Capítulo 11 - ¿Qué carajos hace un Asistente Personal?
https://youtu.be/HbN-gcuIaw8
Los asistentes personales (AP) son profesionales de confianza que proporcionan apoyo administrativo y personal a los altos directivos. Su función principal es ayudar a los directivos a hacer un mejor uso de su tiempo, por ejemplo, atendiendo a sus llamadas telefónicas y correo electrónico, gestionando su agenda, programando citas, e investigando y resumiendo la información pertinente para la preparación de reuniones.
La principal diferencia con una persona que realiza funciones de secretaria es que el asistente personal se ocupa también de la organización de cuestiones personales, como por ejemplo, viajes familiares.
En concreto, un asistente personal se ocupa de:
Realizar tareas de secretaría administrativa y de alto nivel, incluyendo las actas de las reuniones, el envío de correos electrónicos, la elaboración de informes y la preparación de las presentaciones. Es importante que el asistente personal sea una persona con iniciativa y cuente con la plena confianza del directivo para poder trabajar de forma autónoma sin la intervención de éste, por ejemplo, redactando cartas o anticipándose a sus necesidades.Gestionar la agenda del directivo. Dentro de la empresa, los asistentes personales se ocupan de programar las reuniones y priorizan y conciertan citas en nombre del directivo o directiva. Pueden representar a su gerente en algunas reuniones. En el ámbito personal, se ocupan de gestionarle las citas, viajes o reuniones privadas, así como preparar los itinerarios y hacer las reservas en los hoteles.Atención telefónica y vía correo electrónico. Suelen atender las llamadas telefónicas de su jefe. El asistente personal es la persona encargada de filtrar la comunicación para que sólo le llegue al directivo las llamadas que considera importantes. Distribuyen el resto de peticiones a la persona o departamento apropiado.Apoyo en la contratación, formación y supervisión de los auxiliares administrativos. Los asistentes personales suelen tener un alto cargo dentro de la empresa y los sistemas de organización de la oficina y deben delegar muchas tareas de oficina a otras personas, por eso, pueden encargarse de buscar y formar a las personas que están involucradas en las tareas de su día a día.Organización de eventos. Algunos asistentes personales se encargan de la organización de conferencias y eventos para la empresa o el directivo, realizando funciones de relaciones públicas o de comunicación corporativa (redactando comunicados de prensa). Para desempeñar correctamente esta función es importante tener una lista de contactos y proveedores actualizada.Búsqueda de información y documentación. El asistente personal se asegura de que su jefe está bien preparado para las reuniones. Pueden buscar información, por ejemplo, en revistas especializadas, departamentos gubernamentales o instituciones profesionales, y resumir dicha información de manera clara y concisa para el beneficio del gerente.
Para ser asistente personal se necesita:
Formación específica en asistencia a la dirección.Dominio de idiomas, especialmente del inglés.Excelentes habilidades para la organización.Prestar atención a los detalles.Poder planificar y priorizar sus tareas.Habilidades de comunicación verbal, para recibir visitantes y servir de enlace entre clientes y directivos, por ejemplo.Ser flexible para hacer frente a las nuevas tareas a medida que surgen.Buenas habilidades de comunicación escrita y un buen nivel de español.La capacidad de analizar la información y de presentar resúmenes de forma clara y concisa.Habilidades de TIC y habilidades de procesamiento de textos, con la posibilidad de utilizar correo electrónico, hojas de cálculo y software de presentación.Habilidades de investigación, para ayudar a los gerentes a prepararse para las reuniones.La capacidad de entender cómo funciona su organización, por ejemplo, la función de cada departamento y la relación entre diferentes departamentos o la relación de la empresa con los clientes.Tacto y discreción.Poder mantener la información confidencial.Confianza y un buen juicio.Mantener la calma bajo presión.La capacidad de delegar tareas a los empleados y de supervisar al personal en ausencia del gerente.
Jonathan hizo el teléfono a un lado con fastidio y se masajeó las sienes. Había despertado temprano en la mañana con la idea fija de haber cometido un error al aceptar la oferta laboral del señor MacMillan. No había prestado atención a ninguna de las clases ese día, buscando en internet todo lo concerniente a la labor que debía desempeñar un asistente personal, y hasta el momento, todo lo hallado no hacía más que corroborarle lo poco apto que se consideraba para afrontar tal responsabilidad.
Apenas estaba estudiando, y no conocía absolutamente nada de los negocios del señor MacMillan, solo lo básico, lo que la mayoría era capaz de dominar a causa del prestigio del que gozaba la empresa. No tenía experiencia alguna, y si se esperaba que cumpliera con todos los requisitos que supuestamente debía presentar un asistente personal competente... bueno, lo lamentaba muchísimo, pero él no era la persona adecuada.
A su lado, Calvin y Devon bostezaban aburridos mientras Vivian narraba por enésima vez lo enamorada que estaba de la hermosa rubia con la que se había marchado del club la noche anterior:
_ Acabas de conocerla,_ resongó Devon._ ¿Cómo puedes estar enamorada?
_ Créeme, lo estoy. Hicimos el amor cinco veces... Carajo, no pensé que fuera capaz de tener cinco orgasmos en una sola noche.
Calvin hizo una mueca de asco y se cubrió las orejas con las manos:
_ ¡Demasiada información, Vivian!... Pero, un momento... ¿No que ella era la novia del millonario pedante?
_ No, no lo es._ contestó Jonathan con la mirada distraída.
_ ¿Y a ti cómo te fue?_ le preguntó Devon._ No has abierto la boca ni nos has contado nada acerca de tu reunión con el señor MacMillan... ¿De qué hablaron?
Jonathan infló los carrillos y deseó no tener que hablarle a sus amigos sobre lo ocurrido durante la cena sorpresa que había preparado el millonario. Decirles que su padre había vuelto a ocupar su puesto de chofer, y, que de ser el enemigo declarado número uno de David MacMillan, había pasado a ser su asistente personal, sería motivo de burlas, reproches e interminables temas de conversación y debates a los que no quería enfrentarse. Claro, estaba sopesando enormemente la posibilidad de rechazar el empleo, a pesar de haberlo aceptado. Solo esperaba que el señor MacMillan fuera comprensivo y aceptara su renuncia incluso antes de haber ocupado el cargo oficialmente. Tartamudeó un poco, sin saber cómo comenzar a contarles lo sucedido, cuando un elegante Porshe se detuvo a unos metros de donde estaban, tendidos sobre una manta bajo la sombra del habitual sauce en el que gustaban pasar el rato. Jonathan sonrió aliviado al ver a su padre descender del vehículo. Recordó que habiendo terminado la última clase, debía ser conducido a la mansión MacMillan:
_ Wow..._ exclamó Calvin con una sonrisita juguetona._ El señor Doyle se ve muy bien con ese uniforme.
_ Oye, contrólate. Estás hablando de mi papá.
_ No nos dijiste que tu padre consiguió trabajo otra vez._ se asombró Vivian.
_ Ah... fue algo precipitado que surgió.
Devon lo miró por un instante y sus ojos se entrecerraron con desconfianza:
_ ¿Volvió a trabajar para MacMillan?
Jonathan se detuvo. Tenía las miradas de los tres sobre él. De nada serviría negarlo. Suspiró y abrió los brazos:
_ Pues sí. El señor MacMillan se disculpó y me pidió que convenciera a papá para que regresara a ocupar su puesto.
_ ¿Y tú estuviste de acuerdo?_ la pregunta de Devon estaba impregnada de recelo y algo de ironía._ Porque recuerdo claramente que dijiste que ni muerto querías volver a estar cerca de esa bestia cruel y despiadada... ¿Qué te hizo cambiar de idea?
Jonathan abrió la boca, sin saber qué responder. Se sentía ridículo delante de sus amigos. Su padre se aproximó al grupo y le corrió un brazo por encima de los hombros, saludando con una sonrisa a los otros chicos tendidos sobre la manta. Vestía el elegante uniforme de chofer que se le había entregado para trabajar, y parecía bastante animado:
_ ¿Todo bien muchachos? ¿Descansando un poco de tanto estudio? Oigan... Hace rato que no veo a Randy... ¿Por qué no está con ustedes?
_ Una larga historia..._ se dio prisa en responder Jonathan._ Y nosotros tenemos prisa.
_ ¿Cómo?_ chilló Calvin._ ¿Tienes que irte? ¿Por qué?
Will miró a su hijo y luego a sus amigos:
_ ¿Qué? ¿Johnny no les ha dicho aún?
_ ¿Decirnos qué?_ preguntó Vivian.
_ Pues que consiguió un trabajo nuevo.
Los otros no tardaron en reaccionar:
_ ¿En serio?
_ ¡Perra! ¿Cuándo pensabas decírnoslo?
_ ¿De qué se trata?
Will envolvió a Jonathan en una mirada interrogante:
_ ¿De veraz no les habías dicho nada a tus amigos, Johnny?_ y procedió a explicar._ Jonathan fue contratado por el señor MacMillan como asistente personal.
Jonathan se sintió aturdido, atiborrado ante el aluvión de preguntas que de inmediato dejaron caer los otros sobre él con la intensidad de una tormenta:
_ Muchachos,_ empezó a decir Will con prisa._ más tarde podrán platicar todo lo que quieran y ponerse al tanto de cómo fueron los hechos, pero ahora tenemos que irnos. Johnny tiene su primer día de trabajo.
_ Cuidado no le derrames café encima a tu jefe._ se mofó Calvin y fue secundado por un coro de risas al que Jonathan prefirió no responder con una grosería.
Para colmo, en el momento en que iban a subir al auto, Will divisó a Randy, atravezando el área a unos metros de distancia:
_ Oh mira, es Randy._ señaló con entusiasmo.
_ Si, déjalo. No lo molestes... ¡Pa! ¿Qué te dije?
Will ya había llamado al joven y lo saludaba agitando un brazo. Sorprendido, Randy respondió al saludo con un tímida sonrisa y un escurridizo gesto de la mano, para luego seguir su camino con la cabeza gacha:
_ Qué raro._ dijo Will y miró a su hijo._ ¿Tuvieron algún problema con Randy?
_ Pa, llegaremos tarde._ le apremió Jonathan en tono autoritario.
Abordaron el vehículo que se puso en marcha con un suave ronroneo. Pasaron unos minutos en silencio, hasta que Will se atrevió a decir, con las manos en el volante y sin apartar los ojos de la carretera:
_ ¿Me dirás qué pasó con Randy?
_ No pasó nada... Solo hubo un pequeño disgusto.
_ ¿Todos se disgustaron con él?
_ Mas bien fue él quien se disgustó con nosotros.
_ Pues a mí me parece que no debe haber sido solo un pequeño disgusto como dices._ supuso Will dándole una rápida ojeada a su hijo.
Jonathan resopló con incomodidad:
_ ¿Podemos no hablar de este asunto, pa? Realmente me siento un poco indispuesto y preocupado por lo que me espera ahora y no tengo cabeza ni paciencia para lidiar con Randy y sus conflictos con nosotros.
Sobre todo, no quería tener que contarle a su padre la naturaleza de tales conflictos, como Randy los había hecho a un lado por haber querido tener sexo con él y haberse negado a complacerlo. Will guardó silencio unos minutos, hasta que volvió a tomar la palabra, cuidando cautelosamente el tono de voz y los términos que usaba:
_ Solo digo, y no quiero que te molestes conmigo por parecer insistente, que creo que Randy es uno de tus mejores amigos, o por lo menos siempre lo he visto así. Quizás siempre me resultó un poco pretencioso y arrogante, pero ha estado ahí para ti, al igual que Devon y los otros. Los amigos se pelean, se equivocan, tienen diferencias, Johnny, pero esas cosas son las que fortalecen una amistad. Si fuiste capaz de perdonar al señor MacMillan, a quien no conocías... ¿Qué puede impedir que perdones a Randy?
«_ Para empezar, que el señor MacMillan no quiso acostarse conmigo en medio de una letrina, y Randy sí._ pensó Jonathan mirando a través de la ventanilla.»
Ni siquiera había reparado en la elegancia y confort del auto en el que viajaba. Solo pensaba en la manera de desembarzarse de algún modo de aquel compromiso pactado para el que no estaba preparado.
Cuando tomaron el sendero pavimentado a través del bosquecillo, miró el entorno, dándose cuenta de lo apartada que estaba la residencia de la ciudad. Cuando las rejas se abrieron y el auto se adentró en los amplios jardines de la propiedad, Jonathan olvidó por un momento todas las preocupaciones que le atormentaban y solo pudo concentrarse en la exquisitez medio ambiental que le rodeaba. Tantos colores, tanta belleza tan bien cuidada.
Pero fue al vislumbrar la magnífica edificación, cuando realmente su quijada casi se desprendió. El auto se detuvo ante la escalinata y Will y su hijo descendieron del vehículo. Jonathan estaba fascinado observando la fachada de ladrillos rojos y los grandes ventanales de cristal. La puerta principal se abrió y un sujeto que le recordó a esos estirados mayordomos de las películas sobre la realeza, salió al encuentro de ambos. Jonathan apretó con fuerza la correa de su mochila. Cada momento se sentía más fuera de lugar:
_ Buenos días._ saludó el mayordomo con una pronunciación tan exquisita, que llegó a pensar si era posible que aún siguieran en el mismo país._ Entonces, este es el joven que será el asistente personal del señor MacMillan.
Jonathan trató de sonreír ante la minuciosa mirada que recibió del mayordomo, que parecía inspeccionarlo con gran interés. Will atrajo a su hijo hacia sí, sonriendo con orgullo:
_ Stephen, le presento a mi hijo mayor... Jonathan Doyle... Johnny, él es Stephen, el mayordomo de la casa. Nadie conoce este sitio mejor que él. Bueno, tal vez la señora Davis, el ama de llaves.
_ Ah... un placer._ sonrió nervioso Jonathan mientras estiraba una mano, que Stephen ignoró por completo mientras decía con una voz suavemente autoritaria
_ Señor Doyle..._ los miró a ambos, como si reparara en la cuenta de que estaba ante padre e hijo y debía diferenciarlos de alguna manera. Dudó un poco antes de decir tras un leve carraspeo._ William... El señor MacMillan llamó hace unos minutos. Tiene algunas labores para ti, así que te aconsejo que le llames inmediatamente. Yo me encargaré de tu hijo desde este momento.
Jonathan dirigió una mirada de terror a su padre, como suplicándole que no fuera a abandonarlo con aquel sujeto espantosamente correcto, pero ya Will se había alejado mientras deslizaba los dedos por la pantalla de su teléfono:
_ Por aquí, joven._ le indicó Stephen a Jonathan con un elegante movimiento de brazo, y entró a la casona seguido por el tembloroso joven.
Si el exterior de la mansión, con sus espléndidos jardines que añoraba recorrer y disfrutar a plenitud, lo habían dejado sin palabras, en serio no estaba preparado para afrontar el interior de la residencia. Luego de trabajar en Le Roi Soleil, creyó haberlo visto todo en cuanto a decoración barroca, pero el restaurante de monsieur Francois se quedaba pequeño ante todo lo que él estaba observando en esos momentos. Parecía que acababa de aterrizar en el interior de un palacio como aquellos que describían los cuentos. Amplios salones por cuyos ventanales se filtraba el sol a raudales, llenando los espacios de luz, iluminando los fabulosos cuadros de las paredes, haciendo resplandecer los trabajados marcos dorados.
Había jarrones colmados de flores frescas, y pedestales con bustos tallados en mármol. Los techos... Ay, los techos. Jonathan por un momento creyó que se le torcería el cuello hacia atrás, pero no podía dejar de mirar aquellos techos adornados con frescos y molduras de deliciosos entramados. Se detuvo en medio de una amplia galería y tuvo que dar una vuelta en redondo, sin saber hacia dónde mirar al estar rodeado de tanta belleza:
_ La mansión se construyó entre 1909 y 1912, a petición del primer señor MacMillan que dio inicio a la fortuna familiar, o sea, el bisabuelo del actual señor MacMillan. La inauguración se vio tristemente afectada, ya que coincidió con los sucesos del hundimiento del Titanic. Una hermana del antiguo señor MacMillan falleció en el naufragio.
Jonathan retomó la marcha tras el mayordomo, que hablaba pausadamente y sin voltearse a verle ni una sola vez. Era como estar recorriendo un museo. Pasaron a un salón cuyas paredes estaban tapizadas de terciopelo verde y que mostraban una especie de galería de obras de arte de pintores clásicos. En el centro de aquel salón, frente a un enorme ventanal cuyas cortinas de tafetán estaban corridas dejando que la luz llenara el espacio, había un magnífico piano que Jonathan contempló con cierta nostalgia en la mirada:
_ Puede esperar aquí._ dijo Stephen y con un movimiento solemne, le indicó las vistosas butacas y divanes exquisitamente tapisados, que se repartían por la estancia. Salió cerrando la puerta y Jonathan quedó solo en aquel espacio de ensueño.
El elevadísimo techo tenía un diseño de cuadros que se entrelazaban y justo del centro se desprendía una vistosa araña de cristal que resplandecía ante el baño de luz que atravezaba el ventanal. En la estancia habían dispuesto un biombo de seis paneles decorados con pinturas de estilo oriental y un gran espejo de cuerpo entero y trabajado marco de bronce. Se miró en el espejo unos segundos y sintió como se le teñían las mejillas de escarlata. En medio de tanta opulencia en aquel magnífico salón, solo él era la nota discordante, con su apariencia desaliñada.
Miró entonces a la puerta, con inquietud infantil y se acercó despacio al piano. Alzó la tapa y deslizó los dedos sobre las teclas. La habitación se llenó del sonido y Jonathan, con una sonrisa, ejecutó varios acordes. Había pasado muchísimo tiempo desde que había tocado un piano por última vez. Si la memoria no le fallaba, y por supuesto que no lo hacía, había sido en compañía de su madre, ya a punto de empeorar en su enfermedad.
Las puertas se abrieron repentinamente y Jonathan se dio prisa en bajar la tapa del piano, como un niño sorprendido cometiendo una fechoría. Al ver a Kayla adentrarse en el salón, quiso sonreír. Le resultaba reconfortante ver un rostro conocido, sin embargo, la sonrisa de alivio se esfumó, cuando tras la joven entraron seis personas más, tres hombres y tres mujeres, cargados de cajas y empujando perchas con grandes cantidades de ropas.
Kayla se veía tan despampanante como de costumbre. Aunque no lucía ningún vestido de alta costura, llevaba con mucha clase un juego de chaqueta y pantalón de color lila, y por supuesto, calzaba unos tacones blancos impresionantes. Llevaba el cabello recogido en una coleta que lanzaba destellos al recibir la luz del sol. Se quitó los espejuelos oscuros de su hermoso rostro y sonrió, sin dejar de mirar a Jonathan:
_ Ya estás aquí... Perfecto..._ echó un vistazo rápido a su lujoso reloj de pulsera y agregó._ Bien, estamos un poco retrasados así que será mejor que empecemos..._ chasqueó los dedos en el aire a la vez que imperaba._ ¡Comiencen!
_ ¿Comenzar qué...?_ quiso preguntar Jonathan pero ni siquiera pudo articular la primera parte de la frase. Una de las mujeres ya estaba sobre él y le había quitado la mochila, mientras otra lo despojaba de la chaqueta de mezclilla y los otros se le encimaban con hermosas camisas, chaquetas, polos, pantalones, abrigos y zapatos, que le mostraban o le acercaban al cuerpo para ver que tal le iba. Sin comprender qué estaba ocurriendo, Jonathan apenas podía balbucear sonidos que concluían abruptamente cuando alguno de los que le rodeaban le preguntaban qué opinaba de tal prenda, o simplemente emitían criterios entre ellos, alegando que tal camisa combinaba con su color de ojos, o tales zapatos le irían bien con un estupendo traje Gucci. Kayla estaba junto al ventanal, hablando por teléfono con alguien, y Jonathan, sintiéndose cada vez más confundido y ahogado ante tantas atenciones cuya razón no comprendía, cerró los ojos y alzó los brazos mientras su voz se iba elevando gradualmente hasta convertirse en un grito imperativo:
_ Deténganse... deténganse... ¡PAREN AHORA MISMO!
Los hombres y las mujeres retrocedieron unos pasitos, observándolo con asombro. Kayla dejó de hablar por teléfono y le lanzó una mirada inquisitiva:
_ ¿Qué sucede?_ preguntó tranquilamente.
Jonathan logró salir del cerco en el que estaba aprisionado y se aproximó a ella:
_ Se suponía que iba a reunirme con el señor MacMillan, y resulta que estoy aquí y soy una especie de maniquí al que intentan probarle ropa... Necesito que alguien me explique ahora mismo de qué va todo esto.
La expresión de Kayla se iluminó en una suerte de sonrisa burlona, y se dirigió nuevamente a la persona con la que hablaba por teléfono, diciéndole en un tono juguetón:
_ Ya lo oíste. Quiere una respuesta y espera que puedas dársela.
Y le extendió el teléfono que Jonathan se dio prisa en tomar:
_ ¿Hola...?_ preguntó ansioso.
Y del otro lado le llegó la voz inconfundible de David MacMillan:
_ ¿Va todo bien, Jonathan?
El semblante del muchacho se endureció de inmediato:
_ ¡No! ¡Por supuesto que nada va bien, señor MacMillan! ¿Para qué me hizo venir si pensaba no estar presente en lo que se suponía una cita de trabajo en la que iba a explicarme mis funciones?
Se giró al escuchar una especie de risita. Kayla se había dejado caer en un diván floreado y lo observaba con el mismo ánimo de quien disfruta un show humorístico. El enojo de Jonathan aumentó. La muchacha ya no le resultaba tan simpática:
_ Jonathan... ¿Puedes calmarte y dejar de gritar por teléfono? Sé que teníamos una cita de trabajo, pero me surgió un imprevisto que no pude cancelar. Pero Kayla está allí, y ella se encargará de todo. Yo iré más tarde y podremos tener nuestra reunión.
_ ¡Señor MacMillan usted no entiende! ¡Acabo de llegar a su mansión que más parece un palacio, y sí, la tal Kayla está aquí, junto con un montón de gente que intenta probarme todo un guardarropas y que me están haciendo sentir como Julia Roberts en Pretty Woman...!
_ Por supuesto. De eso se trata. Ese es tu nuevo guardarropas.
Jonathan tardó tres segundos en reaccionar luego de escuchar aquello:
_ Perdón... ¿Mi nuevo qué?
Hubo un hondo suspiro al otro lado de la línea, y luego la voz cansada de David, explicando:
_ Hice que te compraran un guardarropas nuevo, Jonathan.
_ ¿Por qué?
_ Mira, estoy en medio de una reunión ahora mismo y no puedo darte todas las explicaciones que exiges. Hagamos una cosa... Solo déjate guiar por Kayla y en cuanto pueda zafarme de esto, salgo para allá y te lo explico todo mejor... ¿De acuerdo?
_ Pero..._ intentó replicar Jonathan.
_ ¡Es una orden de trabajo, Jonathan! ¡La primera orden que te doy es esta! ¡Hazle caso a Kayla y luego hablamos!
Y la llamada se cortó.
Jonathan estaba furioso. Tenía ganas de tomar su mochila y salir corriendo de allí, mandándolo todo a la mierda: a Kayla, a los asistentes, al nuevo trabajo y al mismísimo David MacMillan. A él principalmente. Pero en cambio, torció la boca y con manos temblorosas por la ira y la impotencia, se acercó al diván y le devolvió el teléfono a Kayla, que poniéndose grácilmente de pie, le preguntó con una sonrisa provocativa:
_ ¿Continuamos?
Dos horas después, habiendo soportado incontables cambios de ropa, Jonathan se contemplaba ante el espejo y apenas se reconocía. Llevaba puesto un elegante traje de Gucci, de color lavanda, con una pajarita roja en el cuello de la finísima camisa blanca. Los zapatos negros eran comodísimos.
Aquella ropa... Toda la ropa era de marcas exclusivas y por supuesto que le encantaban. Lo hacían lucir importante, elegante, deseable. Pero no podía aceptarlas. De ninguna manera. No entendía por qué el señor MacMillan se había tomado tamaño atrevimiento sin consultárselo antes. Si así era su proceder, dudaba que llegaran a estar de acuerdo alguna vez.
Volvió a mirarse al espejo y no pudo evitar sonreírse. Si su hermanita lo viera ahora mismo, chillaría de contento y daría por cierto lo que toda la vida había asegurado, que su hermano era el hombre más bello del universo. Se hizo una selfie. Dudó si debía mandárselas a sus amigos. No, lo mejor era no hacerlo. De todas maneras no pensaba aceptar aquel carísimo guardarropas, aunque lo lamentaba mucho, porque en serio le hacía falta cambiar el actual. Pero ¿Cómo podía tener todas aquellas ropas caras y nuevas y sus hermanitos y su padre estar vistiendo trapos viejos?
Se estaba haciendo otra selfie cuando alguien carraspeó tras él. Se volteó con rapidez, y encontró a una señora negra, vestida con un juego de falda y chaqueta marrones. Estaba parada en el umbral de la puerta, sosteniendo una charola con un vaso de algo que parecía ser jugo de frutas y un plato con cubreplatos. Ella le dirigía una significativa mirada por encima de sus espejuelos de media luna, como si lo estudiara a fondo, aunque igual creyó distinguir algo de admirado asombro en sus ojos. Jonathan se dio prisa en guardar el teléfono en el bolsillo del pantalón:
_ Ay, lo siento... No la escuché...
_ ¿Por qué te disculpas?_ preguntó la mujer._ ¿Estabas haciendo algo indebido?
Jonathan dudó un momento:
_ Pues... No lo creo...
_ Entonces las disculpas están de más._ sentenció ella mientras avanzaba hacia el diván y colocaba la charola en el mueble._ Debes estar hambriento después de todo este alboroto.
Las tripas de Jonathan rugieron y enrojeció ante la idea de que aquella mujer lo hubiera escuchado. Llevaba un buen rato quejándose en silencio por el hambre que le acribillaba. Ver aquella charola había incrementado aún más la sensación de apetito, que se volvió casi dolorosa:
_ Louisa, nuestra cocinera, no estaba segura de qué prepararte para que comieras. Así que optamos por algo sencillo pero delicioso.
Quitó el cubreplatos y los ojos de Jonathan cayeron sobre aquel plato de ensalada abundante y suculenta:
_ Es ensalada de salpicón de pollo.
Podía ser ensalada de lo que fuera. Su hambre no haría distinción alguna entre una u otra:
_ Vamos._ le apremió la mujer._ No tengas pena y siéntate a comer. Stephen quería disponer la mesa del comedor pero le dije que no eran necesarios tantos protocolos cuando alguien está desfalleciendo de hambre.
Y Jonathan concordaba plenamente. No tuvieron que insistirle para que corriera al diván y tomando un tenedor envuelto en una servilleta, comenzara a devorar con ansias aquel platillo confeccionado a base de tiras de pollo, cebolla fileteada, lechugas y espárragos recortados, queso feta rallado y todos los ingredientes bañados con aceite de oliva y jugo de limón.
Sentía los ojos de aquella mujer sobre él, escudriñándolo a fondo, pero solo hasta que hubo saciado su hambre y bebía un largo trago de jugo, no se percató de lo avergonzado que empezaba a sentirse:
_ No imaginé que Will tuviera un hijo tan guapo._ dijo finalmente y Jonathan se ruborizó.
_ Gracias._ musitó de forma apenas audible.
_ No hay por qué darlas. De verdad eres un muchacho muy lindo. Las chicas deben hacerte fila.
_ ¡Oh!_ exclamó Jonathan sintiendo como sus orejas comenzaban a arder e intentó sonreír._ No lo creo.
_ ¿Qué? ¿Vas a decirme que no te persiguen las chicas para que seas su novio?
_ Este... si... Algunas lo hacen... Pero luego cambian de idea cuando se enteran de que yo...
Los ojos de la mujer se achicaron de una manera que a Jonathan le resultó extraña, como si aguardara una respuesta que ya sabía de antemano. Era ridículo:
_ ¿Tú qué?_ le apremió.
_ Nada. Olvídelo.
Aunque inconforme con la respuesta recibida, la mujer juntó las manos sobre su falda y dio unos pasitos por el salón, hacia las grandes ventanas:
_ Soy la señora Davis, por cierto. El ama de llaves de la mansión.
_ Ah, mi padre me ha hablado de usted. Dice que conoce este lugar al dedillo. No sé cómo lo hace. Yo tardaría un año o más en poder saber dónde está cada cosa aquí. Es todo tan inmenso.
_ Te acostumbras._ dijo la señora Davis con la mirada perdida a través del cristal. Luego se giró hacia Jonathan._ Nos sorprendió mucho esta idea del señor MacMillan de contratar los servicios de un asistente personal. Claro que, yo esperaba a alguien más... adulto.
Jonathan se sintió un poco ofendido. Era como si le hubiese llamado niño en su propia cara:
_ Soy adulto.
_ Me refiero a alguien con más experiencia. Tengo entendido que aún no terminas la universidad... ¿Qué estudias?
_ Administración._ respondió Jonathan con un tono de voz ya no tan amable.
_ Y... ¿Sabes algo acerca de asistir a un empresario? ¿Conoces en qué consistiría tu trabajo?
¿Aquello era un interrogatorio o qué? Jonathan se movió sobre el asiento con algo de incomodidad, pero igualmente carraspeó y respondió, envalentonado:
_ No mucho. Pero he estado investigando, y aprendo muy rápido.
_ Si, ya veo. Guapo, inteligente... ¿Qué otras sorpresas estarás ocultando?
Jonathan no tuvo tiempo de responderle, pues la puerta se abrió con brusquedad y David MacMillan entró en el salón. Iba en mangas de camisa y parecía ansioso. Al ver al ama de llaves se detuvo, como si hubiese chocado contra algún muro invisible que le impedía el paso. La señora Davis le obsequió una sonrisa, e inclinándose sobre el diván, recogió la charola con el plato y el vaso ya vacíos:
_ ¿Tuvo un buen día, señor MacMillan?
David se había quedado mirando fíjamente a Jonathan, quien ante su entrada, se había puesto de pie. Tardó unos segundos en responder a la pregunta, sin quitarle los ojos de encima al joven:
_ Si, si, June... ¿Podrías por favor dejarnos a solas? El señor Doyle y yo tenemos una reunión de trabajo ahora mismo. Por favor, dile a todo el servicio que no nos interrumpan bajo ningún motivo, por muy urgente que sea o parezca ser.
El ama de llaves se limitó a asentir con suavidad, y antes de salir, lanzó una última mirada a Jonathan. Las puertas se cerraron tras ella.
Estaban solos. Jonathan apretó los labios e introdujo las manos en los bolsillos del pantalón. No sabía exactamente qué debía hacer o decir en ese momento. El señor MacMillan estaba allí parado, mirándolo tan intensamente que la respiración se le empezó a agitar:
_ Veo que siguieron mis órdenes y te prepararon algo de comer... Y veo que llevas puesto uno de los trajes, el cual te sienta muy bien.
Se le aproximó y estiró una mano para sacudirle algo del hombro, aunque Jonathan notó que no había nada que sacudir. Carraspeó de manera exagerada y retrocedió unos pasos, sosteniéndole la mirada al imponente hombre que tenía enfrente:
_ Ahora sí, señor MacMillan... Creo que tiene muchas cosas que aclararme.
David embutió también las manos en los bolsillos del pantalón y se balanceó sobre la media punta de los pies:
_ Si, supongo que debes seguir preguntándote por qué te he comprado todo un guardarropas nuevo... La respuesta es simple: Porque lo necesitas.
Le hizo un gesto a Jonathan para que tomara asiento en el diván y él se acomodó en una butaca, una vez que el muchacho se hubo sentado. Cruzó una pierna sobre la otra, apoyando los codos sobre los reposabrazos del mueble y el mentón rozando sus largos dedos entrelazados:
_ Verás... Como mi asistente personal, debes lucir impecable. Normalmente no soy de los que enloquecen con la ropa. Mi opinión es que solo son telas para cubrir el cuerpo y nada más. Pero en el mundo de los negocios en el que me desenvuelvo, lucir bien es casi un mandamiento divino que hay que cumplir a la perfección. Muchas veces tendrás que estar frente a gente importante, acudir a fiestas, galas benéficas, cenas y cosas por el estilo. Como comprenderás, por mucho que me agrade la idea, no puedo permitir que vayas con unos jeans rotos y una simple playera._ los labios se le curvaron en una sonrisita irónica al agregar._ Aunque confieso que sería una imagen muy refrescante.
No supo por qué, pero Jonathan volvió a ruborizarse. Tenía la extraña sensación de que su jefe acababa de decirle un cumplido, bastante cercano a un piropo... Tal vez se equivocaba. David prosiguió:
_ En cuanto tuve tu confirmación anoche, avisé a Kayla que se pusiera en contacto con las mejores tiendas para que se personaran con lo mejor que podían ofrecer. Te preguntarás cómo supimos tu talla. Digamos que Kayla es experta en estas cuestiones de la moda. Solo mirarte una vez y supo sacar un aproximado de tus medidas, que espero, hayan sido las exactas, y puedo apreciar que así fue. Si pudiste notarlo, hay ropas para cada ocasión. Incluso para que vayas a la universidad un poco más... presentable. Y para otro tipo de actividades también.
Si, había ropas que podía usar para asistir al SEXYDANCE en las noches que tuviera libres para poder divertirse un rato con sus amigos. Si es que podía tener tales noches trabajando para ese obsesivo del control que tenía enfrente. Parecía haber pensado en todos los detalles, pero lamentablemente, se le había escapado el más importante de todos:
_ Señor MacMillan, en serio agradezco este detalle que ha tenido para conmigo. Pero me temo que no puedo aceptarlo.
Esperaba que el hombre replicara, que se alterara y molestara, pero continuó sentado tranquilamente en la butaca, mirándolo de aquella manera tan... intensa... con aquellos agudos ojos verdes:
_ ¿Alguna razón en específico?
_ No he comenzado a trabajar aún. Este ha sido un gasto realmente grande. Enorme. Y sé lo que me va a decir sobre este asunto, que el dinero para usted no es un problema. Pero para mí sí lo es. Me gusta merecerme las cosas. Ganar méritos pero por mi esfuerzo, por mi trabajo. Ni siquiera sé en qué consiste mi empleo y mire todo esto.
Y señaló todas las cajas, bolsas y perchas amontonadas en un rincón del salón:
_ Además,_ continuó._ por mucho que me gusten estas ropas, y le aseguro que así es, no podría aceptarlas de todas maneras. No puedo vestir tan elegante sabiendo que mis dos hermanitos van a la escuela con ropas desgastadas, porque no he podido comprarles nada nuevo ni bonito en varios años.
_ Eso no será un problema._ señaló David tranquilamente y al ver la mirada de interrogación que le dirigió Jonathan, continuó._ Hoy le di un cheque a tu padre. Una especie de bono... ¡Por favor, déjame terminar de hablar!... Ayer te dije que estaba dispuesto a pedirle disculpas por lo sucedido en mi empresa aquel día, y que si debía aumentarle el sueldo para que regresara a trabajar, lo haría.
_ No puedo creer que..._ comenzó a rezongar Jonathan poniendo los ojos en blanco.
_ No le subí el salario._ aclaró David alzando las cejas._ Pero le di una especie de resarcimiento monetario por mi grosería para con él. Además, supongo que de una forma u otra debí intuir que tendrías una reacción como esta, así que, no tienes por qué preocuparte. Le di dinero suficiente a tu padre como para que consienta a tus hermanos por todos los años que no ha podido hacerlo.
Jonathan estaba boquiabierto, y aquella expresión no desapareció cuando David se puso de pie y fue a sentarse a su lado, en el diván. El joven sintió que todo su cuerpo se tensaba ante la cercanía de su jefe:
_ Debes entender una cosa sobre mí, Jonathan. No trato de comprar a la gente con mi dinero como tal vez puedes pensar. Doy a cada quien lo que creo se merece. Puedes preguntarle a cada uno de mis empleados. Son más que bien remunerados, y a pesar de parecer un tirano a veces, me gusta que se sientan bien, y saber que reciben lo necesario para vivir. Tal vez te sorprenda esto que voy a decirte, pero no siempre tuve esta vida de lujos y abundancia. Hubo un momento de mi historia, en que supe lo que era pasar hambre y vivir de un salario miserable.
Jonathan ladeó la cabeza mientras lo observaba atentamente, tratando de definir si sería verdad aquello que estaba escuchando. Le costaba creer que aquel sujeto tan elegante, tan altivo, tan seguro de sí, supiese lo que eran las carencias, tuviera conocimiento de lo que experimentaba una gran parte de la humanidad. David cerró un poco más el espacio entre ellos:
_ Por eso hay cosas a las que no les doy mucho valor. Verás, todas estas prendas que según tú son extremadamente caras, para mí no pasan de ser solo un montón telas y cueros sobrevalorados. Y el dinero que tanto me reprochas que despilfarro, no es más para mí que papel y metal por el que los seres humanos se destrozan unos a otros. La señora Davis dice que nací bendecido. A veces no lo veo así. Me cuesta creer y aceptar que haya recibido tanto, cuando hay muchos que no tienen de nada.
Y por primera vez apartó los ojos de Jonathan para fijarlos en el piano. Hubo un momento de silencio entre los dos, un espacio vacío, roto solamente por el movimiento de Jonathan sobre el mueble... ¿Era posible que se hubiera equivocado con respecto a David MacMillan? ¿Existía alguna posibilidad de que pudiera ser una buena persona a pesar de todo?
_ En fin,_ suspiró David volviendo a mirarle._ que espero que todos estos argumentos te hayan convencido y aceptes todo esto, no como un pago, ni como soborno. Velo más bien como herramientas que te doy para un mejor desempeño de tu trabajo. Y hablando de eso, creo que ya va siendo hora de que entremos en materia laboral. Antes de irte te haré entrega de una serie de documentos e información que te serán vitales a la hora de cumplir tus deberes y velar por mi horario. Tengo entendido que mañana solo tienes una clase a primera hora..._ sonrió al ver la expresión de sorpresa del muchacho._ No me preguntes cómo lo sé. Pronto irás aprendiendo que tengo mis fuentes para saber y enterarme de todo aquello que me interese. Continúo... Mañana enviaré a tu padre por ti a la universidad para que te lleve a mis oficinas. Te aconsejo que vistas algo sencillo pero apropiado. Stephen puede ayudarte, o la señora Davis. La mayoría de las veces son ellos quienes seleccionan lo que me pongo. Confío más en sus gustos que en los míos propios. Entonces, mañana irás a mi oficina y te reunirás con mi secretaria personal, ella te pondrá al tanto de hasta dónde abarcarán tus obligaciones y te explicará cómo funciona mi agenda... ¿Lo tienes todo claro hasta ahora?
Jonathan asintió firmemente. Intentaba sonreír, pero por dentro estaba aterrado. No tenía ni la menor idea de a lo que habría de enfrentarse a partir del día siguiente.
Eran cerca de las cinco de la tarde cuando terminó la reunión con el señor MacMillan, lo curioso es que el hombre parecía más interesado en saber detalles de la vida de Jonathan, más que en sus capacidades intelectuales. Le preguntó acerca de su familia, de sus gustos, de sus pasatiempos, y Jonathan respondía entrecortadamente, sin comprender aquel interés en su persona. A veces trataba de girar la conversación hacia temas más específicos, por ejemplo, el alcance global de la empresa y su impacto medioambiental (quería demostrarle, por supuesto, que había estado investigando un poco), pero el señor MacMillan apenas respondía y volvía a acribillarlo con un montón de preguntas personales.
Cuando Jonathan se puso de pie, se quedó mirando las cajas, perchas y bolsas y se mordió una esquina del labio, pensando cómo demonios se llevaría todo eso al minúsculo departamento, y lo más importante ¿Dónde lo guardaría? Apenas cabían él, su padre y Nicholas y Nadine, y con todos aquellos bultos, bastaba para llenar la estrecha habitación que compartía con sus hermanos. Como si le hubiese leído la mente, David carraspeó, atrayendo su atención y le dijo:
_ Me imagino que todo esto es demasiado. Hagamos algo, mandaré a disponer una recámara para que guarden la mayor parte. Hoy llévate lo esencial, lo que crees que necesites para unos días o una semana, como prefieras. Cuando necesites algo, solo tienes que venir y buscarlo tú mismo.
Jonathan entreabrió los labios, pero no pudo decir nada. Cada vez se sentía más aturdido ante aquel diluvio de detalles por parte de David MacMillan:
_ Le pediré a Stephen que busque una maleta para que puedas empacar. Y puedo decirle a la señora Davis que te ayude, o al mismo Stephen.
_ No es necesario._ intentó decir Jonathan y la voz le falló.
David se le aproximó entonces. Jonathan alzó la cabeza para poder mirarlo, temiendo desfallecer ante la intensidad de aquellos ojazos verdes que lo consumían:
_ No sé por qué, pero presiento que haremos un buen equipo.
_ Ah... yo... ah... eh... espero lo mismo._ jadeó Jonathan.
El rostro de David estaba muy cerca del suyo, tanto que podía percibir su respiración golpeándole en la piel con una sutil violencia. Se humedeció los labios con la lengua y fue incapaz de percibir la reacción del cuerpo de David ante aquel gesto tan simple. La puerta del salón se abrió y la señora Davis apareció en el umbral, con su parquedad característica. Jonathan, mareado, retrocedió unos pasitos. Sentía que el oxígeno llegaba escaso a sus pulmones y a su cerebro:
_ Will ya llegó. Pregunta si su hijo está listo para irse a casa o si deberá quedarse para algo más de trabajo.
El énfasis que hizo en las dos últimas palabras no significaron nada para Jonathan, aturdido aún, pero David frunció el seño y lanzó una mirada fría a la mujer, que pareció no darse por enterada:
_ Ya terminamos, pero antes, dile a Stephen que me traiga la caja que le entregué al llegar, y también una maleta para que Jonathan pueda llevarse algo de su nuevo guardarropas. Luego te daré algunas intrucciones para guardar todo lo que no pueda llevar ahora. Infórmale a Will que me espere en la cochera. Iremos enseguida para allá.
La señora Davis respondió con un leve asentimiento, y antes de retirarse, envolvió a la pareja en una enigmática mirada. Jonathan se había acercado al piano y lo acariciaba con arrobamiento. Realmente solo era una justificación para mantenerse alejado del señor MacMillan, ahora que habían vuelto a quedarse solos. El hombre seguía observándolo detenidamente. Carajo, si no tuviera los pies bien puestos sobre la tierra, se atrevería a asegurar que aquel tipo se le estaba insinuando de algún modo:
_ ¿Sabes tocar?
Jonathan alzó la mirada de las teclas:
_ Un poco. Me enseñó mi mamá. Ella tocaba el piano en un estudio de ballet. Yo iba con ella desde pequeño, así que, digamos que me cautivó ese mundo. Me enseñó a tocar el piano y me matriculó en las clases de danza.
_ ¿Y por qué terminaste estudiando administración? ¿Por qué no hacerte bailarín o pianista?
Jonathan sonrió y suspiró pesadamente:
_ Supongo que el sentido común me ganó. Es más fácil obtener un título universitario que triunfar en el mundo del arte. Muchos lo añoran y se dejan la piel para tener una fracción de éxito que deje sus huellas en la humanidad, pero pocos lo logran, o no viven lo suficiente para verlo materializarse. Así que me dije que, tocar el piano por placer o bailar por mera diversión, era mucho mejor que desangrarme intentando alcanzar una meta que no estaba seguro de poder cruzar.
_ Eso suena un poco pesimista._ observó David.
_ Los sueños no ayudan y no sirven de nada si te apartan del mundo real._ sentenció Jonathan.
_ ¿Me estás diciendo que no vale la pena soñar?
_ No, lo que quiero decir es que se puede soñar, sin que el sueño tenga que convertirse necesariamente en una pesadilla obsesiva. Tomemos a los bailarines, por ejemplo. Sacrifican toda su existencia a alcanzar la perfección en sus movimientos, dedican cada hora de sus vidas a su carrera, que es relativamente corta. Y basta una lesión o no conseguir trabajo, para que sus vidas se derrumben y se sientan perdidos o piensen que nada vale la pena. Yo me prometí que no pasaría por algo así. Por esa razón decidí optar por una carrera más práctica. Lo bueno es que los números me agradan, y siempre fui un estudiante ejemplar. Fue fácil para mí ganar una beca completa en la universidad, sin preocuparme de seguir bailando o tocando el piano cuando quisiera. Aunque...
Su semblante se había ensombrecido repentinamente y su voz se cortó de modo abrupto. David tragó saliva. Claro, la muerte de su madre lo había cambiado todo. Por eso miraba el piano con tanta devoción. Le recordaba a ella seguramente. David se llenó de valor para avanzar solo unos pasos hacia él, sin llegar a aproximarse del todo:
_ ¿Tocarías algo... para mí?
Jonathan titubeó confundido:
_ ¿Ahora?
_ Si, me gustaría mucho oírte tocar algo.
Una risita tonta se le escapó, creyendo que tal vez se trataba de una broma, pero pronto se dio cuenta de que la petición iba en serio. Dudó unos segundos, miró hacia la puerta y volvió a humedecerse los labios, ignorando otra reacción involuntaria del cuerpo de David. Finalmente se acomodó en la banqueta ante el piano, alzó la tapa y observó las teclas una fracción de segundos, transcurridos los cuales alzó las manos, sintiendo como sus dedos temblaban un poco, hasta que comenzó a deslizarlos sobre el teclado. El salón se inundó con una melodía suave, cargada de un romanticismo que flotó entre las luces de la tarde que se colaban a través de los cristales del amplio ventanal. Lo que comenzó siendo una tímida ejecución acabó ganando confianza y pronto Jonathan se descubrió sonriendo, mientras su dedos recorrían las teclas apasionadamente, como si hubiesen recordado un camino olvidado hacía mucho, y llegó a escucharse a sí mismo, murmurando la letra que acompañaba originalmente aquella melodía:
♪...Tell her on how you feel
Give her everything she needs to hear
Give your heart and say: Come take it
And she will see that you're a good man...♫
♪...Woah... You can do it, don't break
Yeah, you'll pull through it
You're safe...♫
Cuando terminó de tocar, respiró aliviado y sintiéndose inmensamente feliz, como si su madre hubiese estado presente durante la ejecución musical. Pero al girar el rostro hacia donde se suponía que estaba el señor MacMillan de pie, escuchándolo, no lo encontró, porque estaba acuclillado a solo unos escasos centrímetros de él. Ni siquiera lo había sentido aproximarse. Pero allí estaba, y su rostro estaba tan cerca del suyo que sus narices casi se rozaron. Jonathan tragó en seco y se estremeció al hacer contacto otra vez con aquellos ojos tan verdes que parecían despedir llamaradas:
_ Creo... creo que estoy un poco fuera de práctica._ intentó decir con una sonrisa nerviosa.
_ Para mí ha sido perfecto._ dijo David con la voz más grave de lo habitual.
Jonathan se humedeció los labios resecos con la punta de la lengua. David ya no pudo aguantar más. Cada vez que le veía hacer ese gesto sentía que sus venas le quemaban, y tenía que contener las ansias de tomar al joven entre sus brazos y hacer de él lo que su calenturienta imaginación le dictara. Por un instante hizo un intento como para cerrar de golpe el diminuto espacio que había entre sus rostros. Solo bastaba deslizarse y tendría su boca a su merced. Pero unos toques a la puerta cortaron la magia del momento. David se incorporó velozmente, mesándose los rizados cabellos con un gesto de incomodidad, mientras Jonathan se ponía en pie y trataba de controlar los temblores que habían invadido su cuerpo... ¿El señor MacMillan había estado a punto de besarlo?
Stephen hizo su entrada en el salón ante la orden ladrada por David. Llevaba en una mano una caja de tamaño mediano y con la otra, acarreaba una gran maleta. David tomó la caja y le ordenó al mayordomo que seleccionara ropas y zapatos para distintas ocasiones y las metiera en la maleta. Cuando tuviera listo el equipaje, que lo llevara a la entrada. Se volvió a Jonathan y le indicó que se aproximara. Dentro de la caja había un iPhone de última generación y una Mac también de modelo reciente. Todo completamente nuevo. Además de un elegante portafolios de cuero negro y cremallera Harvard. Antes de que pudiera replicar, David se le adelantó:
_ En el teléfono encontrarás ya registrados todos los números importantes que necesitas dominar, además de los míos. También hallarás una agenda digital que deberás mantener actualizada siempre. Verás que el día de mañana ya está marcado. Cualquier duda que tengas, puedes contactar a Kayla, o a mi secretaria, en cuanto tú y ella se pongan de acuerdo mañana.
Carraspeó un poco, fingiendo una especie de tos, antes de añadir:
_ Claro que... si lo prefieres... o... bueno... Siempre puedes llamarme también.
Jonathan necesitaba salir corriendo de allí cuanto antes. Todo le daba vueltas y ya no sabía qué pensar. El comportamiento del señor MacMillan le resultaba tan... inverosímil, y conseguía ponerlo extremadamente nervioso.
Salieron de la casona y David lo condujo hacia la cochera. Empezaba a oscurecer, y en el cielo ya podían verse algunas estrellas titilando salpicadas aquí y allá en un inmenso firmamento teñido de púrpura. Will estaba parado en el portón, aguardando la llegada de su jefe y su hijo. Al ver a este último, no pudo evitar soltar una exclamación, mezcla de asombro y admiración:
_ ¡Johnny, hijo! ¿Eres tú?
_ Claro que soy yo, pa._ sonrió Jonathan que llevaba la caja entre las manos.
_ Déjame verte bien._ pidió Will con orgullo._ Realmente tu madre y yo nos esmeramos contigo. No hay dudas de que tengo un hijo muy guapo. Debe ser herencia mía.
_ Si claro._ se mofó Jonathan.
_ Dame eso._ dijo Will tratando de quitarle la caja.
_ No pa, yo puedo.
Will logró salirse con la suya, y esta vez, muy serio, se dirigió a David:
_ Señor MacMillan... En verdad quiero agradecerle todo los detalles que está teniendo conmigo y con Jonathan. Le estamos realmente muy agradecidos y le garantizamos que nos esforzaremos en hacer nuestro trabajo lo mejor posible para que no tenga ninguna queja de nosotros.
David hizo un gesto condescendiente con la cabeza:
_ No necesita hacerme promesas, Will. Confío plenamente en usted... y en su hijo. De no ser así no estarían a mi servicio. Ahora, antes que se vayan, quiero tener una última muestra de... bueno, no sé como decirlo. Usaré una palabra que empleó antes, Will. Tendré un último detalle con ustedes.
Jonathan arrugó la frente. Pero antes de que pudiera decir algo en señal de protesta, David, seguido por su padre, ya había entrado en la cochera. A regañadientes los imitó. Era una enorme galería débilmente iluminada por lámparas fluorescentes. Se quedó estaqueado, sin poder dar un paso más, con la boca y los ojos muy abiertos mientras no sabía a dónde mirar. Acostumbrado desde pequeño a la pasión que sentía su padre por los autos, y en posesión de un taller de reparaciones, Jonathan había crecido sabiendo cuándo estaba en presencia de un vehículo común, y uno que traspasaba los límites del lujo. Y tenía ante sí un montón de autos a los que la palabra lujo, les quedaba pequeña. Se forzó a caminar, pasando cerca del Lamborghini gris, observando con admiración el Maserati azul oscuro, se abstuvo de acariciar el Aston Martin blanco, parqueado cerca del Porshe azul metálico y los dos Mercedes Benz negro y amarillo, y el Rolls-Royce negro. Comenzaba a preguntarse qué tan rico podía ser en verdad David MacMillan para tener esa galería de coches que era capaz de cortarle la respiración a cualquier fanático.
David se aproximó a la pizarra donde se colgaban las llaves de los vehículos, tomó una y se la arrojó a Jonathan, que la atrapó instintivamente en el aire, pero se quedó mirándola con actitud desconfiada:
_ Sabes conducir, me imagino._ le dijo David con una media sonrisa a flor de labios.
_ Si..._ respondió Jonathan con tono receloso y buscó la mirada de su padre, que también tenía los ojos clavados en David, que al ver la expresión de ambos, soltó una carcajada y se apresuró en decir.
_ Cálmense los dos. No les estoy regalando el auto, aunque podría hacerlo, porque odio ese cacharro viejo en particular. Pero no quiero que sufran un infarto, así que, digamos que solo será un préstamo para que puedas moverte en lo que consigas comprarte uno propio.
_ Pero es que..._ intentó replicar Jonathan.
_ No hay peros. Llevo toda la tarde pensándolo, y creo que es lo mejor. No puedo estar enviando a tu padre por ti cada vez que te necesite. Y no puedo esperar a que tomes un taxi o llames un UBER. Requieres movilidad fácil, sin tener que depender de nadie. Y esta es la mejor opción que puedo ofrecerte. Podrás usarlo para ir a dónde quieras: la universidad, la empresa, aquí mismo, siempre y cuando lo cuides. Si lo dañas de alguna forma, te garantizo que lo descontaré de tu salario.
Dijo esto muy serio, pero se giró hacia Will y le hizo un guiño. Jonathan seguía en una especie de shock, sin conseguir articular palabras que pudiera expresarle a David MacMillan que un auto de lujo, aunque fuera prestado, ya era demasiado de su parte. No estaba seguro, pero casi podía apostar que ningún jefe tenía tantas concesiones con sus empleados como las que ese sujeto hacía gala con ellos dos. Dudaba incluso que el resto del personal de la mansión hubiese recibido tantas atenciones como él y su padre, y temía que aquello fuera a despertar recelos y envidias en los demás empleados. Le arrojó de vuelta las llaves a David y se cruzó de brazos sobre el pecho, con la barbilla en alto:
_ Disculpe pero esto no lo voy a aceptar.
David había atrapado las llaves en el aire. Buscó apoyo en Will, pero este permanecía aún con cara de espanto, y se dio prisa en responder:
_Señor MacMillan... yo... yo coincido plenamente con Johnny. Creo que ya ha sido más que bueno con nosotros...
David hizo un gesto de exasperación:
_ ¡Ay por favor! Esto no se trata de ser bueno o malo. De hecho, tu propio hijo es de la opinión de que no soy una persona buena. Y yo estoy de acuerdo.
_ ¿Entonces por qué lo hace?_ intervino Jonathan dirigiéndole una mirada retadora._ ¿Por qué tantas muestras de generosidad con dos desconocidos que hará apenas una semana que conoció y que se ha empeñado en contratar? Responda.
Las mandíbulas de David se tensaron. Le volvía loco la manera en que Jonathan lo retaba, enfrentándolo sin un ápice de temor. Trató de no sonreír, de mantenerse sereno y frío:
_ Solo proporciono los medio para que cumplas con tu deber. Ni pienses que el haberte dado toda esa ropa y zapatos y estar ofreciéndote ahora mismo un medio de transporte seguro y elegante, tiene que ver algo con que me simpatices. Para mí serás uno más entre los muchos empleados, y te exigiré tanto o más que a ellos, porque tú dispondrás de información valiosa y manejarás prácticamente toda mi vida social. Estarás pegado a mí gran parte del tiempo, tolerando mis cambios bruscos de humor y mis enojos. Créeme, aunque te obsequiara el Maserati que ves ahí, ni aún así sería realmente justo el pago por tener que soportarme como jefe.
Volvió a arrojar las llaves, pero esta vez a Will, que las atrapó en el vuelo y miró a su hijo y a David de hito en hito. Ninguno apartaba los ojos del otro, ninguno parpadeaba. Y ambos permanecían tan serios e intimidantes como si quisieran probar quien sería capaz de rendirse primero. Will carraspeó exageradamente:
_ Bueno,_ empezó a decir._ si lo pone de esa forma...
Jonathan fue el primero en romper el contacto visual, para satisfacción de David:
_ ¿Qué? ¡Pa, no!
_ Ya escuchaste al señor MacMillan. No se trata de un regalo, es casi como un medio básico de tu trabajo que debes usar y por el cual debes responder en caso de cualquier eventualidad.
_ ¡Al fin alguien que me entiende!_ exclamó David sin poder evitar el tono de burla._ Ya que no quieres escucharme a mí, por lo menos hazle caso a tu padre.
Casi se rió a carcajadas al ver la expresión de enojo en el rostro de Jonathan y en sus ojos oscuros al mirarlo... ¡Mierda! Si fuera capaz de entender lo ardiente que lo ponía con aquella actitud. Se veía obscenamente sensual.
Tuvo que disimular su expresión al notar que Will le estaba mirando fijamente, como estudiándolo. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y dio por terminada la plática diciendo:
_ Bien, yo me retiro pues tengo algunos pendientes por hacer. Will, de ser posible aproveche el auto también. No necesita seguir viniendo en el bus. Jonathan puede traerlo y dejarlo en la mansión antes de irse a la universidad y recogerlo en la tarde... Jonathan, no olvides que Stephen debe tener la maleta lista en la entrada. Y nos vemos mañana temprano en la oficina, después de tus clases. Que descansen.
Y se alejó presuroso. Will subió al auto. Aunque quisiese, no podía negar la satisfacción de manejar semejante joya sobre ruedas. Acarició devotamente el volante y sus ojos recorrieron con fascinación el interior del lujoso coche, sacó la cabeza por una ventanilla para apremiar a su hijo:
_ Ya vamos tarde. Anne debe estar preguntándose dónde estamos metidos y los gemelos estarán insoportables, para variar.
Con un gesto de molestia, Jonathan se dispuso a subir al vehículo, pero se quedó con la portezuela abierta entre las manos. Allí, en una zona semi oscura de la galería, distinguió algo que llamó poderosamente su atención. Avanzó con pasos lentos, casi temerosos. Esperaba equivocarse. Esperaba no tener razón. Pero la tuvo. Parqueada en un rincón apenas visible, había una motocicleta. Una motocicleta que Jonathan reconoció de inmediato. Y entonces todo pareció tener sentido, aunque continuaba sin comprender muchas cosas, pero lo más importante estaba allí, visible. Dave, el misterioso tipo sexy con el que pasara una noche entera en un departamento y que desapareciera sin dejar rastros; y David MacMillan, su jefe multimillonario, eran la misma persona. Peor aún, los rumores y especulaciones que circulaban entorno a David, eran más que ciertos. David MacMillan era gay.
******************
De pie ante la ventana de su recámara, David contempló el Rolls-Royce detenerse ante la fachada de la mansión y como Will descendía para tomar la maleta que Stephen había preparado con la ropa necesaria para Jonathan.
Detestaba ese auto, y con gusto se deshacía de él, aunque no de la manera que hubiera preferido. Aquel había sido el coche consentido por su difunto abuelo, y todo aquello que fuera querido o de valor para su abuelo, a él le provocaba repulsa. Hacía mucho tiempo que no pasaba una tarde tan agradable e intensa. Jonathan era mucho más especial de lo que imaginaba. Se parecía a Charlie, aunque tenían muchísimas diferencias. Charlie siempre fue muy cariñoso, tímido, alegre, más frágil. Jonathan era un huracán, y precisamente por ello parecía atraerle de esa manera salvaje. Le recordaba a Charlie, pero no era Charlie, y eso lo confundía y lo hacía enloquecer en un sentido que aún era incapaz de someter a su comprensión:
_ ¿Mirando las estrellas?
Se giró para ver la figura de June en medio de la habitación, sosteniendo un montón de toallas limpias:
_ No te sentí entrar.
_ Me imagino. Parecías estar a miles de kilómetros de aquí. A propósito, hace rato me pareció escuchar que alguien tocaba el piano.
_ Si. Fue Jonathan. Él fue quien tocó.
_ Vaya. Hacía muchísimos años que nadie tocaba ese instrumento. Fue como si el tiempo hubiera retrocedido y tu padre hubiese vuelto a la mansión. Él tocaba el piano de maravilla.
_ Si._ suspiró David sin mirarla._ Jonathan también lo hace muy bien, como pudiste apreciar.
Se paró junto a él y miró a través de la ventana. Will había colocado la maleta en la cajuela del auto y hablaba con Stephen. Jonathan había descendido del vehículo y aguardaba, con el semblante mosqueado:
_ Simpático el hijo de Will, y muy atractivo, por cierto.
Soslayó a David con una mirada suspicaz, pero el joven permaneció quieto, con las manos embutidas en los bolsillos, aunque sus mandíbulas se contrajeron un poco. La señora Davis prosiguió:
_ Estuvimos platicando un poco antes de que llegaras en la tarde... ¿En serio crees que sea la persona idónea para ser tu asistente personal? Todavía está estudiando y...
_ Aprenderá._ dijo David en tono tajante, sin mirar al ama de llaves que, sin inmutarse por aquel gruñido se dirigió al baño para dejar las toallas limpias.
Al salir, se detuvo en el umbral de la puerta de la recámara y se volteó para decir:
_ Noté cierto parecido con... Bueno, ya sabes con quién.
David no rspondió. La señora Davis prosiguió:
_ Solo por curiosidad... ¿Tú y ese joven...?
No era necesario terminar la frase. Y la respuesta de David fue clara y escueta:
_ NO.
_ Si, claro._ suspiró la señora Davis._ Disculpa, fue un atrevimiento de mi parte preguntar algo así.
Dio la espalda para marcharse, pero la voz de David la detuvo:
_ Ese NO no fue porque me molestara lo que dijiste. Fue la respuesta a la pregunta que no terminaste. No hay nada entre Jonathan y yo.
June pudo percibir cierto pesar en las palabras de David, y apretó los labios, sintiendo una punzada en el corazón, sobre todo cuando le escuchó murmurar, sin apartar los ojos de Jonathan, que instintivamente había levantado la mirada y lo había reconocido asomado a la ventana:
_ Pero me encantaría que lo hubiera.
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