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24

Siendo fieles a nuestra malicia, no dijimos a nadie que estábamos juntos excepto a Sebas, quien ayudó a Maru con su plan de conquista. Le costó horrores no abrir la boca a Dani, pero queríamos que fuera sorpresa.

Y así fue.

Cuando aparecimos tomados de la mano en el salón donde Esteban y Candela celebraban su casamiento, todas las miradas se giraron hacia nosotros y me sentí un poco culpable por robarle la atención a los novios.

A ellos les importó un bledo y se arrojaron a nosotros, obviamente, tras un rosario de "por qué no nos dijeron nada", "por qué lo escondieron" y " de dónde salió ese anillo".

La fiesta fue en un bello y recoleto salón de Olivos. Nada exagerado, pero no por eso menos elegante y con buen gusto.

Maru y yo no nos despegamos ni por un minuto. Desde que ella me esperó la semana pasada en mi departamento, no nos separamos.

Bueno, no en la literalidad de la palabra puesto que al día siguiente, antes de marchar hacia la casa de Esteban a festejar su despedida de soltero, Maru juntó sus pertenencias y se instaló conmigo.

Tras su divorcio, estuvo alojándose en su casa paterna; nostálgica, señaló lo importante que sería para ella poder conservarla. El cartel de venta había sido colocado tres meses atrás y eso la había devastado.

Esa casa tenía historia, una historia feliz.

Allí se habían mudado sus padres apenas se casaron, fue donde concibieron a sus dos maravillosos hijos y allí dejaron su legado.

Era una construcción sólida, pero desactualizada. Ponerla a punto requería de mucho trabajo e inversión, y hasta donde me dijo Maru, el dinero del divorcio lo usó para donar a refugios animales, darle dinero a su hermano como agradecimiento por su esfuerzo y algo de ahorros "por si las dudas".

No me gustaba verla sufrir, mucho menos llorar.

Esa tarde, en el coche de regreso a mi departamento, se echó a mis brazos.

Acaricié su cabello y susurré cosas bonitas para que su llanto cediera.

Cuando llegamos a casa dormimos una siesta y luego, cada uno fue con sus amigos a seguir fingiendo que no nos habíamos visto todavía.

En la boda bailamos, comemos y reímos hasta que nos duele la barriga.

Gracias a su vestido sirena verde esmeralda, mis ojos se pegaron a su culo toda la noche. Movimiento que hacía, movimiento que yo disfrutaba.

La casa que han alquilado para el evento es grande, cuenta con varios salones de distintos tamaños y unas hermosas escaleras curvas. Arriba, cuartos de invitados fueron puestos a disposición de los familiares de Candela, los cuales, a excepción de su madre que no es su madre, se quedarían a dormir.

―Quiero que veas algo. ―En pleno carnaval carioca, con la mayoría de los presentes ya bebidos o demasiado alegres para notar nuestra ausencia, agarré a Manu de la mano y nos perdimos entre la gente y las luces bajas.

Ella no dudó, aunque sus ojos mostraban desconcierto. Nos arrastré hacia un rincón oscuro, junto a la escalera y fue entonces que la presioné contra una pared.

―Lean, ¿qué haces?

―Creo que tengo que hacerlo mejor para la próxima si no te estás dando cuenta ―Arremoliné la falda de su vestido en sus caderas, bajé el cierre de mis pantalones y tiré mis bóxer hacia abajo para entrar crudamente en ella.

Maru ni siquiera se molestó en preguntar qué bicho me había picado; a gusto con mi decisión, engancha una de sus piernas en a mi cadera, brindándome un mejor acceso a su interior.

Sus gemidos mueren en mis hombros, los míos en su oreja.

Introduzco un dedo en su punto oscuro y sensible y un débil agudo me dice cuánto deseaba esto.

―Te amo. ―Mi aliento está enredándose en el suyo, mis dedos se clavan en sus nalgas, empujando su pelvis hacia adelante, entrando en ella lo más hondo que me es posible.

Rápidos, enérgicos, mis estocadas conducen hacia el abismo y sus gemidos no hacen nada por detener a este tren a punto de descarrilar.

―Lean...Lean...llego, ahí...ahiiiií ―Su prolongada vocal significa una cosa. Sus músculos comienzan a succionarme y es entonces que la galaxia explota delante de mis ojos. Me derramo dentro de su caliente canal y ella hace lo propio.

Cuando bajo su pierna, se frota la cadera y le beso la frente tiernamente.

―Perdonáme, fui un poco bruto, pero me tuviste loco todo la noche con ese vestidito apretado.

―Me encanta cuando te dejás llevar. ―Mordisquea mi labio, poniéndose en puntas de pie. Nuestra diferencia de alturas es ridícula, pero funcionamos de maravilla y eso es suficiente.

―¿Vamos para casa? ―Le insisto. Ella hace puchero, pero habíamos hecho el amor toda la noche anterior y ahora, después de este rapidito, estamos exhaustos.

―Dale, saludemos a los chicos y vayamos a descansar.

***

Como dos famélicos insaciables, nos devoramos toda la madrugada y parte de la mañana.

Al carajo el descanso.

Entre sus piernas encontré el camino que jamás me cansaría de andar; mi lengua saboreando sus jugos, mi piel tocando la suya, mis dedos rasgando sus pezones puntiagudos.

Sus uñas rojas y sus dientes clavándose en mi carne compondrían el mejor de los tatuajes.

El universo había decidido que ella volviera a mí y lo acepté sin chistar.

Codicioso de mí, la giro y la pongo de espaldas.

Sujeto su cabello y domino la escena. Su trasero redondo rebotando contra mi pelvis, sus pechos yendo y viniendo con preciosa sincronía, son más de lo que mi cuerpo puede soportar.

Colapso varios minutos más tarde dentro de ella soñando con el momento en que no haya barreras anticonceptivas de ningún tipo. Quiero tener niños con Maru, verla embarazada y, sobre todo, sin arrepentimientos por estar a mi lado.

Y eso implica darle la sorpresa que tengo planeada.

―No sé cuánto tiempo voy a necesitar para recuperarme de esta semana maratónica de sexo. ―Boca abajo, saciada y sin fuerzas, se hunde en la almohada. Su maquillaje corrido, las ondas de su cabello desordenadas y sus tacones como única vestimenta, la pintan de cuerpo entero.

A su lado, le cacheteo el culo sabiendo cuanto le agrada.

―Necesito tomar algo. ―se levanta tropezando y maldiciendo sus zapatos. No ha bebido hasta la ebriedad, pero está achispada.

Busco en mi cómoda una remera y un bóxer y observo mi próximo regalo. Avanzo en dirección a la sala y la veo inclinada contra la mesada, vaso de agua en mano, en una posición que dilapida cualquier fantasía anterior.

A un metro me quedo apreciando la curva que su espalda forma con su culo respingón.

Babeo y me mira por sobre su hombro.

―¿Querés agua? ―Su voz es pura tentación. Sus codos se clavan en el mármol y sus tetas desnudas quedan semiocultas entre sus brazos.

―Quiero otra cosa, pero primero, lo primero. ―Le entrego la remera que me puse por cinco segundos. Ella no entiende que es menester verla cubierta ―. Necesito darle un marco de seriedad a lo que viene. ―Logro que se la ponga. Sus pezones tensan la tela y eso también me distrae.

―Mmm...¿debería preocuparme? ―Pregunta con inocencia. La tomo de la cintura y la siento en la mesada. Me abro paso entre sus muslos y no puedo dejar de pensar en su raja desnuda humedeciendo la tela de mis calzones. Esto no está funcionando en absoluto. Inspiro y le muestro un manojo de llaves ―. ¿Llaves? Ya tengo las de acá. ―Las toma y las examina ―. Pero...estas son las de la casa de mis viejos. Yo tengo las mías...No entiendo. ―Me mira y no conecta los cabos sueltos.

―Sí, acertaste. Son las llaves de tu casa paterna. Tu hermano me dio las suyas.

―¿Y para qué las querría? ―pregunta y luego se explica en voz alta ―. Bueno, entiendo que no quiera tenerlas porque vamos a vender la propiedad, pero...

―¿Ves? En eso te equivocás.

―¿Perdón?

―Te equivocás con el tema de la venta.

―Lean, hace un montón que está el cartel de venta en la puerta. ¡Vos mismo lo viste!

―En efecto, y en estas últimas horas, dejó de estarlo.

―¿Cómo es posible? Esteban no me dijo nada, la mujer de la inmobiliaria tampoco... ―Protesta y está a punto de bajar de la mesada cuando la retengo presionando mis palmas sobre sus muslos.

―¿Adónde vas?

―A hablar con mi hermano.

―¿Te pensás que va a estar despierto a esta hora? Y en todo caso, de estarlo, ¿no creés que debe estar ocupado con tu cuñada?

―Bu...bueno sí, puede ser...―Recapitula y sus músculos se relajan.

―De todos modos, no hay nada que discutir con tu hermano, bebé. ―Acomodo sendos mechones de su melena desordenada tras su oreja y nos miramos serenamente. Ella espera porque continúe y lo hago al instante ―. Esteban me dio sus llaves porque compré su parte.

Sus ojos son gemas duras, sin reacción. Parpadea y no termina de caer.

―Es oficialmente nuestra, bebé. Tuya y mía, para poder hacerle las mejoras que queramos.

Ahora abre la boca y la cierra. Hace lo mismo tres veces más hasta que, finalmente, habla.

―¿Compraste...es nuestra...como nuestra, nuestra?

―Sí, mi amor. Nuestra. No podía verte triste al desprenderte de esa casa. Es mucho más que una propiedad desvencijada. Es una fuente de buenos recuerdos construidos y por construir. Además, este departamento no es un buen lugar para criar chicos. Está en un piso muy alto, hay mucho vidrio alrededor y me gusta la idea de tener un lienzo en blanco en el que proyectar a dúo. Además de un patio grande donde jugar al fútbol. ―Se me arroja directamente al torso, colgándoseme como un koala. Llora, ríe, grita de euforia y me besa por toda la cara.

―¡Sos...sos increíble! ―Está feliz de la vida.

―No, bebé, vos lo sos.

―¿Estás seguro de irte de este departamento? Es tu cueva de soltero. ―Aquí también hay muchos recuerdos, pero prefiero escribir unos nuevos junto a ella y en otro lado.

―Por supuesto, no hay nada que quiera más que irme de acá, con vos.

Ella se desliza por mi cuerpo hasta apoyar su pies en el piso.

―Es lo más hermoso que alguien hizo por mí en mi vida...

―Tuve que convencer a Esteban que este plan era parte de mi estrategia para recuperarte.

―Con razón se sorprendió a medias cuando nos vio entrar de la mano en el salón de fiestas.

―Él sabía que yo tenía un as bajo la manga.

Da saltitos como una nena, sus tetas rebotando y su entrepierna perfecta apenas cubierta por el largo de mi holgada remera. Abre sus brazos y gira como la Novicia Rebelde. Me acerco y la levanto, haciéndola girar como en una calesita.

―Cité al arquitecto para que venga al estudio la semana próxima. Tenía pensado que trajeras los planos originales así comenzamos con algunas ideas, ¿te parece bien?

―¡Es una idea brillante!

―Quiero que seas feliz, bebé.

―Lo soy, mucho, mi amor.

***

Nos reunimos con Bruno Rojas, el arquitecto que se encargaría de nuestra obra, y los tres coincidimos que, por cuestiones presupuestarias, lo mejor sería conservar la disposición de los ambientes. La estructura sería sometida a un cateo a fin de determinar el riesgo edilicio y si era factible la construcción en altura.

Los tres cuartos, la gran sala, la pequeña cocina y el atelier de su madre que terminó siendo una biblioteca improvisada, con libros en cajas y adornos navideños varios, serán las víctimas de esta intervención.

Víctimas en el buen sentido, obviamente.

Cuando logramos obtener los permisos de construcción y el vía libre para ejecutar nuestro plan, decidimos derribar la pared de la cocina e integrarla al comedor, hacer de la biblioteca una pequeña oficina para mí y construir en la parte superior un playroom y alguna habitación de huéspedes.

La propuesta es ambiciosa y Maru estuvo muy involucrada desde el comienzo.

No nos corre el tiempo, pero ella estuvo hablando sobre la posibilidad de dejar de tomar las pastillas anticonceptivas a pesar de estar muy abocada a la remodelación y a su trabajo.

Virginia está más que contenta de tenerla de nuevo a tiempo completo en la veterinaria.

Aun no puedo creer despertarme y tener a Maru a mi lado. Echaba de menos sus ronquiditos simpáticos y sus ojos somnolientos apenas se despierta. Esas pecas sobre su nariz que me encandilan y enloquecen.

He hablado con los chicos para continuar con mi modalidad de trabajo mixta: me he transformado en un oficinista estrella. Alternando presencialidad y labor remoto, cumplo y cumpliré con mis obligaciones.

A medida que el tiempo va pasando nuestra relación se afianza: ya hemos viajado varias veces a Chile y cada vez que la veo junto a Ciro, el vínculo que han construido a pesar de no compartir sangre, me supera en ternura. Puedo decir que se aman y se llevarán muy bien en un futuro.

Romina no se ha tomado muy bien que me haya comprometido con Marisol, pero no es algo que me desvele; ella está muy establecida con su novio y puedo decir que celebro que le rompa las pelotas a él.

Todavía no me he sentado con Maru para hablar de casarnos legalmente; me inquieta un poco y sé que tenemos mucho en el plato...pero siempre cuento con un plan B.

En navidad, estamos de pie contemplando la parrilla que construimos en el patio y disfrutando de la sombra de los árboles frutales preexistentes que procuramos no dañar en el proceso de remodelación. Hay un almendro y un limonero que han estado en la familia por mucho tiempo y pretendemos que así continúe siendo.

La abrazo por detrás y la aprieto contra mí. No le importa que hagan 36 grados de calor, ni que estemos pegajosos por haber estado entrando cajas hasta hace cinco minutos atrás.

Faltan cuatro meses de obra como mínimo y se sienten como mil años. Le besuqueo el pabellón de la oreja y lleva su culo inmediatamente hacia atrás, frotándose contra mi entrepierna.

―Traviesa, acá no podemos, no hay ni un espacio limpio para toquetearnos.

―Ufa...―Hace puchero y me derrite.

―Vení, te tengo un regalito.

―Pensé que ayer nos habíamos dado los regalos ―Ella me regaló una camisa -repite a menudo cuánto la excito cuando me visto con un modelito que se ciñe a mis brazos - y yo, un conjunto de ropa interior que no veía la hora de que se lo pusiera ―. No vale que siempre me aventajes con eso.

Entramos a la cocina esquivando bolsas de material y la caja de herramientas de los obreros y la llevo hacia la sala, donde dejé mi mochila colgando del perchero.

Saco un sobre y se lo entrego.

Ella analiza su exterior hasta que lo abre. Despliega el papel y sus ojos se abren a más no poder.

―¡No!

―Sí.

―Pero...

―Tenemos veinticuatro horas para hacer las valijas e irnos por quince días a las Islas Maldivas a recibir el Año Nuevo.

―Amor, es...es mucha plata. Estamos teniendo muchos gastos...

―Basta Maru, no pensemos en eso ahora mismo. Romina va a venir a Buenos Aires con Ciro a pasar unos días con su madre. Esto está encaminado y ya hablé con Bruno para que consulte a Esteban por cualquier cuestión de obra.

―¿Mi hermano sabía esto?

―Obvio, en todo lo que tiene que ver con sorpresas para vos, siempre lo involucro. Quiero mucho a mis pelotas como para ponerlas en juego.

Continúa leyendo el boleto digital y menea la cabeza.

―Podríamos tomar esto como una luna de miel anticipada. Además, tuvimos un año muy movido y necesitamos relax. ―Insisto para que vea cuán bueno es mi plan.

―¿Seguís teniendo ganas de casarte conmigo? ―Su mirada es tierna y su labio inferior tiembla.

―¿Me estás cargando? ¡Obvio que sí, bebé! ―Le atrapo la cara sonrojada.

―Te lo pregunto porque como no hablamos más del tema... ―Baja los ojos y adivino lo que está pasando por su cabecita: cree que me he echado atrás con la decisión.

―Bebé, estoy desesperado por casarme con vos. Solo que no insistí con el tema porque no quería agobiarte.

―Casémonos en Maldivas. Hagamos algo simbólico, para nosotros dos. ―Su idea sale disparada y realmente me toma por sorpresa.

―¿Qué?

―Ya tuve un casamiento fastuoso y me sirvió de escarmiento. No quiero otro así, es un gastadero inútil y sinceramente, no hay nada que me guste más que ser tu esposa.

―¿No querés un casamiento de princesa?

―No, lo acepté porque la familia de Pedro insistió. Yo solo quiero casarme con vos, con el atardecer de fondo, cerquita del mar...algo íntimo. ¿Te va? ―Me acaricia el pecho y su propuesta es escandalosamente sexy.

―Me re va...

―Bueno, entonces...¡hagámoslo!

―¿Es serio querés hacer esto? No va a estar tu hermano, ni Cande, ni mi primo...

―Quiero hacer algo nuestro. Los que nos quieren, sabrán entenderlo. Además, siempre fuimos escondedores ―su carcajada es contagiosa y tiene razón ―. Y quién te dice que podemos comenzar a escribir a la cigüeña ahí mismo...―Su mano derecha baja y me acuna las bolas. Cierro los ojos y no puedo imaginar mejor panorama.

***

Una semana más tarde, desnudos en la cabaña en la cual nos alojamos, nos la pasamos haciendo el amor con el agua turquesa de fondo.

―Siempre te dije que éramos un buen equipo. ―Le digo y la consiento: la levanto y la encajo en mi cintura. Es tan liviana que no me resulta esfuerzo cargarla.

No hay minuto en el día en que no le recuerde cuánto la amo y cuán feliz me hace.

―Sí, lo somos.

***********************************

Bledo: nada.

Calesita: carrousel.

Cargar: bromear.

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