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Cuatro años antes de la boda...
Es mi primer día en este nuevo trabajo y no puedo decepcionar a mi hermano.
Llevaba una semana viviendo con él y me sentía adulta, madura, que me llevaba el mundo por delante porque estaba viviendo en Capital...
Tengo 23 años recién cumplidos y...aún soy virgen.
Cincuenta por ciento por elección y cincuenta por ciento por falta de ocasión.
Me levanté temprano, tomé una ducha caliente y me encremé hasta los dientes. Mi cabello largo hasta la mitad de mi espalda fue planchado con esmero, reforzando su brillo natural; mi pantalón de vestir y mi camisa blanca impecables y con olor a suavizante.
Perfume: chequeado.
Maquillaje liviano pero que resalte mis ojos celestes: chequeado.
Subir a mis tacos de nueve centímetros y sobrevivir al quiebre de mis tobillos: chequeado...o algo así.
Inspiro profundo frente al espejo, aprobando lo que veo.
El estudio de abogados Alcorta, Grinberg, Polsky y Salvatierra queda a unas pocas cuadras del departamento y si bien mi plan era viajar en subte, Esteban insistió en llevarme en su automóvil.
Es muy protector y sostiene que debo lucir perfecta, por lo que viajar en horario pico y en transporte público atentaría contra "la chica 10" que pretendo parecer.
Nada más lejos de eso.
Estoy a millas de ser una chica 10, no solo físicamente ya que soy muy delgada y vivo con problemas de peso, sino mentalmente – por lo que acabo de comentar – y académicamente, puesto que continúo estudiando para terminar mi carrera de veterinaria en la Universidad de Buenos Aires.
Me faltan unas pocas materias y tendré el título en mi mano. Podré presumir de él y "regalárselo" a mi papá.
Me angustia haberlo dejado solo en su gran casa.
Bueno, en realidad vive con una enfermera que mi hermano paga para que a él no le falte nada y pueda realizar su tratamiento día a día. Papá fue diagnosticado con amiloidosis, una enfermedad que afecta a los riñones, desgastándolos y apagándolos de a poco.
Estos últimos dos años han sido difíciles; dejó de trabajar, puesto que no puede mantenerse de pie por mucho tiempo y utiliza una silla de ruedas para desplazarse a diario. Aunque al principio se negó a ser asistido, la gravedad del caso necesitó que busquemos a alguien que le colaborase con los quehaceres y con su higiene personal.
Eva es una mujer amable, sin familia y muy trabajadora que nos da una mano muy grande.
―¿Lista para conquistar el mundo? ―Mi hermano, muchisisisísimo más alto que yo, me besa la cabeza a punto de salir. Acaba de inaugurar, junto a otros dos médicos, un centro pediátrico a pocas calles de aquí.
―Pará un poco, Cerebro. ―Bromeo, agarro mi cartera y nos vamos.
Apenas salimos, concordamos en que el tráfico es infernal.
Debo estar a las nueve de la mañana en el estudio y quedan solo unos pocos minutos.
―¿Así que la esposa de Sebastián está embarazada? ―pregunto para conocer algunas cosas personales de mis futuros jefes. Es bueno tener temas de conversación que no sean solo cuestiones laborales, ¿cierto?
―Sí, espera una nena para dentro de dos meses, pero él está más ansioso que ella.
―¿Es la primera?
―Sí, Luna.
―Lindo nombre.
―Pobre chica, no va a poder salir con un hombre hasta que tenga cincuenta años ―Reímos, por lo general, los padres son sobreprotectores casi tanto como los hermanos mayores ―. Hablando de salir con muchachos, ¿por casa cómo andamos?
¿Ven lo que les digo?
―Vivo en tu casa, sabes cómo andamos en ese aspecto ―Soy buena evadiendo preguntas comprometedoras, pero mi cuota de broma no es suficiente para evitar las de mi hermano.
―Ja-ja, la reina del chiste. ―Me mira y frunce la boca.
―No hay nadie, Esteban. No tengo mucho tiempo para salir o tener citas. Estoy preparando mis últimos finales y no quiero tener distracciones que ocupen mi tiempo.
―Yo pude terminar la universidad estando de novio.
―Porque vos sos un genio nerd que estudiaba hasta cuando iba al baño. ―Lo molesto con una gran verdad.
Muchas veces lo sorprendí llevándose libros al baño; pasaba dentro más de media hora.
No me pregunten más.
―Hiciste la carrera en un tiempo buenísimo, dejá de presionarte tanto.
―Ojala pudiera. ―Resoplo por lo bajo, siempre había sido muy exigente con todo en mi vida.
Con mi cuerpo, con mis estudios, con los hombres.
Quería un chico bueno, atento y responsable, como mi padre y como mi hermano lo eran.
Rodeada de una generación narcisista y metrosexual, tan solo pedía un hombre que se preocupara por su pareja, que no invirtiera horas en arreglarse y que fuera sincero, fiel y trabajador.
¿Algo difícil de conseguir?
Bastante a mi juicio.
Había salido con un par de chicos de la universidad, pero lo único que parecía gustarles era emborracharse o invitarte a tomar algo para pedirte apuntes y coger. No superábamos las dos citas sin que yo descubriera los verdaderos motivos del encuentro. Fin del asunto.
Otros eran muy rebuscados y por lo general continuaban atados a sus primeros amores, los cuales perdieron cuando terminaron la secundaria.
Quizás era hora de mirar para otro lado y buscar un hombre experimentado, alguien con un poco más de camino recorrido, que supiera lo que quiere y con los pies sobre la tierra. ¿Eso es mucho pedir?
En este planeta y para mí, sí.
Llegamos al edificio de oficinas sobre la avenida Manuel Quintana, en la zona de Recoleta y la fachada ya desprende "dinero" y glamour. Cuando el mes pasado Sebastián y Luis me entrevistaron para ocupar el puesto de su eterna secretaria Norma, lo detecté.
Acababan de mudarse después de incluir a Valentín Salvatierra a la firma. Se expandieron y con una inversión más importante, obtuvieron un lujoso piso en la ciudad.
No se trataba de algo prístino, inmaculado y moderno.
No. Por el contrario, era de esa clase de lujo con arañas con caireles, alfombras peluditas y antiguas, cuadros de artistas renombrados y molduras de madera.
Eso, sumado al buen gusto de la esposa de Sebastián al momento de escoger los muebles, resultaba ser la perfección hecha bufete de abogacía.
Serio, contemporáneo y acogedor. De un gusto irreprochable e imponente.
―Esteban, sé tocar el botón del ascensor y aunque no lo creas, también sé hablar ante desconocidos. ―Mascullo cuando se mete en la cabina conmigo.
―Lo sé, pero quiero pasar a saludar a mi amigo y agradecerle por darte esta oportunidad.
―¿No lo hiciste mil veces ya?
―Sí, pero una más no molesta. ―Sé que le cuesta dejarme volar, es mi primer trabajo formal y sigue pensando que tengo ocho años y necesito que me defienda de Carolina Rundalo, la "bullyneadora" profesional de mi escuela primaria.
Solía cargarme por mi peso, ya que mi contextura física era pequeña. Me decía "pollito", dado que tenía mi cabello más rubio que ahora y era la primera de la fila.
Siempre fui esmirriada y a menudo recordaba que mi mamá decía que tuvo que darme suplementos vitamínicos porque nunca lograba engordar.
Vaya paradoja, cuando cursaba la secundaria engordé cinco kilos, me vi como un elefante y mis trastornos alimenticios me llevaron al borde una anorexia nerviosa.
Sin cruzar los brazos para no arrugar mi camisa, regalo de mi hermano, llegamos al piso indicado. Los suelos son de mármol y forman patrones hermosos bajo mis pies, una suerte de laberinto antiguo que me conduce hasta la lustrosa puerta de mis futuros jefes, sobre la cual se exhibe una placa de acrílico grabado con sus nombres.
─SEBASTIAN ALCORTA─
─LUIS GRINBERG─
─LEANDRO POLSKY─
─VALENTÍN SALVATIERRA─
Abogados
Golpeo fuerte con el típico nerviosismo del primer día de mi vida laboral y la primera imagen que me recibo fue la de un hombre robusto, enorme, que ocupa casi todo el ancho de la puerta.
Oh. Dios. Mío.
Grandote, ancho de hombros, apenas más alto que mi hermano – que era mucho decir para su metro ochenta y cinco – y rubio, parece salido de las series vikingas de Netflix.
―Hola Gringo, ¿cómo estás? ―Saluda Esteban abriéndose paso por delante de mí, todavía en el pasillo.
El gigante rubio se corre de lado y se abraza con mi hermano. El delgado y formado cuerpo de Esteban es la mitad del de este tipo que llevaba una camisa celeste ajustada a su torso grueso, con apenas una barriguita y brazos que desafiaban la resistencia de la tela.
―Ella es mi hermanita Marisol. ―Rolé los ojos, era un papelón que me llamara hermanita.
―Con hermana, sin diminutivo, es suficiente. ―bufo ―. Hola. Mmm...soy Marisol ―repito como idiota, balbuceando frente al hombre más intimidante, atractivo y caliente que vi en mis veintitrés años de vida.
―Hola, soy Leandro Polsky, pero me dicen Gringo. ―Su voz rasposa, como la de alguien que había gritado mucho en una cancha de fútbol, es tan singular como él.
Extiende su mano y le devuelvo el gesto. Mi piel blanca contrasta con la de sus dedos gruesos y dorados. Me siento una cosita insignificante al lado suyo.
―Oh, vas a ser uno de mis jefes entonces... ―Suelto en un hilo de aliento, pensando en las veces en que tendría que contenerme para no escalar sus brazos fuertes como troncos de árboles.
¿Podés calmarte, Marisol?
No, no puedo, porque el tipo aterradoramente hermoso.
Divagando mentalmente, la burbuja magnética se rompe cuando entra otro hombre, delgado y alto con una onda hípster, que me figura a un profesor de filosofía.
―¡Hey!¿Reunión de consorcio? ―pregunta, dándole una palmada en la espalda a mi hermano.
―Valentín, te presento a Marisol, ella es mi hermani...hermana ―se corrige ― y, además, su nueva secretaria.
Los ojos azules del abogado parpadean con alegría.
―¡Bienvenida! Soy Valentín Salvatierra. Supongo que al gigantón este ya lo conocés. Da un poco de miedo, pero es como un osito de peluche. ―Pellizca las mejillas de Leandro y este gruñe. La camaradería es reconfortante.
―Sebastián está en camino. Dani tenía algunas contracciones y la llevó a la clínica. ―Avisa el rubio leyendo su teléfono.
―¿No le faltan como dos meses? ―Apunta Esteban.
―Sí, pero apenas se tira un gas, el Tren piensa que está por parir ―Da vuelta los ojos.
¿El Tren?¿Gringo? ¿Esto es una secta?
Los hombres rieron de la broma y yo me acoplé al entender que hablaban del abogado que me hizo la entrevista laboral y de su esposa. Ellos habían conocido a Esteban en su búsqueda de un pediatra para su bebé por venir. Rápidamente conectaron con él, mucho más cuando les dijo que era profesor de taekwondo y Daniela insistió con incorporar esa disciplina en el club de su esposo.
―Bueno, me voy. Tengo algunos pendientes que hacer. ―anuncia mi hermano, me da un beso y hace un saludo general a todos, dejándome frente a la mole de casi dos metros haciéndome sombra.
Miro hacia ambos lados, desconcertada.
El silencio entre nosotros es tan gracioso como incómodo.
―Bu...bueno...no sé dónde me puedo sentar...―Deslizo.
―Oh, sí, sí, claro. ―Leandro me señala el escritorio, invitándome a dejar mis pertenencias allí mismo.
Acto seguido me muestra los despachos: el de Luis, el de Sebastián -donde tuve la entrevista -, el de Valentín, quien estaba hablando por teléfono en ese instante y, por último, el suyo. Los cuatro eran iguales, pero decorados según la conveniencia de cada uno de los socios: minimalistas a ultranza.
En tanto que todos tenían fotografías con sus esposas, la de Leandro solo tenía una imagen junto a una pareja mayor y una chica rubia muy parecida a él.
―Mis padres y mi hermana Lorena ―acota cuando mis ojos se posan en el portarretratos sobre su escritorio ―. Tu hermano nos dijo que tu papá no está muy bien de salud. ―dice, tocando mi Talón de Aquiles.
Toso aclarándome la voz, soy extremadamente sentimental y de solo pensar en perder a mi padre, a mi bastón y sostén, me angustia.
―Sí, es un luchador incansable. ―Sostengo para cuando él apoya una mano en mi espalda, consolándome, generando una electricidad que recorre mi menudo cuerpo.
―No era mi objetivo que te entristecieras. ―Su tono es bajo y sincero. Yo asiento y rectifico mi espalda; él se deshace del contacto y regresa en dirección a la puerta de salida.
Me lleva hacia la pequeña cocina y abre la alacena con toda clase de suministros: café soluble, cápsulas de cappuccino, tés, mate cocido, malta, azúcar y edulcorante. Todo esto, supuse, se debía a la intervención de una mano femenina.
―Esta fue Dani ―confirma mis sospechas ―. Ella es como mamá osa, siempre encima nuestro, cuidándonos de que no pasemos hambre ―sonríe y sus labios forman una curva hermosa ―. Aquí hay algunas sopas Maruchan, paquetes de arroz, sal, latitas de boludeces...cosas básicas por si se desata la tercera guerra mundial y nos agarra laburando entre estas paredes. ― Satiriza y de inmediato supuse que era un tipo divertido, directo y al que no le interesaba remarcar su estatus de jefe.
―Traje mi vianda de todos modos. ―le digo frotándome las manos, aunque era bueno tener un plan B por si se estuviera por acabar el mundo.
¿Qué tan bueno sería estar junto a él si un apocalipsis zombie azotaba a la Argentina?
Sigo sus pasos y veo el modo en que su culo redondo tensa sus pantalones color caqui.
Mmm...mordisqueable, pienso para cuando el dueño del culo más apetitosos del mundo gira de golpe y me engancha mirándolo. Entreabro la boca, buscando mentalmente una excusa, pero nada sale de mí.
Él sonríe de lado, otra vez, y seguimos caminando como si nada hubiera pasado.
Enfocáte, enfocáte, no la cagues en tu primer día, me repito.
―Este es el baño ―era un lugar más grande que el promedio de baños en la Ciudad de Buenos Aires. Incluso, tenía un cuadro de ducha, un bidet y ¡una ventana con cortinita de volados! Abre los gabinetes bajo el lavatorio, repleto de toallas y jabones, también obra de Daniela.
¡Debía conocer a esa mujer, estaba en todos los detalles!
La recorrida finaliza en otro cuarto, cuyas estanterías están abarrotadas de carpetas, cajas, biblioratos y hojas más o menos amarillentas.
―Llegó un momento en que Norma ya no pudo mover las cosas; lo ideal es que todo fuera ordenado alfabéticamente y en lo posible, digitalizado. Perdemos mucho tiempo buscando entre estos papeles.
―Entiendo ―respondo, con una primera tarea en mi agenda.
―Supongo que Sebastián te comentó qué clase de trabajo tenés que hacer. Hay días en que todo explota y otros en los cuales estamos super tranquilos. Por lo general, antes de la feria judicial de enero todo se va al carajo porque los tribunales están a full recibiendo casos.
Asiento como una gran alumna y regresamos a mi nuevo lugar de trabajo.
―Sebastián compró una notebook más moderna; la pobre Norma odiaba la tecnología así que trabajaba con una carreta. ―Sus chistes son livianos pero efectivos y me encuentro sonriendo como una tonta a cada uno de ellos.
Efectivamente, la Mac blanca es una máquina con mayúsculas; tendría que agradecer a Sebastián el haberse tomado esa consideración.
―Sebastián y Valentín son los más madrugadores. Luis es el que menos cantidad de horas está acá porque va y viene a tribunales y yo soy el más desordenado de todos con el tema horarios.
―¿No te gusta madrugar?
―Odio madrugar. ―Sus ojos turquesas eran de fantasía: color pleno rodeando sus pupilas.
A menudo, mi hermano y yo bromeábamos con el color de los nuestros; en tanto que el de Esteban era un celeste grisáceo, el mío tenía chispas doradas, marrones y en oportunidades y según la luz, parecían verdes.
―Somos dos. ―le confieso.
―Sos de las mías, vamos a hacer buen equipo vos y yo. ―acota y su celular suena, arrancándolo de mi lado y dejándome con ganas de saber qué tan buenos podríamos ser juntos.
***
Los días pasan y voy acomodándome a mis nuevas tareas como administrativa. Sebastián, Valentín, Luis y Leandro son unos tipazos. Bromeaban entre sí como niños y yo adoraba sus chicaneos. El Gringo y el Tren, apodo que se ganó Sebastián al boxear desde chico, eran quienes comandaban las gastadas. Era lógico, son familia.
En tanto que Sebastián era más reservado, a veces brusco en sus apreciaciones y un erudito en latín, Leandro era todo fuerza y exageración: en cuanto a música, "Divididos" y "La Renga" sonaban a tope cuando quedábamos solos.
Descubrí lo mucho que le agradaba hablar: cuando tenía poco trabajo, Leandro solía sentarse frente a mí y exponer sus casos; por lo general, revisión de contratos de obra, derechos de marcas y patentes, propiedad intelectual...
Un embole sobre el que hablaba tan apasionadamente que me daba pena pincharle el globo y decirle que me aburría.
Rápidamente encontré el ritmo para tener todo ordenado; compré espacio en la nube y subí todo a la red: cada uno tenía su propia carpeta con sus archivos digitalizados. Me faltaba mucho todavía, pasaba horas escaneando hojas, pero por lo general lo hacía en mis intervalos de almuerzo o después de mi horario laboral, cuando me quedaba haciendo tiempo hasta mi hora de universidad.
A Leandro no le gustaba que me saltee las comidas, me hacía un gesto como el de "te estoy vigilando" que me arrancaba una sonrisa tonta y enamorada.
Sí, enamorada. No exagero ni un tantito.
Era un tipo sensible según sus propias palabras, había llorado con Cinema Paradiso y confesó odiar a Kate, en Titanic, por no haberle dejado lugar a Jack sobre la puerta.
―Hay numerosas teorías y demostraciones en la web en las cuales se ve que, claramente, fue una perra egoísta. ―apuntó sobre la película, haciendo que me dolieran las costillas a causa de la risa.
Nunca hablábamos de nuestras parejas o de ese trozo de vida privada; tan solo merodeábamos el tema, sin ser profundos.
Si bien no había fotos de ninguna mujer en su escritorio que me diera la pauta de que estaba comprometido, tampoco existía un nombre que deambulara por el bufete de abogados.
Me enteré de que vivía a pocas cuadras de la casa de mi hermano, en un departamento de un piso alto; que había jugado profesionalmente al rugby hasta los 21 años, tiempo en el cual renunció para continuar estudiando abogacía y que era fanático, como re super hiper fanático, de Newell's All Boys, club de fútbol de Rosario.
Yo era un queso en materia deportiva.
―Me acuerdo de que, cuando el Diego debutó para la "Lepra", mi papá me llevó a la cancha. Fue un día glorioso ―Evocó, refregándose las manos. Yo, mientras tanto, tenía los dedos inmóviles sobre el teclado, embelesada con su ánimo, recorriendo sus gestos y soñando despierta con sus labios gruesos bajo ese manto acolchado de barba rubia.
Leandro Polsky tenía quince años más que yo. Probablemente, él ya había dado su primer beso de lengua cuando yo recién veía este mundo.
Había sido compañero de universidad de Luis y por lo tanto compartían muchas anécdotas, en las cuales el Gringo siempre llevaba las de ganar. Rodeado de chicas, carismático y bromista, se había caracterizado por ser el muchacho popular, así como también, indomable.
―Uy, no me di cuenta de que es hora de almorzar ―Señala el reloj a mi espalda situándome en el aquí y ahora, el cual marca la una de la tarde ―. No tengo que volver sino hasta las dos, ¿salimos a comer?
―Eh...¿Cómo vos y yo? ―Sí, estúpida, ¿hay alguien más en el estudio?
―Sip...―Mira exageradamente hacia ambos lados de su silla.
―Sebastián debe estar por venir de Tribunales, no sé si me va a necesitar y...―me excuso, no sabría cómo manejar una salida con él, aunque fuera completamente informal.
―Estoy seguro de que Sebastián va directo a su casa, Dani pasó una noche de mierda, con contracciones.
―Uh, ya debe estar a punto de tener familia.
―Eso espero, Sebastián está insoportable. ―dice y lee el mensaje que llega a su teléfono. Sonríe de lado y agita la pantalla frente a mí ―. ¿Qué te dije? Me avisó que se va derechito a su casa.
―Oh, bueno, supongo que me quedé sin pretextos.
―¿Acaso estabas inventando cosas para negarte a mi propuesta? ―Actuando, se pune de pie y se cruza de brazos, fingiendo enojo. Su saco se moldeaba a cada uno de sus músculos gruesos.
Lo que daría por verlo sin camisa...
―No quise decir eso―me sonrojo ante su teatro, sin saber si era un engaño o no.
―Nah, era una broma. Perdón, a veces soy un pesado, chistoseando a cada rato.
―Me gusta que te tomes todo con una sonrisa. Eso es bueno ―digo tomando mi cartera, colgada del respaldo de la silla.
Súbitamente, sus ojos ya no tuvieron la misma chispa alegre de siempre.
―¿Mmm...dije algo malo? ―me asusto, mis manos posándose en sus antebrazos tatuados. Había visto pura tinta en ellos bajo su camisa arremangada, cuando a los pocos días de llegar a la oficina entró sin chaqueta al estudio.
Obvio que babeé mentalmente...casi casi que sobre mis papeles también.
―No, no...es que...mi mamá murió hace poco, ¿sabés? Nunca...nunca llegué a decirle lo importante que era para mí. Mi viejo se enojó conmigo, acusándome de que me tomaba la vida a la ligera, que era un jodón bárbaro. ―Traga, consternado y vulnerable como jamás lo había visto.
Leandro no era de los que demostraban sus sentimientos ni alardeaba de ellos. Siempre arriba, siempre con una sonrisa y bromista, en algún punto éramos similares; ambos ocultando nuestro verdadero dolor, poniéndonos una máscara para evitar salir lastimados de las situaciones de la vida.
―Lo siento mucho...yo...nosotros perdimos a la nuestra cuando yo era muy chica. La extraño mucho y supongo que siempre lo haré. Pero sé que está cuidándome y guiando mi camino desde donde esté. ―Por instinto, o tal vez por necesidad, le acaricio la mejilla y él sigue el camino mi mano con sus ojos, incapaz de desviarlos.
Encojo mis dedos, a disgusto con mi atrevimiento.
―Perdón...
―No pidas perdón por algo tan bonito como tu caricia, Marisol. Fue un acto muy dulce. Sos muy dulce. ―Nuestras miradas se traban en este instante, nuestras respiraciones se intensifican.
El aire es denso a nuestro alrededor...hasta que el teléfono en mi escritorio suena a rabiar.
¡Plop!
Nos repelemos como si fuéramos polos opuestos; levanto el tubo del aparato demoníaco en tanto que él va a su escritorio y recoge las llaves de su coche.
―¿Vamos? ―pregunta cuando finalizo la breve conversación, alguien que pedía por los servicios de Valentín y lo agendé para la mañana siguiente.
―¿Vamos en auto? ―Compartir un espacio tan reducido como el de un coche no era muy buena idea, sobre todo teniendo en cuenta las chispas que acabaron de saltar entre nosotros.
―Quiero llevarte a un lugar especial.
―Oh, me siento halagada.
―Deberías, porque nunca llevé a nadie a ese sitio. ―Me guiña el ojo y conduciéndome a la salida supe que, a partir de ese momento, nada más sería lo mismo.
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Pantalón de vestir: pantalón de sastre.
Cerebro: de la tira infantil "Pinky y Cerebro" en la cual el personaje de cerebro siempre dice la frase "A conquistar el mundo"
Cartera: en otros países, bolso de mano.
Coger: tener sexo.
Secundaria: preparatoria.
Tren: apodo de Sebastián Alcorta, dada su pegada al boxear. Su historia la podrás encontrar en mi perfil de wattpad con el nombre "Donde se esconden los ángeles".
Maruchan: sopas instantáneas que vienen en un recipiente plástico lista para calentar y comer.
Feria judicial: período de vacaciones para el sector del Poder Judicial en el cual, los Tribunales están cerrados excepto por casos especiales.
Chicanear: provocar.
Gastadas: bromas.
Divididos y La Renga: bandas de rock nacional
Embole: aburrimiento.
Rosario: ciudad de la provincia de Santa Fe.
"El" Diego: Maradona.
La lepra: apodo que se le da al Club Atlético Newells Old Boys, debido a que a principios del siglo XX fueron invitados a celebrar un encuentro a beneficio de los enfermos de lepra residentes en el Hospital Carrasco, frente a su tradicional rival Rosario Central.
Jodón: que es muy bromista.
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