6
Es 24 de diciembre.
Faltan dos minutos para la medianoche y no supe nada de Leandro desde el almuerzo de ayer en Puerto Madero. Sebastián fue generoso al concedernos unas minis vacaciones hasta el dos de enero.
Decidí aprovecharlo para estar en casa con papá, salir de compras y dormir mucho antes de arrancar con mi temporada de estudio. Dado que rendí bien el examen de la semana pasada, me restan solo dos para graduarme como veterinaria y no quiero dejar pasar esta oportunidad.
―¡Feliz navidad! ―Papá, Esteban, la abuela Bea -en realidad la abuela de mi amiga Candela -, Eva -la enfermera, - y yo, levantamos las copas brindando por el futuro que vendrá.
El árbol que decoramos junto a la empleada es el mismo de la época en que vivía mi madre. Sin embargo, este año me esmeré por ponerle un toque especial que papá agradeció: le compré bolas parecidas a las que le puse al árbol del bufete, unas lindas lucecitas arroz blancas y otras rojas y unos pinchos con palabras tales como "paz", "amor" y "salud", mezclándose entre los adornos.
Corro y recojo los regalos para cada uno de ellos, apostados sobre el pie del pino artificial.
Gano suficiente dinero en el estudio como para ocuparme de estos gastos; Esteban no quiere que pague por el tratamiento de mi papá ni los honorarios de la enfermera. Sé que todo cuesta una pequeña fortuna y algún día, como que me llamo Marisol Rossini, le recompensaré cada peso que no me deja poner.
―Este es para vos, papi. ―Le acerco la caja. Está en su silla de ruedas y amorosamente comienza a rasgar el papel. Acto seguido entrego los paquetes a Bea, a Eva y a mi hermano.
―No hacía falta, Marucha. ―dice Esteban, correcto y en tono regañón.
―¿Por qué no? No me dejás pagar la mitad de los impuestos del departamento, tampoco aporto para la terapia de papá. ―Enumero.
―Porque para mí es prioritario que estudies y te recibas. Sé lo difícil que es arrancar sin tener nada, así que ya tendrás tiempo de colaborar.
―Nunca voy a estar lo suficientemente agradecida; además estás con todo lo de la boda con Guada y...
―¡Basta! Ahora dejá de distraerme que tengo un regalo que abrir ―Corta mis protestas y como si fuera uno de sus pequeños pacientes, rompe el envoltorio con entusiasmo.
Todos se ven contentos con mi elección: papá con su afeitadora nueva, más práctica dada su poca movilidad en el baño y su ansias de independencia para higienizarse. Bea luce su nuevo batón con orgullo, es rojo con florcitas amarillas y naranjas.
Eva me abraza fuerte y agradecida por mi obsequio.
―¡Me encanta! Sos muy generosa, Maru. ―Se enrosca su chalina aguamarina en el cuello y desfila con orgullo. Creo que no está acostumbrada al alcohol y las dos copas de Ananá Fizz se le subieron rápidamente a la cabeza.
―Me queda pintada. ―Mi hermano es el más difícil de complacer. Tiene de todo y jamás pide nada. Extiende la chomba a bandas azul, roja y blanca sobre sus hombros y se suma al desfile de la enfermera de papá.
Ha pasado media hora del día 25 y las risas están a la orden del día.
Me pongo de pie frente a la puerta mosquitero que da al patio, observando los fuegos de artificio que tan mal hacen a los perritos. Al mismo tiempo, debato si enviarle un mensaje a Leandro o no.
No sé si está solo o acompañado y ambas cosas me intrigan.
―Escribíle. ―El susurro de Esteban aparece por detrás, como si leyera mi mente.
―¿Qué gano con hacerlo?
―¿Bienestar? ―¿Lo afirma o lo duda?
―¿Y si está con alguna de sus minitas?
―¿Y si no lo está?
Lo miro, sin entender cómo es que puede estar con una chica tan desamorada como Guadalupe, quien nunca se suma a nuestros festejos de fin de año y jamás deja participar a mi hermano de los suyos. Llevan casi ocho años de novios, acaban de comprometerse y cada uno sigue viviendo en su casa, como si fuera lo más normal del mundo para estos tiempos que corren.
Le doy un beso en la mejilla y busco privacidad escondiéndome en la habitación que ha sido de Esteban y quedó a medio camino de ser una de huéspedes. La mía fue reformada para ser usada por la enfermera.
Yo: Feliz navidad.
Emojis de arbolitos, copas que se chocan entre sí y botellas de champagne junto a un mensaje de ese calibre, nunca fallan. Mordisqueo mi uña esperando una respuesta que no es inmediata.
Cinco minutos después, la palabra "escribiendo" en la parte superior de la pantalla me inquieta.
Leandro: Muchas gracias y feliz navidad para vos también.
Su respuesta no me habilita para continuar con la charla, pero quiero saber cómo está.
Yo: Quizás no es el momento, pero quería volver a disculparme por mi comportamiento en el restaurante. Fui una tonta.
Leandro: Disculpas aceptadas. Yo no estaba en mi mejor día tampoco.
Yo: Gracias, necesitaba saber que estábamos bien.
Leandro: Perdonáme a mí también por ser un tarado.
Río por su frontalidad y porque no teme pedir disculpas.
Yo: ¿Ya te visitó Papá Noel?
Pregunto, esperando que responda lo que quiero saber. Tarda más de la cuenta en leer el mensaje y mucho más en responder.
¿Fui demasiado directa?¿Muy osada? Ya ha leído el mensaje por lo que, eliminarlo, no es una opción.
Dejo de escribir una respuesta de respaldo cuando finalmente aclara su situación.
Leandro: Estoy muy bien acompañado.
Suma una carita rodeada de corazones.
¿Cómo se supone que debo tomar eso? Mis nervios no son de acero y me carcome la duda. Odio que sea tan ambiguo y no ayude a saciar mi curiosidad.
Una fotografía llega al minuto y despeja cualquier mierda mental que ocupa mi cerebro: se lo ve brindando con su hermana Lorena, su cuñado y su padre.
Alivio llena de pecho, una enorme emoción y orgullo también.
Leandro: Navidad es tiempo de reconciliación y amor. Estamos dándonos una segunda oportunidad.
Yo: Me pone muy feliz que hayas viajado.
Leandro: Te lo debo a vos. Sé que parece que nunca escucho a nadie, pero no me sucede eso cuando sos la que habla.
Yo: El otro día te dije que no tendrías que comer esa pizza con ají morrón y no me escuchaste. Anduviste con acidez todo el día.
Intentar recomponer nuestro diálogo era importante para ambos, nos sentíamos cómodos el uno con el otro, nos entendíamos muy bien.
Debería acostumbrarme a la idea de verlo rodeado de otras mujeres, siendo coqueto y atrevido con cualquiera. Ser así es parte de su personalidad, de su ADN y debo reconocer que es uno de sus atributos que más me gusta de él.
Leandro: No me lo recuerdes, prácticamente compre acciones en Uvasal.
De seguro, él estaba riendo en desde Rosario tan fuerte como yo lo hacía desde Martínez.
Leandro: ¿Estás en casa de tus viejos?
Yo: Sí, hoy me quedo para ayudar a la enfermera a preparar todo para mañana.
Leandro: Sos una buena hija.
Yo: Trato de serlo. Papá se lo merece.
No quiso ser un golpe bajo, pero sonó como tal.
Tecleo frenéticamente y él me gana de mano con algo inesperado.
Leandro: Te compré un regalo.
Eso fue sorpresivo. Y estimulante.
No, Maru, no te vendas por un lindo gesto. Él es un mujeriego consumado, va a hacer añicos tu corazón.
¡Mala, mala, mala, mi voz de la conciencia!
Yo: No tendrías que habérmelo dicho. Ahora voy a estar hasta el dos de enero carburando con lo que puede ser.
Yo también le había comprado algo, una chuchería que quizás le gustara teniendo en cuenta su amor por Newell's y su poca predisposición para comprarse una: siempre deambulaba con un vaso descartable o le usaba la de Sebastián, algo que su primo criticaba constantemente.
¿Adivinaron mi obsequio?
Leandro: No voy a ser tan Cruel. Podemos hacer de esto algo divertido.
Oh, sí, hagámoslo divertido.
Leandro: Puedo ir dándote pistas así la espera se hace menos estresante.
Yo: Me agrada eso.
Leandro: Una pista por día, dos intentos de tu parte.
Yo: ¿No es muy poco probable que adivine?
Leandro: No subestimes tu capacidad de acertar ni la mía como tirador de pistas.
Yo: Bueno, ¡trato hecho!
Leandro: Podemos empezar mañana mismo. Mi hermana está llamándome a la mesa. Creo que tiene una notica importante que dar.
Yo: ¿Sospechás cuál es?
Leandro: A juzgar por su ojeras y por sus viajes constantes al baño, puede que sí.
Yo: ¿Se viene el tío Gringo?
Leandro: Me juego la cabeza 😉.
Lo imagino con un bebé en brazos y me derrito. Sé que Luna, la hija de Sebastián, ha sido designada como su ahijada y babea por ella, pero no he tenido la oportunidad de verlos interactuar.
Leandro: Adiós, bebé. Saludos a tu familia y mañana hablamos.
Yo: Hasta mañana, Lean. Saludos para la tuya. ¡Espero tus pistas!
Ansiosa, no dejo que olvide nuestro acuerdo.
La conversación finaliza allí y caigo desplomada en la cama exhalando un suspiro adolescente.
No puedo enamorarme.
No puedo seguir abriendo mi puerta para que pase por completo...
No puedo anhelar más...
Mierda, ya lo hice.
***
Las pistas no son muy reveladoras y sé que lo hace para que no adivine.
Maldito seas, abogado enigmático.
Me dijo que es algo de lo que le hablé mucho.
Me dijo que es algo muy personal.
Me dijo que no es muy pesado.
Me dijo que me va a gustar.
Me dijo que lo puedo usar desnuda (sí, ese último mensaje me encendió bastante, aunque no se lo reconocí abiertamente).
Me dijo que es algo que combina con cualquier color.
Me dijo que no será fácil de olvidar.
Con esta última pista en la cabeza y mis intentos frustrados de imaginar qué me compró, me encuentro el 31 de diciembre celebrando junto a mi familia el fin de año, siendo los mismos cuatro gatos locos del 24.
Ha sido un año movilizante: me mudé con mi hermano, avancé bastante en la universidad, tengo un trabajo aceptable con un equipo de primera y conocí a un hombre maravilloso como Leandro.
Con sus defectos, virtudes, con sus bordes pulidos y sin pulir.
Lo amo, ya lo he decretado y es absurdo negarlo.
Nunca sentí algo así antes y sé diferenciarlo de un encantamiento juvenil.
¿Cómo se le llama al sentimiento que te causa palpitaciones extras cuando tenés a esa persona especial tan cerca de vos?¿Cómo se les llama a esas ganas locas de querer abrazarlo y contenerlo cuando está triste?¿Cómo se le llama al hecho de querer compartir algo más que un té por la tarde?
Sí, amor.
―3,2,1...¡Feliz año nuevo! ―La pantalla de la TV está sintonizada en Crónica, en la cual indican que un nuevo año ha llegado.
Brindamos, chocamos nuestras copas y vemos -y oímos, lamentablemente- la pirotecnia ruidosa a nuestro alrededor. Los vecinos se han gastado una fortuna y deseo que se les explote dentro de la casa.
¿Soy mala persona por querer cuidar los oídos sensibles de los animales y de los niños con trastornos que padecen esas explosiones?
Bueno, está bien. Que no les revienten en su casa, pero que al menos se les moje la pólvora y no puedan encenderlos.
―Hola ―respondo cuando mi teléfono suena a las 00:02 y veo el nombre de Leandro en mi pantalla. Salto como la nena de Dánica Dorada y me escabullo de los presentes, rumbo a la habitación de mi hermano.
―Hola, bebé, feliz año nuevo.―Saluda con esa voz rasposa y seductora que ya me tiene jadeando.
―Hola Lean, feliz año para vos también. Ojalá esté llene de momentos lindos. ―Extiendo mis buenos deseos, los cuales agradece sentidamente.
Conversamos sobre el estado de ánimo de su hermana; ha confirmado que está embarazada y se lo escucha muy contento. Lorena es varios años menor que él, se ha graduado de contadora y su esposo trabaja con ella.
―A Esteban lo veo un poco apagado. ―Le confieso.
―En el gimnasio está bien, sin embargo. ―Él es socio del club de boxeo junto a Sebas, en el cual mi hermano da clases de Taekwondo.
―Es bueno guardándose los sentimientos, como alguien que yo conozco ―Lo arrincono, sé que no le molesta.
Ríe, lo cual es una buena señal.
―Mañana vuelvo a Baires ―dice con tono aporteñado. Tanto él como Sebastián solían aspirarse las "eses" cuando eran más jóvenes, algo característico de los rosarinos , detalle que fueron perdiendo con el paso del tiempo en Capital.
Me extraña que lo diga, ya que durante todo el mes de enero los Tribunales están de feria.
En tanto que Valentín se tomará el mes completo para organizar su casamiento, el 14 de febrero, Luis programó un viaje al exterior con su esposa e hijos; Sebastián, en cambio, estará yendo y viniendo para solucionar algunos pendientes que su paternidad postergó.
Leandro no me ha contado sobre sus planes.
De momento, las directivas para mí han sido claras: iré dos veces a la semana para continuar con el archivo y atender las necesidades urgentes que puedan surgir en el día a día.
Es un buen trato, tendré más días libres que en cualquier otro trabajo y me serán de utilidad para preparar mis exámenes.
―Pensé que quizás aprovechabas para tomarte vacaciones. No tenés programada ninguna cita importante sino hasta la tercera semana de enero. ―Le recuerdo con la agenda en la cabeza. Me adoran por mi memoria y no los culpo. Soy genial recordando fechas, eventos y nombres de personas.
―No me voy a ir a ningún lado.
―¿Año gasolero? ―Ríe y espero que amplíe su respuesta.
―No, lo más probable es que pase algún que otro fin de semana en Rosario. Conectarme con mi familia es mi prioridad. ―Orgullo corre por mis venas, está haciendo las cosas bien.
―Me gusta este Leandro reloaded.
―Papá sostiene que lo hago porque siento culpa...―Su ánimo se desploma.
―Sea por lo que fuera, lo hacés y nadie puede reprocharte eso.
―Gracias, siempre tenés una palabra de aliento para mí. Me hacés muy bien.
―De nada. Después te paso la factura de mis honorarios como analista.
Él no hace gala de mi chiste y sé que su mente está en otra cosa. O no tanto cuando me dice que se pondrá en contacto con su antiguo psicólogo.
―Quiero ordenar mi cabeza, liberarme de todo el peso que me viene acompañando desde hace años. ―expresa y yo escucho atentamente ―. Desde los celos que sentí cuando Sebas llegó a casa y comenzó a ser carne y uña con mi viejo, hasta las tragedias que me siguieron después ―De inmediato, cuenta la desgracia de sus amigos, el diagnóstico de su madre y la estafa a sus sueños de independencia apenas empezó a ganar dinero ―. Necesito dejar de pensar que por cada cosa buena que me sucede, algo malo va a arruinarlo.
―Estoy de acuerdo, el miedo termina por consumirte después de todo. ¿Para qué hacer algo grandioso si pensás que no vas a disfrutarlo?
―Exacto. Soy un tipo grande, no puedo tener miedo de estar con alguien porque piense que la voy a cagar.
Buen punto.
Un raro silencio nos envuelve; tengo mil preguntas por hacerle, saber si ese alguien con que el querría estar soy yo o la Popotito esa.
―Yo también te compré algo por Navidad ―digo, llevando la conversación a terreno neutral ―, pero no te ilusiones con que sea algo costoso, sumamente personal y eso...aunque también podes usarlo mientras estás desnudo ―Bromeo, pero su respiración se espesa.
La mía, de solo imaginar esos casi dos metros de carne maciza, con la taza en la mano, únicamente con la taza en la mano, se me corta.
―Mmm...no puedo esperar a saber qué es.
Trago y exhalo pesadamente, tanto, que él lo nota.
―¿Por casualidad me estás pensando desnudo con tu regalo?
―¡No! ―Mi respuesta sale demasiado pronto y demasiado aguda. Él se echa a reír y no sé identificar si su provocación fue adrede o pretendía obtener material de análisis.
―Para tu información, yo sí me imaginé tu regalo...puesto en vos...mientras estás completamente desnuda.
La conversación parece calentarse de golpe y agradezco estar encerrada. Los treinta y tres grados de sensación térmica exterior no son nada al lado del comentario que acaba de arrojar.
―Ah, ¿sí? ―Lo empujo contra las cuerdas.
―Sí, ¿querés escuchar más sobre cómo te imaginé?
Me siento explotar como un petardo navideño. Corroboro que la puerta esté con llave, corro la cortina para que cubra la ventana y enciendo el ventilador. Temo quemarme en un milisegundo.
―Por supuesto. ―Sueno segura, pero soy un flan.
―Vos, en mi cama. Acostada sobre mis sábanas blancas. Tu cabello espolvoreado en mi almohada, tus labios pintados de rojo.
―¿Te gustaría que mis labios estuviesen pintados? ―Agendo ese detalle como un gran tesoro.
―Sí. ―Jadea. No sé desde qué lugar de su casa estará hablando y espero que sea en un sitio privado ―. Estarías únicamente vestida con mi regalo.
―Me dijiste que no era ropa... ―Le recuerdo una de mis tantas opciones arrojadas al azar.
―No lo es. ―Exhala pesado y continúa ―. Desnuda, tu piel blanca y cremosa expuesta. Sueño con tus pechos redondos.
―Son pequeños. ―Agrego en un gemido adolorido.
―Justos para mis manos, delicados como sos vos. ―acota y me derrito, siendo un charco de hormonas ―. ¿Te depilás allá abajo, bebé?
Me levanto la falda, corro mi bombacha, investigando, como si no recordara que suelo recortar mi vello rubio oscuro.
―Dejo solo un poquito...―Confieso entre gemidos y comienzo a tocarme.
No soy un experta descubriendo mi cuerpo, tampoco una ignorante, pero esto es nuevo y quiero ver hacia dónde nos dirigimos.
―Continúo visualizándote: las muñecas atadas al respaldo de hierro de mi cama ―dice, su voz es oscura y mi mente hace lo posible por figurarse el modo en el que me vería a su merced ―. Atada y sin perder de vista mi regalo.
―¿Me atarías suavecito? Sin lastimarme, ¿no?
―Solo un ratito, para que te entregues, para me que confíes tu cuerpo plenamente. ―El oxígeno sale a sorbitos de mi boca, aumento el ritmo de mis yemas frotando mis pliegues, humedeciéndome por completo ―. Te recorrería, te besaría cada rincón prohibido y permitido. Te haría el amor despacio, me tomaría mi tiempo.
―No sé si quiero que seas tan lento... ―Mis barreras caen de a poco, siento las cosquillas gestándose en mi vientre y el suave calambre de la irrigación sanguínea atrapando mi carne inferior.
―Lo seré, al menos la primera vez.
―¿Habrá más de una? ―Pido, anhelo que sea así.
―No sé si algún día podré querer menos ―responde exactamente lo que necesito escuchar para que mi espalda latiguee contra el colchón de la cama.
Un pequeño gemido, hasta ese momento contenido, brota de mi boca y me cuesta un mundo no expresar con palabras y aullidos lobunos la bomba que acaba de detonar en mi interior.
Jamás me toqué y llegué al límite animada por la voz de alguien. La voz de un hombre que tiene la capacidad de romperme en mil pedazos.
Tanto para bien como para mal.
―¿Llegaste, bebé? ―pregunta cuando recupero el aliento.
―...no...―Me cuesta pensar e hilvanar palabras.
―Mentirosa.―Se echa a reír y las gotas de sudor en mis sienes delatan mi ejercicio.
―Fue una locura...
―¿Quién dijo que las locuras no son gratificantes?
Giro sobre mi cuerpo, quedo boca abajo, mi cabeza siendo un lío.
―Lean...
―Me gusta que me llames así.
―¿No Gringo?
―No mucho.
―¿Qué más te gusta?
―La verdad. ―Fue más serio de lo que pretendía.
―En una mujer, ¿qué es lo que te gusta? ―Fui a fondo, después de todo, acaba de tener el mejor orgasmo de mi vida con solo escucharlo.
―Que sepa lo que quiere, que se acepte tal cual es. Que me haga reír. ―A excepción de la aceptación personal con la que todavía estaba en deuda conmigo, eran aspectos en los que me veía bien referenciada.
―¿Y a vos? ¿Qué te gusta de mí? ―pregunta siendo especifico.
―Que sos un tipo íntegro, fuerte de carácter y fortachón de cuerpo. Y tenés lindos ojos, linda sonrisa. Me gustaría tu barba haciéndome cosquillas por todo mi cuerpo...―Fantaseo y estoy con ganas de tocarme nuevamente.
Sin embargo, su silencioso entorno permite que escuche el sonido de una cremallera deslizándose.
―¿Tu turno? ―pregunto, provocativa.
―Seguí y no te hagas la chistosa. ¿Por dónde querrías que te bese?
―Por mis pechos, que me mordisquees los pezones. Tu barba pasando por mi cuello mientras lamés mi cuello como lo hiciste en tu despacho.
―¿Te gustaron nuestros besos en mi despacho?
―Me dejaron gusto a poco.
Me volteo quedando boca arriba. El ventilador girando a mil revoluciones, al igual que mi cabeza. Cierro los ojos, mi imaginación jugando.
―Luego bajarías hasta mi panza. ―Continúo―. Rodearías mi ombligo con tu lengua mientras manos pellizcan mis pechos.
―Me gusta lo que querés.
―Y después, te pediría que me beses...ahí...abajo...donde apenas tengo un trocito de cabello.
Él no responde, en su lugar, lo hace su gemido ahogado.
―Sos muy mala, bebé ―dice.
―Contáme qué estás haciendo ahora.―Mis pezones están duros de deseo y creo que voy a morir calcinada y no a causa del verano argentino.
―Me estoy tocando, duro y parejo. De arriba hacia abajo. Y no sé cuánto más me voy a aguantar...estoy en tus manos.
―Me gustaría que fuera literal.
―No podés decirme cosas como esas si pretendés que dure más de diez segundos.
―Ya llevamos algunos minutos.
―Ya te voy a agarrar a vos, picarona.
―...mmm...no veo la hora.
Exhala.
―Me gustaría verte mientras te tocás. ―Osada, no le demuestro pudor.
―¿Sí?
―Sí, que me ensucies. Que me hagas cosas que nadie me hizo nunca en mi vida...
Traga fuerte y de repente, un gemidito se mezcla con un jadeo ronco y seco.
―Mierda...
―¿Llegaste, bebé? ―Suelto, con una sonrisa tonta decorando mi cara. No sé de qué modo enfrentaré a mi familia después de haber pasado media hora aquí dentro, masturbándome y masturbando telefónicamente a mi jefe.
―Sí. Y todo gracias a esa boquita perversa.
―Me gustaría probarte...
―Maru...no sé si aguantaría otra vuelta ―Reconoce, ahora riendo a carcajadas. Escucho pasos y el sonido de unos cajones ―. Estoy buscando una remera vieja en mi dormitorio. Tengo que esperar un rato antes de ir al baño que está a final del pasillo. Estoy hecho un desastre.
―De nada. ―Nuestro nivel de intimidad está llegando a su techo, pero debo ser cauta y no asustarlo. Ha confesado su temor de consolidar una relación y, por otro lado, no sé cuán segura estoy con respecto a los sentimientos que alberga por Romina.
Por unos minutos hablamos del menú de año nuevo y de lo mucho que añoraba estar en Rosario, con sus amistades y su familia.
―Es probable que mi hermana venga a visitarme en unos meses. Quiere comprarle cosas al bebé en Buenos Aires porque dicen que están más baratas que en Rosario.
―Los precios en Once son imbatibles.
―Sin ánimos de comprometerte, ¿la acompañarías?
Parpadeo por un minuto, me interesa la propuesta y, además, ¿quién se negaría a un viaje de compras, aunque sea en el lugar más tumultuoso de la ciudad?
Once se caracteriza por sus numerosas tiendas de ropa, calzado y accesorios a buenos precios.
Muchos son fabricantes, algunos son outlets de marcas de gama media y otros...menos averigua Dios y perdona.
―Sí, claro.
―Va a viajar sin el esposo así que le va a venir bien alguien que le haga de guía turístico.
―Cuenten conmigo.
―Creo que nunca lo mencionamos y es un chisme viejo, pero ¿sabías que mi hermana estaba enamorada de Valentín? Él y Sebas fueron compañeros de facultad y viajaron a Rosario un par de veces.
―¿En serio?
―Sí. Mi primo cuenta que Lore se sentaba al lado de ellos y lo miraba fijo al flaco, queriendo comérselo. ―Ambos reímos de la anécdota; Valentín es fachero, pero no se caracteriza por ser un cazador. Es atlético, con un aspecto nerd y catedrático, y unos hermosos ojos azules.
―¿Valentín le dio cabida?
―Nah, mi hermana era una pendeja para ese entonces y él un ciego de mierda. Nunca se daba cuenta cuando una minita estaba enganchada con él.
―Debe haber sido divertido cuando convivían en la pensión de San Telmo.
―No sé cómo no nos matamos en el intento. Sebas, todo prolijo, un señorito inglés. Valentín se la pasaba lavando y colgando ropa y yo...yo era un desastre. Llevaba y traía chicas. No quiero ni recordar.
―No es malo recordar, te permite tener perspectiva.
―Lo sé, pero prefiero tener a los buenos hábitos más presentes.
Miro el reloj, es la 1 de la mañana. Un golpe en la puerta y la voz de mi hermano precipitan el final de la charla.
―Lamento tener que cortarte, pero creo que Esteban llamó a los bomberos cuando vio que no salía de mi habitación.―O tal vez vio el humo de mi quemazón interior.
―Yo también voy a aprovechar a limpiarme un poco y a dar las buenas noches. Saldré temprano para Buenos Aires así no me como todo el tráfico rutero.
―Que tengas buen viaje, Lean.
―Gracias, bebé. Y buen año.
De continuar así como empezó, sin dudas sería un excelente año.
*************************
Luces arroz: se les dice así por el tamaño de la lamparita que titila.
Chomba: polo.
Mina: mujer, por lo general, se le dice así a una mujer ocasional.
Uvasal: marca de antiácidos.
Carburar: en este caso, pensando.
Chuchería: Objeto pequeño generalmente con más valor sentimental que económico.
Crónica: canal de noticias por cable, sensacionalista, reconocido por su grandes placas rojas con letras grandes copando la pantalla.
Dánica Dorada: marca de manteca, cuya propaganda era protagonizada por una nena que saltaba cuando iba a comprarla al mercado.
Baires: Abreviatura coloquial de Buenos Aires.
Aporteñado: porteño, del puerto. Relacionado a Capital Federal, distrito autónomo de Buenos Aires.
Rosarinos: de la ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe.
Gasolero: económico. Hace referencia al Gas, mucho más barato que la Nafta.
Popotito: canción que habla de una chica con piernas largas.
Fachero: guapo.
Dar cabida: dar lugar.
Pensión: edificio de alojamiento, mucho más económicos que los hoteles, en el cual se alquilan las habitaciones. En algunas hay baños privados, en tanto que, en otras, hay solo uno y es compartido por varios de los ocupantes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro