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10

Dani, Sebastián, Trini, Valentín, Luis, Irene, mi hermano y Guadalupe, son los primeros en llegar. Luego, lo hacen Marcelo Viterkopp, Alejandro Muner y Julio Páez, los amigos rosarinos que Leandro que mencionó jugaban con él tantísimo tiempo atrás y que ahora son gente importante. Tres chicas cuelgan de sus brazos y rápidamente detecto que son compañeras ocasionales, no porque tenga algo en contra de la compañía "forzada", sino por el tipo de atención que veo que reciben y dan.

No pensé que la cena tomaría este rumbo y mi malestar se refleja en cada músculo de mi cara, aunque trate de evitarlo.

Las esposas de mis jefes se muestran recelosas; las chicas apenas hablan entre sí, concentrándose en el modo en que las "visitas" se comen a los maridos ajenos con la mirada.

Esto no está bien.

No quiero montar una escena, ya que para los presentes soy la secretaria del estudio de abogados y una muchacha que se ha hecho muy amiga del dueño de casa. Tan naif como eso.

―¿Podemos poner música? ―La pelirroja curvilínea de nombre Cathy se pone de pie y se acerca provocativamente a Leandro. Sospecho que sus amigos las han traído para animarle la fiesta y se me hiela la sangre de solo pensar en lo que pretenden que suceda después.

―Oh, sí, claro...―El cumpleañero se para abandonando la mesa y se dirige hacia el mueble montado en la pared con todos los dispositivos electrónicos y de control de música funcional. La pelirroja se aferra a su brazo como la bola navideña de un pino.

Continúo comiendo sushi, haciendo de cuenta que no pasa nada. Fallo miserablemente cuando Trini, analítica, me susurra al oído:

―Si la matás, voy a atestiguar a tu favor. ―Quiero echarme a reír, pero la angustia es suficiente como para no poder siquiera curvar mis labios en señal de agradecimiento.

"Sade" inunda la sala con su voz extremadamente sensual, la chica sujeta las manos de Leandro y lo invita a menear las caderas a su compás. Él sonríe a medias, no sé si evaluando lo que pueda estar pasando por mi cabeza o, simplemente, disfrutando de la compañía de todos nosotros.

Lo he visto tomar más de la cuenta y hablarnos un tanto nervioso, casi ebrio. Sus amigos de antaño y las dos chicas restantes se acercan a la pareja que baila y se me encoje el estómago. Prontamente, la pelirroja y las dos morenas lo rodean a Leandro, acariciándolo sin pudor.

Manos femeninas viajan a su cabello corto, a su barba, a sus bíceps trabajados y al cuello de su chomba.

Sebastián y Valentín se miran, toses mediante.

Esteban abre sus ojos en mi dirección, buscando mi intervención.

Devuelvo la mirada hacia Leandro y ahora parece disfrutar de la copa de champagne que Alejandro, el más alto de los tres rosarinos, le da.

―Algo esta raro en él ―murmura Sebastián en voz alta ―. Es como si un imbécil se hubiera metido en su cuerpo. ―dice y una sonrisa a desgano escapa de mi boca.

―¿De dónde conoce a estos tipos? ―Curiosea Trinidad, su naturaleza de policía saliendo a flote.

―Eran compañeros de equipo de rugby hasta que el Gringo se vino para acá. Seguían viéndose, pero después de que ellos se casaron, se distanciaron un poco. ―Sebastián admitió que los conocía y que nunca habían sido de su agrado.

―Parece que retomaron contacto sin problemas. ―Desliza Dani, sarcástica.

Me mantengo al margen mientras veo cómo el alcohol se le va subiendo a la cabeza a Leandro. Menea sus caderas más livianamente, toma las manos de dos chicas y las hace girar a la vez. Me repugna que sea tan idiota.

―¿No vas a hacer nada al respecto? ―Esteban gruñe a mi oído, a punto de explotar.

―No soy nada más que su secretaria, ¿qué querés que haga? ―Dejo escapar entre dientes.

―Agarrarlo de las pelotas y exigirle respuestas ―Es lo que quiero hacer, pero estoy atada de pies y manos y no del modo en que pensé que terminaría esta noche.

Voy en dirección a la cocina y empiezo a lavar los platos sucios. Necesito despejarme, distraerme. Alguno de los hombres apaga la luz y me es imposible determinar a la distancia a qué tipo de toque están sometiendo a Leandro.

―¿Necesitás ayuda? Me da asco ver esto. ―Dani aparece y se aposta a mi lado.

―Podés secar mientras tanto. ―Intento sonar neutral, no afectada.

―No pudo creer que el Gringo ande de putas otra vez.

Trago, es difícil mantenerme en pie así que me sostengo de la mesada.

―¿Te sentís bien? ―Me toca la espalda.

―Un mareo. Tomé mucho, creo. ―Río, mintiendo. Apenas probé el vino.

Trini aparece con unas cuantas copas a medio llenar.

―No conozco mucho a Leandro, pero Valentín y Sebastián están apostando cuánto falta para que pongan en bolas al Gringo.

―¡No! ―Grito, contrariada por la facilidad de mi respuesta y lo expuesta que quedo―, quiero decir...es mi jefe...¡no! No podría mirarlo a los ojos nunca más. ―Ambas me estudian. Cuatro ojos claros recorriendo mi horror.

―Es cierto ―Dani formula ― : Vos lo tenés que cruzar en el estudio todos los días. No da para verlo en bolas. ―Cómica, me pliego a su carcajada solo por compromiso. Lo único que quiero es vomitar e irme ya mismo a casa de mi hermano.

Leandro me prometió hacer el esfuerzo de dejar atrás a su "inestable yo", se comprometió a trabajar para alejar sus fantasmas...

Esta noche, parece que esas palabras ya no significan nada y que los "te quieros" que expresó fueron de fantasía.

El intercomunicador suena desde la planta baja y Daniela atiende.

―Oh, sí, bueno, que suban ―responde y se acerca a Trinidad y a la pileta donde sigo lavando las cosas ―. El portero avisó que llegaron un par de personas más. Supongo que las habrá invitado el Gringo, ¿no? ―Pone los hombros en alto y me quedo muda.

A los cinco minutos tocan el timbre del departamento y una de las chicas de los amigotes rosarinos taconea en dirección a la puerta, con sus tetas rebotando y , milagrosamente, sin derramarse de su pequeño vestido azul.

Si las cosas estaban feas, el ingreso de Romina Vidal y tres chicas más, no hace nada porque mejoren.

―¿Qué hace esa arpía acá? ¿Están cogiendo de vuelta? ―Dani pregunta a Sebastián, quien se acaba de incorporar a los "incómodos del siglo", apiñados en la cocina.

―Van y vienen, sabés cómo son. Nada bueno puede salir de esa unión...―menea la cabeza―. ¿Vamos a casa? ―le insiste a su esposa y no quiero que me dejen sola por nada del mundo.

―...pero el Gringo no cortó la torta siquiera. ―Ella hace puchero.

―¿Para qué? Tiene un pedo tan grande que no va a tener fuerzas ni de soplar. ―responde su primo hasta que Valentín se suma señalando el triste espectáculo en la mitad de la sala.

―Vino con todo la Vidal, ¿eh? ―Todos miramos en dirección a la escena que señala, tan bizarra como magnética. Ella está gritando algo así como "quiénes son estas trolas" y no sé cuántos improperios más. Leandro le dice, con la lengua pastosa, que no son más que acompañantes de turno y trata de detenerla cuando ella se marcha rumbo a la habitación de él.

La misma habitación en la que pasamos teniendo sexo desde ayer a la noche.

Me destripa ver esto, estoy cansada, aturdida y me duele el alma.

―Sí, mejor vámonos. Ya lo voy a cagar a pedos porque no comí Rogel. ―Se queja Dani, su marido la envuelve en sus brazos y se despiden de los que quedamos en este lado de la casa. Mi hermano y Guadalupe están discutiendo en un rincón, en otro planeta. No sé si será una buena idea irme con ellos.

―Maru, ¿segura de que estás bien? ―Trini me aparta del grupo. Es la única que parece darse cuenta de que me afecta la conducta del dueño de casa. Niego con la cabeza, mis lágrimas pinchando en mis ojos.

―Yo también tendría que irme...―No estaba en mis planes marcharme, pero tengo algo de dignidad.

Tomo coraje y correteo en dirección al cuarto sin saber con qué me encontraré. En el trayecto, me topo con Esteban.

―Me voy a casa de papá. ―Interrumpo su disputa. Guadalupe se cruza de brazos y es mi hermano quien toma la palabra.

―Dale, te esperamos abajo. Te llevamos. ―Su prometida pone los ojos en blanco y ahora mismo, me importa una mierda su capricho y su discusión.

Mi corazón bombea fuerte, esperando que Leandro y Romina estén tirados en el suelo conviviendo con su borrachera, y no cerca uno del otro.

Tomo aire y finalmente empujo la puerta entreabierta, descubriendo a Romina y Leandro besándose desesperadamente; él tiene el torso descubierto y ella tiene su pequeño vestido dorado arremolinado en sus caderas. Sus tetas descubiertas presionadas contra la desnudez del Gringo.

Paso corriendo y tomo mi cartera, enfocada en recuperar mis documentos y evitando que mis ojos vean más de lo soportable.

Invisible, paso por detrás sin ser detectada.

Cuando salgo, continúo sin significar nada.

Lloro fuerte, mi pecho angustiado y cargado de dolor.

Las tres amiguitas de los Sugar Daddys rosarinos y las amigas de Romina están de pie sobre los sillones, bailoteando alrededor de los tipos que esnifan cocaína en la mesa ratona.

Todo esto es un descontrol, un terrible desconcierto y mi ser no resiste tanto.

Leandro me pidió una oportunidad y se la di. La desaprovechó y no puedo continuar sacrificándome a cambio de nada.

Troto y me sumerjo en los brazos de mi hermano cuando estamos dentro del ascensor. Los tres matrimonios amigos deben haberse ido apenas vieron cómo se desarrollaba el horripilante show en el departamento.

En el interior del automóvil de Esteban, el silencio es el cuarto ocupante y el más denso de todos. Mi llanto es intermitente, agudo y molesto.

Puedo ver a mi hermano mirándome a través del espejo retrovisor, quiere partirle la cara a Leandro y con gusto yo lo autorizaría. Sin embargo, Guadalupe no permite que se concentre en mis sentimientos porque ella está librando su propia guerra con su novio.

Cuando me deja en la puerta de nuestra casa paterna, él apaga el motor y baja conmigo.

Saludo a mi cuñada a la distancia y caminamos hacia la puerta.

―Sabés que contás conmigo, ¿no? ―asiento con la cabeza ante su propuesta ―. Y sabés que, si querés que lo cague a trompadas, solo tenés que decírmelo.

―Apenas él te apoye la mano en la frente te parte en ocho, Esteban. Leandro te lleva medio cuerpo.

―Sé taekwondo. Titanes han caído a raíz de esa práctica milenaria. ―Me arranca una sonrisa.

―Gracias, pero lo único que quiero es hacerme una lobotomía y olvidar esta noche. ¿Dale? Me duele la cabeza, el alma...―Rompo en llanto por milésima vez, mi hermano me contiene ―. Andá...tu novia te está esperando...―Sorbo mi nariz, no quiero preocuparlo ni ocuparlo más de lo debido.

―Sos mi hermana y Guadalupe tiene que entender lo importante que sos para mí ―me besa la frente ―, ahora preparáte un té y dormí. Descansá lo más que puedas.

―Gracias hermano, te quiero mucho.

―Yo también. ―Me da un último beso en la mejilla, despidiendo al despojo que queda de mí.

***

Al día siguiente, después de haber pasado una noche de mierda y sin dormir, miro la hora en mi celular no sin antes detectar una pila de mensajes por leer y llamadas atascadas en mi pantalla.

El noventa por ciento son de Leandro y no puedo escuchar ninguno de sus pretextos: me engañó, me destrozó por completo.

Me arruinó para el resto de mis días.

No exagero ni una céntima, yo lo amo y será difícil recomponerme.

Le di mi confianza, le entregué todo, le abrí mi corazón y jugó con mis sentimientos.

Ya no puedo mirar atrás.

En la sala, mi papá ya terminó de almorzar. Eva, su enfermera, me ofrece un plato de guiso de lentejas al que me niego. Sin embargo, no debería saltear comidas, es necesario que esté fuerte para enfrentar el último capítulo de mi historia con Leandro.

Tengo que demostrarle que puedo seguir adelante sin él.

―¿Quién es y qué te hizo? ―Mi padre no media saludo, algo impropio de él. Marco Rossini es lo más tierno del mundo a pesar de medir lo mismo que Esteban. Su físico se ha deteriorado bastante, pesa mucho menos que hace unos años, pero aun así, poniéndose de pie, es intimidante.

―Nada que no le haya dejado hacerme. ―Lo miro, mis ojos ardiendo por las horas de llanto.

―Vos no merecés que nadie te haga sufrir. ―Me peina el cabello y arrastra mis lágrimas con sus pulgares.

―Quizás no, pero permití que lo hiciera y esa sí es mi culpa. ―Me digo, recordando todo lo vivido hasta entonces.

―¿Es alguno de los pibitos de tu facultad?

―No, papá. Y, disculpáme, pero no vale la pena seguir hablando de él.

―Entonces tampoco vale tus lágrimas. ―Su yema captura una de ellas y sacude su dedo, deshaciéndose de la gota.

―Decile a ellas...―respondo, señalándome la cara roja y acongojada.

Papá me besa las manos y mi padecimiento también es el suyo. No quisiera ser una fuente más de conflicto en la vida que le está tocando en suerte, pero me resulta inevitable.

Por la tarde, vemos una película de Chuck Norris que ambos conocemos de memoria; me agrada estar con él y me felicito por la decisión que tomé al pedirle a mi hermano que me trajera.

De inmediato, sé que quizás me estoy apresurando, pero tengo una idea en mente.

He ahorrado un poco de dinero y, si todo sale bien, me recibiré en un mes y medio y por lo tanto, no hay razón por la que deba seguir trabajando en el estudio de abogados.

Vendré a vivir a esta casa y pasaré mis tardes con mi papá, buscaré un trabajo cerca y comenzaré una nueva etapa.

Quizás sea mi angustia la que esté hablado por mí en este momento, pero continuar trabajando junto a Leandro será imposible. Pido disculpas a mi padre y me encierro en mi habitación, elimino los treinta y tres mensajes de texto de Leandro sin siquiera leerlos; los cuatro mensajes de audio y las llamadas perdidas corren la misma suerte.

Pulso el contacto de Sebastián y lo primero que hago cuando atiende es pedirle disculpas porque es domingo.

―Todavía no hablé con Leandro, pero lo que hizo fue bochornoso, un papelón viniendo de un tipo adulto como él. ―Suena como si fuera su padre, apelando a un sermón típico.

―No es por Leandro que estoy pidiendo estas semanas, Sebas. Es por mí. Papá no está muy bien de salud y estoy sobrepasada con mi último final. Necesito un tiempo...y expandir mis horizontes.

―Maru, obviamente que nos va a doler que renuncies. Sos una empleada maravillosa y da por hecho que si necesitás mis referencias, más que satisfecho voy a estar de compartirlas a donde quiera que vayas.

―Me gustaría encontrar algo relacionado con la veterinaria, no creo que también tengas contactos de animales. ―Escondo mis verdaderos motivos y sentimientos en una broma.

―Mmm, no. Conozco unos cuantos animales, pero van a doctores clínicos. ―Me hace reír y se lo agradezco de corazón.

―Si te parece, la semana próxima me doy una vuelta por la oficina para terminar con lo pendiente. Corresponde que lo haga y deje todo listo para que lo pueda retomar cualquier persona.

―Sos un ángel.

―No exageres, administrativas hay a montones.

―Pero no que sean tan comprometidas con su trabajo, responsables y cumplidoras como vos. Te vamos a extrañar mucho, Maru. Te supiste ganar nuestro corazón en muy poco tiempo y eso no es poca cosa.

Obviamente, lloro.

―No llores que tengo el altavoz y Dani va a venir a preguntarme qué te dije de malo para que te pusieras mal. ―Otra carcajada sale de mi boca sin pedir permiso y cuelgo unos minutos después sin el peso que cargaba sobre los hombros.

Soy la artífice de mi propio destino, quien conduce el timón de mi vida.

Un nuevo mensaje de Esteban llega a mi teléfono y no puedo, ni quiero seguir evitándolo.

Lo llamo.

―¿Cómo estás? ―pregunta.

―Meeeehhh ―respondo, no puede verme, pero sí imaginar mi decepción.

―Te juro que voy a matar el imbécil ese.

―Ya te dije que no es necesario y no voy a cambiar de opinión.

―Qué pena, tenía ganas de desarreglarle los dientes.

―Pará, Rocky, voy a estar bien.

―¿Cómo vas a hacer con el laburo?

―Acabo de hablar con Sebastián. Renuncio a fin de mes.

―¿¡Qué!?

―Lo que escuchaste. No soportaría cruzarme con Leandro. ―me limpio la nariz y antes que hable, le gano de mano ―. Perdón, porque sé que vos me recomendaste...

―Tonta, te ganaste tu puesto. ―Me consuela ―. ¿Estás segura de la decisión que tomaste? En definitiva, él termina ganando.

―En esta historia nadie ganó nada, te lo aseguro.

―Nunca pensé que se comportaría de ese modo. ―Añade.

―Yo tampoco, pero no hay en mí más lugar para el dolor. ―El grifo de mis lágrimas nuevamente abierto.

―¿Qué te dijo Sebas de tu renuncia?

―Que lo piense mejor. Le dije que quería pasar tiempo con papá, cosa que es cierta, y que me vengo a vivir acá.

―¿Te vas del departamento? Waw, sí que pensaste en todo, ¿eh?

―Esteban, es lo mejor, creéme. Además, no quiero interferir en tu relación con Guada. Estuvieron discutiendo toda la noche en casa de Leandro.

―Últimamente todo es causa de discusión. Aunque, siendo honestos, lo que pasó en el departamento fue espantoso. ―Flashes de Leandro comiéndole la boca a Romina, de ella presionándose contra sus pantalones, me siguen dando náuseas.

―Estoy decidida, Esteban. No hay término medio en esto.

―Lo que creas mejor, estará bien.

―...si tan solo supiera qué creo que es lo mejor...―digo y no sé cómo sobreviviré a partir de ahora.

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Pileta: fregadero.

Trolas: putas.

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