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8

Cuando abro los ojos y veo que es de noche, entro en pánico.

Leandro no está a mi lado y siento pavura de que me haya abandonado.

Además, son las 9 de la noche y tendría que estar en casa de mi hermano.

―¡La puta madre!

A toda prisa me visto y paso por al baño. Me siento en el inodoro y aun percibo el dolor, un agudo y hermoso ardor que me arranca una sonrisa.

Festejo en silencio, puños en alto y emoción contenida.

Quiero contarle a mi mejor amiga Candela y a Vanina, aunque también quiero resguardar este bello momento para mí.

Salgo de la habitación con el cabello lo más ordenado posible y me enfrento a la posibilidad de que Leandro esté esperando a que me vaya y nos volvamos a ver quién sabe cuándo.

Nos dijimos "te quiero"...eso debe significar algo, ¿no?

Salgo en cámara lenta, las luces encendidas y la claridad hormonal me permiten observar el living con mejores ojos. Es una sala exquisita, los cortinados altos y blancos enmarcan el precioso ventanal con vistas a la ciudad, la cocina integrada con mármoles negros y artefactos último modelo completan el gran ambiente.

Es un departamento a todo culo.

Leandro está frente a una notebook, de espaldas a la salida de las habitaciones.

Pienso en sorprenderlo, pero soy cauta y avanzo lentamente por detrás.

―Hola...―susurro. Me ruje el estómago.

―Hey...―Gira y me besa la frente ―. Te quedaste dormida enseguida ―me dice. ¿Cómo no podría hacerlo si me quise hacer la amazona y lo monté como una loca desenfrenada? Él estaba extasiado y no podía dejarlo a mitad de camino, sin terminar lo que empecé.

No es que yo me hubiera quejado, claro que no.

―Es muy tarde y debo tener cien mensajes de mi hermano. ―Mi celular está muerto, sin batería.

―Lo sé, ya me llamó. ―Cubro mi boca con ambas manos y espero que me explique qué se dijeron ―. Tranquila. Le avisé que estabas acá, conmigo.

―¿Qué? ―Grito, histérica.

―Maru, no puedo decirte que fue todo rosas y arco iris ―sonríe de lado y no sé si quiero saberlo todo con lujo de detalles ―, pero llegamos a un buen consenso.

―¿Qué te dijo y de qué tipo de consenso hablás?

―Me explicó que se preocupó por vos porque le dijiste que hoy lo buscarías en el consultorio ―lo recuerdo y me reprendo por no haberle avisado que no llegaría a tiempo. ¿Pero qué me iba a imaginar todo lo que sucedió hoy? ―. También me dijo que llamó a Sebastián y que, efectivamente, este le comentó que nos dejó a solas en el estudio.

Ups...

―¿Le contaste a tu hermano que tenemos...algo?

―No, claro que no ―desinflo mi pecho ―, lo único que sabe es que siento cosas por vos desde hace mucho y que, en algún punto, vos me correspondiste. ―Enfoca su mirada en mí y continúa en silencio ―. No puedo mentirle a mi hermano, le dije que me importabas.

―No estoy acusándote de nada, bebé. Solo quería estar seguro de saber si lo que hablé coincide con lo que él sabe.

―¿Qué le dijiste?

―Que sé que probablemente piense que no soy lo mejor que pude haberte pasado, pero que te quiero y voy a tratar de hacer las cosas bien. Que quería su bendición.

No sé si reírme, llorar o ambas cosas al mismo tiempo.

Lo beso, consolidando una tercera opción.

―Sos muy dulce. ―Mis palabras se sueltan alegremente sobre sus labios.

―Me dijo que a la primera que me equivoque me corta las pelotas.

―Es doctor, yo no me arriesgaría a averiguar si en algún momento de la carrera tuvo que empuñar un escalpelo.

Se ríe profundo y yo acaricio sus rasgos con mi mirada. Continúo perdida en sus ojos azules sin matizar.

―Creo que es un acuerdo justo, pero ahora me tengo que ir...―digo, mis manos unidas en su nuca y mi nariz contra la suya.

―¿Por qué?¿No querés quedarte esta noche? ―Jala de mi labio inferior con el filo de sus dientes y todo mi cuerpo se estremece.

―Tengo que estudiar.

―Puedo ayudarte o acompañarte preparándote café.

De hecho, es una idea genial.

―¿Estás seguro? ―pregunto.

―Por supuesto, bebé.

―Entonces me quedo, pero mañana temprano me voy.

―No te voy a echar.

―Bueno...entonces...podría dormir hasta tarde y después me voy...

―Me encantaría eso. ―dice y peina mi cabello con sus dedos gruesos.

***

Los siguientes dos meses vuelan.

Literalmente.

Suelo pasar varias noches durmiendo en la casa de Leandro, pero sé que eso no será posible a partir de la semana entrante: su hermana viene de visita y se hospedará en su cuarto.

Leandro quiere que esté cómoda y le ofreció su cama. Está tratando de ser un buen hermano y me enorgullezco de eso.

―Voy a extrañarte. ―Ronronea a mi oído, en la estrecha cocina de la oficina.

―Yo también, pero es por una buena causa. ―Sostengo y celebro con mi taza en alto. Ha insistido en que me haga una igual a la suya, pero me negué muchas veces. Podría levantar sospechas.

Es un poco extraño seguir manteniéndonos en el anonimato; chispas vuelan entre nosotros, pero parece que aquí nadie se da cuenta y eso es bueno.

Me ha dicho que está yendo dos veces a la semana a terapia. Es reservado y no cuenta sobre sus sesiones y aunque me muero de curiosidad por saber qué hablan, respeto su espacio.

Al conocer a Lorena, de inmediato veo que es una joven hermosa y rubísima como Leandro. Conectamos de primera; pasó por el estudio, Leandro me la presentó y ella agradeció que fuera su guía de compras. Intercambiamos números y concertamos encontrarnos directamente en Pueyrredón y Corrientes, esquina emblemática del barrio de Once, para comenzar con la recorrida.

Al día siguiente nos reunimos donde quedamos y me sorprende su agilidad, su entusiasmo y su compulsión por comprar de todo.

He estado muchas veces por la zona – y reconozco haber estudiado el rubro maternidad con antelación– por lo que tengo un buen listado de lugares para visitar.

Su panza es notoria, lleva casi seis meses de embarazo y nos ha dicho que se llamará Neo.

―El padre es fanático de Matrix. No hubo modo de negociarlo. ―comentó cuando pregunté por el nombre y no juzgué.

Hacia el final de la semana no solo la había acompañado a comprar ropita, sino también a ver vajilla nueva para su casa, una cuna y cochecitos.

Es una compañera excelente.

Leandro no nos deja ni a sol ni a sombra con sus mensajes; sinceramente, me he divertido mucho haciendo esto con ella.

Estos primeros meses han pasado rápido y tendría que estar preparándome para mi último final y no deambulando todo el día.

Me convenzo de continuar mi derrotero de amistad con Lorena, remarcándome que faltan varias semanas para julio y que necesito distracción genuina.

―¿Mi hermano y vos están saliendo? ―pregunta ella el día antes de su regreso a Rosario, después de haber visto una comedia romántica en el cine y estar atacando un balde de pochoclos entre sus manos.

―...mmm...es complicado, para qué te voy a mentir.

―Él lo hace complicado ¿cierto?

―Es...complicado ―no sé cómo explicar lo inexplicable ―. Está viendo a un profesional.

―¿Sabés? Él nunca se creyó merecedor de las cosas buenas que le suceden ―me confirma lo que ya sé, lo cual es interesante ―. No confía en su potencial. Así como lo ves, arrogante y grandototote, un tipo que se lleva el mundo puesto, que no dejó títere con cabeza, es sumamente inseguro consigo.

―Me costó mucho acceder a su verdadero interior.

―¿Accediste a su interior, ajá? ―Levanta su ceja. Me ruborizo y supongo que intuye que, efectivamente, he accedido a algo más que a su interior ―. Me alegra que alguien haya podido rasgar su cascarón. Es un buen tipo, con asuntos que resolver, pero es genial.

―Lo es. ―Confirmo y seguimos caminado.

Ese fin de semana Leandro me invita a cenar con su hermana y su esposo, quien llegó a buscarla y cargar las mil compras en su camioneta. Daniel es un muchacho agradable y hacen una linda pareja.

Nos saludamos en lo que parece un abrazo interminable. Ella se emociona y en su mirada noto complicidad: me está diciendo que no baje los brazos, que apueste a su hermano.

Lo estoy haciendo con cada fibra de mi ser, aun con las voces internas que me dicen que no llegaré a ningún lado porque él no me lo permitirá.

La normalidad se reestablece de a poco, aunque no me quedo en su casa tanto tiempo como antes. Generalmente lo hago de viernes a domingo, cuando regreso al departamento de mi hermano, para comenzar con mi rutina semanal desde allí.

―¿Cómo va? ―pregunta Esteban sentándose a cenar conmigo. Acabo de ducharme y estoy agotada. Mi período está siendo bastante cruel conmigo.

―Bien, con dolor de ovarios. ―Bufo.

―Agradezco a Dios haber nacido con pitulín ―dice, gracioso ―y hablando de pitulines, bueno, no del pitulín en sí sino de quien lo lleva puesto, ¿qué onda con Leandro? Yo no hablo de tu relación con él en el gimnasio...

―No hace falta.

―¿Todavía no lo blanquearon?

―Es...complicado ―digo, usando la única palabra que parece definir nuestra relación.

―No tendría que serlo si ambos quieren lo mismo.

―Lo sé, pero él tiene ciertos...problemas con el compromiso. ―Levanta una ceja con un "te lo avisé" grande como un elefante ―. Pero estamos bien ―me compongo ―, en el trabajo hacemos como si nada y el resto...bien...―Resumo horriblemente.

―Marisol, miráme ―no quiero hacerlo, sé que va a analizarme, ¿cómo resistirme y evitarlo? ―. Marucha...no me esquives la mirada ―me reprende como si tuviera la edad de uno de sus pacientes ―. ¿Qué esperás de este tipo de relación?¿Tenés expectativas de ponerle un rótulo? ―Es la pregunta del millón, la cual tiene una sola respuesta.

―Sí. ―afirmo sin dudarlo.

―¿Creés que van por buen camino?

―Leandro se está esforzando...―respondo, pero sinceramente, no sé cuánto de él, además de ir a terapia, está poniendo.

A menudo su teléfono vibra con mensajes de chicas que no sé quiénes son. Sé que es un tipo que ha cultivado muchas amistades a lo largo de los años y no quiero ser una ¿novia? posesiva y celosa.

La mayor parte de su tiempo la pasa conmigo, en su departamento o en la oficina, pero ¿estas semanas en las que no dormimos juntos? No lo sé.

Quiero creer que somos exclusivos. No hemos hablado al respecto, dándolo por supuesto. Ahora mismo estoy cuestionándolo todo.

Mi labio comienza a temblar, anticipando un llanto profundo. Mi estado hormonal no ayuda en absoluto.

―Maru, quiero lo mejor para vos y si sos feliz junto a Leandro haciendo lo que sea que estés haciendo, funciona para mí. Pero no voy a aceptar que te conformes con las migajas de alguien. Te merecés el todo del otro.

―¿Es lo que vos sentís cuando estás con Guada? ―Quizás no es justo preguntárselo, pero lo hago.

Ladea la cabeza y se toma tiempo para pensar. Más que el que debería, siendo que están comprometidos y de novios hace muchos años.

―A veces siento que sí, otras veces que no.

―Eso no es bueno, yo llevo un par de meses saliendo con Leandro, pero ustedes llevan una eternidad.

―Por eso mismo te lo estoy diciendo, hermanita: nunca te conformes con menos de lo que merecés.

―¿Y cómo sé qué es lo que merezco?

―Tu corazón va a saber decírtelo.

―¿El tuyo lo hace? ―Sospecho que no y es horrible este presentimiento.

―Por ahora, el mío está haciendo un pacto de silencio. ―Me guiña el ojo y se va a su habitación.

El amor no parece estar del lado de los hermanos Rossini por el momento.

***

Sé que he estado un poco distante y Leandro lo nota.

Me siento apagada y él no me lo recrimina.

Soy la empleada efectiva, no hay fisuras en mi desempeño laboral y agradezco que así sea. Pero cuando regreso al departamento de mi hermano, me siento desconfiada.

Desconfío de mí y de Leandro.

Nos hemos dicho que nos queremos, pero la palabra amor, tan fuerte y significativa, aún no está entre nosotros. Al menos, no parece estarlo en el presente de Leandro. En cambio, yo siento que lo amo desde que se sentó a tomar el té conmigo por primera vez y vi el nombre de su mamá tatuado en su muñeca.

El otoño está siendo bastante duro en Buenos Aires. Los primeros días de mayo son ventosos y la lluvia no cesa.

El cumpleaños de Leandro es en un par de días y sé que sus planes incluyen hacer un festejo en su departamento. No tiene vecinos en su piso, lo que es una ventaja si sos ruidoso.

Y creo que este es el caso.

Sé que invitará a los chicos del bufete y a sus esposas a cenar, pero también convocó a unos amigos de Rosario, cuarentones divorciados que, al parecer, se creen hombres renovados a partir de su reciente soltería. Han sido compañeros de rugby por muchos años y comparten haber conocido a los chicos que cayeron en la tragedia automovilística que ha marcado a Leandro.

No me molesta en absoluto, pero creo que son la clase de tipos forrados que fuman y conversan de sus autos nuevos, adquisiciones inmobiliarias y tratan a las mujeres como objetos decorativos. Leandro no es así...¿o ese es, precisamente, el Leandro del cual se quiere despegar y yo nunca llegué a ver?

Voy caminando por la avenida Santa Fe sin saber qué regalarle, hasta que una tienda de lencería me da una idea.

Hace algunos días que estamos desconectados sexualmente; mi presión por los estudios y su cansancio acumulado de la semana hacen que los fines de semana no sean tan explosivos como al comienzo.

¿Se está aburriendo de mí? ¿Cuánto faltará para que me deje colgada?

Borro esos pensamientos pesimistas y entro al negocio de ropa interior.

Puedo regalarnos algo bonito.

Sé que adora cómo me queda el blanco, pero quiero algo más osado y menos virginal. No me ha atado a su cama como hablamos en las fiestas navideñas o como ha sugerido en otras oportunidades y, realmente, quiero experimentarlo.

Converso con la vendedora, quien despliega un arsenal de conjuntos preciosos y sugerentes que me encantan. Muerdo mi labio, sin poder decidirme.

Finalmente, escojo un conjunto de lencería rojo sangre, cuyo corpiño tiene un lazo en la parte trasera para ser desatado y la pequeña tanguita se sostiene por otros dos lazos laterales.

Me tiento con otro set en color negro, cuya parte superior realizada en un precioso encaje, se ciñe como una pechera que se ajusta en el cuello y la espalda. El trabajo de la tela es bellísimo y delicado. La bombachita es un trocito de encaje y tul que sé, lo volverá loco.

Llego a casa de mi hermano y guardo mi nueva adquisición en el ropero. No quiero que Esteban lo descubra por accidente.

En el cuarto despliego mi material de estudio cuando la voz de Esteban y la de su novia me sorprenden; están discutiendo, algo infrecuente en ellos. Por lo general son muy respetuosos de sus tonos y rara vez los vi en desacuerdo.

Bueno, parece que también hay problemas en el paraíso.

En el fondo de mi corazón, sé que Guadalupe no es la mujer para mi hermano. Él necesita alguien con impulso, un poco salvaje, que lo saque de su zona de confort.

Me coloco mis auriculares, sintonizo Dua Lipa para que me levante el ánimo y me acompañe a mi repaso diario.

Por la noche y como es habitual, hablo con Leandro.

―Ya tengo tu regalo. ―anuncio, es ansioso como yo y seguramente va a pedir pistas.

―Te dije que no necesito nada más que tu compañía.

―Mmm...no sé...últimamente creo que no te basta. ―Mis feas inseguridades asoman la cabeza.

―¿Lo decís porque no tuvimos sexo?

―No, Leandro, no es solo por eso. ―protesto ―. Estamos como en otra sintonía...no sé...

Él respira fuerte, sé que está pensando en lo que le dije.

―Bebé, sé que te merecés más de lo que hoy por hoy puedo darte.

―Acepté esperarte, no estoy quejándome de eso.

―¿Esperarías para siempre?

Eso no era precisamente lo que imaginé que respondería. ¿Está dispuesto a darnos una oportunidad o realmente que yo espere para siempre está siendo una opción viable en su paleta?

―Oh, bueno...de eso se trata el amor, ¿no? ―Y allí está, la palabra que temía decir para no abrumarlo, y sé que de inmediato, lo hice.

Leandro permanece en silencio y una lenta agonía me consume hasta que vuelve a hablar.

―¿Me amás?

―Creo que a esta altura es una redundancia preguntarlo. ―Me reprocho ser tan lengua larga.

―Maru...yo...

―No digas nada, Lean. Es cosa mía. Vos centráte en vos, ignorá lo que yo siento.

―Es inevitable hacerlo.

―Lo siento, no era mi intención presionarte.

―No, bebé...no...soy yo...es injusto que me esperes...

―Leandro...es...esto es algo que te prometí que haría...

―Lo sé, pero realmente me agobia no poder darte nada más que...esto...

Trago duro, el rumbo de las cosas está girando hacia un lado dramático que no preví.

―¿Querés que nos tomemos un tiempo? ―pregunto, lo último que quiero escuchar es un sí.

―No sé...―La duda se instala en su tono y mi corazón colapsa.

Mis miedos me cierran la garganta y siento que no puedo respirar.

―Bu...bueno...eso es...

―Maru, no quiero lastimarte.

―¿Y crees que diciéndome esto no lo estás haciendo? ―Cuestiono, mi voz es un chillido agudo.

―Soy una mierda, lo sé.

―No, no lo sos. Eso es lo que no te das cuenta: no te la jugás por lo que querés, por lo que sentís. El temor domina tu vida, no te permitís avanzar.

―¿Y por qué te crees que estoy yendo al psicólogo? Esto es más duro de lo que pensé.

―La vida no es fácil, Leandro. Por tener casi cuarenta años, me cuesta creer que aún no lo hayas aprendido. A veces, hay que dar un salto de fe. ―Lo ataco y de inmediato me arrepiento, pero su silencio me indica que algo acaba de despertar en su cabeza.

Lloro, ya no puedo evitarlo ni esconderlo.

Él chasquea la lengua, echándose la culpa en silencio y lo sé porque he aprendido a interpretar sus entrelineas y sus mutismos.

―Tenés razón Marisol ―ya no soy Maru, ni mucho menos su bebé ―, tenés toda la razón del mundo. Perdón.

Y me cuelga.

Me quedo mirando la pantalla de mi celular, sin entender, sin articular palabra.

Mi pecho se abre en dos y comienza a sangrar de dolor. Arrojo mi teléfono en el piso, el protector plástico lo protege de la ruptura.

Nada me importa.

Ni siquiera el examen final de las próximas semanas.

Ahogo mi grito en mi almohada, impacto mis puños en el colchón.

Yo sabía que esto podía suceder y lo tapé bajo una gruesa manta de negación.

Yo intuía que su alejamiento no era casual.

Yo sabía que esto tenía fecha de vencimiento.

Lo sabía y me choqué con la pared de todos modos.

Lo sabía, y no tengo idea cómo hacer control de daños.

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A todo culo: con todo.

Blanquear: poner en blanco, mostrar.

Forrados: con mucho dinero. Forrados en plata.

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