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15

Mi cumpleaños pasa, el de mi hermano también, incluso la navidad y el año nuevo. Fechas especiales, primeras veces sin papá que nos marcan.

Amoldándonos a esta nueva realidad, decido establecerme en la casa que ha sido nuestra desde pequeños y pienso en la posibilidad de salir un poco.

Vanina insiste en que debo tomar las riendas de mi vida, que soy una chica joven y ese blablá motivacional que se le da muy bien para levantar el ánimo.

Lo cierto es que, aunque me esfuerce, no puedo quitar a Leandro de mi cabeza, mucho menos cuando tenemos gente en común; sin ir más lejos, Esteban acaba de decirme que finalmente,  el Gringo ha sido papá de un varón al que le han puesto Ciro.

Ciro Polsky. Un bebé con su sangre y la de otra mujer.

Me cuesta muchísimo no caer en la tentación de buscar en los portales web lo que dicen de la reciente maternidad de Romina Vidal, pero es inevitable no hacerlo.

Rindiéndome, googleo su nombre y las fotos en las redes sociales inundan las páginas.

Ha parido un hermoso bebé, regordete y con una fina pelusa de cabellito casi blanco en la cabeza. De inmediato, sé que es hijo de Leandro y a pesar de que no hacen referencia al padre, sé que no hay prueba de ADN que niegue su parecido.

Entonces, el llanto que por meses ahogué, sale a flote como un vendaval.

Duele, quema.

El dolor corroe mis entrañas.

Bajo la tapa de mi notebook y me acuesto formando un ovillo en la cama.

Mojo la almohada, la tiño con el negro de mi máscara de pestañas y la embebo con la añoranza de ese amor trunco que murió antes de comenzar.

***

Una semana después, muero por saber cuál fue el resultado genético del estudio. Esteban me tiene al tanto y la puja interna entre saber y no saber sobre Leandro, me consume.

¿Eso cambiaría las cosas entre él y yo? Nadie borrará el engaño, ni tampoco su sufrimiento cuando me pidió perdón.

Esquivo unas mesas y encuentro a Vanina agitando su mano. He sido invitada al mega cumpleaños número treinta de su hermana Yésica, a festejarse en un club de golf de zona sur del Gran Buenos Aires.

En la fiesta se olfatea dinero y es lógico, sobre todo si tenemos en cuenta que la homenajeada se casó con un polista de alto hándicap. Escogí un vestido de gasa aguamarina y unas sandalias plateadas, el evento era de día y aún estamos en verano, así que fui de compras hace unos días y hete aquí el resultado.

Los padres de Vanina son gente muy amable y sudan guita tanto como yo hago zapping por las noches. Los saludo y de inmediato hago lo propio con la cumpleañera.

Ella y su hermana, mi amiga, son dos bellezas pelirrojas que llaman la atención de cualquiera y, particularmente en esta fiesta, Vanina, la soltera, está más que solicitada.

―Hoy te vas de acá con unos cuantos teléfonos. ―Me advierte y me lleva casi a la rastra hacia la mesa repleta de exquisiteces saladas.

―No estoy para teléfonos, además, son todos unos estirados. No es mi ambiente. ―Murmuro para que nadie me oiga.

―Che, nena, que un hombre tenga plata no significa que sea un asesino serial ni una mala persona. ―Me reprende y sé que ella misma viene de cuna de oro.

―Sí, perdón, es cierto. Es un prejuicio absurdo. ―Reconozco y se echa a reír cuando un hombre muy apuesto se acerca a nosotras.

Tiene aspecto de tipo inteligente y culto, al que solo le falta el cartel de neón que diga "tengo plata" estampado en la frente.

Debe andar en los treinta y cinco o cuarenta y no le veo sortija de matrimonio; eso no significa mucho, pero hoy en día me aferro a cualquier excusa para evitar a los hombres.

―Hola, soy Pedro. ―Despliega sus encantos al saludarnos con un beso que perfuma el ambiente.

―Hola, soy Vanina, la hermana de Yésica y ella es Marisol. Y además está soltera así que ¡bye! ―Mi amiga, la que pronto morirá a causa de este ridículo acto, sale corriendo traviesamente dejándome a solas con este galán.

―No le hagas caso. ―le digo.

―¿No le hago caso a que sos Marisol, a que estás soltera o a las dos cosas? ―Reímos, parece un tipo agradable.

―Soy Marisol y estoy soltera. Pero ciertamente no estoy desesperada por capturar a nadie ―afirmo.

―Qué pena, me hubiera dejado cazar de todos modos. ―Parpadeo, su avance no es agresivo y descubro que me gusta.

Pedro es delgado, atlético, de bellos ojos verdes y con una linda sonrisa que revela un par de hoyuelos muy apetecibles. ¿Por qué no aventurarme a esto?¿Por qué seguir llorando cuando puedo sonreír al menos por un ratito?

La próxima media hora él pasa hablándome de los intentos fallidos de sus amigos por conseguirle novia y me agarro la panza porque a pesar de estar más que serio cuando habla, las anécdotas salen espontáneamente de su boca.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que pensé en Leandro.

¿Es esta la fórmula?

El almuerzo transcurre sin problemas y el anuncio del próximo heredero en la familia nos tiene a todos aplaudiendo a rabiar. Miro a Pedro, parado coquetamente a lo lejos y lo sorprendo haciendo lo mismo que yo; eleva la copa y copio su gesto.

Más tarde, mientras me preparo para el regreso a casa, Pedro se ofrece a acompañarme hasta la enorme explanada de acceso. Es un sitio enorme y agradezco que lo haga; temía perderme y tener que pedir auxilio a algún camarero.

―Es justo el tipo de auto que me imaginé que manejabas. ―Señala mi pequeño Renault Clío usado, pero en perfecto estado.

―¿Chiquito y barato?

―No, fiel y que nunca te dejaría a pie. ―Esa respuesta me sorprende y suma puntos inesperadamente.

―¿Cuál es tu coche? ¡A que adivino! Un Lamborghini amarillo. ―Muestra su sonrisa, desnudando una potente arma de seducción y niega con la cabeza ―. ¿No?

―No, imagináte cómo quedaría después de una jornada de barro en la estancia. Tengo una Amarok.

―¡Yo necesitaría una escalera para treparla!

Pedro parece del tipo confiable, pero lo mismo pensaba de Leandro y resulté herida por la espalda.

―Marisol, me gustaría volver a verte. ―dice y debo reconocer que la idea me agrada.

―Bueno, sí. ¿Por qué no? ―Admito, sabiendo que debo mirar hacia adelante.

***

Con el correr de las semanas Pedro se transformó en algo más que un buen candidato. Los fines de semana fueron los días elegido para salir al cine o hacer algunos kilómetros hacia las afueras de Buenos Aires, ya que sus compromisos en Cañuelas y los míos en Martínez hacían casi imposible concretar alguna cita entre semana.

Los mensajes breves se transformaron en largas conversaciones.

Era un hombre viajado dada la naturaleza de su negocio y festejé que tuviera la suerte de conocer algo más que los límites de la provincia. Tampoco tuvo reparos en presentarme a su familia a las pocas citas y ese gesto fue revelador: para mí, para alguien que había mantenido un romance secreto, significó un mundo.

¿Leandro había sentido vergüenza de mí en algún momento?

―Ladran, pero no muerden. ―me advirtió Pedro con respecto a sus padres.

El matrimonio Fuentes no era lo que precisamente se conocía como personas "cálidas". Con sirvientes hasta para limpiarles los mocos tras un estornudo, no solo trataban desdeñosamente a sus empleados, sino que se enojaron cuando sirvieron el almuerzo dos minutos después de lo previsto.

Sí, dos miserables minutos.

Ellos eran los verdaderos dueños del imperio para el cual trabajaba Pedro y descubrí que él respondía ciento por ciento a los requerimientos de sus padres. Se ponía la camiseta de la empresa, se despertaba y dormía para y por el negocio.

Después de averiguar dónde vivía, el modelo de mi auto, mi composición familiar, mi profesión, mi prepaga y cuánto cobraba – en este punto fui sutil, sin responder nada en concreto - supuse que realizarían un análisis de riesgos de la novia de su hijo.

Por ser un tipo de treinta y siete años, sus padres gobernaban su vida como si tuviera la mitad de su edad. Pensando que era el deseo de cualquier padre, el de velar por los intereses de su hijo, ignoré que dudaran de mis intenciones para con él.

Su hermana tampoco se quedaba atrás: era una mina meticulosa que no dejaba cabo suelto en ninguna conversación. Siempre tenía preguntas incómodas y una conclusión al respecto. Su marido, Florián, era su títere.

Pedro era agradable, sí, un tanto frívolo y adicto al trabajo, pero en ningún momento puso en discusión sus ansias por sentar cabeza y formar una familia. De golpe, era como si mis deseos se hubieran hecho realidad: un hombre decente, atractivo a mi juicio y sin temor a mostrarme, se cruzaba en mi camino.

Sin embargo, faltaban esas mariposas, esa "piel" que se rasga ante las hormonas descontroladas.

La primera vez que tuvimos sexo fue a los seis meses de conocernos. Él fue paciente durante ese tiempo, entendiendo que yo provenía de una relación tumultuosa que me había lastimado mucho.

Sin pedirme detalles, lo aceptó.

En tanto que con Leandro mi sexualidad había explotado mostrando un lado sensual y atrevido de mí que solo se saciaba con sus manos y su boca, con Pedro todo era muy orquestado. Tenía sus momentos de frenesí y no era para nada despreciable lo que tenía entre sus piernas, pero faltaba la magia, ese palpitar errático de mi corazón cuando estábamos juntos.

Un día apareció con un pasaje a Londres a modo de regalo de cumpleaños adelantado. En realidad, él debió viajar para concretar unos acuerdos comerciales y me pidió que lo acompañara.

Pudo conocer a mi amiga Candela, a quien vi después de muchísimo tiempo y nos la pasamos hablando por horas y sin parar. Su novio Mike era el típico inglés frío y correcto que imaginé que sería y francamente, no les vi un futuro. ¿Pero quién era yo para juzgar las cartas de otro?

Los meses siguieron adelante y Pedro se me propuso. Cena familiar mediante, amigos, primos, todo. Anillo gigante que casi me quiebra el dedo de lo pesado que era...

Y de golpe, me encontré viviendo en un cuento de hadas.

Un cuento de hadas del cual deseaba que otro príncipe fuera el protagonista.

Me sentía una persona horrible por seguir pensando en Leandro y en el modo en que me hacía sentir.

Un jueves, como de costumbre, fui a casa de mi hermano. Comenzamos a juntarnos a cenar, sobre todo después de la sorpresiva ruptura con su casi-esposa.

Eso había sido extraño, ¿mi hermano infiel? ¿El tipo más comprometido del mundo? Jamás lo hubiera adivinado.

―Dejá que paso por el chino ―le dije cuando me confirmó que no tenía Coca Cola en la heladera. Junto a la pizza, eran nuestros permitidos hipercalóricos de la semana.

Desplazándome entre las góndolas con mi carrito de compras, aproveché a llenarlo con algunas cosas necesarias para mi casa.

A pesar del compromiso, ni Pedro ni yo planeábamos mudarnos juntos a corto plazo ni tampoco se habló de cómo me las arreglaría con el trabajo en caso de irme para zona sur.

―Uh, perdón ―Alguien apareció en el corredor y chocó con mi changuito.

Alguien a quien no pensé encontrar en mil años.

Sí, vivía a unas pocas calles del departamento de mi hermano, pero ¿verlo acá? De todos los escenarios posibles (gimnasio, cumpleaños, a la salida de mi casa, etc.) no pensé que este encuentro por accidente sería posible.

Más tonificado, las horas en el club que comandaba con su primo arrojaban notorios resultados. Apostaba a que su abdomen ya se veía marcado; jamás me había importado que fuera la parte más criticada de su anatomía – según él – ni que distara de la tabla de lavar de la que muchos hombres presumían.

―Hola ― saludo tímidamente ―. ¿Cómo estás?

Maru, no te amilanes, vos podés parecer normal.

―Bien, haciendo algunas compras. ―Sonríe de lado sin abandonar su mirada sobre mí. Sus ojos penetrantes y atentos me recorren.

Mi voluntad es débil y bajo los ojos, afectada. Mi corazón late con la velocidad de una Ferrari.

¿Él sentiría lo mismo?¿Vería cuánto lo había echado de menos?¿Descubriría que aun no había sanado de su engaño?

―Felicitaciones, sé que te comprometiste ―dice inesperadamente. Me veo el fastuosos anillo y asiento con incomodidad. Ni una mueca de simpatía existía en su rostro; era como si hubiera estado esperando el momento preciso para lanzármelo en la cara.

Bien, yo voy a hacer lo mismo.

―Felicitaciones, sé que fuiste papá hace algunos meses. ―Gancho de derecha directo a la mandíbula.

―Gracias, Ciro es un bebé precioso.

―No me caben dudas. Sus padres son modelos de revista ―Ponzoña colgando de mi boca. ¿Por qué me comportaba así, como si realmente me importara su vida?

Porque él te sigue importando, tonta.

―¿Sos feliz? Digo, casarte es lo que querías...―Traga, parece que seguimos en pie de guerra.

―Al menos no me ocultó como a un sucio secreto.

¡Basta Maru, basta! Cortála porque vas a quedar hecha mierda! Probablemente él llegará a su casa a seguir jugando a la familia Ingalls con la madre de su hijo o a revolcarse con alguna puta de turno y vos vas a seguir rumiando dolor.

Bueno, las cosas no salieron como imaginé que serían si eventualmente volvíamos a cruzarnos. Nada más lejos de lo cauto y la bandera blanca.

Me alejo sin saludarlo, como si tuviera una enfermedad contagiosa; pago en la caja y llego a casa de mi hermano con un humor de mil demonios.

Como era de esperar Esteban me analiza apenas me ve poner las bolsas de mala gana sobre la mesada.

―¿Qué pasa? ―Ladro.

―Lo mismo pregunto. ―Eleva una ceja. Bufo y le cuento mi día de mierda.

―Acabo de encontrarme con Leandro, eso es todo.

―Eso debe haber sido...

―Cruel, despiadado, una mierda atómica. Maldigo la hora en que me enamoré de él. ―Mi mandíbula cruje por la presión y mis puños ponen mis nudillos blancos.

―Marucha, uno no elige de quién se enamora.

―¿Lo decís por experiencia propia?

―Entre otras cosas, sí.

Esteban estuvo muy afectado por la separación, pero se lo veía entero y yo intuía que ya andaba sondeando polleras. No quería ser indiscreta y meterme en su modo de superar su duelo.

Ugghhh.

¿Así lo habría transitado Leandro o aun estaría pensando en mí cada noche?

Ilusa de mí, pensé, si ni siquiera se había mantenido puro y casto cuando estaba conmigo, ¿qué lo detenía de no serlo ahora?

***

Discutir sobre la cantidad de invitados, su disposición en las mesas, el costo del cubierto y el estilo de mi futuro casamiento, me abrumaba. Gentilmente, o simplemente de manipuladoras que eran, la madre y la hermana de Pedro se ofrecieron a tenderme una mano.

Lo que en un comienzo pensé que era genial dado que Vanina estaba muy ocupada y yo no tenía a quién recurrir, se transformó en una pesadilla. Sin dejarme elegir, tomando decisiones sin consultarme, se apoderaron de los preparativos.

Eso fue otro motivo de riña con Pedro.

―No les des bolilla, deciles a todo que sí y ya está.

―¿Te estás escuchando? Es nuestra boda, Pedro, y no me dejan elegir ni siquiera el color del mantel.

―Linda ―me toma el rostro con sus manos y con esa solemnidad que en oportunidades me sacaba de quicio, dice ―: Aprovechá que tienen experiencia en esto de organizar eventos. El día de la boda hacé lo que se te plazca.

―Pero me voy a casar una sola vez en la vida, quiero tener voz y voto en las elecciones. 

Toma asiento en el extremo de la cama y posa sus manos en mi cadera.

 ―Quizás no lo entiendas porque no sos mamá, pero cuando tengamos hijos, vas a ver lo sobreprotectora que vas a ser. ―Justificando la actitud tirana de su madre, me besa el abdomen.

No sé si matarlo o ignorar su comentario, pero algo en su tono y en el modo en el que proyecta tener una familia conmigo, consigue calmarme. Como Cesar Millán a los perros, Pedro logra bajar mi rabia.

Días posteriores a ese altercado, dentro del auto y en dirección la veterinaria, me reprendo por haber hecho algo muy contradictorio: he enviado las invitaciones de casamiento a todos los chicos del estudio. Sí, también a Leandro.

A mi favor, lo hice porque, caso contrario, sonaría sospechoso para los otros socios ya que, para ellos, yo no era más que la secretaria y una buena socia para sus maldades.

Como cuando le extraviamos un expediente a Valentín y casi se larga a llorar porque no sabía dónde lo dejó, o cuando le regalamos a Sebas una camiseta de Rosario Central para su cumple, o incluso, cuando fingimos que nos olvidamos del cumpleaños de Luis y lo evadimos durante todo el día.

¿Entendería Leandro que lo que hice fue un buen modo de conservar las formas?

Y sobre todo ¿aceptaría ir a la fiesta?

***

Cuando mi hermano y mi íntima amiga recién llegada de Londres no solo admiten que están de romance, sino también que Pedro me engaña, mi burbuja de cristal se rompe.

Siento que estoy viviendo una dejá vú.

¿Quién escribió esta historia negra para mí?

No quiero escucharlos, no quiero que me den detalles; sin embargo, mi hermano relata los hechos contra mi nerviosismo: Pedro estaba en su despedida de soltero recibiendo la mamada de una mujer en la biblioteca de su casa.

Se me revuelve el estómago.

Todos los hombres parecen estar cortados con la misma tijera: Leandro, mi propio hermano y ahora, Pedro.

Aturdida y herida en mi orgullo, salgo del departamento de Esteban hecha una fiera; Candela me sigue y me acompaña a mi casa contra mi voluntad. No quiero hablarle y ella respeta mi silencio.

Lloro desconsoladamente, aceptando que mi padecer no es porque realmente lo amo, sino porque fui -otra vez-  traicionada. ¿Es que ningún hombre es capaz de serme fiel?¿Por qué no puedo ser respetada y amada como es debido?

Caigo en mi cama decepcionada, ignoro el saludo de mi amiga y aunque sé que lo que hizo pretende abrirme los ojos, no deja de dolerme.

Pienso y pienso, mi cabeza dándome vueltas, procesándolo todo.

¿Y sus padres creyeron que protegían a su hijo de mí cuando firmé ese estúpido acuerdo prematrimonial? La más perjudicada sería yo, sin duda.

El sensato y honorable Pedro Fuentes me dibujaba unos cuernos más grandes que el obelisco y sus padres protegían sus intereses.

Ja, a otro con ese cuento.

Tomo asiento en la cama con una revelación cruzando por mi cabeza.

El vaso de Coca Cola de más que tomé antes de irme de la casa de mi hermano me dio la energía para que mi cerebro funcionara horas extras.

Esta vez, las cosas serán distintas.

Sería a mi modo.

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Dar bolilla: prestar atención.

Rosario Central: equipo de fútbol rosarino, acérrimo rival de Newell's Old Boys.

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