Epílogo 2: Leandro
Doce años después
Han pasado doce años del momento en que supe que sería papá por segunda vez. Doce años exactos del momento en el que Maru me dijo que seríamos padres de un bebé que concebimos con el más grande de los amores. Sin dudas, uno de los días más felices de mi existencia.
Mora nació treinta semanas después de que tuve esa noticia en un parto que yo presencié.
Su madre fue una verdadera campeona que, con dos pujos, la dio a luz.
Rubia como el sol, me conquistó el corazón apenas la vi.
Instalados en nuestra nueva casa, todo fue motivo de celebración. Ciro tenía su propio dormitorio y al principio estuvo un poco celoso. Por fortuna, rápidamente encontró su lugar como hermano mayor y disfrutó de la compañía de la pequeña de la casa.
Siguiéndolo en todas las travesuras, no había lío en el cual Mora no se metiera. Traviesa, siempre terminaba manchada de pies a cabeza.
Romina decidió priorizar su carrera como actriz y conductora, estableciéndose en Chile con su pareja y dejando a Ciro a mi cuidado, en Buenos Aires; con la ayuda de Luis, presentamos ante la justicia un pedido formal para tener la tenencia compartida, asentando que la residencia de nuestro hijo sería en Argentina.
Atrás quedó la disputa por él: la madre de Romina, al enterarse que su hija quería endilgarme cargos como el de "incapaz o adicto" para separarme del pequeño, le dijo que contaría a la prensa todo sobre su pasado. Romina no supo de qué disfrazarse y desde ese momento, la relación cambió. Que la verdad sobre su pasado saliera a la luz no le era útil.
Apenas tuvimos tiempo de asimilar que teníamos a dos pequeños monstruos en casa haciendo de las suyas, Maru vino con la sorpresa, o no tanto teniendo en cuenta que habíamos dejado de cuidarnos por algunos meses, de que estábamos por tener otro niño.
Esta vez llegó Fausto y Ciro se vio invadido. A fuerza de llantos y mucho amor, comprendió que éramos una familia y terminó sumando uno más a su tribu. Los tres, entonces, conformaron un bloque unido tanto para los berrinches como para el juego.
Pero eso no fue todo.
No, no.
Para mi cumpleaños número cincuenta, la noticia de un tercer embarazo fue movilizante.
Para entonces, la casa se llenó de música, más color y diversión de sobra. Camila era un calco de su madre y la más pegota a mí.
¿Qué les puedo decir? Amo a mis hijos y soy un afortunado por tener esta hermosa familia. Mi madre, desde donde esté, estaría orgullosa del hombre en que me he convertido gracias a mi esposa.
Otra navidad nos tiene reunidos a todos en mi casa: mis cuñados con sus mellizos Mía y Luca y la pequeña Paz; Sebastián y Dani con Luna y Serena en pleno estallido adolescente y con Santino, un tanto ajeno a eso. Valentín y Trinidad han venido con Alejo y Berenice, la niña que adoptaron hace cinco años. Es un angelito en comparación con el resto de la tripulación.
Lorena vino con su esposo, con Neo y trajeron a papá; lleva estoicamente sus 85 años y disfruta del ruido y de sus nietos. Relajado, juega y ríe con nuestro clan.
Ciro se ha hecho muy compinche de las hijas de Sebastián y me enorgullece que pueda ser el primo "cuida" que necesitan. Fausto está jugando con Esteban al ajedrez en tanto que Cami está haciéndole trenzas – o algo así- a la muñeca que le trajo Papá Noel.
Cada espacio de la casa está invadido por un niño o un adulto; el patio tiene a nuestros cuatro perros a puro festejo. Les encanta estar rodeados de gente y recibir muchos mimos y atención.
En la cocina, Dani y Trini llenan unos platos con galletitas de motivos navideños. Candela corta el budín con glaseado de limón en tanto que Maru reparte porciones de pan dulce en una bandeja.
Aparezco por detrás de mi esposa y me inclino sobre su espalda. De inmediato nota que estoy excitado, pero evita hacer comentarios. Cuando las chicas se van de la barra, le pellizco una nalga y sabe que estoy haciendo mi reclamo para la noche.
Con cuatro chicos en casa, la vida sexual de los adultos se resume en rapiditos mañaneros o algún nochero, cuando Cami no acampa en nuestra cama y pide dormir con nosotros.
―¿Te acordás cuando lo hacíamos en cualquier lugar y a cualquier hora? ―Me encantan las canas que han comenzado a colarse entre las hebras de su cabello castaño.
―¡Qué tiempos aquellos! ―dice y se chupa el dedo manchado con glasé. Acto seguido, se lo agarro y yo también se lo chupo.
―¿Sabés qué estuve pensando? Que la navidad siempre fue una buena fecha para nosotros. ―La enjaulo contra la mesada, su espalda apoyada en el filo del frío mármol. La familia y los niños están en cualquier lado, menos por aquí.
―...entonces...―Me acaricia las sienes plateadas. Ya no tengo cabello rubio, sino blanco y espumoso. Continúo mi rutina de ejercicios, aunque no tan seguido como antes, y río cuando mi esposa me dice que soy su DILF.
―¿Y si nos vamos de vacaciones y encargamos otro bebé?
―¡Estás loco vos! Yo ando por los cuarenta y vos pasaste los cincuenta y largos, abuelito. ―dice toda coqueta.
―Este abuelito tiene cuerda para rato, y lo sabés. ―Le susurro en la oreja y se la mordisqueo. El vestido de verano que cubre su malla enteriza no es barrera suficiente para que no note a sus pezones endurecidos.
Bufa y mira por sobre su hombro, la casa es puro jolgorio y nadie nos está observando.
―Estamos grandes, Lean...―Parece ceder una céntima a mi propuesta al morderse el labio. Nuestros chicos han dejado los pañales hace rato y sinceramente, extraño su olor a bebitos, sus berreos y sus cuerpitos regordetes. Ella ha tenido unos embarazos gloriosos, siempre lo resaltamos, y sus hormonas no son un problema en absoluto. Realmente quiero ser padre de nuevo y, aunque no lo haya dicho abiertamente, la vi a escondidas mirando con anhelo la ropita de bebé que fueron dejando los chicos y escuché el suspiro que larga cada vez que mira sus fotos de pequeños―. ¿Vos crees que nos va a dar el cuero?
―¿Para hacer un bebé?¡Yo estoy más que preparado! De no ser porque hay mucha gente alrededor y muchos menores de 18, te estaría subiendo acá arriba.
―No, tonto, te pregunto si pensás que vamos a poder lidiar con todo esto. Los chicos nos van a matar.
―Bebé, juntos somos invencibles. No hay nada con lo que no podamos lidiar. ¿Todavía no lo aprendiste? ―le digo y sé que, a partir de esta noche, llevaremos a cabo planes más que interesantes.
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Pegota: pegada.
Cuida: protector. Vigilante.
DILF: Daddy I'd like to Fuck = Padre con el que me gustaría acostarme.
Dar el cuero: poder soportar algo.
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