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Epílogo 2

Años más más más tarde...

Mi secretaria me avisa que tengo una última paciente que no ha sido registrada por el sistema de turnos. Aclara que es urgente y como esa palabra es mi debilidad, le digo que la haga pasar.

―Doctor, yo ya me tengo que ir.

―Sí, andá tranquila. Yo apago la luz ―me río, generalmente soy el último en retirarme del Centro Pediátrico.

―Feliz cumpleaños. Que la pase bien.

―Gracias, Ofelia. Buen fin de semana.

Agarro mi celular y escribo un rápido texto a mi esposa, de mala gana.

Yo: Me engancharon con un turno, salgo lo más rápido que pueda. Te amo.

Lamentablemente, no recibo respuesta inmediata. Seguramente, esté atareada con los chicos.

Mía y Luca son un lío andante. Traviesos, osados, no hay superficie de la que no se hayan querido tirar, ni comida que no se hayan arrojado por la cabeza.

Como una tropa napoleónica, arrasan con cualquiera que se interponga en su camino.

En tanto que Luca tiene los ojos color dulce de leche de su madre y mi cabello rubio, Mía es todo lo opuesto: lacio y largo pelo castaño y ojos grandes de color celeste.

Quedamos a mano en el reparto de genes.

Me preparo para el último paciente, devanándome lo sesos en torno a quién puede ser. No suelo atender las urgencias aquí mismo, pero supongo que puede tratarse de algo que se desencadenó en las cercanías del consultorio.

Enciendo mi computadora y coloco mi contraseña.

La enorme fotografía de nuestra familia ocupa la pantalla. Mía y Luca haciendo monerías en su último cumpleaños, el número cuatro; Candela y yo abrazándolos con una enorme sonrisa en nuestras caras.

Tenerlos fue un acto de fe y esperanza: tras treinta y seis milagrosas y eternas semanas de gestación, de las cuales las últimas diez fueron en absoluto reposo, hicieron que una cesárea programada nos los trajera al mundo. Candela lucía resplandeciente con su enorme panza a cuestas a pesar de bromear con que se parecía a Úrsula, la malvada enemiga de La Sirenita.

Trini, Daniela y mi hermana Maru la ayudaron a pasar sus días en cama en tanto que los muchachos se encargaron de llevar y traer a los niños de un lado al otro.

Funcionamos como una gran familia de la que siempre estaré orgulloso.

Lo cierto es que los mellizos llegaron con casi dos kilos y medio cada uno, haciendo de la residencia en neonatología algo de pocos días. Por primera vez, ella aduló sus caderas diciendo que, gracias a su anchura, pudo albergar a dos grandes bebés.

Turnándonos para cambiarles los pañales, para dormirlos y acostarlos, pasamos muchas noches en vela y soportamos un agotamiento extremo. A excepción de darle la teta, me di el gusto de experimentarlo todo en primera persona.

Ya no más arrullar niños ajenos, ya no más cantar desafinadamente a los hijos de mis amigos. Mi sueño se había hecho realidad.

Sumergidos en un ritmo vertiginoso, la vivienda de Bea nunca había estado tan llena de vida. Habíamos pensado en mudarnos nuevamente, pero los chicos estaban muy apegados a la casa y, para qué mentir, nosotros también.

Tener un ambiente más para usarlo como playroom en lugar de ver los juguetes desparramados por todos lados era lo ideal, pero contar con tres habitaciones no era nada despreciable en un barrio tan solicitado como el nuestro.

―Adelante ―dije y la puerta se abrió revelando a la mujer más hermosa que vi en mi vida. Caderas redondeadas a fuerza de maternidad, senos llenos y cremosos, piernas largas y torneadas...

Se me hizo agua la boca y mi miembro se endureció cuando pasó traba a la puerta.

―Hola doctor―ella dice sugerente, avanzando en un hermoso vestido negro ceñido a sus nuevas curvas.

―Hola, ¿cómo le va? ―Sigo el juego, estos meses han sido una locura con sus hormonas a mil.

―Bien.

―Mi secretaria me anunció una urgencia. ―Me quito el delantal médico y lo cuelgo en el perchero que ocupa la esquina de mi consultorio. Candela pone su mirada inocente, sus ojos centellando bajo sus pestañas oscuras.

―Sí, tengo la urgencia de verlo a usted. ―Se muerde el labio y me arrincona contra mi escritorio. No estaba en mis planes que viniera a visitarme y me agrada la sorpresa.

Nos besamos rudo, casi hasta el agotamiento. Su pintalabios carmín desparramado por mi cara, mis manos apretando sus pechos sensibles, preparándose para lactar.

Sí, está embarazada nuevamente.

Después de tener a los mellizos, la intimidad fue casi a cuentagotas. Cansancio extremo, puerperio, su cuerpo en proceso de cambio y aceptación, los niños que lloraban a cualquier hora, mi trabajo, su nuevo puesto como counselor en una ONG...nos tomó varios meses hacernos un tiempo para la pareja. De a poco, logramos organizarnos y regalarnos un momento para nosotros; mi hermana se queda con ellos y transforma su casa en una guardería: con tres chicos propios, no le importa estar rodeada de niños...y perros.

Es madrina de un refugio canino y siempre termina cediendo ante algún perrito abandonado. Hoy en día, tiene cuatro hijos perrunos.

Este nuevo embarazo nos tomó por sorpresa.

Con los problemas para concebir que tuvimos, jamás creímos que se daría una concepción de forma natural, por lo que ni siquiera pensamos en cuidarnos después del parto de Mía y Luca.

Si con los mellizos estuvimos exultantes, con esta niña en camino que llegará en tres meses, gritaremos cartón lleno. Aún no decidimos el nombre ya que los chicos siempre están cambiando sus elecciones.

No podemos estar más felices.

―No te arrodilles, amor, no quiero que hagas esfuerzos. ―digo cuando baja la cremallera de mi pantalón.

―Calláte, hoy estoy al mando.

―¿Solo el día de hoy? Me tenés siempre a tus pies. ―Ni siquiera en mi cumpleaños tenía el poder.

―No protestes y dejáte llevar. Tenemos que tachar esto de la lista. ―En efecto, a lo largo de los años tachamos muchos pendientes y este era uno de los que aún no habíamos podido experimentar.

Me aferro al escritorio, mis nudillos blancos cuando su boca succiona y sus manos me acarician las bolas. Tiene la técnica, la precisión y la experiencia se saber cuándo hacerme rogar y cuándo hacerme explotar de inmediato.

―Mmm...así...―Un turbio ronroneo sale del fondo de mi garganta. Inclino mis caderas hacia adelante y ella toma todo de mí. Es delirante ver sus ojos con toda su atención en mi cuerpo.

Cuando estoy al borde, le ruego que se aleje. La ayudo a ponerse de pie y le arrastro el hermoso vestido hasta la cintura. Se queja alegando que se le va a arruinar, pero no me importa. Le compraré mil más.

Ella es mi regalo de cumpleaños y voy a aprovecharlo.

Beso su vientre redondo con nuestra hija dentro y la siento en el escritorio, midiendo la resistencia del mueble. Ella se ríe creyendo que nos vamos a caer. Pero no: es sólido como la mierda y no se va a romper.

Soñé muchas veces con este momento y ahora que lo estoy por vivir no puedo creerlo. Voy a por su entrepierna, pero me impide bajar.

―No voy a aguantar mucho y te quiero ya mismo. ―Es un sargento de caballeriza y me encanta que lo sea ―. Los chicos vuelven a casa para el festejo de mañana, hoy se trata de nosotros.

―Mmm...eso suena tentador...―Asumo y sabe que esta noche tendremos más que mi festejo de cumpleaños: tendremos el festejo de dos amantes eternos que superaron las adversidades y que formaron la familia más hermosa del planeta.


FIN


¿Querés saber cómo empezó y en qué terminó la historia de Marisol y Leandro?

Seguí con: En lo profundo de mi corazón.

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ONG: Organización No Gubernamental.

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