4
Rechazando todos y cada uno de los descarados jugueteos de Romina, me pongo firme. Solo hablaríamos de su contrato y ella se lo llevaría en un lindo sobre de papel madera para que analizara con su almohada.
Una almohada que no sería la de mi cama, como las últimas veces que estuvo de regreso en Buenos Aires.
Lo que más me importaba en el mundo era saber qué pensaba Marisol de este espectáculo gratuito que acabábamos de brindar; si pudiera atravesar la puerta con una mirada láser, cual Superman, lo haría sin dudar
Lo cierto es que la visita de Romina fue sorpresiva y como siempre, es demasiado...demasiado...
Romina habla de ella, lo cual es de esperar.
Sentada sobre la madera de mi escritorio, ha corrido mi notebook de lado cagándose en mi trabajo y sus piernas cuelgan cruzadas a un metro de las mías. Estoy sentado frente a ella y por primera vez, ni siquiera siento ganas de tumbarla y cogérmela.
Es una belleza, una mujer hermosa de esas que te vuelva los sesos, pero ya no me provoca nada. Mi entrepierna bosteza y eso significa que la "Era Romina Vidal" ha llegado a su fin.
¿Y cuál comienza entonces?
Maru tocándome el pecho ha sido devastador para mi sistema nervioso. Su frente pegada contra la mía, su desilusión cuando Valentín tocó mi puerta, su aliento saliendo a sorbitos, su respiración irregular...
Me desea y solo Dios sabe cuánto la deseo yo.
―¿No me estás escuchando? ―Romina protesta inclinando su torso. Puedo ver la línea media de sus pequeños pechos y el tatuaje entre ellos, saludándome.
―Sinceramente, tuve un día de locos. ―Sentencio. Abro el cajón de mi escritorio y coloco el sobre con su contrato junto a su culo ―. Leélo, y si todo es afín a tus requerimientos, firmálo y me lo mandás por un cadete cuando creas conveniente.
―Por eso me gustás: sos efectivo, implacable, rápido...bueno, no para todo sos rápido...―Guiña su ojo y se sienta en mi regazo sin invitación.
Me levanto de inmediato y trastabilla. No quiero complicar las cosas entre nosotros.
Ella se asombra por mi brusquedad, pero debo dejarle en claro que ya no estamos en la misma sintonía.
―Romina, ya fue...
―¿Qué cosa? ―Se hace la desentendida.
―Lo que existía entre nosotros, ya no me interesa ―Le repito y como nena caprichosa hace puchero, patalea y cruza sus brazos sobre su pecho.
―¿No te interesa estar más conmigo?¿Sos consciente de lo que estás diciendo?
―Obvio, ¿desde cuándo digo cosas de las que no estoy seguro?
―¿Estamos cortando? ―Su boca descolgada no se cierra.
―Romina, con una mano en el corazón, tenés que reconocer que nunca tuvimos nada serio.
―Oh, vaya novedad. ¡Yo creía que sí! Dormía en tu casa, comíamos juntos, teníamos sexo...¿eso no es lo que hacen las parejas? ―Recrimina a grito pelado y espero que Maru no esté del otro lado escuchando esto.
―¿Podés bajar el tono? No me interesa que todos sepan lo que hacíamos puertas adentro de mi casa.
―¿Desde cuándo te importa lo que la gente piensa? ―Avanza en mi dirección como una depredadora y ajusta sus manos en mi nuca. Intento alejarla, pero su amarre es firme ―. Cuando estuvimos en ese Resort finoli en Cartagena no te importó coger en la piscina mientras había público alrededor. Por el contrario, te excitaba la idea de que nos estuvieran mirando. ―Susurra y recordarlo me avergüenza.
―Eso fue hace ocho años, Romina.
―¿Y qué?
―Que ya no soy el mismo. Busco otras cosas.
―¿Y qué buscás?
―Tener los pies sobre la tierra, tener algo fiel y duradero, comportarme como un tipo adulto.
Sus carcajadas son estruendosas como la de una bruja de cuento infantil.
―¿Vos?¿Buscando algo eterno? ―se burla del término ―. ¿Me hablas en serio?
―¿Por qué no?
Ella cierra su bocaza y me mira fijamente.
―¿Me estás diciendo que querés hijos?
―Sí, ¿por qué no?
―¿En serio?
―¿Por qué mentiría con algo semejante?
―Jamás hablamos del tema. ―¿Cómo decirle que nunca me interesó si quiera mencionárselo? No es como si fuéramos a formar una familia juntos.
―Romina, sos una chica genial, divertida y exitosa, pero hasta acá llegué. Fue lindo lo que tuvimos, pero no soy el mismo pendejo que conociste hace años.
Parpadea por lo que considero un siglo, se muerde el pulgar y puedo ver los engranajes de su cabeza moviéndose. Siendo honesto, no creo que esté pensando en algo bueno.
―Entiendo...
―¿Sí? ―Frunzo mi entrecejo, curioso.
―Sí, por supuesto, no soy tarada. Casamiento, bebés, actos escolares aburridos ―Hace un ademán desdeñoso con la mano mientras rueda los ojos.
―Bueno, no sé si casamiento, pero algo así ―Mi sonrisa se curva de lado, sin humor. ¿Estábamos hablando de esto realmente?
Nuestras conversaciones siempre se circunscribían al trabajo, a sus destinos de viaje y cosas sin profundidad. Nunca hablé sobre la culpa por no haber visto a mi madre ante de morir; tampoco de mis mierdas mentales y del miedo a conectar sinceramente con la gente.
Romina toma su cartera, el sobre de papel madera con el contrato y taloneando sus botas llaneras, llega hasta la puerta.
―¿Estas bien? ―pregunto, ya que pasó del calor al frío en un milisegundo.
―Oh, sí...sí...es solo que no esperaba algo así...no de tu parte.
¿Romina reflexiva?
O no tanto, considerando que todo el mundo piensa que soy el eterno adolescente, el jodón del grupo y el inmaduro de la familia que jamás se pondrá los pantalones de hombre grande.
Cuando se va, ya no hay rastros de Maru. Me alivia pensar que probablemente no ha escuchado ninguno de los reproches de Romina, aunque, por otro lado, tenía ganas de pasar algunos minutos más junto a nuestra secretaria hasta que se hiciera su hora de ir a la universidad.
Eran cuarenta y cinco minutos en los que tomábamos el té: le agradaba el de menta peperina y a mí el de limón. Por lo general, nos convidábamos galletas "Sonrisas", las preferidas de la infancia de ambos. Hablábamos de cine, de alguna noticia relevante del mundo y sobre nuestro paso por la facultad.
Era entretenido charlar con ella como también inevitable deleitarme con su carita hermosa.
―Que conste que quería venir a alegrar tu día ―Romina gira sobre sus talones ya con la mitad del cuerpo en el pasillo mientras me escondo detrás de la puerta. Me mira seductoramente y me mordisquea el labio sin pudor. Me lo toco, esperando que no me lo haya cortado.
―Gracias, pero paso. ―Reitero un tanto hostil y la despido. Toma el ascensor y cierro la oficina una vez que está dentro de la cabina, sonriéndome como el Joker.
Sin dudas ha sido un día muy extraño.
***
Durante las siguientes dos horas trabajo en un caso o, mejor dicho, trato de hacerlo, puesto que no he podido concentrarme a causa de Marisol. Ha ocupado mi cabeza y no puedo quitarla de allí dentro.
Reviso mi teléfono y la veo milagrosamente en línea. Reviso la hora y supongo que aún no ha entrado al aula a tomar su clase.
Yo: Hola. No nos despedimos hoy.
El doble tilde celeste me da esperanza. Cuando veo los puntos celestes danzando, no puedo evitar emocionarme.
Maru: Porque estabas ocupado. No quería molestarte.
Yo: Romina es una vieja amiga.
Maru: No tenés que darme explicaciones. De todos modos, hacen una buena pareja.
Esta última observación me mata.
No, no hacemos una maldita buena pareja porque no lo somos ni lo seremos.
Yo: Te juro que no es nada. Ella es por demás...afectuosa.
Maru: Insisto. No me tenés que dar explicaciones.
Mientras me devano los sesos con otra respuesta, ella me gana de mano.
Maru: ¿Nos vemos mañana? Ya arranca mi clase.
Yo: Por supuesto. Suerte con el "Dr. Strange".
En una de nuestras tantas charlas, me confesó que su profesor de los lunes era muy parecido al personaje de Marvel.
Maru: Jaja. Gracias. Estaré en su multiverso por las siguientes tres horas. ☹
Ese mensaje fue un poco más alentador que el primero.
Tan solo quedaba saber si al día siguiente todo seguiría como hasta entonces o nuestra relación había cambiado para siempre.
***
Las semanas pasaron lentamente, sobre todo para mí, condenado a "freezer-zone". O sea, a la amistosa zona de congelamiento.
Marisol, tal como imaginé, no aceptó ninguna de mis propuestas para salir a almorzar por lo cual debí contentarme con las pocas tardes en las que se quedaba después de hora para ir a la universidad. Siendo época de exámenes finales, no quería distraerla; ni siquiera ponía música fuerte o me sentaba en la silla frente a ella a charlar de la vida.
Le preparaba el té, se lo dejaba sobre el escritorio, pero Marisol tenía ojos solo para sus libracos y apuntes. Yo me retiraba en silencio y esperaba a que llegara el momento de la despedida para cruzar un timorato adiós.
Conformándome con esas migajas, un mediodía, llegué a la oficina después de una mañana horrible en los Tribunales de Talcahuano. Agité mi estúpido paraguas sobre la alfombra de entrada y lo plegué dejándolo en el cilindro con la estampa parisina que Maru compró la semana pasada.
―Día de mierda. ―Gruño como últimamente es habitual en mí.
―Buen día, Gringo. ―Sebastián está envolviendo su taza con sus manos, la que Dani le regaló con la frase "Al mejor Abogapapi del mundo". Cursi y envidiable.
―Hola, sí, buen día. ―digo y automáticamente diviso a Maru de rodillas en el piso. La visión de su culo en primer plano enfundado en un pantalón negro bajo el árbol de navidad me hace sudar frío.
―¿Qué está haciendo? ―Pregunto a mi primo, señalándola.
―Intentando llegar al tomacorrientes; parece que la cadena de luces quedó corta.
―¿Y por qué no la ayudás si la ves que está luchando con eso?
―Mi tamaño corporal no es precisamente el más indicado para entrar a esos lugares chiquititos. Encima ese armatoste pesa trescientos kilos como para moverlo de lugar ―Corre la mirada hacia la cómoda antigua repleta de boludeces que adorna la sala. Es uno de los pocos muebles, junto a las bibliotecas de nuestros despachos, que se ha mantenido de la oficina original.
Es cierta su observación, Luis es el más petiso y no está, en tanto que Valentín se ha tomado la semana libre. Ninguno de los dos somos buenas opciones.
―¡Listo! ―Maru se sienta en el piso y se frota las manos cuando ve que las luces blancas titilan alrededor del árbol.
―¿Los adornos son distintos a los del año pasado o me parece a mí? ―pregunto.
―Dani dio el visto bueno para reponerlos y esta mañana Maru fue corriendo a comprar otros. ―Eleva sus hombros, termina su café y camina hacia su despacho.
―Hola...mmm...quedó muy lindo ―digo en un débil intento por entablar diálogo una vez que nos quedamos a solas.
―Gracias. Apenas Sebastián me dio el ok para renovar los adornos, no lo dudé y fui a la tienda de acá a la vuelta.
En efecto, había un negocio enorme que tenía promociones navideñas durante todo el año. ¿Quién compra boas nevadas y luces parpadeantes en abril o julio?
Toco las bellas bolas translúcidas, decoradas con delicados patrones e imágenes en purpurina.
―Me recuerdan a las manualidades que hacíamos en el colegio con las lamparitas viejas.
―¿Sí? ―Marisol extiende una sonrisa y así es exactamente como quiero verla siempre que esté cerca de mí.
―Solíamos pegarles cositas con papel glasé, botones y cosas que conseguía en el costurero de mi vieja. Tanto ella como mi tía eran modistas, así que tenían un gran surtido de cosas. ―Bajo la mirada, examinando la bola navideña. Maru apoya su palma en mi bíceps, encendiendo mi interruptor interno.
―La extrañás mucho ―No es una pregunta, me entiende como pocos.
―Murió muy cerca de la navidad.
―Oh, eso debe haber sido muy triste.
―Sí, sobre todo porque le dije que esa navidad no iba a estar en Rosario porque ya había sacado un boleto para ir a Nueva York. ―¿Por qué mi orgullo fue más fuerte?¿Por qué aun recaía sobre mí el peso del reproche de mi padre cuando me vine a estudiar a Buenos Aires?¿Por qué creía, falsamente, que mi vieja era inmortal?
―¿Estás arrepentido de lo que sucedió?
―Por supuesto, daría mi vida por retroceder el tiempo y no haberme comportado como un imbécil. ―Las lágrimas se atoran en mi garganta, sigo de duelo y creo que lo estaré por siempre.
Marisol me acaricia el rostro con los nudillos, es un toque tierno, sutil; le tomo la mano y le beso la palma.
―Lamentablemente no tenés el DeLorean de Marty McFly, aunque podés cambiar las cosas de ahora en más. Quizás puedas intentar hablar nuevamente con tu papá, invitar a tu hermana y a su esposo para que pasen un fin de semana con vos, acá, en Buenos Aires. Pequeños actos, pequeños gestos que demuestren que cambiaste y los querés cerca. ―Me invita a la reflexión muy acertadamente.
Asiento pensativo y mis ganas por besarla son terribles. Sus ojos buscan mis labios, así como los míos los de ella.
El estallido de un trueno nos sobresalta y rompe el hechizo. Ella da un paso hacia atrás y se sacude la blusa turquesa que resalta sus hermosos rasgos.
―Dejé el expediente de Carlos Burton en tu escritorio. ―acota, profesional, desviando la mirada hacia mi oficina.
―Gracias.
Y me encierro por largas horas en mi fortaleza laboral.
***
Luis se marchó un par de horas más tarde y mi primo salió de urgencia hacia su casa en respuesta a un llamado de Dani, quien le comunicó que se había cortado el suministro eléctrico y no quería estar sola con la beba durante la tormenta.
Las lluvias de diciembre en Buenos Aires suelen ser escandalosamente caudalosas, pegajosas y repentinas.
Maru y yo volvemos a estar a solas en un piso enorme, que a su lado se siente minúsculo.
―¿Pongo la pava para hacer un té? ―pregunto. Ella está de pie frente a la ventana que mira hacia la avenida Quintana, observando la incesante cortina de agua. Se sobresalta cuando mis palabras aparecen de la nada.
―Oh, bueno...aunque ya es hora de irme...―Mira su pequeño reloj deportivo y barato.
―¿Tenés algún examen? ― Estamos en una cargada época de parciales.
―No, simplemente estaba esperando a que calme un poco. La semana próxima rindo el antepenúltimo final de la carrera. ―Cierra los puños y hace hurras hacia el techo.
―¡Te queda muy poco para terminar!
―Sí, estoy ansiosa.
Mantengo mis manos en mis bolsillos para no sucumbir al deseo de tocarla y apretarla contra mi pecho.
―Está complicado salir en este momento. ―Me ubico a su lado, el ventanal es ancho y los dos cabemos frente al cristal.
―Sí y dudo que funcionen los subtes. Hace una hora la mayoría de las líneas había cortado el servicio. ―Las cunetas están llenándose de agua y el tráfico es un infierno. Conseguir un taxi debe ser una odisea y mi automóvil todavía no se ha convertido en anfibio.
―Estamos atrapados en este castillo, milady ―Bromeo, balanceándome de adelante hacia atrás, hablando con ojos chispeantes.
―Podría ser peor. ―asume con gracia y nos echamos a reír.
Realmente echaba de menos esta complicidad, reírnos de tonteras y hacer chistes malos. Una vez en la cocina, comienzo con la ceremonia del té. Agarro la taza de Sebastián para mí y la de Maru para ella.
―Vayamos a mi escritorio, en el tuyo tenés un montón de carpetas. ―Indico asomando la cabeza a la sala.
Dos minutos más tarde, en mi escritorio ya estaban dispuestas dos hojas blancas de la impresora a modo de mantelitos individuales a los cuales dibujó algunas flores y corazones.
―Nunca me aprendí las canciones de María Elena Walsh. La de la tetera me la sé por la mitad. ―Apoyo las tazas en sendos manteles y ella continúa riéndose de lo que dije.
―Solo tengo esto, ¿lo compartimos? ―Abre el envoltorio de un alfajor Suchard de chocolate y mi boca se hace agua.
―Hace mil años que no como uno de estos.
―Los adoro ―me dice y con un cuchillo descartable lo corta en dos porciones perfectas ―. Amo el chocolate, tanto o más que a mi hermano. ―es cómica ―. Una vez, como Esteban no pudo aguantar hasta el domingo de pascua para comer los huevos, compró toda clase de chocolates n el kiosco de la esquina. Se dio un atracón y el sábado a la noche estuvo con un ataque al hígado horrible. Mis viejos nos escondieron los huevos de pascua para otra ocasión y ese domingo terminamos comiendo vainillas, como castigo.
―¿Por qué la ligaste vos de rebote?
―Para que él no deseara cuando me viera comer.
―Eso es injusto.
―Sí, cada vez que puedo le recalco que me debe una muy grande.
Toma su mitad y muerde, llenándose de migas en el intento. Llega a detener algunas con la mano; las restantes, se escabullen por el escote tipo gota que forma su blusa.
Envidio a un mísero trocito de masa. ¿Eso es muy malo?
Me concentro en mi porción de alfajor de chocolate y es mi turno de que las miguitas se escurran en mi barba; en ese mismo instante, cuando creo que el día no puede mejorar, Maru se inclina sobre el escritorio, su blusa dejando entrever su corpiño de encaje blanco, su cadenita colgando de su cuello yendo y viniendo en el aire, y comienza el barrer el cabello rubio de mi barbilla.
Me quedo inmóvil, viendo su mano desplazarse sobre los vellos de mi barba.
Me quedo inmóvil, cuando su lengua reemplaza a sus dedos y comienza a capturar cada miguita.
Me quedo inmóvil, porque toda mi sangre se va hacia mi bragueta, tensa, dura y lista para montar un espectáculo no apto para menores de 18 años.
Su cercanía es embriagadora y mi autocontrol se astilla por completo.
La tomo de los codos y la atraigo hacia mi asiento; la ubico en mi regazo, mi vara potente pujando contra la fina tela de mis pantalones. Maru no tiene vergüenza y se fricciona, muele su centro sobre el mío y lo único puedo pensar es "Oh, que Dios me ayude".
Sujeto su bello e inmaculado rostro entre mis manos grandes mientras me mira con hambre y expectación.
―Te voy a besar, ¿de acuerdo? Ya no puedo aguantarme. ―Desnudo mi alma allí mismo.
―No te aguantes más, no por mí. ―enuncia y al instante, mis labios colisionan contra los suyos, sin merecerlos, pero vaya que los disfruto.
Sus besos son inexpertos, un poco apresurados, pero la voy a llevar por el buen camino. Nuestros dientes se chocan y ella se ríe. A partir de este momento, cuando trabamos miradas, le digo implícitamente que la guiaré y seré su mentor.
Sus pequeñas manos se apoyan en mis hombros, mi boca traza la línea de la vena que baja por su oreja. Larga un gemidito implacable en tanto que sus dedos comienzan a descender y tocan mi pecho, jugando con los botones de mi camisa.
―Te quiero Lean, te necesito dentro mío. ―Gime sumida en un éxtasis fascinante y desinhibido.
―Deseo tanto estar dentro tuyo, bebé...pero no quiero que sea acá, entre papeles sucios y sobre un escritorio...te merecés todo, sábanas de mil hilos, luces bajas, una hermosa canción de fondo. ―El inusual romanticismo me posee.
He estado con muchas mujeres y con ninguna me he sentido así.
Lo juro por lo más sagrado: la memoria de mi madre.
Ella hace un puchero comestible mientras me monta en seco, telas mediante, costuras duras raspándonos violentamente. Amaso sus tetas pequeñas y las atesoro con mis palmas.
―En serio, Maru...no quiero que sea acá...
―¿Es porque soy virgen? ―Su inesperada pregunta nos toma a ambos por sorpresa; sus ojos se abren de golpe, víctima de la traición de su conciencia.
Rápidamente cubre su boca con la mano y salta de mi regazo.
―Hey...Maru...¡pará! ―digo.
―Perdón, perdón...soy una tonta ―Se abraza a sí misma, el llanto a punto de salir de sus hermosos ojos.
―No, no, no sos ninguna tonta ―La atrapo a un paso de la puerta de mi despacho ―. ¿Co...cómo es que todavía sos virgen?
―¿Hace falta que te lo explique? ―Suelta, molesta, y me retracto al instante.
―No, bebé, no quise que suene como una acusación, es más bien un...milagro.
―¿Milagro?
―Bebé ―Repito ese apodo que sale naturalmente cuando estamos juntos y arrastro su labio inferior con mi pulgar, mi erección no se ha bajado ni una décima ―, sos hermosa, ¿cómo es que nadie tuvo el privilegio de ser el dueño de tu primera vez?
―Nadie estuvo a la altura.―Sus ojos cambiantes me miran desafiantes. Las chispas doradas encendidas como dos focos de incendio.
―¿Eso significa que querés darme ese privilegio? ¿A mí? ―Mi aliento es entrecortado, sin creer lo que está sucediendo.
―Si lo querés aceptar...―responde coqueta y miedosa.
―No hay nada que me gustaría más en la vida, Maru.
Con treinta y ocho años, jamás pensé que sería capaz de desvirgar a una chica, pero la suerte que tengo es inmensa y no solo por el regalo que me está dando sino porque viene de parte de Marisol, un ángel que cayó entre mortales como yo, errante, problemático y cobarde.
―¿En serio? ¿Querés? Porque vos andás con modelos, actrices...y yo...
―Shhh, no digas tonterías. Sí, tuve mi historia con Romina, pero nunca significó nada. Ni ella ni ninguna otra.
Maru asiente, desconfía un poco y sé que me lo he ganado; aun así, me ofrece ser su primer hombre.
Acaricio su cabello y las voces que me dicen que merezco disfrutar de las cosas buenas de la vida pujan por no ser derrotadas por aquellas que me recuerdan las desgracias que me rodearon.
Cuando me gradué en la facultad y festejé en un boliche de Rosario, mis amigos del equipo de rugby para el que jugaba murieron en un accidente automovilístico. Yo, en cambio, había decidido irme con una chica cinco minutos antes de subirme con ellos a su coche.
De no haberlo hecho, hubiera sido el cuarto pasajero, la cuarta víctima fatal. Pero me salvé y la culpa fue inmensa para mí a pesar de las opiniones de la gente: yo era el conductor designado esa noche y planté a mis amigos por un par de piernas.
El síndrome del superviviente ha sido difícil de tratar desde entonces.
Años después, tras mucho tiempo de sacrificios y ahorros, puse dinero en una construcción de pozo para comprar mi primer departamento. ¿Qué pasó? La constructora me estafó, y ni siquiera siendo abogado y contar con los mejores de mi lado, conseguí que me devolvieran la guita que puse. Se declararon insolventes y a la mierda el proyecto y mi guita.
A poco de fundar junto a Sebastián y Luis nuestro estudio de abogados, mi vieja descubrió que tenía cáncer de útero fase 4. Una cagada. Quimios, tratamientos alternativos, curanderas...nada sirvió y ella se fue de todos modos.
No quiero ser pesimista, pero pensar en que Marisol es ese rayo de luz que puede iluminar mi nuevo camino, me alienta y me perturba; es inevitable pensar qué es lo próximo malo que vendrá.
Una ventana se abre de golpe y los dos corremos a cerrarla para que el viento no vuele los papeles y la lluvia no moje los muebles; de repente, es como si nuestro calor se hubiera disipado y somos dos témpanos en el Polo.
―Tendría que irme. ―Insiste arreglando su ropa, el té a medio terminar y algunas migas en sus muslos.
―Sigue diluviando ―le respondo y abro un cajón. Ella me mira, curiosa ―. ¿Chinchón?¿Escoba de quince? ―Ofrezco y ella ríe fuerte.
Sí, definitivamente esa es la mejor música de todos los tiempos.
********************
Papel madera: papel manila.
Finoli: fino, distinguido.
Tribunales ubicados sobre la calle Talcahuano, a dos cuadras del Obelisco porteño.
Armatoste: Mueble pesado y tosco.
Boludeces: Chucherías.
Pava: recipiente en el que se pone a calentar el agua para cualquier infusión.
María Elena Walsh: cantautora argentina, reconocida por componer e interpretar canciones infantiles. "La tetera de porcelana" es uno de sus éxitos.
Suchard: marca de alfajores con tapas de galletita de chocolate, bañado en chocolate y relleno de mouse de chocolate.
Construcción de pozo: inversión inmobiliaria en la cual uno aporta para la ejecución de un emprendimiento que todavía no ha sido hecho, obteniendo el beneficio de menores costos y en algunos casos, personalización del proyecto.
Guita: dinero.
Curandera: persona que, sin ser médico, ejerce prácticas curativas.
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