo juro.
Will cerró los ojos y respiró profundo. Sus manos soltaron brevemente el volante y volvieron a aferrarse a él con fuerza:
_ Johnny... Eres mi hijo... Y te amo con cada fibra de mi ser. Tú y tus hermanos son mi tesoro más valioso. Daría mi vida por cada uno de ustedes... Siempre te he dado confianza para que me hables y me digas cualquier cosa que te suceda o te preocupe... Por favor, dime la verdad, por muy dura que sea... Necesito saber...
_ ¡Es que no hay nada que saber, pa! ¡Te lo juro! ¡Entre el señor MacMillan y yo no existe nada más que un vínculo laboral! ¡No ha pasado nada entre nosotros!
Pero diciendo todo aquello se sentía como un mentiroso, y no entendía por qué. Y sabía que su padre tampoco le creía. Finalmente lo miró, y Jonathan se estremeció ante aquella mirada dura, cargada de reproches:
_ No intentes hacer pasar por nada, al hecho de que hace tan solo unos minutos entré a un salón y te vi en sus brazos y a punto de que se besaran... ¿A eso llamas tú que no ha pasado nada?
_ Pa..._ gimió Jonathan pero no supo qué decir.
Will alzó una mano de forma autoritaria. No quería escuchar cualquier pobre explicación que intentara darle su hijo. No estaba interesado en ser parte de los intentos de ser engañado. Pero quería dejar claro cuáles eran sus puntos de vista en todo ese asunto que durante tantos días le habían atormentado y ahora comprobaba que no estaba lejos de sus sospechas:
_ Johnny... Nadie más que yo desea que encuentres a alguien que te haga feliz. Te lo he dicho mil veces. Quiero que conozcas al hombre de tus sueños y que bailes con él al ritmo del felices para siempre, como lo hicimos tu madre y yo. De todo corazón espero que aparezca en tu vida esa persona que te ame, te respete y te cuide como mereces. Pero no creo que ese hombre sea precisamente el señor MacMillan. Él no tiene nada que ver con nosotros. Es un tipo rico cuya vida ha sido siempre bendecida por la abundancia. Nosotros apenas hemos podido salir a flote en estos dos años. La gente como el señor MacMillan, creen que solo por tener dinero pueden tenerlo todo y a todos. Y como pueden tenerlo todo, no valoran nada, no cuidan nada, no respetan nada. Y eso incluye a las personas. No quiero que te lastimen. No quiero que termines con el corazón roto. Ya te hicieron daño hace poco, y no deseo verte sufrir de nuevo.
Jonathan miró a su padre sin comprender. Will le acarició la cabeza, revolviéndole los cabellos:
_ ¿Pensabas que estaba demasiado metido en mi dolor por la pérdida de tu madre, como para no darme cuenta que estabas sufriendo por ese muchacho que te dejó hace unos meses? Te escuché llorar una noche y obligué a Anne a que me contara qué estaba pasando contigo. Sé que te es más fácil hablar con ella de algunas cosas, que conmigo. Pero soy tu padre, y te amo, y siempre te amaré. Y le daré mi bendición al hombre que entienda que te merece, y una vez más te digo que no creo que ese hombre sea el señor MacMillan.
_ Pa... Yo te aseguro que entre él y yo no hay nada. Ni siquiera entiendo qué fue lo que ocurrió o casi ocurrió en ese salón. Te lo garantizo. No hay nada entre nosotros. Nada.
William Doyle observó a su hijo durante unos segundos que parecieron siglos. Respiró más tranquilo y puso en marcha el auto nuevamente, prendiendo las luces del vehículo. Sus ojos se enfocaron en la carretera, pero su voz sonó fría al decir:
_ Mejor entonces, y espero que las cosas se mantengan así. Por el bien de todos. Necesitamos este trabajo pero no pienso dejar que él se aproveche de ti y te lastime, porque te juro, Johnny, que podrá tener todo el dinero y el poder del mundo, pero si ese hombre se atreve a lastimarte... Soy capaz de matarlo con mis propias manos y de la forma más dolorosa posible.
Y Jonathan se estremeció otra vez, sabiendo que su padre decía laverdad.
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