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7

Estoy en la oficina primero que nadie.

Puede que mi ansiedad por ver a Marisol no me haya dejado dormir por la noche.

Cuando le avisé que llegué bien a Buenos Aires, cruzamos algunas líneas vía teléfono. Que viviera con su hermano limitó mis ansias por caer de sorpresa en su casa y besarla de la cabeza a los pies.

Besarla y muchas cosas más.

Lo cierto es que desconozco realmente qué pretendo con esto; tengo mucho trabajo interior por hacer y es injusto ilusionarla con promesas que no sé si podré cumplir.

Marisol tocó más hondo que cualquiera, ella consiguió ver más allá del gordo tosco y fiestero que todos veían. Cuando le pregunté qué le gustaba de mí, no dudó en hablar de mis valores, de mi honestidad. Haberme masturbado mientras me hablaba desde la inocente pieza de su casa familiar fue demasiado por procesar para mi cerebro.

Camino dentro del estudio. Ella ya debe estar por llegar.

Sin embargo, antes que Maru cae Sebastián, desbaratando mis planes de estar a solas con ella por un rato.

―Hey...¡feliz año!―dice y me abraza, trato de aflojar mi cuerpo para que note que no es a quien esperaba ―. ¿Cómo andan el tío y la Lore? ―pregunta dejando su portafolios sobre el sillón de visitas.

―Bien, Lore estaba un poco nauseosa, pero es lógico.

―Dani me dijo que estuvieron mensajeándose. ¡Vas a ser tío, loco!

―Sí, todos están cogiendo a full ―respondo, tan bestia como siempre.

―Sutil, ¿no? ―me conoce y no le importa mi poco tacto ―, che, ¿qué hacés tan temprano acá? ¿Te estás por morir y nos querés leer tu testamento con anticipación? ―Nunca bromea, pero cuando lo hace, saca a relucir su humor negro.

―Nah, me desperté y vine de una. Estaba al pedo en casa, llegué ayer y descansé toda la tarde. ¿Y vos que haces acá? Tribunales está de feria.

―Lo mismo podría preguntarte a vos.

―Te dije, estaba aburrido ―Toco distraídamente el lapicero repleto de insumos escolares. Norma solo usaba un resaltador magenta; Maru, utiliza un millón de colores y post-it a morir.

―¿No te vas de viaje este año con alguna de tus chicas?

―No, me pudrí de ser el boludo que no sienta cabeza ―Me mira ceñudo y con los brazos cruzados sobre su ancho pecho. Sin un pelo de tonto, entrecierra sus ojos.

―Vos tenés a alguien en la cabeza. ¡Te engancharon! ―Tuerce el cuello, examinándome ―. ¿No me vas a decir de quién se trata?

―Estás diciendo boludeces. ―Niego.

―Gringo, te ponés como un tomate cuando tenés vergüenza. Te conozco, ¡caíste!¡caíste!¡Alguien por fin te tiene agarrado de las pelotas! ―Se fricciona las palmas como si estuviera frente a un delicioso banquete y no a mi desgraciada e inexplicable realidad.

La puerta se abre y es Marisol. Apenas ve a Sebastián se detiene y veo sorpresa en su rostro. Es obvio que tampoco esperaba que mi primo estuviera a primera hora.

―Ho...hola chicos...¡feliz año! ―Se arroja a los brazos de Sebastián y luego a los míos. No levanta sospechas y actúa como si nada hubiera sucedido entre nosotros.

―¿Cómo la pasaste?¿Cómo esta tu papá? ―Él es amable con ella.

―Bien, bebió más de lo que estaba acostumbrado y se colgó a contar chistes malos. Hace mucho que no disfrutábamos de su humor absurdo.

―Suena divertido ―le digo y me mira, sus ojos chispeantes ocultando lo que es una mentira a medias, ya que probablemente su padre se había puesto en pedo mientras nosotros hablábamos por la hot-line. Estuvo media hora conversando conmigo, tocándose y oyendo cómo me descargaba sobre mi mano.

―Podría decirse que tuve un festejo de principio de año muy...revelador...―Alza su barbilla y se ubica en su escritorio.

Sebastián bate palmas iniciando la jornada y anuncia que al mediodía tiene unos pendientes que hacer. Maru y yo nos miramos, trazando un plan en común.

***

Mi primo prometió irse y aún sigue aquí a las dos de la tarde, atornillado a su silla. No quiero decirle que había diagramado entregarle mi regalo de navidad a nuestra secretaria ni besarla un poco más de la cuenta en mi despacho..

Deambulo por la sala y miro de reojo a Maru, quien se encuentra muy atenta a sus apuntes. Es muy estricta con su rutina de estudio y no quiero desconcentrarla.

El teléfono suena muy poco y estoy sumamente aburrido.

Un mensaje de Romina aparece en mi pantalla y me mal predispone.

Romina: ¡Hola, Amore! ¿Cómo estás? ¡Feliz año! La semana que viene regreso a Buenos Aires, ¡los mexicanos aceptaron mis condiciones para el reality!

Yo: ¡Feliz año! Me alegro de que te consientan. La próxima, incluí una limusina.

Romina: Te extrañé mucho...¿te acordás cuando nos hicimos una escapada a Isla Margarita?

Pongo los ojos en blanco. Fue la semana más larga de mi vida; descubrir que era consumidora de cocaína no era una anécdota memorable.

Yo: ¿Cómo olvidarlo? Te paseaste en bolas por toda la posada y casi nos detiene un policía.

Romina: Nos vino bien un poco de acción adicional. Estuviste muy, muuuuy bien las noches que le siguieron a mi exhibicionismo.

Resoplo, no me enorgullece en absoluto el modo en que me sentía cuando estaba a su lado más tiempo del necesario. Sacaba a relucir mi lado dominante en el sexo y había caído un par de veces en el consumo de las mismas mierdas que ella.

Miro la pantalla sin saber qué responder cuando la cabeza de Maru aparece por la puerta.

―Sebas se va en cinco minutos. ―Susurra, compartiendo el secreto.

Tecleo una rápida respuesta:

Yo: Tengo trabajo que hacer. Surgió algo urgente. Hablamos.

Y no me importa que vibre dos veces más anunciándome una repuesta.

Me pongo de pie y aunque moría de ganas por besar a Marisol, me contengo. Salgo a la sala y en tanto que ella continúa sellando unos papeles, yo me sirvo un café.

―¡No te agarres mi taza! ―Grita Sebastián antes de marcharse, desde algún lugar de la oficina.

―¡Pero si no la estás usando! ―Protesto.

―Es hora de que te compres una.

―¿Para qué? Me gusta usar la tuya, quiero verme tan machote como vos ―Jugando de manos en la sala, como cuando éramos pibes y pesábamos la mitad que ahora, reímos.

―Me voy a casa. No hace falta que vengas mañana excepto que Leandro tenga laburo ―dice Sebastián a Maru y niego con la cabeza.

―Gracias. ―responde ella y un travieso pensamiento pasa por mi mente.

Para cuando mi primo se marcha, no hay vuelta atrás: me abalanzó sobre Maru como un náufrago ante un barco de rescate.

Nos comemos a besos, con desesperación y anhelo. Sigo pensando en que este no es un buen lugar para que tenga su primera vez, pero mi voluntad tampoco es de hierro.

Sus manos van a la dura protuberancia que puja por meterse en su virgen interior y soñar con un futuro, con la posibilidad de ser algo más que amigos, es un deseo latente en mi pecho.

―Maru, te quiero. ― Mis palabras escapan y el peso de su significado es fuerte para ambos.

Ella detiene sus manos en la zona de mi bragueta y sus ojos se clavan en los míos.

―Yo también te quiero, Lean. Voy a esperarte...lo que necesites... ―me dice dulcemente y sé que se cruzó en mi vida con un propósito: el de hacerme feliz.

Tal vez no todo se trate de blanco o negro.

―Vamos a mi casa ―la invito y su sonrisa es perversa―.Quiero hacerte el amor, ¿estás de acuerdo con eso?

―Sí ―asiente y en un santiamén, estamos en mi automóvil en dirección a mi departamento.

Los diez minutos de viaje se sienten eternos a pesar de que en enero el tráfico no es intenso, ya que la mayoría de la gente está de vacaciones.

Por el rabillo de mi ojo detecto que está nerviosa, pero quiere esto tanto como yo. Tomo su mano y la beso, no la suelto hasta que llegamos al edificio donde vivo.

Mi departamento es moderno, puro cristal y hormigón liso, luminoso e impersonal. Los ambientes son pulcros y fríos.

A ella le parece grandioso; no conozco su casa paterna y he ido alguna que otra vez adonde vive su hermano, un acogedor y reformado tres ambientes que grita hogar.

El mío grita "soltero empedernido" y no me gusta. Hoy menos que nunca.

―¿Querés algo de tomar? ―pregunto, avergonzado por traerla como si se tratara de una chica que conocí en un bar cualquiera.

―Agua estaría bien―responde y le señaló la banqueta de cuero junto a la barra de mármol negro―. Es hermoso este lugar ―No deja de mirar, y admirar, el enorme ventanal cuyas vistas dan al Jardín Botánico, una hermosa extensión natural de verde en pleno corazón de Palermo.

―Sí, me costó mucho confiar en la constructora que llevaba a cabo el proyecto, sobre todo después de lo que pasé con la otra empresa.

―Tuviste la capacidad de reponerte, eso es bueno. ―Tiene razón.

―Algunas veces siento que no merezco que me pasen cosas buenas ―Exhalo y le alcanzo el vaso, el cual agradece ―, mis viejos lucharon mucho y consiguieron muy poco. Yo estudié, trabajé de mesero en un boliche y bueno... también me pagaron...

―¿Perdón? ―Casi se atora con el agua.

―No fue por mucho tiempo, solo unos meses, pero hice bailes...privados.

―¿Fuiste taxi boy?

―No, no fui taxi boy. No tuve relaciones con ninguna de mis clientas. Solo me contrataban para despedidas de solteras, algo tranqui.

―No creo que las despedidas de solteras sean muy tranquis. ―Está conteniendo una sonrisa perversa.

―¿Fuiste a muchas?

―No, pero en algunos meses tendré la de mi futura cuñada.

―Y va a haber strippers...―me inclino hacia adelante con los codos en la barra con tonto celo.

―Eso espero ―No cede, su mirada orgullosa me doblega.

―¿Así que a la niña le gustaría un baile privado?

―¿Podrías darme uno?

―Podría, pero tengo como veinte kilos más que en aquella época. ―Reconozco que físicamente he tenido momentos mejores. Soy bien construido, pero mi abdomen ya no es el del jugador de rugby que vivía entrenando. Me mantengo en forma gracias a que soy socio de un gimnasio y entreno todos los días, pero no lo suficiente como para estar marcado ciento por ciento como Sebastián.

―No me importa tu peso, así como espero que no te importe el mío ―Confiesa y me intriga.

―¿Por qué me importaría tu peso? Sos hermosa, aunque lo que más me importa es que estés bien con vos misma.

Su mirada se ensombrece y descubro que es un tema muy íntimo que ha surgido inesperadamente; no la traje hasta aquí para que se entristezca, pero quiero saber hasta el último de los detalles de su vida.

―Después de que murió mamá, estuve muy mal. Deprimida, aunque no sabía bien de qué se trataba. Era muy chica, en pleno desarrollo hormonal. Siempre fui muy pequeña físicamente y mis compañeras de curso de burlaban de mí. Fue una etapa horrible.

La miro con ternura imaginando la situación.

―No me alimentaba como era debido, hasta que fui a una nutricionista y comencé a encauzarme. Engordé algunos kilos y ni siquiera eso hizo que dejaran de agredirme por cómo me veía. Comenzaron a llamarme gorda. ―Relata y evoca su preadolescencia ―. Me gustaba un chico de séptimo grado, Matías. Le escribí una carta de amor, pero se terminó riendo con sus amigos y me dijo que, "si no fuera una vaca, sería linda" ―Entrecomilla con el lamento contrayéndole el rostro.

Esquivo la isla de la cocina y camino hacia ella, ocupando la banqueta contigua.

―Los chicos son crueles. A mí me decían gordo, número cero, bollo de masa...creo que perdí la cuenta la cantidad de apodos que tuve.

Ella parece aceptar lo que digo, pero no está conforme con mi ejemplo.

―A los catorce, antes de mi cumple de quince, estuve sin comer por dos semanas porque quería adelgazar rápido. No quería el vestido que eligió mi madrina para el festejo, sino otro que vi en una tienda y era un modelo distinto que solo me entraría si mi peso era el de un cadáver...―Lloriquea, la atrapo en mis brazos y le brindo mi calor, toda mi contención.

Se siente grandioso ser su pilar, su sostén. Acaricio su cabello naturalmente ondulado y huelo su perfume dulce.

―Terminé internada a causa de una profunda deshidratación. Imagináte a mi papá y a mi hermano desesperados después de encontrarme desmayada en el baño. Tuvieron que derribar la puerta porque yo había cerrado con llave. ―Ahora es un mar de lágrimas y mierda si no me duele escuchar su padecer.

―Bebé, ya pasó, ya lo superaste. ¿Ahora estás bien con ese tema? ―Sorbe su nariz y se aparta para mirarme.

―Ahora estoy bien, a mi juicio un poco delgada todavía, pero he recuperado algo de peso y el apetito. ―afirma, sus ojos rojos y sus mejillas calientes. ―. La idea de venir era otra, ¿no? ―Sonreímos a la par.

―Sí, quizás el propósito inicial no era este, pero me agrada que hayas conocido mi casa y estemos conversando de cosas tan profundas. De hecho, nadie sabe que me dediqué a...lo que te dije...―Abre sus ojos y puedo decir que se siente bien al ser la única que conoce ese secreto.

―Gracias por contármelo.

―Lo mismo digo, bebé. ―Le beso la frente y la tomo de la mano. La ayudo a bajar de la banqueta y la llevo a recorrer la casa.

Como dije, es un piso de soltero, todo impecable, ordenado y limpio gracias a Rosa, la mujer que viene a limpiar una vez por semana.

Le muestro el baño, grande, con un extenso lavatorio de doble bacha. La bañera con patas de león y, además, un cuadro de ducha. Los techos de hormigón visto son una constante en todos los ambientes. El cuarto que le sigue es el sitio donde monté mi estudio y tiene una cama de una plaza y media para cuando tengo algún invitado.

Dejo mi propia habitación para lo último.

Voilá ―Abro la puerta, la luz entra sutilmente por la ventana ya que cuento con un doble sistema de cortina que filtra la iluminación.

―Linda habitación ―me dice casi sin moverse de la puerta.

―Pasá, la cama no te va a comer. ―Apelo a la broma, pero sé que la máquina que rige sus pensamientos no deja de trabajar.

Apoyo mi mano en la curva baja de su espalda y la invito a avanzar. Se mantiene rígida y tengo miedo por todos aquellos pensamientos que invaden su mente.

―Ese es el famoso cabezal. ―Señalo el remate de mi cama donde la imaginé abierta y dispuesta ante mí. Sus labios hacen una mueca simpática, pero la tensión no ha abandonado sus músculos.

―Ahora entiendo por qué Romina se queda acá...―Maldita sea, sabía que saldría con algo de eso. Me apresuro a hablarle con el afán de que la olvide.

―Romina no es nadie. Nada para mí. Tuvimos una historia y terminó. ¿Entendés que no me importa nadie más que vos? ―Busco sus ojos, los cuales están vagando por la alfombra del cuarto ―. Maru, me importás lo suficiente como motivarme a ir a un psicólogo y tratar mis problemas. Quiero encontrar una solución a este temor que me paraliza. ―asumo, abriendo algo más que mi corazón. Ella sale de su ensoñación y me mira.

―Quiero que lo hagas por vos mismo.

―Lo hago por mí, obviamente, y también por vos. Por nosotros. Quiero apostar a un nosotros, Maru. ―Enfatizo con el alma en carne viva.

Marisol me observa, sus ojos compasivos y sus manos delicadas comienzan a acariciar mi barba. Tomo asiento en el extremo de mi cama y la invito a sentarse a mi lado.

―Quiero ser mejor gracias a vos. Va a ser una larga batalla contra mis demonios, pero te prometo que voy a intentarlo.

―Estoy dispuesta a acompañarte...pero entiendo si querés ir con calma y no mezclar las cosas en el trabajo ―No había pensado las implicaciones de tener una relación amorosa a la vista de todo el mundo antes que ahora. No quiero que nuestra relación interfiera en nuestro ámbito laboral, no al menos hasta que yo no logre cierto equilibrio emocional.

―¿Harías ese sacrificio por mí?

―Por supuesto... ―Y me besa.

Y es el beso más tierno, gentil y abnegado de la historia de los besos.

Sus palmas calientan mis mejillas, su lengua conecta con la mía y es magia pura. El rastro de vainilla y canela de su saliva se mezcla con la mía y es delicioso.

Pronto, las cosas se ponen calientes. Arrastro su blusa aguamarina hacia arriba, revelando sus senos contenidos dentro de un precioso corpiño. El encaje es lo suyo y el blanco la identifica.

Ella enreda sus delgados dedos en el borde de mi chomba y la sube por mi torso, dejando al descubierto mi piel tatuada y con un poco vello rubio.

―Waw, sos hermoso ―dice abandonando mi boca y yendo hacia el piercing de mi pezón derecho. Me hace cosquilla y me estimula en partes iguales ―. ¿Te dolió hacértelo?

―No, en absoluto ―le aseguro y sus manos van directo al botón de mi bragueta.

Quiero dedicarle mis días enteros, saborearla como es debido y se ha ganado.

―Sin prisa, bebé. Tendremos todos nuestros regalos navideños.

―Cuento con eso.

Se pone de pie y pasa sus brazos por su espalda para desprender el gancho de su corpiño. Disfruto de la vista de mi pequeña ninfa desnudándose. Extiendo mi cuerpo sobre la cama, los brazos cruzados detrás de mi cabeza, deleitándome con ese par de pechos redonditos y en forma de gota, con pezones duros color té con leche.

Los quiero chupar hasta el fin de mis horas.

Baja su falda y revela una tanguita chiquitita que me vuela los sesos.

―Me vas a matar de un infarto. ―Le digo y alargo mis brazos queriendo tenerla sobre mí cuanto antes.

Como un gatito avanza sobre mi cuerpo y cuando se sienta sobre mi pelvis, sé que perdí la batalla. Me quita los pantalones con dificultad y arrastra mis bóxer. Mi pene rebota de alegría cuando la ve.

―Oh...―Se asombra cuando ve mi vara inhiesta, firme y ansiosa.

―Está contenta de conocerte ―De inmediato capturo su hermosa cara y la llevo a mis labios. Sus manos se aferran a mis bíceps trabajados, su centro se fricciona contra la dureza de mi cuerpo desnudo.

Giramos y mi enorme cuerpo la atrapa; temo quebrarla, pero sé que no lo haré ni ella permitirá que lo haga.

―Quiero que sepas que sos un regalo del cielo.

―¿Qué esperás para desenvolverme entonces? ―Es rápida en su respuesta y le concedo el punto.

De rodillas, empuño mi erección larga, la cual la señala. Ella está apoyada sobre sus codos, se muerde el labio, atenta a mis movimientos.

―¿Preparada?

―Como nunca. ―Me inclino sobre mi mesa de luz y tomo un preservativo que dejo sobre el acolchado.

―Primero lo primero ―Marisol sigue atentamente mis movimientos: engancho los delgados laterales de su bombachita y se la saco de las piernas con su ayuda.

Estoy frente a ese pequeño triángulo de vello púbico bien formado, protagonista de mi desvelo. La miro, con pasión y ardor desmesurado. Bajo hacia su centro y beso el interior de sus muslos. Sus piernas se contraen demostrándome, sin querer, que es muy cosquilluda.

Arrastro mis labios y lamo su entrepierna caliente. Quiero todo lo que pueda obtener de ella. El vértice que une todos sus planos inferiores está húmedo, dispuesto y satinado a causa de su excitación.

Beso su piel rosada, mordisqueando juguetonamente sus labios agridulces.

Los gemidos que salen del fondo de su garganta son inéditos. No ha experimentado esto jamás y quiero ser su primer todo.

Y su único y último también.

Hundo mi lengua curiosa, con mi barba, tal como quería, rozándole la carne sensible.

―Lean...Lean...―Su gimoteo será algo que jamás olvidaré. Alargo una de mis manos y pellizco uno de sus pezones, duros como un caramelo ―...Lean... ―su pecho se agita y sé que de continuar así llegará pronto a su límite.

No le respondo y, por el contrario, introduzco un dedo. Intento no ser brusco; su himen está intacto y sus músculos no han sido estirados por nada ni nadie antes.

Más primeras veces que me inflan el pecho y me llenan de miedo.

―¿Te duele? ―Susurro mirándola por sobre su pelvis inquieta.

―Un poquito...pero seguí.

―Hablá conmigo bebé. Puedo ser un poco idiota a veces, pero en esto, vas a ser mi prioridad.

Sonríe y asiente, emocionada.

Regreso a ejercer presión con mi dedo medio y acreciento mi toque de lengua.

Sus jadeos se mezclan con ruidos inconexos, palabras que quedan a mitad de camino y se pierden en su garganta.

Mi nombre es lo único que sale claro y me reconforta.

Ingreso un segundo dedo y los abro, ella chista con su lengua y me detengo.

―Bebé, decime si querés que pare.

―Noooooo.... ―Suplica.

―Podemos seguir después ―digo y espero que niegue porque estoy duro como un poste de telefonía.

―¡Ni se te ocurra! ―Chilla y no discuto.

Cavo más profundo y sé que he roto su preciosa barrera; ella contrae los párpados y comienza a relajarse mientras sigo trabajando su canal. Anatómicamente soy grande y no quiero lastimarla, quiero que nuestra primera vez, su primera vez, sea memorable.

―¿Sigo? Ahora viene lo mejor ―le advierto y ella desencapucha sus ojos. Una lágrima cae de cada uno de ellos ―. Bebé, ¿te sentís bien? ―Me asusto y voy hacia Marisol. Mis dedos con rastros de sangre confirman mi presunción.

―Perfecta...mente...―Sonríe plena, pero sé que se aguanta la molestia ―, ¿qué es lo que viene? ―Su tono intenta ser juguetón.

―Ya lo vas a ver, ¡ansiosa! ―Regreso entre sus piernas y me doy un festín, obteniendo mi tan ansiado precio porque sus jugos mojan mis sábanas y sus piernas temblorosas se agitan sobre el colchón.

No espero más, enfundo mi pene y la hago mi prisionera.

―¿Querés esto? ―pregunto, orgulloso.

―Quiero todo de vos, Lean ―Sus palabras son sinceras y profundas, comprometidas y responsables. De inmediato, sé que estaré en problemas.

Acomodo mi rígido pene en su abertura mojada y entro, de a poco, centímetro a centímetro. Delineo sus gestos, trazo un cartograma de su rostro.

Se ve rozagante, su piel apenas satinada por el sudor de un explosivo y reciente orgasmo.

―Más...quiero más...

―Golosa ―la provoco y exhala. Está concentrada en tomarme y le reconozco la valentía. Beso su oreja, mordisqueo su mandíbula y paso al otro lado. Sus manos atrapan mis omóplatos, sus piernas enjaulan mi cintura y entro más profundo.

Paso la mitad...luego más...hasta que quepo por completo y ella larga una respiración contenida.

―¿Bien?

―Divino ―dice y quiero reírme por su expresión.

Empiezo a empujar, lento, constante. Lamo su barbilla, trazo besos en sus hombros. Mis maños atrapan sus muñecas y las coloco junto a sus orejas.

―Te quiero ―le repito y no quiero que nunca lo olvide ―, te quiero, bebé.

―Yo también, Lean. A vos y solo a vos ―Confirma.

Acelero mis embates y la cosa sube de temperatura.

Mis glúteos se contraen ante el esfuerzo, mis piernas toman envión haciendo de la penetración algo más intenso. Maru ya no contiene sus jadeos: grita, chilla, pide más, dice mi nombre y se pierde en una nube de lujuria que no conoce de techo.

Lamo sus pezones y el interior de sus brazos lánguidos.

Encontramos rápidamente nuestro ritmo y estoy al borde.

Suelo ser un tipo resistente, lo que a veces es tan bueno como malo. Ahora mismo no me preocupa porque estoy dispuesto a experimentar toda clase de cosas con ella.

―Estoy cerca, bebé ―me aferro a sus caderas y empujo, una y otra vez, dando todo de mí.

Ella rasguña mis brazos, se enloquece y siento que sus músculos se contraen, succionándome. No creo aguantar más, no puedo hacerlo.

Y súbitamente, llego al paraíso. Sin escalas.

Me dejo ir.

Gruño y me desplomo a su lado. Ella se retira el pelo transpirado de la cara y busca recuperar el aliento.

Le beso el hombro, un acto tierno que necesito hacer.

Cuando me recupero, arrojo el preservativo en el canasto de papeles junto a mi mesa de luz, voy al baño y humedezco una toalla con agua caliente. Debe estar dolorida e incómoda.

―¿Qué haces? ―Me pregunta cuando me ve aparecer con el trapo en la mano.

―Cuidándote. ¿Me dejás? ―le pido permiso y le lleva un segundo comprender lo que pretendo hacer. Asiente, nerviosa, pero afloja su postura cuando limpio el interior de sus muslos y su entrepierna ligeramente manchada.

―Gracias ―dice y besa mi boca. Arrojo la toalla de lado.

―No me agradezcas, ¿te sentís bien?

―Sí, satisfecha ―Sonríe y nos ponemos frente a frente, recostando el peso de sobre el lateral de nuestros cuerpos.

―Me alegro.―Le acomodo el mechón de pelo que se enreda en su oreja.

―¿Podemos repetirlo después? ―pregunta como quien pide una segunda ración de helado.

―Todas las veces que quieras, pero ahora, hay que descansar.

―Tengo una mejor idea ―Sus ojos brillan. Hoy, son de un color celeste como el cielo. Como al cielo que acabo de tocar impensadamente.

―¿Cuál?

―Darnos nuestros regalos navideños.

―Pensé que vos eras mi regalo navideño ―Paso mi mano por sobre su cintura y la atraigo hacia mí. De a poco mi pene se expande y no quiero agobiarla con otra ronda.

―Tengo otra cosa, tonto. Algo que te trajo Papá Noel, ¿te acordás? ―Baja de la cama y corretea a la sala adonde dejó su enorme bolso al que osa llamar "carterita".

De inmediato abro el cajón de la mesa de luz para sacar el estuche con su regalo. Llega contenta, sus tetas repiqueteando, y se arroja a la cama. Se cubre con las sábanas revueltas y me entrega una caja. Hago lo propio con mi obsequio.

―Los abrimos juntos, ¿dale? A la cuenta de tres ―asiento ante su propuesta ―. Uno, dos y...¡tres!―Ella rompe el papel y su boca no puede abrirse más; yo hago lo propio con lo mío.

Cuando descubro que es una taza con el escudo de Newell's y la leyenda que dice "Leproso hasta la médula" de un lado y del otro "Propiedad de Leandro", estallo de risa.

El regalo es tan acertado como encantador.

Ella, sin embargo, no me da margen de análisis.

Recoge la pulsera de oro en la cual mandé a grabar su nombre y se la lleva al pecho. Recién en ese momento me doy cuenta de que le gusta, mucho más cuando solloza.

―Gracias...es...esto es un montón...―Sé que no lo dice por lo que cuesta en dinero sino por lo que vale en sentimentalismo.

Me ha contado que cuando era pequeña, su mamá le regaló una pulsera bañada en oro, algo económico teniendo en cuenta su presupuesto, en la cual tenía grabado su nombre de un lado y la frase "siempre te cuidaré. Tu mamá." en el dorso. Ninguna de las dos sabía en ese momento que sería el último cumpleaños de Maru que pasarían juntas.

Una pulsera que le robaron en un hecho delictivo años más tarde y que dejó un vacío grande en su corazón.

―Sé que no es la misma que tenías ni pretende reemplazarla, pero quería algo único y especial. No es un regalo original, pero me pareció una buena idea y...―me da un beso rudo en los labios y se aparta. Gira la pulsera donde está escrito su nombre y lee en voz alta "Siempre a tu lado. Leandro" , impreso del lado interno.

Levanto los hombros y ella solloza mientras extiende su brazo y me pide que la ayude a abrochársela.

―Si es mucho podés cambiarla y...

―Es preciosa y la quiero. La quiero como te quiero a vos. ―Se abalanza sobre mí hasta dejarme de espaldas al colchón.

Me llena de besos suaves y enfáticos hasta que sus manos se escabullen hacia el sur.

Efectivamente, el año nuevo sigue dándome sorpresas.

*****************************

A full: mucho.

A morir: a rabiar.

Pibes: niños.

Palermo: barrio de Capital, en el cual se encuentran el Jardín Botánico, el Nuevo EcoParque porteño (ex zoo de BsAs), el hipódromo más importante de la ciudad y el centro de convenciones de La Rural.

Bombachita: braga chiquita

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